Martes 01 de Noviembre de 2014. Todos los Santos
Os animamos también a leer la Homilía de Monseñor Romero sobre los textos litúrgicos de hoy
Apocalipsis 7,2-4.9-14: Apareció en la visión una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de toda nación, raza, pueblo y lengua.
Salmo responsorial: 23: Éste es el grupo que viene a tu presencia, Señor.
1Juan 3,1-3:Veremos a Dios tal cual es.
Mateo 5,1-12a: Estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo.
Se celebra hoy la Solemnidad de Todos los Santos. Qué bueno sería que los «santos» en ella celebrados no se redujeran sólo a los del “mundo católico”, los santos de nuestro pequeño mundo, de la Iglesia Católica, sino a «todos los santos del mundo», a los santos de un mundo verdaderamente «cat–hólico» (etimológicamente, según el todo, referido al todo), o sea, «universal». ¿No queremos celebrar en este día a todos los santos que están ya ante Dios? ¿Pues cómo vamos a limitarnos a pensar en «catálogo romano de los santos», de los «canonizados» por la Iglesia católica romana, según esa práctica llevada a cabo sólo desde el siglo XI, de «inscribir» oficialmente a los santos particulares de nuestra Iglesia, en ese libro? ¿Será que quienes figuran oficialmente inscritos durante 9 siglos en esta sola Iglesia son «todos los santos»… o tal vez serán sólo una insignificante minoría entre todos ellos?
Es decir: pocas fiestas como ésta requieren ser «universalizadas» para hacer honor a su nombre: la festividad de «todos los santos». Por tanto, hay que hacer un esfuerzo por entenderla con una real universalidad. Ésta es una fiesta «ecuménica»: agrupa a todos los santos. Es más que ecuménica, porque no contempla sólo a los santos cristianos, sino a «todos», todos los que fueron santos a los ojos de Dios. Ello quiere decir, obviamente, que también incluye a los «santos no cristianos»… a los santos de otras religiones (debería ser una fiesta inter-religiosa), e incluso a los santos sin pertenencia a ninguna religión, los «santos paganos» (Danielou tituló así un libro suyo), los santos anónimos (éstos deben ser verdadera legión), incluso los «santos ateos», a los que el pasaje de Mt 25,31ss pone en evidencia («cada vez que lo hicieron con alguno de mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicieron»).
Una fiesta, pues, que podría hacernos reflexionar sobre dos aspectos: sobre la santidad misma (¿qué es, en qué consiste, qué «confesionalidad» tiene…?), y sobre el «Dios de todos los santos». Porque muchas personas todavía piensan -sin querer, desde luego- en «un Dios muy católico». Para algunos Dios sería incluso «católico, apostólico… y romano». O sea, «nuestro». O «un Dios como nosotros», de hecho. Pudiera ser que, también… un poco… hecho «a imagen y semejanza» nuestra.
La actitud universalista, la amplitud del corazón y de la mente hacia la universalidad, a la acogida de todos sin etiquetas particularistas, siempre nos cuestiona la imagen de Dios. Dios no puede ser sólo nuestro Dios, el nuestro, el que piensa como nosotros e intervendría en la historia siempre según nuestras categorías y de acuerdo con nuestros intereses… Dios, si es verdaderamente Dios, ha de ser el Dios de todos los santos, el Dios de todos los nombres, el Dios de todas las utopías, el Dios de todas las religiones (incluida la religión de los que con sinceridad y sabiendo lo que hacen optan con buena conciencia por dejar a un lado “las religiones”, aunque no «la religión verdadera» de la que por ejemplo habla Santiago en su carta, 1,27). Dios es «católico» pero en el sentido original de la palabra. Está más allá de toda religión concreta. Está «con todo el que ama y practica la justicia, sea de la religión que sea», como dijo Pedro en casa de Cornelio (Hch 10).
