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“La seducción de Jesús: el mensaje subversivo”, por José Arregi, teólogo

Domingo, 26 de octubre de 2014

MESIASEnviado a la página web de Redes Cristianas

Queridos amigos y amigas: como ya sabéis el pasado fin de semana celebramos en Madrid las Jornadas de Cristianos por el Socialismo.

Este año nos hemos centrado en la figura de Jesús. Os adjunto las ponencias de Xosé Arregui y José María García Mauriño. También un documento que nos ha hecho llegar Benigno sobre el empobrecimiento de la clase trabajadora en nuestro país. Espero que los documentos sean de vuestro interés.

Aprovecho para comunicaros la triste noticia del fallecimiento de nuestro compañero y amigo de las Jornadas de C.P.S., Alfredo Tamayo S.J. de San Sebastián. Su recuerdo permanecerá entre nosotros

El título que se me ha propuesto habla a la vez de seducción y subversión. A primera vista, podrían parecer conceptos alejados entre sí. Seducir es cautivar el ánimo, y cautivar el ánimo parece más propio de un bello galán agraciado de palabra y de modales que de un subversivo provocador.

Jesús fue un subversivo y un provocador. No sabemos nada de su físico ni tenemos informe psicológico alguno de su personalidad, pero no fue ciertamente un galán seductor. No le interesaban las apariencias, ni le importaba la opinión ajena, ni cuidaba los modales. Eso sí, estaba dotado, como observa el evangelio de Marcos, de “autoridad”: esa fuerza de atracción, que emanaba de una persona y que puede ser irresistible.

De Jesús emanaba esa fuerza en todos sus gestos. Y en su palabra. Era un genio de la palabra, lleno de imaginación creadora y de recursos retóricos: el aforismo y la máxima, la paradoja y la antítesis, la comparación y la parábola, que es una comparación desarrollada en forma de cuento. El mensaje y el estilo se fundían. Poseía el don de adecuar el estilo al contenido. Era incisivo sin ser mordaz, polémico sin ser agresivo. Sabía combinar a la perfección aspereza y dulzura, denuncia y evangelio. Su buena noticia provocaba conflicto, pero el conflicto se transformaba en gracia transformadora para quien estuviera dispuesto a cambiar de corazón, a dejarse seducir desde lo mejor para lo mejor.

Si alguna vez la muchedumbre del pueblo prendada de él, pronto se desengañó. Su propuesta no respondía a las expectativas de la masa. El poder religioso fue el primero en alarmarse: Jesús trastocaba demasiadas cosas, y era un peligro para el sistema religioso y para el equilibrio político. Es verdad que el poder imperial romano no se sentía demasiado amenazado por un profeta marginal no violento, pero más valía intervenir a tiempo y cortar por lo sano: tuvieron muy pocos reparos para dar por buena la acusación del Sanedrín judío: crucificaron, pues, a Jesús, dejando libres a sus discípulas y discípulos. Pero la llama de Jesús que había prendido en ellas, en ellos, no se apagó.

Aquí estamos hoy. La llama de la esperanza subversiva sigue viva, a pesar de todo. Queremos cuidar ese fuego de indignación y de paz, de bienaventuranza y rebeldía, para hacer frente a la codicia insaciable del Mercado –el peor de los terrorismos, la peor de las epidemias, mucho peor que el ébola–, para cuidar lo mejor de nosotros, para cuidar a las hermanas y hermanos que perecen, para cuidar la tierra y la vida amenazada de todos los vivientes, para curar y salvar la Vida.

Jesús nos inspira y nos impulsa. Inspirar e impulsar, impulsar desde la inspiración: eso es seducir en el mejor sentido de la palabra. Y para eso estamos aquí.

1. ¿Nos seduce Jesús porque su subversión fuera acabada?

¿Imagináis a Jesús como un hombre perfecto? ¿Y qué es un hombre perfecto? Un cuerpo perfecto no existe, aunque en otro sentido se podría decir que todo cuanto existe –una flor, una abeja, y no digamos un niño con síndrome de Down– es maravilloso y perfecto dentro de su limitación. Todos somos limitados, y Jesús también lo fue. Por ejemplo, un Jesús físicamente perfecto, sin limitación ni dolencia, no sería humano.

