22.7.16. Apostolorum Apostola, Santa María Magdalena
Como no pudimos publicarlo el mismo día 22, fiesta de María Magdalena, lo traemos hoy para poderlo meditar en este domingo…
Del blog de Xabier Pikaza:
La Congregación del Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, por deseo expreso del Papa Francisco, ha elevado la memoria de santa María Magdalena a la categoría de fiesta en el Calendario Romano General (22 de julio), creando para ello, por deseo del mismo papa, un prefacio propio titulado Apostolorum Apostola (Apóstol de los apóstoles), donde se dice que ella ha sido la iniciadora de la misión cristiana, realizando una tarea superior (y anterior) a la de los mismos apóstoles. Cf. texto vaticano, en latín, con el antiguo y nuevo título de Magdalena como apóstol de los apóstoles, en
https://press.vatican.va/content/salastampa/es/bollettino/pubblico/2016/06/10/magdala.html:
En verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación, aclamarte siempre, Padre todopoderoso,de quien la misericordia no es menor que el poder, por Cristo, Señor nuestro.
El cual se apareció visiblemente en el huerto a María Magdalena, pues ella lo había amado en vida, lo había visto morir en la cruz, lo buscaba yacente en el sepulcro, y fue la primera en adorarlo resucitado de entre los muertos; y él la honró ante los apóstoles con el oficio del apostolado para que la buena noticia de la vida nueva llegase hasta los confines del mundo.
Por eso, Señor, nosotros, llenos de alegría, te aclamamos con los ángeles y con todos los santos, diciendo: Santo, Santo, Santo…
Este prefacio papal pone a María Magdalena por encima de presbíteros, obispos y apóstoles. Según el famoso adagio lex orandi lex credendi (la oración es el principio de fe de la Iglesia), este prefacio ha de tener grandes consecuencias en la visión de la mujer en la Iglesia y en los ministerios de la comunidad. En ese contexto, este día (22.7.16), quiero recordar la obra y figura de M. Magdalena.
(Imagen y 3. Icono tradicional de Magdalena como apóstol de los apóstoles, enseñado a Pedro con los Doce
Imagen 2: María Magdalena, patrona de los dominicos estudiantes; escalera principal del convento de S. Esteban, Salamanca).
La primera historia.
La llamaban Magdalena porque era de Magdala, ciudad de pescadores de la costa del mar de Galilea, entre Cafarnaúm y Tiberíades, con más de doscientos barcos y famosa por sus salazones. Ella formó parte del círculo más íntimo de los discípulos de Jesús, que caminaba con Doce varones, para simbolizar a las tribus de Israel, pero que tenía otros amigos, varones y mujeres, quizá más importantes que los Doce.
Todos los seguidores/itinerantes, varones y mujeres, eran íntimos de Jesús: con él andaban, comían y dormían en los campos y aldeas. Entre ellos se cuenta María de Magdala. El evangelio de Lucas (Lc 8, 2-3; cf. también Mc 15, 40-41) supone que ella, y otras mujeres, sostenían económicamente a Jesús y a su grupo. Pero ese dato es posterior y resulta, por lo menos, ambiguo pues en el grupo de itinerantes de Jesús no parece que hubiera patronos para sostener a unos «clientes» pobres. Magdalena no era una rica patrona sedentaria, sino discípula itinerante de Jesús y así subió con él a Jerusalén, compartiendo los discípulos todo lo que tenía.
La tradición posterior ha pensado que había sido prostituta y que los males de los que Jesús le había liberado eran males de prostitución. Pero los evangelios no dicen nada de eso, a no ser que la identifiquemos con la mujer de Lc 7, 37-39. De todas maneras, aunque hubiera sido prostituta, ello no sería deshonra en sentido cristiano, pues el mismo Jesús dijo a los sacerdotes y presbíteros de Jerusalén: «Las prostitutas os precederían en el Reino de los cielos”» (cf. Mt 21, 31-32).
En realidad, sólo se le llama prostituta desde el siglo II, para destacar la misericordia de Jesús con ella y para rebajar su autoridad. En esa línea se ha dicho también que estuvo endemoniada (Lc 8, 2-3), pero ese dato ha de tomarse en sentido simbólico: Magdalena sería un ejemplo de las mujeres curadas por Jesús. Pero la primera tradición no dice nada de eso.