Hoy nos parece todo esto tan natural, pero hace apenas 50 años que estamos pensando de esta manera -los años que hace que se celebró el Concilio Vaticano II-. En las vísperas de aquel Concilio, el famoso teólogo dominico Garrigou-Lagrange (avanzado, progresista, y por ello perseguido) escribía, con la mentalidad que era común en el ambiente católico: «Las virtudes morales cristianas son infusas y esencialmente distintas, por su objeto formal, de las más excelsas virtudes morales adquiridas que describen los más famosos filósofos… Hay una diferencia infinita entre la templanza aristotélica, regulada solamente por la recta razón, y la templanza cristiana, regulada por la fe divina y la prudencia sobrenatural» (Perfection chrétienne et contemplation, Paris 1923, p. 64). Danielou, por su parte, afirmaba: «Existe el heroísmo no cristiano, pero no existe una santidad no cristiana. No debemos confundir los valores. No hay santos fuera del cristianismo, pues la santidad es esencialmente un don de Dios, una participación en Su vida, mientras que el heroísmo pertenece al plano de las realidades humanas» (Le mystère du salut des nations, Seuil, Paris 1946, p. 75). Todas las grandes figuras de la humanidad, personajes como Sócrates o como Gandhi… sólo podrían considerarse héroes, no santos. No quedarían incluidos hoy en esta fiesta, según la visión católico-romana de aquellos tiempos preconciliares, porque «santos», sólo podrían serlo los buenos cristianos, ¡y católicos! Ésta es una de las tantas «rupturas» que realizó el Concilio Vaticano II.
La primera lectura bíblica de esta fiesta litúrgica, del Apocalipsis, aun estando redactada en ese lenguaje no sólo poético, sino ultra-metafórico, lo viene a decir claramente: la muchedumbre incontable que estaba delante de Dios era «de toda lengua, pueblo, raza y nación»… En aquel entonces, hablar de «las naciones» implicaba a las religiones, porque se consideraba que cada pueblo-raza-nación tenía su propia religión. A Juan le parece contemplar reunidos, en aquella apoteosis, no sólo a los judeocristianos, sino a «todos los pueblos», lo que equivale a decir: a todas las religiones.
Si corregimos así nuestra visión, estaremos más cerca de «ver a Dios tal como es» (segunda lectura), tal como podremos verle más allá de los velos carnales del chauvinismo cultural o el tribalismo religioso -que no son muy distintos-. Obviamente, esos «ciento cuarenta y cuatro mil» (doce al cuadrado, o sea, «los Doce», o «las Doce ‘tribus’ de Israel», pero elevadas al cuadrado y multiplicadas por mil, es decir, totalmente superadas, llevadas fuera de sí hasta disolverse entre «toda lengua, pueblo, raza y nación»), esos ciento cuarenta y cuatro mil, o los entendemos como un símbolo macroecuménico, o nos retrotraerían a un fantástico tribalismo religioso.
Las bienaventuranzas comparten esta misma visión «macro-ecuménica»: valen para todos los seres humanos. El Dios que en ellas aparece no es «confesional», de una religión, no es «religiosamente tribal». No exige ningún ritual de ninguna religión. Sino el «rito» de la simple religión humana: la pobreza, la opción por los pobres, la transparencia de corazón, el hambre y sed de justicia, el luchar por la paz, la persecución como efecto de la lucha por la Causa del Reino… Esa «religión humana básica fundamental» es la que Jesús proclama como «código de santidad universal», para todos los santos, los de casa y los de fuera, los del mundo «católico»…
Si a propósito de la festividad de Todos los Santos se nos sugiere el texto de las Bienaventuranzas, es porque ellas son en verdad el camino de la santidad universal (y supra-religional, simple y profundamente humana); en y con las Bienaventuranzas como carta de navegación para nuestra vida es posible alcanzar la meta de nuestra santificación, entendida como la lucha constante por lograr en el cada día el máximo de plenitud de la vida según el querer de Dios.
En la homilía, en la oración, en la conversación que tengamos sobre el tema, no dejemos de nombrar hoy a Gandhi, que tiene que ir de la mano con Francisco de Asís; a Martin Luther King acompañado por Mons. Oscar Arnulfo Romero –finalmente reconocido como «mártir» por Roma–; a la mística santa Teresa con el incomparable Ibn Arabí; al inefable Juan de la Cruz con el místico Nisagardatta («¡Yo soy Eso!»)… La manera de cambiar la vieja mentalidad «tribal», que también nos ha afectado en la concepción de la santidad, es practicar, conversar, manifestar la nueva mentalidad macroecuménica.