¿Lo sería un Jesús de inteligencia perfecta, que no sabemos ni en qué consiste? Por grande que fuera, aunque fuera muy superior a la de Sócrates, Leonardo da Vinci, Newton o Einstein, la inteligencia de Jesús sería la de un individuo de la especie humana Homo Sapiens, con una determinada capacidad cerebral y un determinado grado en el ejercicio de la misma. Si dentro de miles o de millones de años –por mutación natural o por tecnología genética o neuronal– aparece alguna especie (tal vez exista ya en el universo) con una capacidad cerebral muy superior al Homo Sapiens actual, esa especie podrá ser más inteligente que Jesús, Homo Sapiens judío de hace dos mil años, con 1.400 cm3 de cerebro, como nosotros.

Y así con todo. ¿O necesitamos pensar que Jesús estaba dotado de una psicología perfectamente equilibrada, y que nunca sintió angustia ni tuvo sentimiento negativo alguno para consigo o los demás, como nos pasa a todos? Ya nos gustaría tener el equilibrio y la espontaneidad, la firmeza y la ternura, la fortaleza y la sensibilidad de Jesús. Pero alguna vez aparecerá o haremos que aparezca un cerebro más logrado que el de esta especie que somos (y que fue Jesús), esta especie que sigue funcionando todavía en buena parte según los mecanismos “primitivos” del cerebro reptil, y que sigue sintiendo todavía los miedos, las rabias y las tristezas propias del viejo cerebro mamífero. También Jesús lo sintió. Espero que algún día pueblen nuestro querido planeta unos seres –humanos o no– que posean en un grado infinitamente mayor esas cualidades que llamamos “personales”: que sean más conscientes de su verdadero ser, más libres para hacer el bien, más felices siendo solidarios y más solidarios cuanto más felices.

¿Y pensáis que la espiritualidad de Jesús fue perfecta, es decir, que alcanzó la Conciencia plena, o que vivió en plenitud de paz y de armonía consigo mismo, con todos los seres, con el Todo o con Dios? También la espiritualidad depende y emerge del conjunto de todas las condiciones constitutivas del ser viviente en su relación.

Pues bien, ¿nos seduce menos Jesús porque no fuera perfecto? ¿Y necesitamos que fuera un revolucionario perfecto para dejarnos inspirar y animar, impulsar por él? No, no nos seduce menos porque muchos días sintiera miedo y desaliento, o duda y angustia, ni porque otros muchos días sintiera rivalidad o incluso resentimiento u otros sentimientos negativos, ligados todos ellos a nuestras conexiones neuronales… Y tampoco nos seduce menos porque no hubiera curado todas las enfermedades ni denunciado todas las injusticias sin desfallecer jamás. No nos seduce menos porque no hubiera llevado a cabo la subversión o la revolución acabada.

No nos seduce porque fuera un ser divino del cielo, enviado por Dios. Nos seduce porque fue un hombre de carne y hueso como nosotros, y porque alcanzó un grado de humanidad, de compasión y libertad, de sensibilidad y compromiso, que está en nuestras manos alcanzar. Jesús fue y sigue siendo profeta, sacramento, símbolo o encarnación de la Compasión liberadora y creadora. Por haber sido tan humano le confesamos divino, y en él reconocemos nuestro ser más verdadero y nuestra vocación más alta, con todas nuestras limitaciones, que fueron también las suyas en un grado o en otro.

2. Lo que vieron sus ojos. Una subversión de la mirada

La subversión de Jesús empezó en su manera de ver la realidad y de dejarse afectar por ella. La subversión de la vida comienza por la subversión de la mirada, y a la inversa. El corazón siente de acuerdo a lo que ven los ojos, pero los ojos ven de acuerdo a lo que siente el corazón. La realidad subvierte la mirada, y la mirada subvierte la realidad. Ojos que no ven corazón que no siente. Pero los ojos no ven cuando el corazón no siente.

Los ojos de Jesús vieron mucho dolor, y sus entrañas se conmovieron. Vio a su pueblo despojado de la tierra y del mar; la tierra sagrada de los padres pisoteada por la bota del imperio romano, y el mar de Galilea en “mar de Tiberíades”, una ciudad construida y habitada por romanos.

Vio la cultura secular de su pueblo amenazada por el helenismo global imperante; la identidad de las raíces ahogada por el frío universalismo del poder romano.

Vio a Herodes Antipas, rey vasallo de Roma, doblar los impuestos para sufragar sus obras monumentales y hacer méritos ante el poder imperial; y a las familias ahogadas por las deudas y el hambre. Vio a campesinos vender sus parcelitas de tierra y convertirse en arrendatarios, y a arrendatarios que no podían pagar las rentas vio convertirse en asalariados o esclavos.

