El Profeta ve más allá de las apariencias y descubre su ser
Hoy, los profetas Isaías y Juan tienen la palabra. La palabra de un profeta no es fácil de aceptar porque obliga a cambiar, y eso no nos gusta. El profeta es el hombre que ve un poco más allá, o más hondo que el resto de los mortales. Esa ventaja nace de su postura escudriñadora. No le gusta lo que ve a su alrededor y busca algo nuevo. Esa novedad la encuentra entrando dentro de sí y viendo las exigencias de su verdadero ser. El profeta no es un portavoz enviado desde fuera; es siempre un explorador del espíritu humano que tiene la valentía de advertir a los demás de lo que ve. En esto consiste la revelación. Dios se revela siempre y a todos; solo algunos lo descubren.
Hoy Isaías anuncia lo que debía ser cada hombre personalmente y lo que podía ser la comunidad. Pero extiende los beneficios de una comunidad auténticamente humana a toda la creación. El causante de ese maravilloso cambio será elEspíritu. Los tiempos mesiánicos llegarán cuando las ciencias humanas no tengan la última palabra, sino que la norma última sea “la ciencia del Señor”. Sencillamente genial. Hoy sabemos que esa sabiduría de Dios está en lo hondo de nuestro ser y allí debemos descubrirla.
Lo primero que nos anuncian, es que nacerá algo nuevo de lo viejo. En lo antiguo, aunque parezca decrépito y reseco, siempre permanece un germen de Vida. La Vida es más resistente de lo que normalmente imaginamos. En lo más hondo de todo ser humano siempre queda un rescoldo que puede ser avivado en cualquier instante. Ese rescoldo es el punto de partida para lo nuevo, para un verdadero cambio y conversión.
El evangelio del hoy, leído con las nuevas perspectivas que nos da la exégesis, nos puede abrir increíbles cauces de reflexión. Es un alimento tan condensado, que necesitaría horas de explicación (disolverlo para convertirlo en digerible). El problema que tenemos es que lo hemos escuchado tantas veces, que es casi imposible que nos mueva a ningún examen serio sobre el rumbo de nuestra vida. Y sin embargo, ahí está el revulsivo. Pablo ya nos lo advierte: “La Escritura está ahí para enseñanza nuestra”.
“En aquellos días”. Este comienzo es un intento de situar de manera realista los acontecimientos y dejarlos insertados en un tiempo y en un indeterminado lugar. Jesús ya tenía unos treinta años y estaba preparado para empezar una andadura única. Sin embargo, los cristianos descubren que lo primeros pasos lo quiere dar de la mano del único profeta que aparecía en Israel después de trescientos años de sequía absoluta.
“En el desierto”. La realidad nueva que se anuncia, aparece fuera de las instituciones y del templo, que sería el lugar más lógico, sobre todo sabiendo que Juan era hijo de un sacerdote. Esto se dice con toda intención. Antes incluso de hablar del contenido de la predicación de Juan, nos está diciendo que su predicación tiene muy poco que ver con la religiosidad oficial, que había desfigurado la imagen del verdadero Dios.
“Convertíos, porque está cerca el reino de Dios”. Está claro que se trata de una idea cristiana, aunque se ponga en boca del Bautista. Es exactamente la frase con que, en el capítulo siguiente, comienza su predicación el mismo Jesús. Sin duda quiere resaltar la coincidencia de la predicación de ambos, aunque más adelante deja claro las diferencias. Convertirse no es renunciar a nada ni hacer penitencia por nuestros pecados. Convertirse (metanoia), en lenguaje bíblico, es cambiar de rumbo en la vida.
Vamos por un camino equivocado y tenemos que cambiar de dirección. Para rectificar es preciso descubrir que me he equivocado o que me he propuesto otra meta. Convertirse es elegir lo que es mejor para mí, por lo tanto no lleva consigo ninguna renuncia, sino el claro discernimiento de lo que es bueno. Mateo proclama el mensaje incluso antes de presentarnos al personaje. Es ya una insinuación de lo importante.
