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Sólo le pido a Dios

Domingo, 24 de julio de 2016

cruz-recordatorio-padre-nuestro-1-153Lc 11,1-13. Comentario al evangelio del 24 de julio de 2016.

Pedir o no pedir… Seguro que todo creyente se ha planteado esa disyuntiva en algún momento. Por un lado, ¿para qué pedir a Dios si Él sabe con certeza lo que precisamos? San Pablo ya nos advirtió que nosotros no sabemos cómo pedir para orar como conviene (Rm 8,26) ¿No es mejor dejarle actuar sin más? Pero, por otro lado, nos asalta la duda. ¿Cómo no pedir a quien es Todopoderoso? ¿No es todo posible para Dios (Mc 10,27)? ¿A quién acudir en caso de necesidad sino a Él? Y sobre todo, ¿qué pedir?

Jesús nos ofrece varias claves para aprender a hacer peticiones. Porque igual que desde niños nos enseñan a dar las gracias, debemos estar igualmente dispuestos a que nos instruyan en el arte de “la demanda”. ¿Y quién mejor que el Maestro?

En esta primera parte del capítulo 11 de Lucas que leemos el domingo 24 de julio, el Señor nos da algunas pistas:

Jesús vincula la petición a un contexto de oración y amistad. Por tanto, a un lugar de diálogo y encuentro con el Padre. Cuando hay confianza es más fácil pedir, porque si las dos partes se entienden y se conocen, todo fluye con naturalidad. Con el ejemplo del amigo importuno lo deja claro. A un desconocido difícilmente se le abre la puerta a medianoche.

La petición es insistente. Un modo de mostrar el valor de lo que se pide. Por cosas pequeñas no merece la pena molestar a los demás, pero cuando nos va la vida en ello se hace lo que sea: gritar, golpear la puerta, suplicar, volver una y otra vez… La obstinación da la medida de nuestra convicción sobre la importancia de lo que queremos.

El Señor, para no perdernos, nos ofrece una oración plagada de peticiones. Nos deja claro, desde la perspectiva de Dios, lo que es realmente vital para el hombre: la llegada del Reino, donde los cojos andan y los ciegos recobran la vista; el alimento de cada día; el perdón de nuestro pecado que causa heridas irreparables; que todos estemos unidos en el Padre, el Único que ordena todas las cosas; que nos fortalezca para no caer en las tentaciones que nos conducen a alejarnos de Él y de los demás. Y que entendamos que cada petición conlleva implícitamente un compromiso: ¿Cómo pedir el perdón si luego no perdonamos? ¿Cómo reclamar alimento, sanación, fortaleza… solo para mí, si todos somos sus hijos y el bien de cada uno repercute en el de todos? Por eso, como decía el cantautor argentino León Gieco en su canción: “solo le pido a Dios…, que el dolor no me sea indiferente; que la reseca muerte no me encuentre vacío y solo sin haber hecho lo suficiente”.

Ahora bien, si alguna vez queremos pedir una sola cosa o resumir en una todas las demás, lo mejor es decir: “solo le pido a Dios que se haga su voluntad”, pues nunca encontraremos ninguna mejor que la suya.

María Dolores López Guzmán

Fuente Fe Adulta

Biblia, Espiritualidad

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