Vio cómo la explotación, el desempleo, los impuestos excesivos y las deudas impagables enfermaban a la gente. Vio los caminos llenos de enfermos, abandonados a la caridad de los transeúntes.

Vio resquebrajarse la fe y la esperanza de la pobre gente en Dios: campesinos, pescadores, artesanos. Vio cómo entraba en crisis su último recurso, su único sostén: la confianza en el Dios de los padres y de las madres: ¿dónde estaba Dios? ¿Qué era Dios?

Vio también la riqueza injusta, insolente, insultante. Por ejemplo, en sus anuales visitas al templo, vio las mansiones de la parte alta de Jerusalén, donde vivía la aristocracia sacerdotal, lujosos edificios que, según han descubierto recientes excavaciones, estaban decorados con frescos y mosaicos de estilo romano, que poseían piscinas escalonadas revestidas de estuco, provistas de frascos de perfumes elaborados con vidrio fenicio…

Jesús vio y se conmovió. Se conmovió y se indignó. Se indignó y se comprometió en la transformación de aquella realidad doliente. Se comprometió porque sus ojos veían más a fondo, más allá, otro mundo posible.

Esa mirada de Jesús nos seduce. Nos seducen sus ojos cuando los miramos, y cuando vemos el mundo como ellos lo vieron. ¿Qué vemos? Vemos que 147 grupos  controlan el 40% de la economía mundial, que las 85 personas más ricas acumulan el equivalente de lo que ganan 3.057 millones de pobres del mundo. Y vemos, por mucho que no nos lo quieran enseñar, que cada año mueren de hambre en el mundo entre 13 y 18 millones de personas.

Vemos que la desigualdad, lejos de disminuir, va en aumento, y que el orden del mundo es un absoluto desorden: no hay fronteras para el gran capital, pero el gran capital impone fronteras y muros con concertinas allí donde le interesa. Los partidos buscan poder, pero cuanto más poderosos son más se someten a los dictados del Mercado, que es como hoy se llama a la “abominación de la desolación” (Mc 13,14), y una vez que alcanzan el poder se limitan a secundar las órdenes de aquél, las órdenes de Mamón, el ídolo insaciable.
Necesitamos volver a mirar los ojos de Jesús, y aprender a mirar como ellos, con esperanza a pesar de todo, con esperanza activa y transformadora.

3. Otro mundo le sedujo. Una subversión llamada “Reino de Dios”

A pesar de cuanto veían sus ojos, Jesús no se resignó. A pesar de lo que veían sus ojos, o más bien porque supo mirar con ellos más a fondo y desde más adentro. Vio que toda la realidad, tan herida e inacabada, habita en el corazón de Dios, el Misterio creador, liberador, transformador de todas las cosas, y que el Misterio de Dios habita en el corazón de todo, sobre todo en el corazón de los más oprimidos y sufrientes.

Llegó a la convicción profunda de que un mundo llegaba a su fin, de que otro mundo emergía imparable desde el Fondo de la realidad, desde Dios. “Levantad la cabeza, se acerca vuestra liberación” (Lc 21,28). Estas palabras que Lucas pone en boca de Jesús resumen bien el mensaje, la praxis, la esperanza de Jesús. Pero no solo estaba convencido de que estaba muy cerca, sino de que ya estaba haciéndose presente con él la subversión liberadora, la transformación subversiva, el Reino de Dios.

“Reino de Dios”. Esta expresión nos resulta extraña, y además molesta; nos repele más que inspira. No podemos imaginar a Dios como el gran soberano del mundo, pues todos los soberanos han oprimido a los pequeños y han sucumbido a la tentación de la egolatría, la codicia y el poder absoluto. Pero por eso mismo Jesús, siguiendo la tradición profética, reconocía a Dios como único rey. Pues la realeza de Dios es lo más opuesto a la realeza de los reyes de este mundo. El reinado de Dios consiste en defender al extranjero, el huérfano y la viuda. El Reino de Dios es el mundo como Dios lo sueña, es decir, como lo sueña lo mejor de nosotros mismos y de todos los seres: un mundo justo y fraterno, un mundo bueno y feliz. El Reino de Dios es el nuevo mundo realizándose en este mundo, desde dentro de él.

