Domingo XXIX del Tiempo Ordinario. 16 octubre, 2016
“Para mostrar (a sus discípulos) la necesidad de orar siempre, sin desanimarse, Jesús les contó esta parábola. Había en una ciudad un juez que no temía a Dios ni respetaba a los hombres. Había también en aquella ciudad una viuda que no cesaba de suplicarle: `hazme justicia frente a mi enemigo`. El juez se dijo: ´aunque no temo a Dios ni respeto a nadie, es tanto lo que esta viuda me importuna, que le haré justicia para que deje de molestarme de una vez´. Y el Señor añadió: ´cuando venga el Hijo del hombre ¿encontrará fe en la tierra?”.
¡Qué bella invitación nos hace Jesús! Nos llama a perseverar, a confiar en nuestro Dios.
La oración cristiana es una relación personal con Dios. Relación que nos descubre lo que en verdad somos: ¡Hijas e hijos de Dios! No hay mayor gozo para una persona buscadora de interioridad, de trascendencia que saber que Dios Padre está esperando nuestra súplica insistente, como la de la viuda.
Súplica que no es un movimiento de labios distraído, sino un balbuceo del corazón, una mirada confiada, un dejar que el corazón distendido descubra la ternura de Dios Padre-Madre, que no responde cansado y malhumorado como el juez, sino con amor tierno a nuestras miradas, a nuestras búsquedas a nuestras añoranzas de interioridad, de plenitud como dice Jeremías 31,1, “con amor eterno te amo, por eso te he atraído con misericordia”.
Este es el fin de nuestra oración: llegar a las entrañas de Dios, dejarnos tocar, dejarnos atraer por su Amor. Y esta experiencia tiene retorno, no queda en las nubes perdida, sino que nos enseña: “aprended a hacer el bien, buscad el derecho, proteged al oprimido, socorred al huérfano, defended a la viuda” (Is. 1,17) todo lo contrario del juez.
Abre tu corazón, levanta la mirada más allá de lo tangible y con corazón suplicante pon en manos de Dios Padre-Madre el dolor de nuestras hermanas y hermanos.
Bien puedes acabar esta reflexión poniendo tu fe en manos del Dios de Jesús, y acoger la frase que nuestro Dios pone en boca del profeta Oseas, 14,9b, “Yo escucho tu plegaria y velo por ti”.
ORACIÓN
Señor, yo creo, yo quiero creer en Ti.
Señor, haz que mi fe sea pura, sin reservas, y que penetre en mi pensamiento, en mi modo de juzgar las cosas divinas y humanas.
Señor, haz que mi fe sea libre, que acepte las renuncias y los riesgos que comporta: creo en Ti, Señor.
Señor, haz que mi fe sea fuerte, que no tema los múltiples problemas que llenan nuestra vida.
Señor, haz que mi fe sea gozosa y dé paz y alegría a mi espíritu, y lo capacite para la oración con Dios y para la conversación con los hombres.
Señor, haz que mi fe sea activa: sea verdadera amistad contigo y sea tuya, en los sufrimientos, que sea una continua búsqueda, un testimonio continuo, una continua esperanza.
Señor, haz que mi fe sea humilde, que se rinda al testimonio del Espíritu Santo. Amén.
Pablo VI
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Fuente: Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa
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