Dentro de la perspectiva cristiano-católica, para una aplicación más parenética de este precedente comentario exegético, recomendamos como la mejor referencia el capítulo V de la Constitución Dogmática de la Iglesia “Lumen Gentium”, del Vaticano II, sobre el “Universal llamado a la santidad”. Antes del Concilio se solía pensar que había una especie de «profesionales de la santidad», que se dedicaban de un modo especializado a conseguirla, como los monjes y los religiosos/as, que se decía que vivían en el «estado de perfección»; a los demás, los laicos/as o seglares, como que se les consideraba de alguna manera dispensados de tener que tender a la santidad.
Recomendamos el artículo de P. Delooz, “La canonización de los santos y su significación social” en «Concilium» 149(1979)340-352, accesible en la RELaT [http://servicioskoinonia.org/relat/150.htm], para recordarnos la clásica estrechez de nuestro concepto de santidad, incluso específicamente dentro del «Catálogo romano de los santos» canonizados.
El evangelio de hoy es dramatizado en el capítulo 28, «Dios está de nuestra parte», de la serie «Un tal Jesús», de los hnos. López Vigil. El guión y su comentario pueden ser tomados de aquí: http://www.untaljesus.net/texesp.php?id=1200028 Puede ser escuchado aquí: http://www.untaljesus.net/audios/cap28b.mp3
Para la revisión de vida
Entendidos en un lenguaje «civil», no religiosista, simplemente humano, los «santos», son todas las buenas personas, la «buena gente», los «hombres buenos»… y todavía más, los héroes, los próceres, los mártires, los testigos… conocidos o desconocidos. Esas personas que hacen presente en la historia las cumbres éticas de nuestra propia humanidad, que hacen respirable el aire de nuestra historia humana. «Si otros lo han sido… ¿por qué no puedo serlo yo?»
Para la reunión de grupo
– ¿Qué es «santidad», originalmente? ¿De dónde viene la palabra? ¿Y el concepto cristiano, de dónde viene?
– ¿A qué nos suena en la historia de la espiritualidad cristiana? ¿Qué adherencias conlleva?
– ¿Cabe hoy, es aceptable sin reestructuración, el planteamiento original del concepto clásico de santidad? ¿Qué «correcciones» le haríamos hoy?
– Sobre los santos ateos, o los ateos santos, puede ser interesante leer el libro del filósofo francés André Comte Sponville, en su libro, por ejemplo, El alma del ateísmo. Introducción a una espiritualidad sin Dios (Paidós, 2006, y en la red), y comentar el tema de la espiritualidad y de la religión misma «fuera» de las religiones (por cierto, está en la red).
Para la oración de los fieles
– Para que la Iglesia busque siempre la santidad por el camino de las bienaventuranzas. Roguemos al Señor.
– Para que los creyentes recorramos el Camino que es Jesús, con autenticidad, como transformación gozosa de nuestras vidas. Roguemos…
– Para que todas las personas que viven en la práctica las bienaventuranzas, sean del credo que sean, alcancen la dicha de la vida eterna. Roguemos…
– Para que nuestra condición de hijos de Dios nos ayude a vivir siempre con ilusión, gozo y esperanza. Roguemos…
– Para que todos nosotros nos reunamos un día con toda la Humanidad en el Reino de Dios y gocemos para siempre de su misma vida. Roguemos…
Oración comunitaria
– Dios Eterno, Misterio inabarcable, Fuerza creadora, sin principio ni fin, Sabiduría escondida: Enséñanos a calcular nuestros años, para que adquiramos un corazón sensato, y ayúdanos a sentir, en la fe, la presencia espiritual de nuestros hermanos y hermanas que nos han precedido en la existencia y en el amor. Tú que vives y haces vivir, por los siglos de los siglos. Amén.ntir, en la fe, la presencia espiritual de nuestros hermanos y hermanas que nos han precedido en la existencia y en el amor. Tú que vives y haces vivir, por los siglos de los siglos. Amén.
Homilía de Monseñor Romero sobre los textos litúrgicos de hoy
1 de Noviembre de 1977
El Paisnal
Yo he querido venir con mucha devoción, con mucho cariño, a esta celebración que se está realizando en la Iglesia de El Paisnal. Fue una invitación, una invitación, una iniciativa, de las queridas religiosas oblatas al Sagrado Corazón que, en colaboración convalientes catequistas y asesoradas por la pastoral de la Arquidiócesis, están manteniendo esta llama de la fe, en este difícil ambiente de Aguilares, de El Paisnal y de todos los cantones.