El Reino de Dios es el mundo al revés. Jesús invirtió el mundo, invirtiendo los pilares que lo sustentaban. Desautorizó y depuso el honor social, que era en la época (y sigue siendo todavía) el valor supremo en toda la cuenca del Mediterráneo. Rompió con el modelo vigente de familia patriarcal, legitimada por una religión patriarcal. Curó enfermos, devolviéndoles la fe en sí mismos: “Tu fe te ha curado”. Las curaciones eran un gesto de compasión, sí, pero también un acto de rebelión contra el sistema político y económico que enfermaba a los pobres y empobrecía a los enfermos. Anunció la liberación a los pobres y pequeños, pero no les prometió que fueran a ser grandes o ricos.

Un mundo al revés. Por eso, el mensaje y la praxis de Jesús eran un desafío para el sistema establecido, religioso y político, para los poderes vigentes. Y nada lo pone de manifiesto mejor que sus parábolas. Jesús fue un extraordinario narrador de parábolas. Pero éstas no fueron en su boca en primer lugar relatos ejemplares, “parábolas de buen ejemplo”, sino ante todo y sobre todo historias provocadoras. Fueron “parábolas de desafío” (J.D. Crossan, El poder de las parábolas, PPC, Madrid 2014, pp. 51-142). Cuanto Jesús cuenta la parábola de los talentos, no invita a hacer producir intereses al capital recibido, sino más bien provocar “un debate en su auditorio entre la tradición romana a favor de los intereses en el contexto del imperio y la tradición judía anti-intereses de acuerdo con la Torá” (ib., p. 110). Cuando narra la parábola del buen samaritano, no pone el acento en cómo hay que comportarse, sino en que los buenos (los sacerdotes y los levitas) no socorren al herido y, en cambio, el malo (el samaritano) sí lo hace. Cuando dice que una vez fueron al templo un fariseo y un publicano, es –dice Crossan– como si un sacerdote católico empezara su sermón diciendo: “Un papa y un chulo fueron a San Pedro a rezar” (ib., p. 96). Y los evangelios en su conjunto son “parábolas de desafío sobre Jesús” (ib., p. 148).

Se comprende que Jesús provocara conflictos. La aristocracia sacerdotal y laica le puso en su punto de mira. Y su actividad pública no duró más allá de un año y medio o dos años (tal vez incluso solamente unos 8 meses).

No sucedió todo lo que Jesús esperaba, pero eso es lo de menos. Se comprometió en que sucediera: eso es lo decisivo. A ello nos seduce, llama y empuja. También hoy nos habita el sentimiento, avalado por muchos datos, de que estamos al final de un mundo y de que otro mundo está emergiendo. Hemos de hacer que emerja. ¿Cambiará realmente el modelo económico y político? Ha de cambiar, hemos de empeñarnos en provocar pequeños cambios parciales para un cambio total. ¿Nacerá otro mundo? Ha de nacer, hemos de sembrar sus semillas.

“Si no tenemos la fuerza de estrechar nuestras manos con las manos de todos, si no tenemos la ternura de tomar en nuestros brazos los niños del mundo, si no tenemos la voluntad de limpiar la tierra de todos los ejércitos; este pequeño planeta será un cuerpo seco y negro, en el espacio negro” (GUAYASAMÍN, Oswaldo, El tiempo que me ha tocado vivir, Instituto de cooperación iberoamericana, Madrid 1988).

4. Y logró seducir. Un grupo subversivo

Un movimiento carismático de discípulos y discípulas se formó pronto en torno suyo. Algunos hicieron como el propio Jesús había hecho: dejaron su trabajo y su familia, incluso tal vez a su mujer o su marido, y empezaron a hacer vida itinerante con Jesús.

En el grupo de sus seguidores de vida itinerante había también seguidoras, mujeres, cosa que debió de resultar muy difícil de digerir para la clase dirigente e incluso para la población en general. He ahí un grupo de hombres y mujeres que caminan, comen y duermen juntos al descampado. ¡Qué clase de profeta es éste que promueve tal promiscuidad! Y para entender todo el alcance provocador de ese hecho, hay que tener en cuenta otra cosa. La sangre menstrual no solamente volvía ritualmente impuras, es decir, incapacitadas para participar en el culto, a las propias mujeres, sino también a todos los que entraran en contacto con ellas. En un grupo mixto como el de Jesús, siempre podía haber alguna mujer en período de menstruación, y eso ponía a todo el grupo en permanente riesgo de impureza ritual. ¡Qué clase de grupo es éste! Es el grupo de Jesús, provocador y subversivo. Quiso que su grupo encarnara la renovación del mundo que anunciaban, siendo un movimiento de hermanas y de hermanos iguales y libres.

