“Homofobia y rosas”, por Paloma San Basilio.
Lo hemos leído en su blog Ciento volando:
Acaba de morir, llevaba en coma muchos días, no estaba previsto que muriera antes de tiempo, pero alguien decidió apropiarse de su vida. No sólo le robó el aliento, sino que además le arrancó la posibilidad de ser, de existir, de hacerse un hueco en el mundo de todos. Alguien que decidió que el planeta no es de todos, sino de los que son como ellos, iguales o aparentemente iguales, cuando todos sabemos que igual, lo que se dice igual, no hay nada.
Algunos creen que las reglas las pueden marcar ellos, que no son universales, que se pueden romper cuando algo no les gusta o simplemente les molesta. El problema es que ese algo es un ser humano, con tanto derecho como otro a vivir y pasear su diversidad por la calle. Nadie dijo nunca que sólo se puede ser A o B, blanco o negro, caliente o frío, que la heterosexualidad es la única opción y que quien no entre por el aro mejor se busca otra galaxia. Por lo visto era “homosexual”, o “gay”. o “bujarrón”, o decenas de adjetivos más, algunos bastante desafortunados, y su naturaleza esquiva molestaba a unos cuantos cuatreros de almas, a los que su masculinidad brutal y excluyente no les permite mirar de frente, con la mirada limpia y sin miedo, al otro que es el mismo aunque no lo sabe.
Tal vez el miedo a ser de otra manera y no querer reconocerlo; quizás la exhibicionista demostración de su inequívoca virilidad, les hace más bestias, no vaya a ser que alguien dude y crean que también ellos son de la cáscara amarga. Tal vez han probado la cáscara y han notado que no es tan amarga y que, incluso, puede ser dulce y eso les da miedo. O sencillamente son unos bestias que no merecen llamarse seres humanos y de los que la sociedad podría prescindir haciéndose un favor inmenso.
Le dieron una paliza. El golpe no era sólo un golpe, era la rabia, el miedo, la ignorancia y el odio en cada impacto. ¡Cómo hay que golpear a alguien para dejarlo inerte y con un hilo de vida durante tanto tiempo! Hasta que ese hilo se ha roto. Pueden estar tranquilos, no volverán a verlo y espero que los demás ciudadanos tampoco tengan que cruzarse con ellos y con su miserable existencia, durante mucho tiempo. Alguien en alguna parte estará llorando su pérdida, su injusta muerte. Ese alguien estará cambiando su amor por odio, y su vida tendrá el vacío que otros han horadado con saña, sin sentido alguno. Porque, ¿alguien puede explicar que algo así pase en una ciudad maravillosa, rodeada de montañas y no haya nadie cerca que pueda pararlo?
Lo peor es que su reseña en un periódico no servirá de nada, porque otro día, de cualquier año, en cualquier ciudad, tal vez en la nuestra, a lo mejor a tres calles de nuestra casa, alguien volverá a hacer lo mismo, volverá a golpear hasta el límite a un ser humano porque andaba, miraba, sonreía amaba o vestía de otra manera. Y eso hay algunas personas que no pueden permitirlo. Son nuestros guardianes de la moral y el orden. Y la sociedad, que tantas veces se camufla detrás de ellos, seguirá siendo condescendiente con sus hijos salvajes. Eso sí, luego habrá un pequeño altar en alguna calle y todos llevaremos velas y rosas.
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