¡Venga tu Espíritu Santo! Pentecostés, amor hecho justicia
Espíritu Santo es el don (el regalo) más grande de Jesús, que ha muerto para así darnos a Dios, de manera que hoy, Pentecostés, Cincuenta Días de Pascua, podemos decir que Dios es nuestro.
Lógicamente, allí donde el texto oficial del Padrenuestro dice: Venga tu Reino, muchos manuscritos antiguos interpretan y leen: ¡Venga tu Espíritu!, el mismo Dios-Amor que se expresa en el pan nuestro de cada día, el perdón de las deudas y a la vida perdurable.
— Amor de Dios en nosotros, eso es su Espíritu. Dejar que nos “invada” y transforme, en libertad y gozo para os demás: eso es Pentecostés.
Así lo supo el “beato” Óscar Romero, mártir/testigo del Espíritu de Dios,que levanta su mano derecho en signo de presencia, mientras una niña de la iglesia/humanidad lleva en su mano la Paloma del Espíritu, como la Virgen María (Imagen de Maximino Cerezo).
— A todos quiero desear un gran día de Pentecostés, un día largo y para siempre de libertad para el amor de todos (para todos), como justicia salvadora abierta a los más pobres. En esa línea quiero seguir recordando hoy a Romero, un hombre de Pentecostés, es decir, del amor hecho justicia.
Para ser más fiel al mensaje de esta Pascua de los Cincuenta Dios, quiero recordar y comentar hoy la palabra de Jesús que ha venido a liberar a los endemoniados, oprimidos por Belzebú, que (según la Biblia) es el Diablo de la “casa opresora” del “mundo”, como podrá ver quien siga leyendo. En esa gran “batalla de Jesús” a favor del amor hecho justicia seguimos implicados los cristianos. Feliz día a todos, no sólo a los cristianos.
1. UNA EXPERIENCIA CRISTIANA
Jesús, la obra del Espíritu Santo
Conforme a la experiencia de los evangelios, el Espíritu de Dios ha recibido eso un “contenido” cristiano por Jesús (no en contra de las otras religiones, sino asumiendo y potencia la vida y libertad de los hombres, en amor, en esperanza, en gracia).
* Jesús anuncia el reino como gracia. Superando el juicio de Dios que, conforme a Juan Bautista, amenazaba a todos (cf. Mt 3, 7-11), ha presentado a Dios como principio de nueva creación. Por eso, llevando a su meta la búsqueda israelita, nos conduce hasta el origen y meta de Dios a quien concibe presente ya en el mundo por el Espíritu (como Espíritu).
* Jesús ha realizado los signos de amor del Reino: ofrece perdón y camino de Dios a pecadores y expulsados de la alianza de su pueblo; llama a publicanos y perdidos al banquete de la vida; cura a posesos y expulsados, acoge a pobres y perdidos. De ese modo realiza la obra del Espíritu santo (=puro) en un mundo de impuros.
Desde ese fondo se entiende la raíz y centro del mensaje de Jesús. Los escribas de una Ley que se cierra en sí misma (judíos o cristianos) le acusan de estar “unido al Diablo”. Él responde en forma programática:
Si expulso a los demonios con el Espíritu de Dios
eso significa que el Reino de Dios está llegando a vosotros (Mt 12, 28).
En lucha contra aquello que destruya el hombre (el poder demoníaco):
Reino y Espíritu se unen, oponiéndose al poder demoníaco que oprime y perturba al ser humano, haciéndole esclavo de sí mismo y de la muerte, en una lucha en que los fuertes oprimen a los débiles (y encima les llaman endemoniados)
*Los demonios destruyen al humano. El judaísmo normal de aquel tiempo pensaba que debían expulsarse (curando a los humanos), pero había que hacerlo conforme a la ley, guardando el orden marcado por la estructura social israelita. Esa ley ayuda al pueblo en su conjunto (como sistema sacral), pero oprime a los más indefensos del sistema.
Con audacia y novedad insospechada, Jesús ha descubierto que el mismo Satán se esconde y actúa en el sistema sacral que oprime a los pobres. Por eso les cura, rompiendo (o poniendo en riesgo) el orden del sistema. Lógicamente, su gesto crea polémica: Jesús está acusando de diabólico al sistema legal del judaísmo; lógicamente, el sistema responde declarándole poseso.
* Jesús defiende su actuación extra- o supra-legal en favor de los proscritos de Israel (de los posesos e impuros), declarando que el Espíritu de Dios le sostiene precisamente en su labor de mensajero del reino y exorcista: no acepta el control de los escribas de Israel, sino que actúa como portador del Espíritu de Dios que desborda (rompe) el control del judaísmo.
Demoníaco es todo lo que oprime al ser humano. Propio del Espíritu es aquello que libera. De esas forma, frente a la nación-ley de Israel eleva Jesús el don poderoso del Espíritu: el reino de Dios.
