¿Comulgar con Munilla?
Propone una Iglesia sin misericordia
“Será difícil que muchos cristianos guipuzcoanos podamos comulgar con su actuación episcopal”
“Sus palabras denotan una falta de preparación teológica seria”
(Xabier Larramendi, en Deia).- El obispo José Ignacio Munilla volvió a lucirse a largo del programa Sexto continente de Radio María, medio donde se siente como en casa y se explaya a gusto, el pasado 26 de octubre, comentando el recién concluido Sínodo sobre la familia. En su verborrea, trató y mezcló diferentes temas y cuestiones abordados en el Sínodo, pero quiero centrarme en lo referido al tema del acceso de los divorciados a la comunión sacramental.
Como ocurre tantas veces, sus palabras denotan una falta de preparación teológica seria, una ligereza verbal impropia de un pastor de la Iglesia que busca orientar a sus oyentes y una temeraria improvisación. En la emisión habló como si hubiera asistido personalmente al Sínodo, cosa que no es así, y se erige en una especie de portavoz del mismo. Además, no conocemos el texto definitivo del Sínodo, por lo menos en versión en castellano ni, sobre todo, la Exhortación Apostólica que el Papa ofrecerá a la Iglesia. Sin embargo, Munilla tiene prisa para hacernos llegar su visión del Sínodo, mientras que el papa Francisco, de momento, no ha expresado más que esto: “La Asamblea del Sínodo de los Obispos ha terminado hace poco y me ha entregado un texto, que aún debo meditar” (4 de noviembre).
Munilla formuló el problema debatido en el Sínodo sobre la admisión o no de los divorciados vueltos a casar en estos términos: se trata de “cómo conjugar la verdad moral con el mandato de la caridad y de la misericordia”. Este planteamiento de carácter abstracto es impreciso y tendencioso pues, en realidad, se trata de conjugar una disciplina concreta y reciente de la Iglesia, formulada en concreto por Juan Pablo II en su Exhortación Apostólica Familiaris Consortio de 1981, con el mandato de Jesús de ser misericordiosos como el Padre del cielo es misericordioso con todos sus hijos e hijas (Lucas 6, 36).
Para Munilla, el problema de fondo es que hoy muchas personas “no creen en la verdad moral” pero, al mismo tiempo, piden a la Iglesia misericordia, haciendo trampa. Por eso, advirtió de que “si usted está a favor de la anticoncepción, ha asumido la ideología de género del homosexualismo, usted no va a conjugar la verdad moral con la caridad, sino que va a manipular la misericordia y la caridad para negar la verdad moral”.
Munilla considera que es una trampa pedir que la disciplina actual de la Iglesia sea revisada a la luz de la misericordia de Dios que la Iglesia ha de ofrecer y manifestar en todas sus actuaciones pues, según él, de esta manera “se manipula la caridad y la misericordia”. Pero en realidad no dice en qué consiste esta “manipulación” y sus palabras muestran su pensamiento de fondo: que el ofrecimiento de la misericordia de Dios a sus hijos e hijas solo es verdadero y correcto cuando se ajusta a la disciplina establecida por la Iglesia en un momento determinado.
Munilla repite una y otra vez de manera rotunda y casi airada que es “imposible” cambiar la disciplina de la Iglesia sobre la comunión a los divorciados. Según él, es imposible porque es “contradecir la fe de la Iglesia”. Es imposible porque “nosotros no tenemos autoridad sobre la Palabra de Dios”. Es imposible porque “¿quiénes somos nosotros para rectificar la palabra de Cristo?”. Así, confundiéndolo todo, sin el menor rigor y con una osadía absoluta, convierte la práctica actual de la prohibición de la comunión a los divorciados en una verdad infalible, eterna e intocable.
Por lo visto, la Iglesia puede dejar de lado la misericordia, que es la primera verdad de Dios, sin plantearse siquiera si esa misericordia no debe iluminar hoy de manera nueva nuestra práctica disciplinar con los divorciados; puede recortar el mandato de Jesús de actuar de manera misericordiosa como el Padre del cielo, sin hacernos problema alguno ni preguntarnos si estamos hoy tratando realmente a los divorciados como quiere el Padre que los tratemos; puede alejarse de la práctica de Jesús que no excluía a nadie de su mesa para corregir su actuación (para Munilla, tal vez, excesivamente misericordiosa) y discriminar a quien no nos parezcan dignos.
¿Dónde está la Buena Noticia de Jesucristo en todo esto? ¿Dónde la podrán escuchar en esta diócesis los divorciados/as? ¿Qué pueden esperar aquellos que se acerquen a Munilla a iluminar sus conciencias, escuchando su magisterio y sus orientaciones pastorales?
Por otra parte, y también esto me parece grave, en el programa radiofónico Munilla se atreve a criticar e, incluso, atacar a un grupo de obispos, algunos de ellos cardenales, sobre todo alemanes, que han querido modificar la disciplina de la Iglesia anglicanizando y protestanizando a la Iglesia católica. Munilla levanta su voz para advertir que, detrás de todo esto, “hay un interés de Satanás por introducir su humo dentro de la Iglesia”. ¿Qué está sucediendo en estos momentos en la Iglesia dirigida por el papa Francisco y en el clima que está generando su actuación? ¿Está en todo esto un espíritu satánico y diabólico o es Dios que quiere infundir en el corazón de la Iglesia católica su misericordia y su aliento liberador?
Será difícil que las mujeres y hombres divorciados vueltos a casar puedan acceder a la comunión sacramental con Munilla, pero no lo es menos que muchos cristianos guipuzcoanos podamos comulgar con su actuación episcopal y su magisterio. Preferimos mostrar nuestra adhesión a Francisco, quien en su discurso de clausura de los trabajos del Sínodo decía: “El primer deber de la Iglesia no es distribuir condenas o anatemas, sino proclamar la misericordia de Dios, de llamar a la conversión y de conducir a todos los hombres a la salvación del Señor”.
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