Dom 15.2.15. “Jesús cura a un leproso, el leproso enseña a Jesús”
Dom 6 cilo B. Mc 1, 40-45. Tiene el evangelio de hoy dos partes bien diferenciadas:
a. En la primera aparece Jesús curando a endemoniados, y especialmente a un leproso que le enseña diciendo “si quieres puedes curarme”.
b. En la segunda aparece Jesús pide al leproso que se: “integre en el orden legal de la sinagoga…”. Pero él no le obedece, sino que prefiere andar por libre, rompiendo/superando la estructura de ley de la sinagoga.
Ambos tienen razón, cada uno a su manera. Jesús curando al leproso. El leproso desobedeciendo a Jesús, para buscar un camino nuevo desde su curación. Buen domingo a todos
(En la imagen: Sacerdotes observando la lepra… El leproso curado por Jesús no va donde los sacerdotes, no acepta su sistema social y sacral…).
PRIMERA PARTE: MC 1, 39-42.
39 Y se fue a predicar en sus sinagogas por toda Galilea, expulsando los demonios. 40 Se le acercó un leproso y le suplicó de rodillas: Si quieres, puedes purificarme. 41 Y, compadecido, extendió la mano, lo tocó y le dijo: Quiero, queda puro. 42 Al instante desapareció la lepra y quedó puro.
Jesús por aldeas y caminos
Jesús camina por las poblaciones campesinas, iniciando una misión rural, centrada en las sinagogas “de ellos”, donde “iba expulsando demonios” (ta daimonia ekballôn), como si quisiera limpiar las sinagogas del entorno rural de Galilea, como un “exorcista con programa mesiánico”. Pues bien, en este contexto se habla del leproso (1, 40). Jesús no fue a buscarle, quizá pensaba que todo lo que se podía hacer debía hacerlo en las sinagogas, que eran las “casas de todos” (donde abundaban de un modo especial los posesos).
Un leproso fuera de los caminos normales
Pero entre sinagoga y sinagoga, atravesando por el campo, se le acercó un leproso, con quien (al parecer) no contaba, echándose a sus pies de rodillas (gonypetôn), como adorándole, para exponerle su caso y decirle: “si quieres… (ean thelês) puedes purificarme” (katharisai).
Este leproso conoce su mal por experiencia personal y social, pues la misma Ley le ha expulsado, de manera que no puede albergar ninguna esperanza de Reino, pues ha de habitar fuera de las poblaciones (como Cafarnaúm), pero también fuera de las aldeas y de sus sinagogas, de manera que no puede aprender la Ley, ni escuchar el mensaje que Jesús está sembrando precisamente en ellas, al curar a los endemoniados. Él aparece en el último escalón de la sociedad o, mejor dicho, fuera de ella, sin esperanza alguna.
Jesús no ha ido a buscarle directamente, sino que es el leproso el que viene y le muestra su necesidad, puesto de rodillas, como ante un Dios (un delegado de Dios). Este leproso sabe más que Jesús (al menos conforme a la dinámica del texto). Ha comprendido que el proyecto de Jesús (centrado por ahora en los posesos) debe extenderse también a los leprosos, expulsados de la comunidad de Israel por su impureza. Por eso se atreve a ponerse a pedirle su ayuda, de manera que podemos decir que ha entendido quizá mejor que Jesús su poder de sanación.
No es simplemente un enfermo, sino un expulsado social y religioso (el mismo sacerdote le ha arrojado fuera de la comunidad de los limpios de Israel), de forma que todos le toman como fuente de peligro y como causa de impureza para la buena familia israelita, conforme a una ley regulada por sacerdotes, que tienen poder de expulsar del “campamento” (de la vida social) a los leprosos y de readmitirlos, si es que se curan, tras examinarlos “fuera del campamento” (es decir, fuera de las ciudades) y de cumplir los ritos y sacrificios prescritos en el templo. Más que enfermo, es un excomulgado en el sentido fuerte del término, y sólo el sacerdote tenía el poder de integrarlo de nuevo en la comunidad, observando su piel y mandándole cumplir los ritos sagrados (Lev 13-14).