PARA NO MULTIPLICAR LAS MARÍAS,
A partir del evangelio de Juan, la tradición ha supuesto que María Magdalena era la hermana de Lázaro y de Marta.
Pero María, la hermana de Lázaro y de Marta (cf. Lc 10, 39 y en Jn 11-12), pertenece a un contexto social y familiar diferente. Más sentido tendría identificar a Magdalena con la mujer de la unción (Mc 14, 3-9, pues las dos se vinculan a la muerte y pascua de Jesús, pero tampoco esto es probable.
Podemos afirmar que Magdalena estuvo en la Última Cena, aunque no sabemos cómo fue esa cena, pues los evangelios sinópticos (Marcos, Mateo y Lucas) la han interpretado de un modo simbólico, para destacar la culminación del camino de Jesús y el fracaso de los Doce. De todas maneras, la importancia de Magdalena no está en su presencia o no presencia en la Cena, sino en el hecho de que ella (con otras mujeres), fue la única «cristiana» que vio morir a Jesús, aunque no pudo «enterrarle» (pues no tenía autoridad para ello; cf. Mc 15, 40. 47; 16, 1-8).
Ella ha sido la primera que ha descubierto, por experiencia de amor personal, que Jesús está vivo, que no se le puede buscar en el sepulcro. En ese sentido, su amor de mujer jugó un papel esencial en el nacimiento de la iglesia cristiana, como lo muestran los textos de la pasión de los cuatro evangelios y de un modo especial el final canónico de Marcos (Mc 16, 9) y Jn 20, 1-18. Así lo supone el comienzo del libro de los Hechos (Hech 1, 13-14), aunque después no hable más de ella.
Celso, el más lúcido de los críticos anticristianos del siglo II, entiende bien los evangelios cuando dice que Magdalena (¡a quien él presenta como una mujer histérica!) fue la fundadora del cristianismo.
Ciertamente, lo fue, pero no por ser histérica, sino por ser una mujer clarividente, capaz de interpretar desde el amor luminoso la historia de la vida y el misterio de la persona de Jesús. Esto es mucho más escandaloso y profundo que lo que algunos críticos afirman cuando dicen que ella fue amante e incluso esposa de Jesús. Ella estuvo en el comienzo de la experiencia pascual y fue iniciadora de la experiencia de la Iglesia.
Los sinópticos presentan a María entre las discípulas que habían seguido y servido a Jesús en Galilea, llegando con él hasta Jerusalén, donde permanecieron a su lado hasta la cruz, a diferencia de los discípulos varones que escapan (cf. Mc 15, 50-51; cf. Mt 27, 56.61; 28, 1). Ella aparece ante el sepulcro vacío y debe trasmitir el anuncio de pascua (Mc 15, 47; 16, 1). En esa línea avanza el final canónico de Marcos que dice expresamente que Jesús resucitado se apareció primero a ella (en contra de Pablo que dice que se apareció primero a Pedro: 1 Cor 15, 5). Ella es, según eso, la primera portadora del mensaje cristiano y resulta lógico que, en sentido simbólico, haya sido identificada con la mujer de la unción, de la que he tratado antes.
El evangelio de Juan ha mantenido la tradición de la presencia de María Magdalena en la tumba vacía (Jn 20, 1), pero después ha desarrollado de un modo ejemplar su experiencia pascual, presentándola como primer testigo de la resurrección, en clave de amor.
Ella ha estado ante la cruz de Jesús, aunque su papel queda eclipsado por la madre y el discípulo amado (Jn 19, 25-27) y después, en contra de la tradición sinóptica (cf. Mc 15, 47 par), no aparece como testigo de la sepultura (Jn 19, 38-42). Sin embargo, ella va al sepulcro el domingo de pascua (sin llevar perfumes para ungir a Jesús, en contra de Mc 16, 1).
Según el evangelio de Juan, Magdalena viene dos veces al sepulcro de Jesús.
