Reflexión del Jueves Santo. 13 de Abril, 2017
Algunas ideas para centrar estos días que comenzamos a vivir.
Muchas veces nos acercamos a las celebraciones litúrgicas casi por costumbre o con la esperanza de que se nos conmueva el corazón con algunas de las cosas que vemos, escuchamos,…
No está de más saber un poquito sobre lo que significan estos días, y, en este caso, lo que expresa esta fiesta de jueves santo.
La Semana santa no existió siempre, qué va. Durante algún tiempo se celebró la Pascua solo durante un día. Andando el tiempo se va viendo la necesidad de celebrar también el viernes y el sábado. Así nos encontramos con el triduo Pascual.
El viernes recordamos con intensidad la pasión y muerte del Maestro. En la celebración encontramos puntos importantes como son la lectura de la Palabra de Dios, principalmente el relato evangélico de la Pasión, la adoración de la Cruz, expresión máxima del Amor de Jesús por la humanidad , y la comunión. Este día no hay consagración, se comulga con el pan reservado del jueves santo.
El sábado santo es un día “alitúrgico”, es decir, no hay sacramentos, solo tenemos la liturgia de las horas (laudes, vísperas, etc.). Es un día de silencio, de espera, tenemos la Palabra de Dios y la promesa de la resurrección.
El sábado termina con la gran fiesta de la Vigilia Pascual, la gran noche de vela festiva que nos recuerda a aquella primera noche de vela de María de Magdala, cuando, al amanecer vivió el encuentro transformador con el Resucitado.
En esta celebración toman protagonismo la Luz, la Palabra de Dios, el Agua y el Pan y el Vino. En nuestro monasterio procuramos “tirar la casa por la ventana” y vivimos una celebración larga, con mucho símbolo, movimiento, música, pequeñajos que a ratos corretean y a ratos se duermen, silencio, hondura, fe y compromiso. La noche se prolonga tras la liturgia con otra liturgia en torno a un chocolate.
¿Y el jueves? El jueves se introdujo como preparación al Triduo pascual. Siempre hay una preparación previa para la vivencia de los grandes acontecimientos que marcan nuestra fe.
El jueves se celebra tradicionalmente el día del Amor fraterno y el día de la Institución de la Eucaristía. Las empresas comerciales quizás no lo saben aún y por eso no ha hecho campaña para vender quién sabe qué.
En la celebración de esta tarde, adquiere una intensidad importante el evangelio del día. Juan nos narra no la eucaristía, como podría esperarse sino el lavatorio de los pies. ¿Por qué? Quizás para cuando Juan escribe este texto la celebración de la eucaristía en las casa ya había empezado a desvirtuarse con los abusos que se derivan de la rutina, los conflictos por las jerarquías, etc. Juan quiere unir el gesto de la fracción del pan y del vino compartido (que es narrado por los otros evangelistas) con el gesto del lavatorio de los pies.
Jesús no es un Maestro sentado en una cátedra, en un púlpito, o en una sede, no, es un Hermano que se inclina ante los pies sucios de sus amigos y amigas para lavárselos, realizando un servicio propio de siervos y mujeres. Quizás la idea se la dio su amiga María de Betania, la hermana de Marta y Lázaro, cuando días antes, en una cena, María había derramado un perfume carísimo sobre los pies del Jesús secándoselos con su cabello posteriormente.
¿Qué sentiría el galileo en esos momentos? Jesús reconoce en ese gesto de la mujer una profecía, un anuncio, y él lo perpetuará después en esa cena con discípulos (y, probablemente, con más gente).
Es fácil lo que podemos deducir de la unión entre el gesto del pan/vino y el lavatorio. Es fácil y… complicado. Tan complicado que a lo largo del tiempo el gesto ministerial (de servicio) del lavatorio ha quedado relegado a un simbolismo en un día del año.
A lo largo de la historia nos encontramos con épocas en las que se celebraba una comida fraterna los domingos, épocas en las que ya no era una comida fraterna sino un encuentro más ritualizado, incluso épocas en las que ya ni tan siquiera se comulgaba (de ahí viene el gesto del sacerdote de elevar la hostia, cuando a los fieles se les prohibía comulgar y entonces hacían algo así como una “comunión ocular” con el pan consagrado), y más historias.
Jesús, en esa cena parte un par y vierte un vino. Jesús reparte, no ya su cuerpo y su sangre, sino su propia vida. “Haced esto”. Y esto es las dos cosas lavar los pies y entregar la vida. Las dos cosas que son una sola. “Haced esto” es un imperativo, tan imperativo como el “hágase”, que también lo es.
La última cena, es el tiempo de un Jesús “des-trozado”, hecho trozos, como el pan. De un Jesús inclinado, abajado, siervo como uno de tantos.
El misterio de la eucaristía no es solo la transformación del pan y el vino en el cuerpo y la sangre del Señor. Eso sería casi fácil, ya que es el Espíritu quien lo realiza. Lo complicado es que nos hagamos cuerpo y sangre del mismo Cristo, y que también nos des-trocemos y nos vertamos. Y eso sí que es misterio, y gracia, y promesa y deseo del Padre.
Para la reflexión:
¿Es la eucaristía para mí un momento de profunda elevación espiritual y… poco más?
¿Me hago, mejor, soy eucaristía? Es decir, ¿lavo los pies, me parto y me derramo por los demás?
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Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa
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