El Espíritu y mi vocación
Hoy, un día más en mi vida, traigo este texto que refleja muy bien qué siento hoy, mirando hacia atrás, al reflexionar en la llamada que hace ya tantos años me hizo Jesús… Hoy sigo queriendo ser fiel a “este amor primero” al que hace tan poco le he dado un SI definitivo…
Comparto contigo, si te animas a leer esto, que no concibo mi historia personal, más precisamente mi historia vocacional, sin la presencia insistente del Espíritu.
Cuando con 21 años me doy cuenta de que mi vida empieza a tomar un camino que para nada es el que yo deseaba, pongo todo mi empeño en volver los pasos hacia la senda que yo prefería. De una manera casi inconsciente se me estaba colando en la cabeza y, ¡peor aún!, grabando en las entrañas la posibilidad de ser monja en el monasterio de Suesa.
¿Quién quiere ser monja? Ciertamente muy muy muy muy pocas personas. Yo no quería serlo, desde luego. Ya sabía lo que quería ser, ya estaba dando pasos en esa dirección, ¿a qué santo surgía en mí esa posibilidad con una fuerza que no lograba dominar?
Fueron meses muy duros, de bastante soledad. Cuando empiezas a sentir una vocación de estas características, cuando alguien te plantea esa posibilidad, muchas veces ni siquiera le abres la puerta, no sea que lo que sospechas sea verdad y la “cosa se líe”.
Pero yo sentía de una manera casi física, el Espíritu de Dios colocado sobre mi hombro izquierdo, susurrándome tozudamente que aquello era lo mejor, que no tuviera miedo, que me atreviera, que, al menos, lo intentara y confiara. La situación era casi absurda, una especie de loro en mi hombro, como el pajarraco de Long John Silver en la novela de Stevenson “La Isla del Tesoro”.
Efectivamente, el Espíritu iba ganando terreno, poco a poco fui asumiendo que aquello que estaba viviendo era más fuerte que yo y que tenía que tomar una decisión. Me atreví, respondí al Espíritu de Dios que sí, que confiaba y me arriesgaba, que no podía continuar siempre con esa duda, con una vida a medio vivir.
Estoy de fiesta, Ruah santa, porque fuiste terriblemente cabezota conmigo y me empujaste con tu fuerza.
En este día de Pentecostés me siento en la obligación de poner en tu corazón la palabra vocación, entrega a Dios, monja. Es posible que no sea la primera vez que resuenan en ti estos términos. Te pido que los dejes bailar en tu interior al ritmo del Espíritu. Venga, ¿por qué no?, ¿por qué no vas a poder tú vivir como vivo yo?
Que sea como Dios quiera.
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