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“Enmendarse”, por Gema Juan, OCD

Martes, 29 de septiembre de 2015

21472484388_ebc91783e0_mDe su blog Juntos Andemos:

Enmendarse es un verbo que no tiene mucha popularidad y, sin embargo, es uno de los más esperanzadores que existen. Porque creer que alguien se puede enmendar significa pensar que hay posibilidad de cambio: solo se enmienda lo que no se da por irrecuperable, solo mejora lo que no está perdido.

El encuentro con Dios, le hizo a Teresa de Jesús descubrir que Él no la daba por perdida y que para Él era recuperable. Por eso decía, con emoción: «¡Oh, qué buen Dios! ¡Oh, qué buen Señor y qué poderoso! No solo da el consejo, sino el remedio. Sus palabras son obras».

Porque Teresa había andado caminos torcidos y tenía experiencia de lo difícil que puede llegar a ser enmendarse… sobre todo, si no hay amor y confianza en quien ayuda para todo bien, en el buen Dios. De Él, recordando un momento de mucha dificultad, donde sintió su ayuda, dice: «¿Quién pone estos deseos? ¿Quién da este ánimo? Que me acaeció pensar: ¿de qué temo?».

Dios da consejo y remedio, ¡obra!, despierta los deseos profundos y da ánimo. Dios acaba con el miedo —así lo cuenta Teresa. Cómo le hacía sentir su cobijo: «No hayas miedo, hija, que Yo soy y no te desampararé; no temas» y de un modo persistente: «Que no pensase yo me tenía olvidada».

Esta «buena compañía» hizo mella en Teresa y ver cómo se enmendaba su vida junto a ella, la animó a escribir, para apoyar a otros. Decía: «He visto esto claro por mí, y no veo, Criador mío, por qué todo el mundo no se procure llegar a Vos por esta particular amistad: los malos, que no son de vuestra condición, para que nos hagáis buenos».

La amistad con Dios cambia la vida. Esa es la gran convicción teresiana. Y de ahí su empeño en que nadie quede perdido en el camino, desanimado por su propia circunstancia o las dificultades para cambiar. Teresa escribe: «Que no desmaye nadie de los que han comenzado a tener oración, con decir: «Si torno a ser malo, es peor ir adelante con el ejercicio de ella».

Había visto en otros, una tentación que ella misma había sufrido: dejar la oración, hasta ser capaz de enmendarse. Teresa dirá que es más bien al revés: es peor «si se deja la oración y no se enmienda del mal; mas, si no la deja, crea que la sacará a puerto de luz».

«Fiad de su bondad, que nunca faltó a sus amigos» –dice Teresa– pero añade un aviso: «Es menester no poner vuestro fundamento solo en rezar y contemplar; porque, si no procuráis virtudes y hay ejercicio de ellas, siempre os quedaréis enanas».

Si no hay ejercicio, no es posible cambiar. Cuando Teresa habla de la inmensa confianza que se puede depositar en Dios, habla de una confianza esforzada, no de un abandono baldío.

Con mucho realismo, dice: «No os aseguréis ni os echéis a dormir», el trabajo nunca está terminado. Pero, al mismo tiempo, su sabiduría le hace decir: «No os espantéis si al principio de determinaros, y aun después sintiereis temor y flaqueza». Enmendarse no es algo que se haga fácil y espontáneamente y, menos aún, de una vez por todas.

Sin embargo, no es complicado. Si Dios es «muy amigo de quitarnos trabajo… y no es amigo de que nos quebremos las cabezas», enmendarse no puede ser un asunto muy complejo. «Yo os aseguro: el amor os hará apresurar los pasos; el temor os hará ir mirando adónde ponéis los pies para no caer».

Con ese amor y el temor, que hace no poner toda la confianza en uno mismo, Teresa sabe que se avanza en el camino de la amistad con Jesús y que andar ese camino es el mejor modo de ir enmendándose, en todos los sentidos.

Además, Teresa cree que la amistad es una de las mejores cosas para estar en movimiento, para crecer y no quedar estancados. Por eso procuraba juntarse con sus amigos «alguna vez para desengañar unos a otros, y decir en lo que podríamos enmendarnos y contentar más a Dios».

A Teresa le pesaba, a veces, el tiempo que había perdido sin avanzar y enmendarse, cuando se hacía la sorda, mientras Dios la invitaba a mejorar y responder a su amor. Pero se dejó pulir por Él, viendo que cuando reprende es para enmendar despertando la confianza. Así lo cuenta: «Díjome nuestro Señor con una manera de reprensión: ¿Qué temes? ¿Cuándo te he yo faltado? El mismo que he sido, soy ahora».

Dios tiene «una bondad tan buena y una misericordia tan sin tasa», que siempre ayuda para enmendarse, si se permanece «fuertes en los deseos y en el desasirse… con limpia conciencia… y aunque sean pequeñas las obras». A Él se confiaba Teresa, para crecer siempre: «Recuperad, Dios mío, el tiempo perdido con darme gracia en el presente y porvenir».

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