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Dom 28 12. 14. Simeón y María, las dos espadas

Domingo, 28 de diciembre de 2014

Sagrada_Familia_iconoDel blog de Xabier Pikaza:

El Papa Bonifacio VIII publicó la bula Unam Sanctam (año 1302), que ha marcado por siglos la historia de la Iglesia, con la doctrina de las dos espadas que dirigen la historia de los hombres. Una es la espada del poder civil, blandida por el rey y los soldados, que imponen la (su) en las batallas de la vida. Otra es la espada espiritual de la Iglesia que dirige con su imperio las conciencias, utilizando para ello la espada de los reyes, que han de estar a su servicio:

Una y otra espada, pues, están en la potestad de la Iglesia, la espiritual y la material. Más ésta (la material) ha de esgrimirse a favor de la Iglesia; aquella ha de esgrimirla la iglesia misma. Una ha de esgrimirse por mano del sacerdote, otra por mano del rey y de los soldados, si bien a indicación y consentimiento del sacerdote. Pero es menester que una espada esté bajo la otra espada y que la autoridad temporal se someta a la espiritual… Porque, según atestigua la verdad, la potestad espiritual tiene que instituir a la temporal y juzgarla, en el caso de que no sea buena…» (Unam Sanctam, 1302; Denz-H. 872).

Pues bien, el evangelio de este domingo de Navidad nos sitúa ante visión muy distinta de las dos espadas. Una es la espada del patriarca Simeón que mata y somete por la fuerza mentirosa y asesina de la espada. Otra es la espada de la matriarca María, madre de Jesús, que asume el sufrimiento de una maternidad difícil para que su Hijo (y con él todos los hijos) vivan.

CG-ArtDel paso de una espada a la otra trata esta postal, que nos sitúa en el centro de la dinámica cristiana (y de la misma sociedad). Si no superamos la espada de Simeón, para asumir la de María, nos destruiremos no sólo como Iglesia, sino también como humanidad.

La doctrina de Bonifacio VIII sigue latente en la conciencia de cierta iglesia católica-romana que parece apelar al tiempo de la Espada Material y Espiritual para dominar sobre la Cristiandad e, indirectamente, sobre el mundo entero. En contra de eso se eleva en este domingo de Navidad la experiencia y tarea de la Espada Mesiánica de la Madre que da vida a sus hijos, sin dominarles ni imponerles nada.

Frente a un tipo de hombre como Simeón, que ha dominado el mundo por la espada (para imponerse sobre las hermanas y tenerlas sometidas, sin dejar que escojan en libertad), se eleva María, que acepta la espada de la maternidad y del amor abnegado y gozoso, para dar vida a hermanos y hermanas, hijos e hijas. Buen Domingo, buena Navidad a todos, con la espada amorosa de María.

Texto Lucas 2,22-40 (fragmento)

Cuando llegó el tiempo de la purificación, según la ley de Moisés, los padres de Jesús lo llevaron a Jerusalén, para presentarlo al Señor…

Había entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre justo y piadoso, que aguardaba el consuelo de Israel; y el Espíritu Santo moraba en él. Había recibido un oráculo del Espíritu Santo: que no vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor. Impulsado por el Espíritu, fue al templo. Cuando entraban con el niño Jesús sus padres para cumplir con él lo previsto por la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo:

“Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel.”
Su padre y su madre estaban admirados por lo que se decía del niño. Simeón los bendijo, diciendo a María, su madre: “Mira, éste está puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; será como una bandera discutida: así quedará clara la actitud de muchos corazones. Y a ti, una espada te traspasará el alma.
volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño iba creciendo y robusteciéndose, y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios lo acompañaba.

Introducción

Este Simeón, llamado justo, que recibe y proclama la palabra de Dios sobre María y su Hijo ha de entenderse como inversión del antiguo Simeón, el patriarca vengador del principio de la historia israelita.