Mi presencia aquí, quiere ser entonces, un apoyo a esta pastoral, a esta hora heroica, de quienes no se avergüenzan de la Iglesia en estas horas de prueba, como acaba de decir al Apocalipsis, “la gran tribulación”.
PALABRA DE ÁNIMO
Quiero ser mi presencia de pastor, junto a las religiosas y a ustedes, queridos catequistas, casi como la presencia del Padre Grande aquí muerto entre dos campesinos: Manuel y Nelson Rutilio. Aunque el Padre Grande, don Manuel y Nelson ya terminaron su faena, y ahora se unen a esa turba de los santos en el cielo, para que nosotros contemplemos -pastor y fieles miremos a través de estas tumbas, no sólo el Día de Difuntos, que se celebrará mañana, sino a los santos del cielo, la gran muchedumbre venida de la gran tribulación por los caminos de las Bienaventuranzas, que se acaban de proclamar en el evangelio. Para decirles, también, no sólo a las hermanas y a los catequistas, sino a los fieles, sobre todo aquellos que se encuentran un poco acobardados, miedosos, huyendo: que no tengan miedo, que vale la pena seguir estos caminos que no terminan en una tumba sino que se abren al horizonte del cielo.
Y vengo, queridos hermanos, para decirles en este ambiente donde la persecución, el atropello, la grosería de unos hombres contra otros hombres ha marcado de sangre y de humillación, a decirles el lenguaje claro de la Iglesia. Que no se confunda este lenguaje, este mensaje de esperanza y de fe de la Iglesia, con el lenguaje subversivo, con el lenguaje político de la mala ley, de los que pelean por el poder, de los que disputan las riquezas de la tierra, de los que hablan de liberaciones únicamente a ras de tierra, olvidando las esperanzas del cielo, de los que han puesto sus ilusiones en sus haciendas, en sus haberes, en sus capitales, en su poder; para decirles a todos, hermanos, que el lenguaje de la Iglesia no hay que confundirlo con esas idolatrías; y que los idólatras y los que le sirven a los idólatras no tienen por qué temer este lenguaje nítido, limpio de corazón, claro que la Iglesia predica.
Y ningún día me parece tan hermoso para decirles el lenguaje claro de la Iglesia que este día 1º de noviembre, Día de Todos los Santos, y en vísperas del Día de los Difuntos también recordarles el fin de la vida humana: todo se acaba -y solamente queda la alegría de haber sido leal a la ley del Señor, de haber amado al prójimo, de haberse dado por el prójimo, dado en generosidad, en amor, en servicio- y no haber aprovechado la vida para atropellar la dignidad y los derechos del hombre, sino para que a la hora en que nuestra muerte nos presente ante el tribunal, sepamos recibir de aquellos labios infalibles divinos un: “¡Pase adelante! Venia, benditos de mi Padre a poseer el reino de los cielos, porque fuiste caritativo, porque no fuisteis groseros, porque todo lo que hiciste con uno de mis hermanos chiquitos a mí me lo hiciste. A mí me golpeaste cuando torturaste, a mí me mataste cuando hiciste aquel crimen, a mí también me serviste con amor cuando me defendían cuando dabas tu cara por mí, cuando enseñabas el catecismo a los niños, cuando atendías a los enfermos, cuando dabas al necesitado por amor. Y te confundías pensando que hacías otra cosa! A mí me servías!”
Este es el lenguaje nítido de la Iglesia; no lo confundamos, por favor. Quisiera decirles pues, hermanos, en este Día de los Difuntos, el sublime lenguaje que nos está hablando hoy en esta tumba el Padre Grande, don Manuel Solórzano y el niño Nelson Rutilio Lemus. ¿Qué lenguaje nos están hablando? El lenguaje de que todo termina, lo temporal termina en la tumba: lo temporal… pero es cuando comienza lo eterno; y que ya lo eterno se ha recogido también en lo temporal cuando en lo temporal, es decir en las cosas de la tierra, se tuvo presente que ya aquí en la tierra comienza un reino de los cielos.