¿Cómo los sedujo Jesús para ese proyecto subversivo y exigente? Los sedujo más que nada despertando en ellas, en ellos, la lucidez de los ojos y la compasión del corazón. Los sedujo suscitando en ellos, en ellas, una profunda fe en sí mismos y en toda la realidad, que es otro nombre de la fe en Dios: la fe y la esperanza a pesar de todo, la fe y la esperanza transformadoras de todo.

Los sedujo a través de una radical revolución de valores: atribuyendo a los pobres los valores de la gente importante. Revalorizó a la gente sencilla transfiriéndoles los valores de la clase alta. A las mujeres sin lugar ni poder, a los campesinos, artesanos y pescadores los declaró capaces de las virtudes atribuidas a los reyes y a los grandes: “Porque ella vino del extremo de la tierra para oír la sabiduría de Salomón; y aquí hay uno que es más importante que Salomón” (Mt 12,42). Siendo como son trabajadores, Jesús los declaró sabios y les llamó a serlo, como si de unos aristócratas se tratara. Y les instó a ser pacíficos, pacificadores, magnánimos, actitudes consideradas en la época propias de los soberanos, considerados a su vez como seres divinos o hijos de alguna divinidad. Les enseñó a perdonar sin esperar nada a cambio, como solamente podían permitirse la clase superior. Los invitó a ser bienhechores y generosos en relación con los bienes, como la gente rica, y estimó más la limosna del pobre, el óbolo de la viuda, que las opulentas limosnas de los ricos.
Jesús dignificó a las clases más pobres, y les hizo creer en su propia dignidad, les transmitió la confianza profunda de que ellos podían los artífices del Reino de Dios, de la presencia liberadora y transformadora de Dios. Una revolución de la conciencia para llevar a cabo una revolución de la sociedad.

¿Y qué es la Iglesia sino la gran comunidad, hecha de comunidades, seducidas por esta esperanza subversiva de Jesús? Jesús no fundó ninguna Iglesia, pero la Iglesia, para serlo, ha de fundarse en Jesús. ¿Para qué sirve la Iglesia si no mantiene ardiente el fuego de Jesús que calienta los corazones y transforma sin cesar las estructuras? Jesús no estableció ningún un sistema de dogmas, normas y ritos. No es el fundador de una religión, sino de un movimiento vivo, animado por una esperanza siempre nueva, renovadora de la vida.

¿Para qué sirven todos los dogmas, normas y ritos si no ayudan a la vida en su incesante renovación, en su irreductible pluralidad?

5. Contra la seducción de la violencia. Una subversión no-violenta

El mensaje del reino de Dios contenía un gran potencial de violencia: Dios quería llevar a cabo, y quería que ellos llevaran a cabo, una subversión del statu quo violento. Era grande la tentación de tomar las armas para acelerar la intervención divina y la subversión consiguiente. Para muchos, la situación era desesperada, la acción urgía. Eran lugartenientes de Dios, y había que ayudarle. La violencia seduce fácilmente más a quienes ya no pueden más y no tienen nada que perder. La violencia es el recurso de cínicos poderosos o de impotentes desesperados.

En su anuncio y realización del Reino de Dios, Jesús optó claramente por la no-violencia, por la resistencia activa no violenta contra el poder imperial violento. “Amad a vuestros enemigos y orad por los que os persiguen, para que seáis hijos de vuestro Padre del cielo” (Mt 5,44-45). Es como si les dijera: “Dios es el verdaderamente poderoso, y por eso no es violento: sed como Dios”. Consta, sí, que hubo debate al respecto entre los discípulos en vida de Jesús y después de su muerte; en los evangelios hallamos datos contradictorios: a sus discípulas y discípulos Jesús los envía sin bastón para defenderse en Mt 10,10 (Lc 9,3); pero no así en Mc 6,8; les invita a hacerse con espadas en Lc 22,36, y les disuade de utilizarla en Lc 22,38.49-52). ¿En qué quedamos? Dicen los entendidos que el material más antiguo (la fuente Q), el más originario, Jesús prohíbe la utilización del “bastón”. Una prueba indirecta del carácter no violento del movimiento de Jesús es que Pilato lo crucifica solo a él, por ser un revolucionario, pero deja en paz a sus discípulos, porque era un revolucionario no violento.

En una situación marcada por la violencia estructural y por la violencia revolucionaria de reacción, Jesús no utiliza una retórica violenta, apela a un Dios no violento, promueve un movimiento inspirado “en una visión de amor y reconciliación” (G. Theissen, El movimiento de Jesús, Sígueme, Salamanca 2005, p. 251), en un Dios no violento, con una retórica no violenta.