No se dice que sea un anciano, como se ha pensado después, sino simplemente un anthropos, hombre. Se llama Simeón (= Dios ha escuchado, cf .Gen 29, 33) y llega del pasado más profundo de la israelita, como el patriarca de su nombre. No es un sacerdote, es simplemente un justo. Él invierte la visión de la espada mesiánica vengadora del antiguo Simeón, él ilumina el camino de la espada de María.

Antiguo Simeón, el poder de la espada

La figura de Simeón, el patriarca, Hijo de Jacob, está asociada con tres gestos significativos:

1. Simeón es el patriarca violento y justiciero que tomó la espada para vengar a los extranjeros
que pretendidamente violaron a la virgen Dina, siendo de algún modo condenado por el mismo padre Jacob (cf. Gen 34, 30-31; 49, 5-7). Simeón “defiende” con la espada a su hermana Dina, pero lo hace para tenerla sometida, para que no tenga libertad para entrar y salir (tratar con los siquemitas), que son un riesgo para ella, pero también una promesa de libertad.

Simeón es el hombre de la espada que defiende con violencia a “sus mujeres” (sin dejarlas en libertad) y que mata con engaño a los pretendidos “enemigos”, que quieren pactar con él.

Ciertamente, el mismo Jacob, patriarca astuto (pero al fin humano) se desvincula de la espada de sus hijos fieros (Simeón y Leví), pero esos hijos de la espada siguen estando al principio de la historia de Israel, como representantes del poder de la guerra vengadora, que quiere defender la pretendida honra de su hermana Dina matando por engaño a todos los “enemigos”.

Este Simeón es el portador la “espada” de Dios, que es, al mismo tiempo, espiritual y material, como quería Bonifacio VIII. Esa espada sigue dirigiendo la historia de muchos pretendidos justos, dentro y fuera de Israel y de la Iglesia (y de cierto Islam). Esa espada es el poder de la venganza eterna que lleva a la muerte.

2. La nueva teología judía de los signos anteriores a Jesús defendió a Simeón con su espada. De esa forma, el libro clave de los Jubileos 30 (uno de los más influyentes en el mundo judía del tiempo de Jesús) rehabilita su figura y le presenta como vengador de sangre, patrono de todos los que luchan con la espada en contra de los opresores de su pueblo. De esa forma ha recreado Judit 9, 2-15 su hazaña sangrienta, marcando desde entonces la mente y tarea de un judaísmo violento, que quiere defender a espada pura su pretendida tierra prometida. En esa línea, el libro de Judit presenta a la heroína de su pueblo como hija de Simeón, renovando su gesto de venganza y matando con su propia espada a Holofernes, opresor del pueblo.

3. Pero otros libros judíos del tiempo de Jesús (como el Testamento de los XII Patriarcas) presentan ya Simeón como arrepentido… Él aparece así en su testamento como un hombre envidioso, que tuvo celos de José y quiso matarle. Superando su violencia juvenil, el nuevo, este Simeón anciano pide a sus descendientes que eviten la envidia, que amen y acojan a los otros, que respondan a Dios con la piedad, no con la guerra. Este Simeón, que antes era hombre de espada o envidia, viene a presentarse como patriarca de conversión y esperanza mesiánica .

El nuevo Simeón del evangelio, el profeta de María

Nuestro personaje (Lc 2, 25-35) se entiende bien sobre el transfundo de evocaciones que suscita el viejo Simeón. Es portador de la esperanza mesiánica, expresión del Israel que aguarda la llegada del salvador (en la línea de Testamento de Simeón). Pero, al mismo tiempo, es hombre convertido que invierte la violencia: no pondrá la espada vengadora en manos de Judit, su descendiente, para que mate al enemigo, sino que enseñará a María, madre mesiánica, a sufrir dentro del alma el dolor de la espada cristiana.