Para que el conjunto social mantuviera su pureza, los leprosos debían ser arrojados fuera del “campamento”, es decir, del espacio habitado. No les podían matar (el mandamiento de Dios lo prohibía), ni les encerraban en lo que hoy sería una cárcel u hospital para contagiosos, pero les expulsaban de las ciudades y núcleos habitados (como al chivo expiatorio de Lev 16), y así vivían apartados de la sociedad. Según eso, no podían orar en el templo, ni aprender en la sinagoga, ni compartir casa, mesa o cama con los familiares sanos, sino que eran apestados, una secta de proscritos.
Desde ese fondo se entiende la escena, que empieza con el gesto del leproso que viene y ruega (1, 40), puesto de rodillas (gonipetôn, como precisan los mejores manuscritos), diciendo a Jesús “si quieres, puedes purificarme”, poniendo su caso y su causa en sus manos. Quizá Jesús no se había detenido a pensar en el problema, ni conocía el poder que este leproso le atribuye (¡si quieres puedes limpiarme!), ni sabía cómo desplegarlo, asumiendo en su misión la tarea de “purificar” a los leprosos (el texto emplea la palabra katharisai, que propiamente hablando no es curar, sino purificar, limpiar).
Un leproso que enseña a Jesús
La iniciativa no parte de Jesús, sino del leproso que le dice lo que ha de hacer (¡si quieres puedes purificarme!), despertando en él una nueva conciencia de poder, que desborda las fronteras del viejo Israel sacerdotal.
Este leproso empieza siendo un “maestro de Jesús…”, a quien le dice que puede curarle, si quiere. Ciertamente (conforme al relato de Mc), él ha podido oir que que Jesús había curado al poseso de 1, 23, esclavizado por un espíritu impuro (akatharton). Pues bien, él deduce (y deduce bien) que, si Jesús pudo “purificar” o limpiar a a un poseso, podrá purificarle también a él, declarándole limpio y realizando algo que, según Lev 13-14, sólo podían hacer los sacerdotes, cuando declaraban puros a los leprosos previamente curados.
Sólo a partir de aquí se entiende la acción de Jesús, que nos sitúa en el centro de la máxima “inversión” del evangelio: Jesús, que, en un sentido, ha recibido todo el poder de Dios (que le ha llamado Hijo y le ha ofrecido su Espíritu: 1, 11-12), aprende a utilizar a utilizar ese poder a través de este leproso, que aparece así como su maestro, diciéndole lo que puede hacer y poniendo en marcha un proceso curativo que culminará en la Pascua.
Éstos son los tres aspectos de la acción de Jesús (1, 41).
1. Conmoción interior: compadecido (splagnistheis).
Esta palabra se encuentra enraizada en la confesión de fe de Israel, que se expresa cuando, tras haberse roto el primer pacto (cf. Ex 19-24) por infidelidad del pueblo, que adora al becerro de oro (Ex 32), Moisés sube de nuevo a la montaña y escucha la palabra de perdón de Dios que se define como “aquel que está lleno de misericordia y compasión” (Ex 34, 6). Pues bien, ella marca el principio de la transformación de Jesús, que aparece así como portador de esa misma compasión de Dios.
Ciertamente, el texto griego de Ex 34, 6 LXX no emplea la palabra splagnistheis de Mc 1, 41, pero utiliza otras equivalentes que expresan la hondura del “rehem” de Dios, su conmoción interior ante la pequeñez y dolor de los hombres. Pues bien, según Marcos, Jesús ha sentido esa misma “conmoción interior” de Dios ante el leproso, una compasión-misericordia que brota de su entraña . Jesús aparece así como el que “aprende por dentro”, al situarse en el lugar del leproso, al que cura.
− Gesto: Extendió la mano y le tocó.
Movido por su compasión (que es como la de Dios: cf. Ex 34, 6), Jesús desoye la ley del Levítico, que prohibían “tocar” a los leprosos, bajo pena de impureza. Expresamente rompe esa ley que separa a puros de impuros, iniciando un movimiento que marcará desde aquí toda su vida, aprendiendo la “lección” del leproso que le pide que le limpie (que le purifique), dejándose conmover en sus entrañas (¡como se conmueve Dios!). De esa forma hace algo que nadie habría osado hacer, sino sólo el sacerdote, y no para curar/purificar, sino sólo para certificar una curación que se había realizado antes.
