Domingo XX del Tiempo Ordinario. 14 agosto, 2016
“He venido a traer fuego a la tierra,
¡y cuánto deseo ya que arda!” (Lc 12, 49)
Ponte en situación. Cierra los ojos e intenta visualizar el texto, al menos esta frase de Jesús con la que comienza el evangelio de hoy. Céntrate, visualiza… ¿qué ves?, ¿algo que no pega mucho con el evangelio?, ¿algo que no le pega a Dios?
Sinceramente, la escena que veo yo va por ahí: Jesús caminando a hurtadillas, cual ladrón en la noche, cerilla encendida en mano… y de repente todo se convierte en una gran bola de fuego. ¡¡¡A ver si va a resultar que Jesús es pirómano!!!
En efecto, esto no le pega a Dios. Pirómano no, pero se me ocurre “choquémano” por no decir “terapiadechoquémano”. Nos pensamos que eso de la terapia de choque es novedad, que es algo de nuestro tiempo. En una ocasión leí algo sobre una medicación para tratar algunas alergias y consistía en unas pastillas con cierta cantidad de ese componente a lo que se tuviera alergia. Por ejemplo, ¿alergia a la lactosa?, pues pastillas con lactosa tratada, pero lactosa. Parece ser que funcionaban. La terapia de choque, empiezo a pensar que es tan antigua como Dios. Si nos fijamos en la biblia, podemos comprobar que Dios elige a los “torpes” para misiones importantes, que no se fija en los fuertes y poderosos; se queda con Jeremías y sus quejas, su salirle todo al revés, se queda con Moisés y la torpeza de su lengua.
¿Y contigo?, ¿qué hace contigo? Si te mueves como pez en el agua con un cuestionario tipo test, Dios va, y te pone uno de preguntas largas, a desarrollar, y con esa frase temible después de cada enunciado: razona tu respuesta. Y sudas, te agotas solo con pensarlo, tus pobres neuronas enloquecen, no sabes ni por dónde empezar… Y ahí, aparece Jesús caminando a hurtadillas para no asustarte más de lo que estás, cerilla encendida en mano para avivar el fuego de tu corazón, para alentarte, sostenerte, re-animarte y te dice “¡cuánto deseo ya que arda y te pongas en camino!”
Trinidad Santa, reaviva tú nuestro fuego cada vez que intentemos sofocarlo. Abre nuestra escucha como a los discípulos de Emaús: ¿no ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino?
Amén.
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Fuente: Monasterio Monjas Trinitarias de Suesa
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