“Éste es el que anunció el profeta Isaías.” Esta manera de referirse al Bautista es muy interesante, porque resume muy bien lo que pensaban los primeros cristianos de Juan. Para ellos, la figura de Juan responde a las expectativas de Isaías. Juan es Elías (correa de cuero) que vuelve a preparar los tiempos mesiánicos.
“Llevaba un vestido de piel de camello”. La descripción del personaje es escueta pero impresionante. Su figura es ya un reflejo de lo que será su mensaje, desnudo y sin adornos, puro espíritu, pura esencia. ¡Qué bien nos vendría a los predicadores de hoy un poco más de coherencia entre lo que vivimos y lo que predicamos! Esa falta de coherencia es lo que denuncia a continuación en los fariseos y saduceos. Juan es un inconformista que no se amolda en nada a la manera religiosa de vivir de la gente normal. Ni come, ni viste, ni vive, ni da culto a Dios como los demás.
“Acudía a él toda la gente.” La respuesta parece que fue masiva. Se proponen dos ofertas de salvación: la oficial, Jerusalén (templo) y la protestante en el desierto. La gente se aparta del templo y busca la salvación en el desierto junto al profeta. La religión oficial se había vuelto inútil, en vez de salvar esclavizaba. Más tarde, Mt llevará a toda esa gente a Jesús, en quien encontrará la salvación definitiva.
“Dad el fruto que pide la conversión”. A los fariseos y saduceos, Juan les pide autenticidad, de nada sirve engañarse o engañar a los demás. Los fariseos y los saduceos eran los dos grupos más influyentes en tiempo de Jesús. También van a bautizarse. Las instituciones opresoras tratan por todos los medios de domesticar ese movimiento inesperado, pero son desenmascarados por Juan.
Los fariseos conocedores de todas las normas, cumplían más de lo que estaba mandado, por si acaso. Los saduceos eran el alto clero y los aristócratas, los que estaban más cerca del templo y de Dios. Éstos son los que tienen que convertirse. ¿De qué? Aquí está la clave. Un cumplimiento escrupuloso de la Ley compatible con una indiferencia e incluso desprecio por los demás, es contrario a lo que Dios espera. Estar todo el día trajinando en el templo no garantiza el cumplimiento de la voluntad de Dios.
La conclusión es demoledora. Ninguna religiosidad que prescinda del hombre puede tener sentido, ni entonces, ni ahora. Los seres humanos somos muy propensos a dilucidar nuestra existencia relacionándonos directamente con Dios, pero se nos hace muy cuesta arriba el tener que abrirnos a los demás. Nos cuesta aceptar que lo que me exige Dios (mi verdadero ser) es que cuide del otro. Si pudiéramos escamotear esta exigencia, todos seríamos buenísimos.
El Dios, con el que nos relacionamos prescindiendo del otro, es un ídolo. Convertirse no es arrepentirse de los pecados y empezar a cumplir mejor los mandamientos. No se trata de dejar de hacer esto y empezar a hacer aquello. No podemos conformarnos con ningún gesto externo. Se trata de hacerlo todo desde la nueva perspectiva del Ser. Se trata de estar en todo momento dispuesto a darme a los demás.
“Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego.” Se trata de otra idea absolutamente cristiana. Juan está hablando de un bautismo distinto y superior al suyo. Toda plenitud es siempre realizada gracias al Espíritu. No está hablando propiamente del “Espíritu Santo”, sino de la fuerza de Dios que capacita a Jesús y a todo el que “se bautice en él”, para desplegar todas las posibilidades de ser humano.
Meditación-contemplación
“Sobre él se posará el Espíritu del Señor”.
La presencia de Dios Espíritu en nosotros
nos abre infinitas posibilidades.
Sin esa presencia yo sería nada. Con ella puedo serlo todo.
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Meditar es emprender un camino hacia el hondón de mi ser.
El camino puede ser largo y difícil, pero no hay alternativa.
Si de verdad quiero ser auténtico,tengo que descubrir mi ser.
Si no lo descubro, mi vida se centrará en el “ego” (falso yo).
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La conversión es consecuencia de este descubrimiento.
El hombre solo cambia una meta por otra mejor.
Si cambio de dirección sin haber descubierto la meta,
me desorientaré y continuaré sin rumbo fijo.
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Fray Marcos
Fuente Fe Adulta
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