Domingo XV del Tiempo Ordinario. 10 julio, 2016
“[Jesús le preguntó]: «¿Quién de los tres te parece que fue prójimo del que cayó en manos de los ladrones?». Y él contestó: «El que se compadeció de él». Jesús le dijo: «Anda y haz tú lo mismo»”.
Doce moradas para Dios
Lee despacio el evangelio de hoy, el conocido como “la parábola del buen samaritano” (Lc 10, 25-37)
Hoy se nos invita a conectar con nuestro anhelo más profundo: el anhelo de Dios. El anhelo de experimentar a Dios en nuestra vida concreta. Eso que el doctor de la ley llama “vida eterna”; que Jesús resume simplemente como “vivir” (“Haz eso y vivirás”); que en otros lugares aparece como “Reino de Dios”, “vida abundante”, “vida en plenitud”… y una multitud de “sinónimos” a los que podemos añadir nuestra propia expresión, esa con la que cada uno, cada una, nombramos nuestras ansias de infinito.
Se nos dice que el doctor de la ley quiere poner a prueba a Jesús. Pero lo hace con una pregunta tan esencial que, más allá de esta intención primera, deja al descubierto el anhelo más profundo de su corazón: «Maestro, ¿qué debo hacer para heredar la vida eterna?» O, lo que es lo mismo, ¿cómo puedo experimentar a Dios en mi existencia?
Jesús, lejos de quedarse en la “intención” de este hombre, acoge la pregunta en toda su hondura y la devuelve, formulada de tal modo que este estudioso ha de hacer balance de toda una vida dedicada al estudio. “¿Qué está escrito en la ley?”
La respuesta del escriba, que condensa lo esencial de la ley judía, parece salida de los labios de Jesús. «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente, y a tu prójimo como a ti mismo». De hecho, en los textos paralelos de Marcos y Mateo, es Jesús quien hace esta síntesis. Y, en el texto de Mateo, Jesús equipara ambos mandatos: amar al prójimo como a sí mismo es equivalente a amar a Dios sobre todas las cosas (Cf. Mt 22, 37-39)
Y así, al pronunciar estas palabras sagradas en presencia de Jesús, algo en este hombre despierta y, como presintiendo esta profunda equivalencia, se pone en movimiento hacia el polo decisivo: “¿Y quién es mi prójimo?”. Y esta pregunta desencadena una revolución. Porque ante ese corazón, abierto ya de par en par, Jesús despliega, como una fuente que brota del desierto, esta parábola en la que, sin nombrar a Dios, se muestra cómo encontrarlo y experimentarlo de forma tangible en nuestra existencia: “Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó…”
La parábola termina con una pregunta que es como la cuerda para sacar por fin del pozo el agua viva que sacie la sed de toda una existencia: “¿Quién de los tres fue prójimo del que cayó en manos de los bandidos… ?” Es decir: no se trata de quién es mi prójimo, sino de cómo yo me hago prójimo.
Y el doctor de la ley encuentra el camino de la experiencia: “El que practicó la misericordia con él”. Podemos releer la parábola deteniéndonos en esos doce verbos, esas doce acciones concretas a favor de nuestros hermanos, contemplándolas como doce lugares de la presencia de Dios.
- ver al hermano
- tener compasión;
- acercarse;
- vendar las heridas;
- suavizarlas (echar aceite);
- montar en mi propia cabalgadura (¿mi propio coche?)
- llevar
- cuidar
- sacar mi dinero
- decir
- dar
- volver
El envío final de Jesús (“Vete y haz tú lo mismo”) nos invita hoy a hacernos prójimos de nuestras hermanas y hermanos. Y a hacerlo de forma concreta, con acciones concretas. Y nos promete que, así, Dios se convertirá en experiencia real: “Haz esto y vivirás”.
ORACIÓN:
Amo, Señor, ¡aumenta mi amor!
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Fuente: Monasterio Monjas Trinitarias de Suesa
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