Jesús extiende la mano y toca expresamente al leproso, sabiendo que, en línea de ley, ese contacto va a mancharle (haciéndole impuro ante la Ley), pero sabiendo también y, sobre todo, que él puede y debe purificar al leproso. Él ha “levantado” (ha resucitado) ya a la suegra de Simón (1, 31), y ahora hace algo todavía más profundo: toca con su mano al leproso (haptomai), ofreciéndole así su contacto personal. Esta mano de Jesús que toca al leproso es la expresión de una misericordia que transciende las leyes de pureza del judaísmo legalista, es signo de la piedad de Dios, que ama precisamente a aquellos a quienes la ley expulsa. Sentir es tocar, conocer es tocar… y tocar significa aceptar, solidarizarse, curar…
− Palabra: Y le dice ¡quiero, queda limpio! (1, 41b).
Esa palabra ratifica la misericordia anterior y despliega el sentido del contacto de la mano. El leproso le ha dicho ¡si quieres! (ean thelês) y Jesús le ha respondido, cumpliendo así su petición, de manera que su palabra marca la novedad y el poder del evangelio: quiero, sé puro (thelô katharisthêti).
A través de este querer de Jesús, expresado en primera persona (¡quiero!) viene a expresarse la voluntad creadora de Dios. Éste es el querer de Dios, en el doble sentido castellano (y en el fondo griego) de amor y desear. Querer es comprometerse, en gesto solidario. Así es Jesús, el hombre solidario y cercano, capaz de liberar con su toque (mano) y con su voluntad (querer, amor) a los leprosos.
El texto dice que “de pronto desapareció la lepra y quedó puro” (con un verbo en pasivo divino: ekatharisthê: Dios le hizo puro). Evidentemente, Marcos está pensando en un “cambio externo”, y así supone que la piel del enfermo tomó otra apariencia, como si quedara seca o se le cayeran las escamas. Pero, dicho eso, debemos añadir que la palabra central que aquí se emplea no es “se curó” (iathê), sino “quedó puro” (ekatharisthê). Es como si el mismo Dios, por medio de Jesús, le hubiera declarado limpio, como en el caso en que el mismo Jesús de Marcos dirá más adelante que Jesús “declaró limpios/puros todos los alimentos” (7, 19, con el mismo verbo: katharidsôn).
Según este pasaje, Jesús curó a un sólo leproso (a un hombre impuro), declarando que era “puro”. De esa forma declaró, en el fondo, que todos los leprosos (como todos los alimentos en 7, 19) son humanamente limpios, superando así los tabúes y las divisiones de purezas e impurezas que expulsaban a ciertos hombres y mujeres de la sociedad.
Nos hallamos ante un gesto que resultaba, tanto entonces como ahora, socialmente inaudito. Este leproso, al que Jesús ha curado, desencadena una nueva visión de la vida humana, en plano social y religioso, superando la ley “religiosa” del templo de Jerusalén… y casi todas las leyes religiosas que ha seguido inventado un tipo de cristianismo domesticado en clave sacral y social.
SEGUNDA PARTE DEL TEXTO:
Mc 1, 43-44. 43 Y de pronto, irritado con él, le expulsó, 44 y le dijo: Mira, no digas nada a nadie, sino, vete, muéstrate al sacerdote y ofrece por tu purificación lo que mandó Moisés, para testimonio de ellos.
Jesús purifica al leproso, pero luego pretende que el curado vuelva al espacio sacral de un Israel dominado por los sacerdotes, y así se lo manda con ira.
Pero el leproso purificado desobedece a Jesús y no cumple su mandato; quizá pudiera decirse que él conoce mejor que Jesús el poder de su evangelio, de su buena nueva de pureza y se opone a seguir dentro del espacio dominado por la “ortodoxia” de los sacerdotes. De esa forma, al rechazar lo que Jesús le ha dicho externamente, este leproso viene a presentarse como “maestro” de Jesús, a quien enseña a vivir y expandir su evangelio.
a) Irritado con él le expulsó (1, 43).
Todo este pasaje resulta en un sentido extraño, pero en otro es profundamente revelador y marca una novedad esencial en el despliegue del evangelio. Jesús tuvo compasión y dijo al leproso: “queda puro”. Pero inmediatamente parece que se arrepiente de ello: «Y de pronto, irritado (embrimêsamenos) con él (autô) le expulsó (exebalen auton)».