Primero sola; ya no necesita de las compañeras que según la tradición iban con ella. Va sola pero actúa como representante de todos los discípulos, de manera que, cuando encuentra el sepulcro vacío (Jn 20, 1), vuelve a contárselo a Pedro y al discípulo amado, representantes oficiales de la comunidad. Después con dos discípulos, que descubren el sepulcro vacío y se marchan. Los otros discípulos se van, pero ella queda en el huerto del sepulcro, con la intención de recoger a un muerto (a un cadáver) y llevárselo a su casa (para vivir de esa manera, para siempre, con la muerte). Pero Jesús se le muestra como vivo, jardinero del nuevo jardín de la vida y que le llama por su nombre y le dice:
María…Vete a donde mis hermanos y diles: subo a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios. Vino María Magdalena y anunció a los discípulos: he visto al Señor y me ha dicho estas cosas (Jn 20, 16-18).
Sin duda, en su forma actual, este relato es posterior, y responde a la teología del evangelio de Juan. Pero transmite un elemento clave del principio del cristianismo: la experiencia pascual (es decir, el origen de la Iglesia) es un recuerdo y encuentro de amor.
En un primer momento, María ha ido al sepulcro para honrar a un cadáver, como han a lo largo de los siglos las mujeres (y los hombres) amantes de la historia. Pero su búsqueda de un «cuerpo» se transforma en encuentro de una persona, de la persona amiga que le acoge (se deja tocar) para darle después una tarea: ¡vete! Mirada así, la experiencia pascual no es sentimentalismo ni pura evasión, sino el descubrimiento de una fraternidad viva: «Vete y diles a mis hermanos… Y María fue…». La buscadora de un muerto se convierte así en compañera y animadora de vivos, como fundadora de la Iglesia.
Desde tiempo antiguo (por lo menos desde Celso, siglo II d.C.), se ha criticado a la Iglesia diciendo que el cristianismo es una experiencia visionaria de un grupo de amigos (de amigas) de Jesús y que el testimonio que ellos han dado, diciendo que le han visto, es un testimonio sesgado, pues los amigos/as ven cosas que no son objetivas, desfigurando la realidad. En contra de eso, los testigos de la resurrección de Jesús (los fundadores de la Iglesia) debían haber sido personas «neutrales», políticos como Herodes o Pilato, economistas, filósofos…
Quienes así argumentan no saben lo que dicen, pues la experiencia pascual es precisamente un testimonio de amistad creadora. Hay realidades que sólo los amigos logran descubrir y trasmitir. La realidad pascual es una de esas o, mejor dicho, «realidad de amor» en su sentido más profundo. Sólo quien ama vive de verdad y expande vida. Así lo ha comprendido María Magdalena, mujer abierta a la experiencia del amor, sobre el huerto de la muerte, convertido en nuevo paraíso, lugar donde la vida empieza. Lógicamente, María, a amante, la amiga, ha sido y sigue siendo para la Iglesia la primera que ha dado testimonio de la resurrección.
2. La tradición posterior.
Se ha dividido en torno a María Magdalena.
(a) La línea más oficial ha destacado los aspectos devocionales, privados y penitenciales, de su figura, que ha quedado expulsada de la vida pública de la iglesia, en contra del testimonio de Jn 20, 1-18 y de Mc 16, 9 (donde se dice que ella fue la primera que vio a Jesús resucitado).
(b) Pero otra tradición, atestiguada por algunos apócrifos, ha presentado a María Magdalena como signo de una iglesia donde las mujeres han ejercido las tareas fundamentales de predicación y presidencia de comunidades, que han venido a estar básicamente definidas por la presencia femenina, rompiendo así la división de espacios que marcaba la tradición romano-helenista (los varones en la vida pública, las mujeres en casa).
En un momento dado, la iglesia más organizada ha podido creer que el signo de María Magdalena podía implicar un peligro para el buen orden comunitario. Por eso ha querido relegar (y ha relegado) a las mujeres al plano privado de la obediencia y de la escucha de la palabra (así lo indican las cartas pastorales: 1 Tim, Tito). Pero en el fondo de ese intento sigue latiendo la importancia que ha tenido María Magdalena, tal como lo atestigua Celso y lo recuerdan diversos textos gnósticos donde María Magdalena aparece como figura dirigente dentro de la iglesia, al lado (y a veces en contra) de Pedro.