El programa de Jesús, un Pentecostés continuado
Esta temática nos sitúa en el centro del mensaje y obra de Jesús que se presenta como portador de la libertad de Dios para todos los humanos, iniciando desde el centro de Israel la obra escatológica anunciada por los profetas:
El Espíritu del Señor está sobre mí;
– por eso me ha ungido para ofrecer la buena nueva a los pobres,
– me ha enviado para proclamar la libertad a los cautivos
(Lc 4, 18; cf. Is 61, 1-2; 58, 6).
Lógicamente, aquellos que entienden al Espíritu en clave cerrada, como poder divino al servicio de sus intereses religiosos y sociales, acusan a Jesús y quieren ajusticiarle, conforme al método tradicional del talión unánime, despeñándole de la roca de su pueblo. Pero Jesús escapa (cf. Lc 4, 28-30). El Espíritu que acoge a los marginados y cura a los enfermos se ha vuelto duro y conflictivo para aquellos que quieren mantener sus ventajas nacionales:
* Sabe y proclama Jesús que todos los pecados se perdonan, porque Dios es gracia y porque acoge a los pequeños y perdidos de la tierra: el Espíritu es perdón universal, comunión para todos los humanos, reino que rompe las fronteras legales y sacrales de un pueblo particular. Pues bien, ese Espíritu suscita el rechazo de los israelitas que quieren conservar su identidad sacral, su ley de santidad divina.
* Los que rechazan el perdón (no acogen y perdonan a los expulsados del sistema) quedan sin perdón. Así excluyen toda posibilidad de salvación, pues pecan contra el Espíritu Santo, es decir, contra el perdón y comunión de Dios, contra su reino (Mt 12, 31-32; cf. Mc 3, 28-30). Este no es pecado de los malos, sino de los piadosos que no aceptan el perdón social y religioso que Jesús ofrece a los “malos”.
Padre nuestro pneumatológico: ¡Venga tu Espíritu!
Llegando al final en esta línea, podemos afirmar que el Espíritu no es sólo el poder de libertad y perdón que lleva al Reino, sino el mismo reino de Dios, como ha sabido interpretar una variante textual de Lc 11, 2 que, en lugar de venga el reino, dice venga a nosotros tu Espíritu Santo. El mismo Espíritu es Reino: Dios hecho camino y culminación para los humanos.
2. REFLEXIÓN POSTERIOR
La pregunta no es saber si Dios existe, sino si está o no está entre nosotros (Éx 17, 7).
Ciertamente, el cristiano sabe que Dios se encuentra con nosotros, como amor y fuerza que procede de Jesús y que nos lleva (por Jesús) hasta la nueva realidad de la vida ya reconciliada, a la Ciudad-Esposa de Ap 21-22. Pero él debe actualizar y cultivar esa presencia, dentro de la iglesia, en un camino de transformación histórica.
Por eso, hablar de Dios no es ya ejercicio de teoría; no es tampoco una manera de sentirnos vinculados al gran todo sagrado, sino mostrar (testimoniar) lo que el Espíritu divino suscita y despliega en nosotros, en diálogo e historia, diciendo desde el fondo de ella ¡ven Jesús! (Ap 22, 17), en decir, ¡Ven Espíritu Santo!
Un problema de fondo. El ocultamiento del Espíritu
Dios no es una obligación o norma abstracta que se impone por fuerza, no es ley o norma externa, sino gracia: es milagro que funda y culmina la vida, amor hecho principio de todo lo que existe. En ese campo nos sitúa la experiencia y pregunta teológica cristiana: el Espíritu de Dios es la hondura y comunión, la fuerza y poderío, el gozo y la ternura de Dios en su creación.
Pues bien, el pensamiento de Occidente ha dado primacía al Dios de los filósofos, Dios del poderío y voluntad, de la razón y la conquista de la tierra. Ciertamente, ella ha meditado en la paradoja de la encarnación de Dios en Cristo, pero ha dejado en segundo plano el relato, la narración humilde y gozosa de su experiencia histórica y de su acción liberadora, para centrar su argumento discursivo en la naturaleza divina y humana de Jesús.
En esa línea, la misma Iglesia Cristiana ha confesado que el Espíritu es también divino, pero ha situado su divinidad en un plano de transcendencia pura o de sacralidad ritual, sin destacar su acción en la historia de liberación y salvación humana, por medio de la iglesia concreta. Así podemos condensar esta visión:
– Jesús vendría a presentarse como “realidad humana” (naturaleza) a la que de una forma un poco extrínseca se uniría, por obra del Dios entero (Padre, Hijo y Espíritu), el Hijo eterno, que es ahora quien importa. Por eso, la teología deja de contar la historia concreta de Jesús o la deja para edificación particular de los fieles, en plano de espiritualidad intimista. Pues bien, ese Jesús de la teología sin historia (desligado de su mensaje, separado de sus obras y su muerte) ha podido convertirse en principio de sacralización de cualquier sistema social, cultural, político.
– El Espíritu quedaría de esa forma sin historia, a merced del pietismo particular o de ritualismo y jerarquicismo oficial. Por un lado aparece como realidad divina, elemento interno de las relaciones trinitarias a quien, por coherencia exegética, se le aplican (sin que sean suyas) las obras que Dios realiza para santificación de los hombres. Por otro tiende a convertirse en proyección de los deseos e ilusiones de la propia persona o del grupo.