Estimuló la acción “sin estimular la violencia (G. Theissen, o.c., p. 278). Incentivó directamente actitudes y estrategias no violentas. Hace falta creer mucho en sí mismos para emprender una revolución sin recurrir a la violencia, y Jesús les transmitió esa profunda fe en sí mismos y en el poder de su proyecto subversivo no violento. Señalaré algunos elementos de esa estrategia no violenta (G. Theissen, o.c., pp. 274-297).

Asignó a sus seguidoras y seguidores el poder de curar: “Os he dado poder para pisotear serpientes y escorpiones y para dominar toda potencia enemiga, y nada os podrá dañar” (Lc 10,18). “No necesitáis ejercer la violencia, pues tenéis un poder superior”.

Imaginó una serie de gestos que servían para encauzar simbólicamente la violencia, sin ejercerla. El bautismo es uno de esos gestos: la ocupación romana ha profanado la tierra, y el bautismo de conversión es una forma de volverla sagrada; “el poder del agua es superior al poder de las armas”. O el gesto simbólico de destrucción del templo: el sistema religioso entero y el sistema social segregador basado en él es puesto enteramente en tela de juicio, aunque de manera indirecta, simbólica, sin un programa organizado. O el nombramiento de los Doce: significa la restauración de Israel, pero sin un plan de acción política. O la “entrada triunfal” en Jerusalén, pero sin proclamarse mesías político liberador…. O el sacudir el polvo de los pies allí donde no son bien recibidos (Lc 9,3-5): también es un gesto de violencia simbólica que controla el mecanismo de la violencia real. En resumen, Jesús “no ejerció ninguna política de poder, pero hizo política por medio de acciones simbólicas” (G. Theissen, o.c., p. 283).
Propuso también otras estrategias para procesar la agresión. Así, insistió en el “no matarás” y el “amarás al enemigo” (Mt 5); exigió el perdón setenta veces siete (Mt 18,21s); desplazó la agresión al “demonio” en forma de exorcismos (Beelcebú es el poder que oprime a Galilea); insistió en la “autoestigmatización” (nadie debe considerarse mejor que otro cualquiera: “Mira la paja en tu ojo antes que la viga en el ajeno”; “No juzguéis y no seréis juzgados”).

Así lograba controlar la violencia potencial de su mensaje. Y la no violencia es más transformadora que la violencia. “Bienaventurados los mansos, porque ellos heredarán la tierra” (Mt 5,5). Los “mansos” son los “no violentos”. La mansedumbre es “una valentía sin violencia, una fuerza sin dureza, un amor sin cólera” (André Comte-Sponville, Pequeño tratado de las grandes virtudes, Espasa Calpe, Madrid 1996, p. 225).

6. “Dichosas vosotras/os”. La subversión de la felicidad

Jesús sedujo a sus discípulas y discípulos llevando a cabo una “revolución de valores” en lugar de una “revolución de poder” (Theissen 2005, 249). Los educó en valores, podríamos decir. Pero ¿qué significa esto? A veces se habla de “valores” como si fuesen objetos valiosos o mandamientos divinos que es preciso guardar. “Educación en valores” suena a veces como “educación en principios éticos absolutos”. Si fuera así, poco habríamos cambiado, seguiríamos aferrados al mismo esquema

Jesús educó en las bienaventuranzas. Pero las bienaventuranzas no son mandamientos, sino promesas. Tampoco son en primer lugar un programa de acción, sino una oferta de liberación. No anuncian el premio en el más allá para los miserables de aquí, sino la inversión de la situación para todos los que viven en la miseria: los pobres campesinos ahogados por las deudas vivirán dignamente, los hambrientos tendrán pan, los que lloran serán consolados. “Suyo es el Reino de Dios”.

Es decir, Dios está de su parte, la Vida y el Bien están de su lado, y la Vida y el Bien son más fuertes que todos los poderes que matan. El que lo experimenta es como si hubiera descubierto el tesoro escondido, la perla preciosa. O la realidad más verdadera, más allá de todas las apariencias.

Y el que lo descubre se transforma a sí mismo y entonces se vuelve transformador de las estructuras –y también a la inversa–, se siente liberado y entonces se hace liberador. Pero también a la inversa: se transforma a sí mismo en verdad quien transforma su entorno, es libre solamente quien libera, aunque sean solamente semillitas de liberación. Semillitas poderosas como la vida, como la felicidad.