Y por eso este Día de Todos los Santos yo incorporo en esta tumba de bienaventurados del cielo a estos tres muertos, y a nuestros queridos difuntos también, que en esta ola de persecución han muerto. Yo quiero recordar aquí al querido hermano, el Padre Alfonso Navarro, a nuestros queridos hermanos catequistas, -sería imposible enumerarlos- pero recordemos, por ejemplo a Filomena Puertas, a Miguel Martínez, a tantos otros, queridos hermanos, que han trabajado, que han muerto, y que en la hora de su dolor, de su agonía dolorosa, mientras los despellejaban, mientras los torturaban y daban su vida, mientras eran ametrallados, subieron al cielo. ¡Y están allá victoriosos! ¿Quién ha vencido? Como la Biblia, podemos preguntar desde el cielo a nuestros mártires, a los que los mataron y los siguen persiguiendo, a los cristianos: “¿Dónde está, oh muerte, tu victoria?” La victoria es la de la fe. Han salido victoriosos los matados por la justicia.
Y los vencidos, los humillados, los que ahora no dan su cara, son los que mataron. No los odiamos. Desde el altar pedimos a Dios: dales Señor el arrepentimiento, que vuelvan por los caminos de la piedad, que se den cuenta del horrendo crimen que cometen, para que sean un día también santos como bienaventurados del cielo. Porque, hermanos, el cristiano no odia. Yo me imagino al Padre Grande y a los mártires de nuestra persecución, en el cielo pidiendo mucho al Señor por sus verdugos para que se conviertan y vengan un día a gozar esta alegría que da el haber sido fieles al Señor. No podemos imaginar al Padre Grande -yo lo dije allá en su funeral en la Catedral- un Padre Grande odiando, pidiendo venganza, azuzando a la violencia, como se le calumnió. El que lo conoció sabe que aquel corazón era imposible para estos sentimientos de odio, que los vulgares asesinos se pueden imaginar y lo imaginan, en su corazón de sacerdotes y de apóstol.
Yo los incorporo a nuestros muertos, no sólo para que recemos por ellos pidiendo su eterno descanso, sino que en el Día de los santos yo he dicho, también, pensando en ellos, la plegaria que acaba de decir aquí en el altar: “Señor, tú has juntado en una sola fiesta los méritos de todos los santos”, es decir, de todos los sacerdotes, cristianos, catequistas martirizados, sufrientes del dolor y de la persecución, para darnos la alegría de celebrarlos en una turba innumerable allá en el cielo.
LAS BIENAVENTURANZAS
Y hermanos, en esta reflexión que estamos haciendo aquí en la querida iglesia de El Paisnal, convertida en una tumba muy querida, esta meditación nos lleva a pensar en el evangelio que les acabo de leer: Bienaventuranzas. Son los caminos por donde caminan los verdaderos cristianos. Les he prometido hablarles aquí hoy, en este ambiente de confusión de Aguilares y de El Paisnal, en este ambiente de espionaje, de orejas, de informadores falsos, que comprendan el lenguaje nítido de la Iglesia. Se están dando cuenta que aquí no estoy yo azuzando a nadie a una revancha, a un odio, a una violencia. Han escuchado la lectura que con voz clara acabo de hacerles de los caminos que yo quisiera para todos los que caminan en esta tierra, en El Paisnal, en Aguilares: los caminos de las Bienaventuranzas. Estos son los caminos que predico estos son los senderos por donde la Iglesia lleva a sus hijos esto a sus hijos, esto es lo que se enseña en nuestros grupos de reflexión, esto es lo que enseñan los catequistas en la celebración de la palabra, en la enseñanza del catecismo a los niños: “Bienaventurados los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos”. Si predicaron otra cosa que no son los caminos de la Bienaventuranza, no serían católicos, no serían reuniones católicas. Pero que se den cuenta, hermanos, de los caminos por donde la Iglesia va enseñando a sus hijos, cuando en sus opciones personales son libres de incorporarse a las agrupaciones que quieran; pero si quieren llevar su nombre cristiano a esas agrupaciones tiene que llevar muy hondo en su corazón estos sentimientos de las bienaventuranzas.
