Domingo XXV del Tiempo Ordinario. 18 septiembre, 2016
“Cavar, ya no puedo; mendigar, me da vergüenza” (Lc 16, 3)
La verdad es que llevo días dando vueltas a este evangelio y me encuentro con que no sé muy bien por dónde cogerlo; ni muy bien, ni muy mal, vamos. Me alivia la idea de que este espacio es para compartir lo que nos sugiere el evangelio y no aclararlo o hacer una tesis sobre él.
Tengo varias ideas sin conexión entre ellas, al menos aparentemente. Me quedo con la primera, que me está asaltando como una bofetada: “cavar, ya no puedo; mendigar, me da vergüenza”. Pero si esta frase parece que la han escrito en nuestra época. Imagina que alguien de tu círculo, de tu entorno se queda sin trabajo o que lleva tiempo en paro, alguien o tú sin ir más lejos. Y es cuando dices “es que no encuentro trabajo”; para y piensa eso.
¿Paramos y pensamos?
Ese no encontrar trabajo igual se refiere más a “no encuentro el trabajo que quisiera, el trabajo para lo que he estudiado, el trabajo de pocas horas y mucho sueldo, el trabajo con un montón de vacaciones, trabajo fijo, un trabajo de despacho con mi aire acondicionado o mi calefacción y no uno de trabajar en la calle haga calor o llueva a cántaros… en definitiva, un trabajo digno para mí”. Entonces se me ocurre mirar al administrador de esta parábola y preguntarle, ¿cavar, ya no puedes, o más bien no quieres?
Aprovechando que me está prestando atención también le digo: “¿por qué consideras vergonzoso mendigar?, ya que tus palabras dejan entrever cierto desprecio a quienes no tienen lo necesario para vivir; para y piensa a ver por qué no hay suficiente para esas personas. Siéntate plácidamente en tu butaca o en tu sofá y pregúntate por qué en el mundo son más las personas que no tienen (de su propiedad) una butaca donde descansar y echar una cabezada, que las que viven cómodamente como tú.
Si en lugar de infiel, fueras un administrador justo y fiel, seguramente las cosas serían distintas; seguramente cambiaría tu concepto de mendigar si administraras y cuidaras mejor los bienes, tanto los tuyos personales como los nuestros, patrimonio de la humanidad aunque no los reconozcamos como tal, el agua, los bosques, los minerales, las tierras de cultivo… Para y piensa que esta idea, no es más que la punta del iceberg.
Y antes de que se le colapse la atención, a este administrador le digo para terminar algo que aparece muchas veces en los evangelios en boca de Jesús: “Quien tenga oídos, que oiga”.
Oración
Trinidad Santa, sé tú la bofetada que nos asalte, que nos despierte.
Sé tú, quien nos haga parar el piloto automático de nuestra vida y nos lleve a pensar.
Amén.
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Fuente: Monasterio Monjas Trinitarias de Suesa
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