Este Simeón del Evangelio personifica la justicia y piedad israelita: es el pueblo que escucha a Dios, que recibe su Espíritu y espera la llegada de su Cristo. No tiene edad, no es ahora ni de antes, es de siempre: es la plenitud de la esperanza. Es evidente que Dios no le puede engañar ni rechazar; ha recibido la promesa de ver al Cristo-Señor antes de morir y vive solamente para ello. Por eso, cuando llegan los padres de Jesús, él se presenta, toma al niño en brazos y bendice a Dios diciendo:

Ahora, Señor, puedes dejar a tu siervo irse en paz… (Lc 2, 29).

Ha esperado bien, sabe morir. Su vida ha culminado, ha tenido sentido lo que ha hecho. Por eso bendice a Dios diciendo ¡gracias!. Puede morir desde la esperanza realizada, como individuo concreto y como patriarca, representante del pueblo, condensado en su figura. El verdadero Israel que es Simeón ha cumplido su tarea, puede acabar, esperando al salvador donde se vinculan en gesto de paz todos los pueblos (pantôn tôn laôn).

De esa forma, la espada que mata a los adversarios se vuelve principio y tarea de amor que recibe a todos. Desaparece ya la división entre ethnê (gentiles) y laos (judíos); la gloria (doxa) de Israel es que su Cristo sea luz (phôs) de las gentes .

Esta es la palabra de Simeón! ¡Puedo y debo morir para que en Cristo se complete la esperanza y se vinculen desde la misma luz y gloria los judíos y gentiles, todos los humanos! Las palabras de Simeón remiten de Is 42, 6 donde el profeta escatológico aparece como alianza del pueblo (Israel) y luz de las naciones (gentiles). Pero Lc 2, 32 ha puesto doxa (gloria) allí donde Is 42 ponía alianza, para situarse de esa forma en una perspectiva más comprensible en su contexto teológico.

La espada de María, un amor materno dispuesto a sufrir por su hijo

En ese fondo cobran sentido las palabras que este nuevo Simeón dirige a María. Los padres del niño se admiran, navegando como están en una especie de gran travesía teológica que les lleva de esperanza en esperanza (cf. Heb 11). Como viviente que ha realizado su camino, Simeón les bendice para hablar luego a María (José vuelve a quedar al margen) su más honda palabra. Este es el verdadero Testamento de Simeón para los cristianos, palabra que dice a la nueva Judit, judía mesiánica:

Mira, éste (Jesús) está puesto como (causa de)
caída y resurrección de muchos en Israel,
como señal controvertida,
a ti misma una espada te atravesará el alma (2,34-35).

Lo que era esperanza cumplida (Simeón que acoge al niño en brazos) se convierte para muchos en principio de disputa: Jesús será signo de contradicción, bandera discutida. La ternura de la escena se transforma en principio de disputa: Jesús mismo se vuelve antilegomenon, señal de contradicción, piedra de escándalo. Este es el momento de la gran revelación (apokalypsis) que expresa y define el final de los tiempos. Hasta ahora las cosas estaban mezcladas, podían confundirse. Ahora quedan al fin desvelados los más hondos pensamientos, el bien más hondo y la maldad suprema de los corazones.

Simeón ha contemplado la verdad desde su más alta perspectiva de vidente dispuesto a morir: es patriarca convertido finalmente el profeta. Puede morir, pero María ha de vivir para contemplar hasta el misterio de esperanza, compartiendo la dureza creadora de su trama. Ella debe culminar su “parto”, realizando su camino de maternidad mesiánica y acompañando hasta el final al Cristo, en gesto de esperanza creadora y dolorida: ¡y a ti misma una espada te atravesará el alma!

La espada de María: Aprender a sufrir, crear familia

Esta no es la espada del viejo Simeón, vengador de los antiguos siquemitas (Jud 9,2); no es la espada de la fuerza de Judit (cf Jud 9,9), que corta el cuello de Holofernes (Judit 13, 6-8). Es la espada del dolor personal convertido en fuente de acción creadora. En ella viene a condensarse el más hondo sentido de la esperanza israelita, en la línea de eso que Lc 24, 27 llamará hermenéutica paciente de la Escritura. Estos son los sentidos posibles de la espada:

– Dolor israelita. Sufre María por la división de los hombres de su pueblo.
– Dolor cristiano. Sufre al seguir a Jesús en su camino de cruz.
– Dolor crucificado. Conforme a Jn 19, 25-27, María comparte la cruz de su Hijo.