Recordemos que la escena empezaba diciendo que Jesús enseñaba en las sinagogas “de ellos”, es decir, de los judíos observantes de la Ley (1, 39), de manera que estaría actuando como un “reformador”, pero al interior del judaísmo sinagogal (es decir, sin salir de la ortodoxia judía). Ahora, en cambio, al curar (y declarar puro) al leproso, Jesús está rompiendo la identidad del judaísmo sinagogal y sacerdotal, que no admite leprosos en su seno. En este contexto se puede entender su ira.
Es como si Jesús cambiara de proyecto
Las dos palabras que describen el estado interior de Jesús y su acción (irritado con él, le expulsó…) resultan extraordinariamente significativas y expresan, al menos, en la redacción de Marcos, la implicación afectiva de Jesús. Recordemos que Jesús está realizando algo que es básico para el desarrollo posterior de su proyecto.
Él ha “salido” de Cafarnaúm y se ha puesto a enseñar en las sinagogas del entorno (en las aldeas del campo; 1, 38), desarrollando una tarea bien programada de evangelización rural (de exorcismos y de preparación del Reino), que, en principio, no le plantea problemas, porque los posesos no tienen una “marca de impureza” externa y porque la Ley (en especial el Levítico) no les expulsa de la comunidad (como hace con los leprosos). Pues bien, esta curación hace que cambie su proyecto, por dos razones principales.
(a) El “tocar” al leproso, el mismo Jesús ha quedado impuro según Ley, pues ha realizando algo prohibido
(b) Al declarar puro al leproso, Jesús asume una autoridad propia de sacerdotes (la de decidir quién pertenece o no al pueblo de Israel), entrando en conflicto con ellos (cf. Lev 13-14). De esa forma se inicia un choque de autoridad que culminará en su muerte (los sacerdotes le expulsarán del pueblo de Israel, entregándole a los romanos para que le maten).
En ese contexto puede situarse mejor la conmoción interna de Jesús a quien este pasaje presenta cargado de gran irritación (embrimêsamenos autô) frente al hombre a quien él mismo ha curado, como si no supiera (o no pudiera) superar la ruptura interior y exterior que le ha causado su relación con este leproso que le ha pedido que le “limpie”, cosa que él ha hecho con misericordia.
Así aparece la “división” interna de Jesús. (a) Por una parte, tiene piedad del leproso, le toca y le declara limpio.(b) Pero, por otra parte, se irrita ante él, y le expulsa, diciéndole que vaya donde los sacerdotes .
Este pasaje nos sitúa así ante un Jesús extremadamente sensible que va cambiando a medida que entra en contacto con las circunstancias de opresión del pueblo.
La relación de Jesús con este leproso, al que toca y cura, suscita en él algo nuevo, algo que parece que él no había previsto. Resulta evidente que la ira de Jesús con este hombre (embrimêsamenos auto, 1, 43) debe vincularse con su compasión y su contacto anterior (splangnistheis êpsato autô: 1, 41). Ambos gestos le definen: la compasión originaria y la irritación posterior. La compasión se dirige directamente al enfermo en cuanto persona. La irritación, en cambio, parece dirigirse, a través del leproso purificado, a toda la institución de Israel, y a la nueva situación en que él (Jesús) se encuentra después de haber respondido de esta forma a ese leproso.
− Jesús se irrita, quizá, con las instituciones de Israel,
porque quieren mantener sometidos por ley a los leprosos. Se irrita al descubrir la situación de este leproso, pero no puede (no quiere) empezar rompiendo la ley de los sacerdotes y, por eso, lleno de conmoción interior, le manda que vaya y que cumpla según ley, para que los sacerdotes en principio no se opongan (para testimonio de ellos).
Esa actitud puede situarnos ante un dato histórico: En principio, Jesús quiso mantenerse fiel a las instituciones de Israel, y por eso pidió al leproso que “callara”: que no propagara el “milagro” (la revolución que implica) y que volviera al conjunto social establecido, para que los sacerdotes reconozcan su curación (sin decir quién la ha causado) y le admitan de nuevo en el orden sagrado que ellos controlan. No quiere ser competidor. No ha intentado deshacer por fuerza el tejido del judaísmo sacral, ni imponer su mesianismo con milagros exteriores.