La relectura de la figura y función de María Magdalena en el nacimiento del cristianismo constituye uno de los temas y tareas más importantes de la exégesis bíblica en los próximos decenios. En ese contexto podemos citar a Celso, filósofo pagano, que mediados del siglo II d. C., escribe un libro donde define al cristianismo como creación de un grupo de mujeres histéricas:
Pero debemos examinar la cuestión de si alguien que realmente había muerto ha resucitado alguna vez con el mismo cuerpo… Pues bien ¿quién fue el que vio eso? Una mujer histérica, como tú dices, o quizá algunas otras que habían sido embaucadas por la misma brujería, o que lo soñaron, hallándose en un estado peculiar de mente o que, motivadas por su mismo deseo, tuvieron una alucinación fundada en alguna impresión equivocada (una experiencia que ha sucedido a miles de personas); pero es todavía más probable que ellas quisieran impresionar a otros contándoles una fábula fantástica, de tal manera que a través de esta historia, propia de animales sin razonamiento, ellas tuvieran una oportunidad de impresionar a otros mendigos . Texto citado por Orígenes, Contra Celso, 2, 55. Traducción castellana en D. Ruiz Bueno, Orígenes. Contra Celso, BAC, Madrid 1967. Comentario del pasaje en. M. MacDonald, Las mujeres en el cristianismo primitivo y la opinión pagana. El poder de la mujer histérica, Verbo Divino, Estella 2004, 127-128.
Celso critica a los cristianos desde una perspectiva social y religiosa, y lo hace destacando y condenando la función de las mujeres (especialmente de Magdalena) en la vida de Jesús y en el comienzo de la iglesia. El filósofo Celso, lo mismo que otros pensadores romanos y/o helenistas del siglo II d.C., condenó el carácter «femenino» de la iglesia, pues pensó que ella mezclaba dos planos que debían hallarse separados: el oficial, dirigido por sacerdotes y varones, que forman la estructura dominante de la sociedad; el privado, propio de la casa, donde han de estar las mujeres. A su juicio, el cristianismo negaba la distinción de esos niveles, destruyendo así la estructura jerárquica de la sociedad y del Imperio.
Ciertamente, desde mediados del siglo II, la administración oficial de la iglesia (impulsada por las Cartas pastorales, atribuidas a Pablo: 1 y 2 Tim, Tito) tiende a ratificar la estructura patriarcal del entorno, siguiendo modelos helenistas. Pero gran parte del poder real de las iglesias antiguas (y a veces la misma autoridad oficial) se hallaba en manos de mujeres, de tal forma que Celso y otros pensaron que el cristianismo era una religión femenina. Esas comunidades dirigidas por mujeres asumen y desarrollan algunos de los elementos básicos del mensaje de Jesús quien, al situarse ante las mujeres de su tiempo, criticando tradiciones que parecían inmutables por hallarse avaladas por Moisés (cf. Mc 10, 1-12), dijo que al principio no fue así.
Ciertamente, los Doce habían sido varones, como los doce patriarcas de Israel, en su misión israelita, pero en el conjunto del movimiento de Jesús y de la Iglesia primitiva hay otras líneas de autoridad y testimonio en la que no se distinguen las funciones de varones y mujeres (cf. Gal 3, 28).
Por eso es importante recuperar la función de las mujeres en el comienzo de la iglesia. Sin duda, el relato de las apariciones de Pablo (1 Cor 15), escrito desde una perspectiva masculina, no recoge la presencia de las mujeres. De un modo convergente, para potenciar el evangelio en la sociedad greco-romana (con religión oficial masculina), Lucas contará la historia del primer cristianismo a partir de los varones (en Hechos); por su parte, y las Cartas Pastorales (1-2 Tim, Tito) intentarán imponer la estructura masculina de la autoridad cristiana.
Pero al principio de la iglesia no fue así. Las mujeres de la pascua no dependían de Pedro y de los Doce, ni recibieron su autoridad o mensaje a través de unos varones, sino que eran cristianas autónomas y creadoras de comunidad, de manera que, según Celso y otros, la iglesia pudo presentarse como lugar peligroso, pues negaba la distinción de poder entre los sexos. Al principio no había superioridad de Pedro sobre las mujeres, sino caminos convergentes y fraternos, de varones y mujeres que compartían una misma experiencia y tarea, superando el modelo social de un mundo que daba a los hombres el poder en la ciudad y encerraba a las mujeres en la casa.
