“Recordar lo nuevo II”, por Gema Juan OCD
Algunos años antes de que Juan de la Cruz se pusiera a recordar novedades, la que fuera su amiga, madre y hermana, maestra y discípula a la vez, hizo memoria de lo nuevo, igual que él. Añadió ella –Teresa de Jesús– un toque particular, un deje de ironía sobre las novedades que, en realidad, no lo son. Novedades que no son más que vanidad y un husmear por costumbre; cosas bien antiguas, en realidad.
A lo largo de sus numerosas fundaciones, Teresa había comprobado que «como el mundo es tan amigo de novedades», todos curioseaban cuando llegaba, con su grupito de hermanas, a una ciudad.
Y decía a Dios: «En todo se puede tratar y hablar con Vos como quisiéremos» y añadía, poco después que, sin embargo, «está ya el mundo de manera, que habían de ser más largas las vidas para deprender los puntos y novedades y maneras que hay de crianza… [que] para títulos de cartas es ya menester haya cátedra, adonde se lea cómo se ha de hacer».
Para Teresa, como para Juan, la gran novedad era el Dios de misericordia. Un Dios incansable, que no ceja en su empeño de hacer nueva la vida de sus amigos. Y así, dirá: «Primero me cansé de ofenderle, que Su Majestad dejó de perdonarme. Nunca se cansa de dar ni se pueden agotar sus misericordias».
Teresa se había cansado, primero de sí misma –«ya yo andaba cansada»– de una superficialidad que había puesto en juego su buena reputación —«la sospecha que tuve se había entendido la vanidad mía». Después, siendo ya monja, se agotó en una vida tibia: «Andaba mi alma cansada y, aunque quería, no le dejaban descansar las ruines costumbres que tenía». Y también, cansada «de ver lo que estiman los hombres», de ver poner el afán en lo que no vale.
Tomó conciencia de que la había «tenido Dios de su mano en todo» y de que Él, el Incansable, llama y busca siempre: «Aunque os dejaba yo a Vos, no me dejasteis Vos a mí tan del todo, que no me tornase a levantar, con darme Vos siempre la mano; y muchas veces, Señor, no la quería, ni quería entender cómo muchas veces me llamabais de nuevo».
Que Dios no se canse de esperar, de cuidar, de promover lo bueno de sus criaturas, impresionó profundamente a Teresa. Pero, además, vio que esa imposibilidad de cansarse tenía un rostro humano, como si Dios quisiera despejar cualquier duda sobre su ser inagotable de amor y hacerse cercano, para «que entiendan y vean que es posible» llegar a tanto su bondad.
Cuando comente el Padrenuestro, dirá que Jesús vive entre los hombres y mujeres del mundo para «servir cada día». Y no solo eso, añade: «No hay esclavo que de buena gana diga que lo es, y que el buen Jesús parece se honra de ello».
Novedoso y sorprendente. Teresa es consciente de que servir es una elección fuerte en la vida, pero decidirse a hacerlo hasta el extremo, hacerlo como Jesús que «nunca se cansa de humillarse por nosotros», es inaudito.
«Él se hace el sujeto» –dirá–, una novedad incomprensible para quienes creen que la vida es un escaparate en el que figurar y en el que se ha de andar con cuidado de no «perder punto en puntos de mundo, so pena de no dejar de dar ocasión a que se tienten los que tienen su honra puesta en estos puntos».
Teresa se empeña en recordar la auténtica novedad, que es el «verdadero amor de Dios… que consume el hombre viejo de faltas y tibieza y miseria… y queda hecha otra el alma después con diferentes deseos y fortaleza grande. No parece es la que antes, sino que comienza con nueva puridad el camino del Señor».
Una novedad que renueva, que hace presente a un Dios que no olvida a los que ama y cuida de ellos: «¡Que sea tan grande vuestra bondad, que… os acordéis Vos de nosotros, y que… nos tornéis a dar la mano y despertéis… para que procuremos y os pidamos salud!».
La novedad puede entusiasmar… pero también asustar. Teresa había entrado en «una vida nueva» y emprendió un proyecto nuevo de la mano de Dios. Con algún temor, pero tan enamorada que nada pudo detenerla. Sin embargo, sufrió la incomprensión de quienes temen la irrupción de lo nuevo: «Decían que me quería hacer santa y que inventaba novedades».
Lo que Teresa sabía es que el Dios incansable «da siempre oportunidad, si queremos», y ella quiso. Se abrió a la mejor novedad, a la que está disponible para todos: «Una vida nueva… que vivía Dios en mí».
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