¿Qué subyace a las Bienaventuranzas de Jesús sino la experiencia de un gran gozo? Es el gozo de saber que el Reino de Dios es inminente, es más, se hace ya presente, la situación ya se invierte, los pobres ya se liberan. Y eso conlleva mayor conmoción en la tierra que si los astros del cielo cayeran sobre ella.

Otros profetas en tiempo de Jesús, como su maestro Juan el Bautista, anunciaron la inminente intervención divina y el inminente vuelco de la realidad. Lo propio de Jesús es precisamente la convicción de que Dios ya está actuando, el vuelco ya se está dando, la liberación ya está en marcha: los cojos andan, los ciegos ven, los afligidos son consolados, los pobres recuperan el pan y la dicha, son protagonistas de su propia liberación. “El Reino de Dios ya está entre vosotros”, decía Jesús. Y no se refería a un Reino de Dios espiritual, solamente interior. Se refería a que la gran transformación estaba en curso.

¿Se confundía Jesús? Es un interrogante grave, visto el mundo en que vivimos. Pero las Bienaventuranzas nos educan o nos seducen, nos invitan a invertir la mirada y las fuentes de la felicidad, a mirar más adentro y palpar la presencia del Reino o de Dios o de la Vida en el corazón de la realidad sufriente y en el corazón de nuestro pobre corazón. En medio de todas las contradicciones, el mundo está lleno de semillas de Reino, el mundo está lleno de Dios, y eso es lo más real. Quien lo ve se siente más feliz, y quien se siente más feliz se hace subversivo como Jesús. Somos subversivos de los de verdad, como lo fue Jesús, si somos felices de verdad, como lo fue Jesús.

7. “Misericordia quiero, no sacrificios”. La subversión de la religión

Contra los tópicos antijudíos presentes en los mismos evangelios canónicos (sobre todo en Mateo y Juan) y profusamente difundidos en la teología, la predicación y el imaginario común de los cristianos, la investigación histórico-crítica de los 30 últimos años ha puesto de relieve con razón el carácter profundamente judío, incluso más precisamente galileo de Jesús. No podemos negar que fue un hombre religioso, un judío piadoso, fiel a la Torá. Oraba con los salmos y otras oraciones judías. Cumplía los preceptos rituales de la pureza y del ayuno. Acudía al templo de Jerusalén. Respetaba la autoridad de los sacerdotes.

Pero tampoco podemos negar que tuvo sus más y sus menos con la religión judía y, desde ahí, con la religión en general. No infringía las normas por principio, pero anteponía la necesidad humana a la norma religiosa; no fue muy observante de las normas de pureza, especialmente en lo que toca a las abluciones de las manos y al contacto con los enfermos (recuérdese la escena en la que toca a un leproso para curarlo); infringió a menudo la ley del ayuno, y la ley del descanso sabático; sobre todo, comió con gente considerada impura y pecadora. Y formuló un principio que lo dice todo y que todo lo pone en tela de juicio: “El sábado es para la persona, no la persona para el sábado”. ¿Para qué es el sábado y toda ley religiosa sino para curar? Si no cura, está de sobra. Y si enferma, hay que dejarla de lado. Y, cuando los escribas y las autoridades religiosas le tomaban cuentas de su libertad y de sus infracciones, él no se justificó apelando a ninguna autoridad externa, como si no necesitara rendir cuentas a nadie, como si su propia autoridad personal bastara, como si él mismo pudiera erigirse en intérprete de la voluntad de Dios por encima de todas las otras instancias.

Con ocasión de una de sus visitas a Jerusalén en la Pascua, hizo un gesto provocador y subversivo de destrucción del templo. Y ésa fue la gota que colmó el vaso y que provocó la inmediata intervención del Sanedrín y, a demanda de ésta, de la autoridad romana.

Hizo suyo y llevó al extremo el principio más subversivo para toda religión establecida: “Misericordia quiero y no sacrificios. Misericordia quiero y no creencias. Misericordia quiero y no culto. Misericordia quiero y no moral”. La verdadera religión es cuestión de bondad (P. Ricoeur): no tiene otro objetivo que liberar el fondo de bondad de todas las personas. El Evangelio de Jesús es cuestión de bondad.

No sé si el cristianismo como sistema religioso de creencias, ritos y normas morales podrá sobrevivir a la profunda metamorfosis cultural que estamos viviendo, pero pienso que el espíritu y la praxis de Jesús siguen teniendo y seguirán teniendo plena vigencia en otro paradigma cultural y religioso distinto. La libertad y la rebeldía de Jesús, su osadía y creatividad, su sensibilidad y compasión, su projimidad sanadora, su comensalía abierta, su espíritu de “igualdad y fraternidad”, su coherencia y fidelidad hasta el fin… todo eso son claves muy actuales para otro mundo necesario y posible. Y la clave es la fe y la praxis de la bondad, una fe en la bondad que aúna indignación y mansedumbre, desapego y compromiso, paz y subversión.