Ellos nos conducen hasta el centro de la acción del amor abnegado de María, madre mesiánica, vinculada a la acción redentora del Cristo, su Hijo. Simeón ha desvelado ante María el sentido sufriente de su maternidad. Para recorrer su camino materno ella debe acompañar al Cristo, sabiendo que una esperanza sin sufrimiento sería ilusión o magia: pensar que Dios arregla las cosas desde fuera. Pero un dolor sin esperanza acabaría siendo desesperación o masoquismo. Sólo allí donde los dos aspectos se vinculan emerge el misterio maternal y creador de la acción mesiánica de María.

Esta acción dolorida y esperanzado de María se sitúa en un camino antiguo, como indica Simeón, el patriarca israelita, al evocarlo. Al asumir en su alma el dolor de la espada del Mesías, María viene a presentarse como expresión y culmen de una acción que había comenzado en el principio de la historia de la salvación y que culmina por el Cristo.

Este dolor de la acción de María es un dolor no violento en sentido externo (nadie la mata…). Por eso se distingue del gesto sanguinario de Judit, que corta con la espada el cuello de Holofernes. Es un dolor creador de familia: ella acepta la espada de Jesús, para venir a convertirse en madre y hermana de todos los hombres.

Santa María de la familia. Saber sufrir, saber amar

María no destruye a nadie, ni construye su esperanza en claves de violencia. Para actuar como madre del Cristo Salvador ella debe aprender a sufrir, en gesto de seguimiento que culmina en la pascua. Así cobran sentido los pasajes anteriores (el Benedictus se invierte, el Magnificat se profundiza). Así culmina la palabra del ángel:¡alégrate, khaire! (1, 28), sabiendo que el gozo de María resulta inseparable de la romphaia o espada afilada que atraviesa y purifica los rincones más profundos de su alma, poniéndola al servicio de la salvación del Cristo:

– El sufrimiento de María ha de entenderse en clave de esperanza. Dios ha ensanchado su alma, haciéndole capaz de recorrer un camino de entrega mesiánica (cf. 1, 32-33), llamándole agraciada. Le ha dado lo más grande (el hijo mesiánico). Sólo así le puede pedir su colaboración, de forma que ella persista en su fiat. María sufre para que todos puedan tener familia, ser hermanos en Jesús.

– Es un sufrimiento asumido de manera personal. Ella mismo lo ha querido. Ha iniciado un camino de esperanza y gozo que jamás había sido recorrido de esta forma. Lleva a Jesús en sus brazos; su mismo compromiso de maternidad mesiánica, fuente de suprema esperanza, se traducirá en forma de entrega dolorida, creadora. Sólo el que sabe sufrir puede amar, ensanchar la familia, crear fraternidad universal.

– Es un sufrimiento pascual. La esperanza del gozo final nos acompaña desde el principio de la anunciación. La razón se hace evidente: para recibir la gloria de Jesús y participar de su resurrección, la madre debe acompañarle en su pasión. Ella viene a presentarse así como la primera cristiana de la historia. María es signo de la nueva familia de los hijos de Dios, una familia donde caben en amor todos los hombres y mujeres de la tierra.

-Este es un sufrimiento al servicio más alto del gozo mesiánico de Jesús. Esta palabra de la espada no es fatalidad sino promesa. María ha recibido al niño y lo educará: lo ha cuidado y lo cuidará, asumiendo el sufrimiento que ello implica. El profeta ha iluminado su camino de dolor y ella lo acepta; conoce lo que Dios le pide y permanece firme. De esa forma actúa. Por eso le llaman los cristianos Virgen de la Esperanza . Por eso puede presentarse en la Iglesia como creadora de familia de los hermanos y hermanas de Jesús.

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