Esta situación se expresa en una ruptura de niveles.
Por un lado queda el discurso sobre Dios como absoluto; por otro el camino de la vida. Es como si se hubieran separado los planos: como si hubiera una esquizofrenia entre el pensamiento general y la existencia concreta.
– Plano de racionalidad teológica. Dios Trinidad (Padre, Hijo y Espíritu ) queda como sujeto de pura especulación. La edad moderna y contemporánea no ha combatido al Dios cristiano (en Jesús y el Espíritu) sino a la superestructura intelectual que de ese Dios habían hecho teólogos y hombres de cultura.
– El campo de la vida. Pero la Biblia no habla de Dios en abstracto, sino que cuenta la experiencia de hombres y mujeres que han ido descubriéndose a sí mismos desde Dios (y descubriendo a Dos en su misma vida humana), haciendo un camino de búsqueda y felicidad (fidelidad) humana. Es libro narrativo, relato de aquello que Dios va realizando por su Espíritu (como Espíritu) en la historia humana, por el Cristo.
Espíritu Santo, diálogo y vida en la historia
Vuelvo al principio preguntando ¿estamos solos sobre el mundo o camina Dios con nosotros, por medio de Jesús, con la fuerza de su Espíritu? Ésta es la pregunta de la Biblia. Desde ella queremos elaborar nuestro trabajo, descubriendo a Dios como aquel que, habiéndose revelado en Jesús, sigue caminando con nosotros por su Espíritu. Centramos el trabajo en dos experiencias principales: diálogo e historia. Diálogo implica personalidad, encuentro mutuo, en clave de creación compartida. Historia es camino, proceso de realización. Estos serán los “nombres” básicos del Espíritu Santo:
– Diálogo. Concebimos al Espíritu como principio y contenido del diálogo de Dios con los hombres. En perspectiva de inmanencia trinitaria, el Espíritu se identifica con el mismo diálogo intradivino: encuentro de amor del Padre con el Hijo. En perspectiva de economía de la salvación, se identifica con el diálogo humano dentro de la historia El Espíritu es amor: abrir caminos de comunicación afectiva en clave dialogal.
– Historia. El Espíritu es diálogo en el tiempo, es decir, en la historia. Del diálogo nacemos, en diálogo existimos; de esa forma somos historia, camino de realización personal. Para la Biblia, el ser humano se define desde el nacer, darse y morir, desde el diálogo en la historia. Los momentos de la historia humana, que es proceso de creación, búsqueda azarosa y culminación escatológica (en el Cristo), forman eso que pudiéramos el entramado y contextura bíblica del Espíritu Santo.
Sabemos que el humano es diálogo: vive en la medida en que recibe su ser y lo comparte, en comunicación donde se incluye muerte. Pero añadimos que es historia comunicativa, que se cierra y abre por la muerte (y la resurrección). Así lo mostraré empezando por el mensaje de Jesús y pasando al estudio de su pascua; desde ese fondo estudiaré su divinidad (personalidad), para fijar después los elementos de su historia (perdón, comunión, vida eterna).
El evangelio del Espíritu Santo
El Espíritu se encuentra vinculado a la creación; por eso dice el Génesis que “aleteaba (se cernía) sobre la superficie de las agua” (Gen 1, 2). Pues bien, el Espíritu del principio (protológico) ha venido desvelarse en la esperanza de Israel como fuerza final de Dios que hará culminar todas las cosas. El mundo no ha surgido por capricho de Dios, como realidad separable de su amor, alejada de su vida, sino que Dios lo ha fundado y lo mantiene cerca de sí, en la entraña de su entraña, pues su mismo Espíritu lo crea, sustenta y culmina.
Por eso hay que hablar del Espíritu en clave de acción creadora y esperanza escatológica, tranzando desde Jesús un camino de realización abierto hacia la vida eterna. En el centro, entre creación y culminación, está la historia del Espíritu de Dios en nuestra vida
El Espíritu pertenece, según eso, a la intimidad del misterio de Dios tal como se revela en la vida de los hombres. En esa línea confiesa Jesús que el Espíritu Dios (el Poder del Reino) ha venido a manifestarse ya, transformando en amor poderoso a los hombres: curando a los enfermos, ofreciendo bienaventuranza a los pobres. No ha cambiado externamente el mundo, pero el Espíritu actúa y lo va transformando por dentro con su gracia.
CONCLUSIÓN
El texto normativo del Padrenuestro dice: Venga tu Reino
Muchos manuscritos antiguos interpretan: Venga tu Espíritu Santo
El Espíritu primero, de Gen 1, 2 (poder de creación) se vuelve así Espíritu último, plenitud escatológica. Este es el escándalo más fuerte, la novedad que han detectado bien los adversarios de Jesús cuando le acusan: Dios recrea el mundo de una forma que muchos no querían, ni esperaban. Allí donde los humanos parecían ya fijados en el mundo (judaísmo), Jesús ofrece la presencia universal, transformadora, de su Espíritu de Reino.
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