Y esto es lo que hicieron el padre Grande y los compañeros que trabajaron en estas tierras. Enseñaron lo que acaba de decir el Papa en el sínodo de la catequesis y muchos obispos de Latinoamérica, que el catecismo que hay que enseñar hoy a nuestro pueblo no tiene que ser un catecismo que se olvida de los grandes problemas sociales en que viven los cristianos, que tiene que ser una catequesis que recuerde las dimensiones históricas, es decir, los compromisos de un cristiano que vive hoy y aquí en estas tierras tan problematizadas, y que verdaderos catequistas, como fueron estos jesuitas que pasaron por Aguilares, tienen que enseñar ese lenguaje del compromiso de la fe tomando opciones también en la vida concreta de su pueblo, pero siempre como cristianos, nunca la violencia, nunca el odio, nunca otra cosa más que el evangelio que se acaba de decir por dónde caminan los santos.
LA LIBERACION QUE PREDICA LA IGLESIA
Y santos los hay también en los grupos donde se lucha la liberación de nuestro pueblo. No todos, naturalmente, son santos. Hay muchos que predican el odio y predican la violencia y no creen en el camino del amor. Yo quisiera, si alguno de ellos me está oyendo, decirle que se convierta a los caminos cristianos. Recuerdo muy bien en el funeral del Padre Grande, citando yo los pensamientos de Pablo VI en su exhortación Evangelii Nuntiandi, decir que éstos, como el Padre Grande, son los hombres que la Iglesia ofrece en colaboración con la liberación del mundo actual, que la Iglesia tiene que luchar por esta liberación de las esclavitudes y sobre del pecado, pero que esa liberación que la Iglesia predica lleva tres características que yo encontré en el Padre Grande y en los liberadores también que, como el Padre Grande, se incorporan a la lucha liberadora de nuestro pueblo:
1º. Una inspiración de fe;
2º. Una inspiración de amor;
3º. Una doctrina social de la Iglesia puesta a la base de su prudencia y de su acción.
1. INSPIRACION DE FE
Estas tres cosas hacen al hombre cristiano de hoy, el verdadero liberador de su pueblo. Que su lucha se ilumina en una fe. ¿Y qué otra cosa es el Día de Todos los Santos? Una fe que nos abre el horizonte donde irán a dar los que luchan limpiamente, iluminados en la fe, para hacer un pueblo más digno, para liberar al hombre de las esclavitudes, del analfabetismo, del hambre, de la miseria en que vive la mayoría de nuestro pueblo. La Iglesia no puede ser indiferente a tanto dolor, a tanta injusticia; y ella lucha, pero con sus ojos puestos en la fe. Sólo desde la Bienaventuranza, desde la esperanza de ese cielo iluminado por la fe, los verdaderos liberadores cristianos colaborarán con el verdadero lenguaje de la Iglesia. Ojalá, hermanos, no se dejen confundir con otras ideologías, con el ateísmo, con una lucha solamente de tierra, de adquirir poderes políticos, sino con una lucha que pone sobre todo su esperanza en la gran recompensa que Cristo ha dicho hoy: Bienaventurados los que sufren por la justicia, porque ellos serán saciados. Bienaventurados los que ahora lloran el hambre, la pobreza, la miseria, la marginación, porque ellos serán consolados. Bienaventurados los liberadores que ponen su fuerza no en las armas, no en el secuestro, no en la violencia ni en el dinero, sino que saben que la liberación tiene que venir de Dios, que será la conjugación maravillosa del poder liberador de Dios y del esfuerzo cristiano de los hombres. Que se conviertan, que no adoren el ídolo de la riqueza, ni del poder político, y por mantenerlo son capaces de hacer cualquier atropello. Que se conviertan para que unidos al trabajador, al pobre, pobres y ricos, patronos y obreros, dueños de fincas y trabajadores, todos construyamos ese mundo nuevo, ese cielo nuevo de esperanza cristianas.