8. El aliento que transforma. Una esperanza subversiva

Recientemente apareció en EL PAÍS un magnífico artículo de Byung-Chul Han, “¿Por qué no es posible la revolución?” (3 OCT 2014). No era una declaración de rendición, ni una llamada al conformismo o a la resignación. Era un lúcido análisis de cómo el sistema neoliberal opresor, impío, explotador, está infectándolo todo y, a la vez, diluyéndose e invisibilizándose de tal manera, que nadie sabe ya dónde está el enemigo, contra qué o contra quién hay que rebelarse. “El poder estabilizador del sistema ya no es represor, sino seductor, es decir, cautivador. Ya no es tan visible como en el régimen disciplinario. No hay un oponente, un enemigo que oprime la libertad ante el que fuera posible la resistencia. El neoliberalismo convierte al trabajador oprimido en empresario, en empleador de sí mismo. Hoy cada uno es un trabajador que se explota a sí mismo en su propia empresa. Cada uno es amo y esclavo en una persona. También la lucha de clases se convierte en una lucha interna consigo mismo: el que fracasa se culpa a sí mismo y se avergüenza. Uno se cuestiona a sí mismo, no a la sociedad”.

¿No es posible, pues, la revolución? El sistema está empeñado en hacérnoslo creer, en hacernos creer que no hay alternativa. Es el momento de abrir los ojos, aunque a todo el que los abra lo llamarán iluso o demagogo.

Jesús nos invitaría a abrir los ojos y a levantar la cabeza. Nos urgiría a la esperanza, pero una esperanza que alienta y transforma. Así fue la esperanza de Jesús, y la esperanza de Jesús es nuestra esperanza. Su esperanza es un modelo y un camino para la nuestra, más allá de nuestras esperas y expectativas, más allá de nuestros éxitos y fracasos.

Como Jesús, podemos esperar que otro mundo en este mundo es no solo necesario, sino también posible, e incluso ya real y presente en la entraña misma de la realidad. Pues la bondad que es Dios es la entraña de la realidad. Ésa es nuestra esperanza.

La esperanza de Jesús nos lleva a reconocer que todas las criaturas son “promesas reales del Reino” (J. Moltmann). La esperanza de Jesús nos invita a confiar en la creación en curso. “Hágase, y se fue haciendo”. “Hágase, y se está haciendo” a través de nuestra finitud abierta al infinito, a través de nuestra energía empujada desde dentro de sí misma por el Espíritu. Dios no ha acabado de crear, ni cesa de crear desde dentro mismo de la creación. Seamos pacientes con nosotros mismos, con todas las criaturas, con el universo infinitamente grande y pequeño. Seamos pacientes, pero no desistamos. Eso es esperar como Jesús, para que cada día se verifique, al menos un poco, la afirmación del Génesis sobre el Creador cuando miraba su creación en marcha: “Y vio Dios que era bueno “.

La esperanza de Jesús nos llama a creer firmemente cada día que otro mundo en este mundo es posible: de que la paz es no solo necesaria, sino también posible; de que la justicia es no solo necesaria, sino también posible; de que lo que hoy es imposible puede volverse posible mañana, si ponemos nuestro granito de arena cada día y la unimos a otros muchos granitos de arena. Nuestro mundo está expuesto a peligros más graves y numerosos que nunca. Pero cada vez es más claro que este mundo tiene solución, y sabemos cuál es. Lo que falta es voluntad para aplicarla. Y la voluntad puede ser despertada, suscitada.

La esperanza de Jesús nos recuerda que “todo es posible para el que cree”, y despierta en nosotros el gusto, el deseo, la voluntad desapegada de hacer real eso poco que es posible a nuestra poca fe, a nuestra débil esperanza. Dios es la inagotable posibilidad siempre abierta en el corazón de la realidad.

La esperanza de Jesús nos anima a creer en Dios como Jesús, más allá de sus imágenes. La esperanza de Jesús nos anima a creer en Dios como Ternura que consuela y reconforta, que está con el que sufre, con todo el que sufre. La esperanza de Jesús nos anima a confiar como él en el Misterio divino que es el Sí, el Amén a la creación y a todas sus promesas.

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