− Esta irritación de Jesús puede relacionarse consigo mismo,
porque el leproso a quien él ha purificado (por misericordia) cambia sus proyectos y pone en riesgo su misión en Israel (en las sinagogas del entorno). Por eso, en vez de mantenerle a su lado y decirle que le siga (como ha hecho con los cuatro pescadores de 1, 16-20), Jesús le expulsa (exebalen). No le acepta a su lado, no le quiere en su grupo, porque sería un impedimento para su misión en los pueblos del entorno, en el entramado de sinagogas de Galilea.
De esa manera, parece indicar Marcos que Jesús buscaba un imposible: (a) Por un lado declaraba puros a los leprosos, asumiendo un poder propio de los sacerdotes, y enfrentándose, por tanto, con ellos. (b) Por otro lado intentaba mantenerse dentro de las estructuras sagradas del viejo Israel (que expulsaba a los leprosos). Por eso, en este momento, preso de una división interior, él “expulsa” al leproso curado (¡no quiere que le acompañe, pregonando con su misma presencia lo que ha hecho!) y le ordena, con gran irritación, que se marche y se inscriba dentro del orden sagrado de los sacerdotes…
b. Y le dijo: Mira, no digas nada a nadie, sino, vete, muéstrate al sacerdote… (1, 44).
Es evidente que la irritación de Jesús que hemos visto puede vincularse también con la hipótesis (con la técnica) del “secreto mesiánico”, pues el sentido y las consecuencias de su proyecto y camino concreto sólo se entienden en perspectiva de pascua (es decir, después de su muerte). Por eso, antes de ella, es decir, antes de pascua, Jesús tiene que expulsar de su compañía a este leproso curado. Si el leproso quiere seguirle ha de ir antes a la oficina de “sanaciones”, al registro del sacerdote, para inscribirse allí, cumpliendo los ritos y sacrificios ordenados por Lev 13-14 en estos casos.
Jesús no quiere empezar siendo competidor de los sacerdotes, es decir, del sacerdote especial (tô ierei), encargado de la pureza social y sacral en aquella zona de Galilea, como presintiendo que al fin serán los mismos sacerdotes quienes le condenarán a muerte (Mc 15), por conflicto de competencias.
En este momento, Jesús no ha intentado deshacer por fuerza el tejido sacral del sacerdocio judío, ni imponer su mesianismo con milagros, ni crear una comunidad separada del espacio de pureza marcado por los sacerdotes. Por eso pide al curado que vuelva y se integre en la vida oficial, controlada por esos sacerdotes, sometiéndose al orden establecido, porque sólo así (¡con el certificado de su curación!) podrá encontrar y lugar en su sociedad y en su familia… Todo podrá mantenerse en el estado antiguo, la Ley sagrada seguirá organizando el orden social.
Este mandato de un Jesús “irritado” que no quiere romper el orden sagrado de Israel, al menos en este momento y que, por eso, acepta sus instituciones (las de Israel), puede tener un fondo histórico, pero, al mismo tiempo, refleja, sin duda, las disputas de algunos judeo-cristianos (del tipo de Santiago Zebedeo…o de Santiago hermano de Jesús), que pretenden mantener la comunión con los sacerdotes; esos judeo-cristianos aman a Jesús y aceptan en el fondo su evangelio; pero quieren mantenerlo (y mantenerle a él) dentro del orden legal y social de Israel, como un reformador leal al sistema.
Pues bien, la misma historia del evangelio muestra que esa estrategia “intra-sacerdotal” de Jesús, en este momento, resulta inviable. De manera muy significativa, a Jesús le condenarán a muerte los sacerdotes (14, 1-2), mientras que un leproso, como éste a quien él ha curado (¡quizá el mismo!), le recibirá en su casa, que es casa de proclamación pascual, en Betania, allí donde una mujer le unge para la vida (14, 3-9).
No podemos curar a un leproso para obligarle después a que haga lo que nosotros queremos, sino que debemos dejarle en libertad, para que él mismo sea y haga lo que quiera…
La relación entre este leproso “desobediente” del principio (1, 39-45) y el leproso que acoge en su casa a Jesús al final del evangelio (14, 3-9) constituye una de las claves de lectura de Marcos.
Comentarios recientes