Ciertamente, las mujeres de la pascua deben compartir su experiencia con Pedro y los otros discípulos (cf. Mc 16; Mt 28: Lc 24; Jn 20) y parece que lo han hecho (a pesar de las divergencias entre los diversos textos), pero no para someterse a Pedro y quedar subordinadas, sino para ofrecer un testimonio de Jesús, que se abre y expresa de formas distintas y complementarias por varones y mujeres. En esa línea el origen múltiple del mensaje pascual (mirado desde varones y mujeres) constituye un dato irrenunciable de la iglesia, aunque algunas comunidades posteriores lo hayan silenciado, impidiendo que las mujeres accedan a los ministerios.
Las mujeres del comienzo de la Iglesia descubrieron y expandieron (cultivaron) una forma de presencia pascual que pudo servir para superar el riesgo apocalíptico de aquellos cristianos, que tendían a esperar pasivamente la vuelta de Jesús. Ellas supieron que lo esencial era amar como Jesús había amado, retomando su experiencia mesiánica, a partir de los excluidos y crucificados de la sociedad. Así ofrecieron una contribución esencial al movimiento cristiano. Pero más que el influjo tuvieron unas mujeres aisladas importa el hecho de que las iglesias primitivas fueron lugares de convivencia abierta (escandalosa, según muchos), comunidades que superaban la división de jerarquías y funciones establecidas (el hombre en público, la mujer en casa), abriendo así un camino que después ha sido en parte silenciado o negado por la institución masculina de la Gran Iglesia.
Respondiendo a las interpretaciones sesgadas de algunos exegetas (y novelistas) parece claro que María amó a Jesús, pero también le amaron otros, como sabe F. Josefo («aquellos que le amaron le siguieron amando tras la muerte», cf. Ant XVI, 3, 63), de manera que no tenemos fundamento para decir que ella había sido la mujer secreta o la amante de Jesús. Magdalena fue, sin duda, de los que amó a Jesús y le siguió amando tras la muerte, viéndole así vivo, como supone Mc 16, 9 y Jn 20, 1-18. Pero hacerla novia o esposa de Jesús es fantasía.
Ciertamente, un evangelio apócrifo afirma que «el Señor amaba a María más que a todos los discípulos y la besaba en la boca repetidas veces» (Ev. Felipe 55). Pero ese mismo texto interpreta a María como Sofía, es decir, como expresión del aspecto femenino de Dios y no como persona de carne y hueso, con lo cual excluye todo matrimonio carnal entre Jesús y María
Ni este «Señor» del Ev. de Felipe, que besa a María en la boca, es el Jesús histórico; ni María es la persona real de la que hablan los evangelios canónicos. Ambos son figuras del amor eterno, expresión y signo de la hierogamia original.
Por eso, los que toman ese pasaje para poner de relieve los «amores carnales» de Jesús no saben entender los textos. Las relaciones entre Jesús y María Magdalena fueron, sin duda, mucho más «carnales» que lo que supone este pasaje, pero nada nos lleva a suponer que han de entenderse en sentido matrimonial. El celibato de Jesús nos sitúa en otra línea.
Sea como fuere, la figura de María Magdalena fue muy importante en la iglesia, de manera que podemos verla como iniciadora real del movimiento cristiano, como mujer capaz de amar y de entender las implicaciones del amor de Jesús, y no como una simple figura de lo femenino que debe perder su feminidad y convertirse en varón para ser discípula de Jesús, como supone el otro pasaje básico de los evangelios de línea gnóstica que tratan de ella: «Simón Cefas les dice: Que María salga de entre nosotros, pues las hembras no son dignas de la vida. Jesús dice: He aquí, le inspiraré a ella para que se convierta en varón, para que ella misma se haga un espíritu viviente semejante a vosotros varones. Pues cada hembra que se convierte en varón, entrará en reino de los cielos» (Ev. Tomás 114; cf. Gen 3, 16).
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