2. INSPIRACION DE AMOR
Y luego, hermanos, no solamente una luz de fe, sino una inspiración de amor. El verdadero liberador cristiano, el que gozará un día la patria del cielo, será aquel que lucha en la tierra con la potencia de la justicia, pero con inspiración del amor. No odia, no mata, no hace el mal, sino que ama y espera en el Dios que es Dios de amor y que oye el clamor de su pueblo y a su hora también vendrá a dar ese amor que hace falta en el mundo. Suspiremos por ese amor, hermanos. Desde la tumba del Padre Grande elevemos al cielo una plegaria: Señor, envía amor a esta tierra. Tú que trajiste fuego para que ardiera en el corazón de los hombres, mira cuanto odio, mira cuanta frialdad, mira cuanto materialismo, cuanto egoísmo, cuanta envidia. Señor, que tu amor queme tanta basura en el corazón de los hombres y no hagamos santos, porque la santidad que ahora celebramos, Día de Todos los Santos, es aquella que hizo el trabajo cada uno en su propio deber, cada uno en su propia vocación: yo como obispo, otros como sacerdotes, como religiosas, como catequistas, como jornaleros, como trabajadores cada uno, pero realizando su tarea con amor: servir al prójimo por amor a Dios.
3. LA DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA
Y también, además de esa inspiración de fe y esa inspiración de amor, conocer la doctrina social de la Iglesia. La Arquidiócesis ha editado un folletito en el cual están contenidas las orientaciones sociales a la luz del magisterio de los pontífices, del evangelio. Yo les encarezco, hermanos, sobre todo aquellos que se preocupan de los problemas sociales, estudien la doctrina social de la Iglesia, cómo la Iglesia sabe conjugar el respeto de los derechos y las exigencias también de los deberes. He aquí, pues, la pauta, para que en esta reflexión, nosotros salgamos de esta peregrinación que hemos hecho a la tumba del Padre Grande y de los compañeros en el martirio, a celebrar el Día de los Muertos y el Día de los Santos. Porque desde esta tumba del Padre Grande vamos a rezar, hermanos, por todos los sacerdotes muertos, por todos los religiosos y religiosas muertas, por todos los catequistas, por todos los cristianos, por todas nuestras familias que ya duermen el sueño de la paz. No vamos a visitar cementerios, pero desde la tumba de este símbolo de los muertos, el Padre Grande y sus dos compañeros de asesinato, vamos a rezar por todos los muertos. Lo estamos haciendo ya. Y pensando en nuestros muertos, los pensamos santos. Y mientras tanto, nosotros queremos también ser santos con la santa inquietud de la liberación cristiana. ¡Santifiquémonos!
Ahora, hermanos, no se santifica nadie, si no entra en estas exigencias del evangelio a la hora actual. Por eso no teman los conservadores, sobre todo aquellos que no quisieran que se hablara de la cuestión social, de los temas espinosos, que hoy necesita el mundo. No teman que los que hablamos de estas cosas nos hayamos hecho comunistas o subversivos. No somos más que cristianos, sacándole al evangelio las consecuencias que hoy, en esta hora, necesita la humanidad, nuestro pueblo. Y por aquí se camina, por la pobreza de espíritu, por la lucha por la justicia, por los sembradores de paz. Los caminos de la Bienaventuranza están hoy en caminos muy peligrosos, y por eso son pocos los que los quieren caminar. No tengamos miedo. Sigamos este caminar que nos llevará a ser un día difuntos, para que recen por nosotros, pero también santos en el cielo, participantes de la gloria de Cristo resucitado.
Celebremos esta eucaristía, hermanos. La Iglesia de El Paisnal está convertida esta mañana en una catedral, porque la catedral es donde el obispo, centro de la unidad de toda la diócesis, eleva la hostia y el cáliz, que es Cristo, en señal de unidad de todo un pueblo, toda la Arquidiócesis, al Señor, para pedirle a Dios que a cambio de este sacrificio de Cristo en el altar, al que se unen los sacrificios de todos los que trabajan por el Reino de Dios, nos bendiga, nos haga santos, con esa santidad moderna de los cristianos comprometidos con la hora actual. Que de aquí salgamos pues, hermanos, más animosos y que aquellos que todavía no se han acercado (tal vez a través de la radio les llega esta voz) sepan que desde la tumba del Padre Grande ha salido un grito de la Arquidiócesis: Cristianos, ¡valor! No importan las horas difíciles, porque también para nosotros, si somos fieles, se oirá la voz del Apocalipsis, que se acaba de cantar como liturgia de la palabra: “Estos son los que vinieron de la gran tribulación y ahora gozan la alegría de los elegidos del Padre”. Así sea.
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