Dom 9.3.14. “No sólo de pan, hace falta palabra.”
Del blog de Xabier Pikaza:
Dom. 1º de Cuaresma. Vivimos en un mundo donde parece que sólo importa el pan/dinero, es decir, la economía, el Dios-Mamón, del pasado domingo. En esa línea, el Diablo de la primera tentación de la Cuaresma propone a Jesús que solucione el tema del dinero:
Que convierta las piedras en pan, las arenas del desierto en oro, de forma así resuelva todos los problemas de una humanidad que sólo buscaría más dinero, comer y resolver sus deseos materiales.
Jesús está dispuesto a caminar un trecho el Dinero/Pan/Dinero del Diablo, pero añade: “no sólo de pan vive el hombre”. Ciertamente, el hombre necesita pan: Casa, alimento, unas necesidades materiales resueltas en principio… Pero, con el Antiguo Testamento (cf. Dt 8, 3), Jesús sabe que para resolver el problema es necesario que los hombre hablen, compartan la palabra, se ayuden mutuamente. Por eso sigue:
No sólo de pan vive el hombre,
sino de toda palabra que sale de la boca de Dios Mt 4, 4).Ciertamente, al hambriento dale pan, pero dale, al mismo tiempo dignidad, déjale que piensa, habla con él, para que así aprendáis los dos a producir y a compartir
El hombre es un “viviente de pan” (necesita comer), pero es también (y sobre todo) un viviente de “palabra”, es decir, de entendimiento, de comunicación, de trabajo creador. Por eso Jesús dice: Para darle al hombre pan de verdad tienes que proporcionarle educación, justicia, palabra…
‒ El Diablo (que es la opresión) podría hacer pan, mucho dinero y dinero… pero quitando a los hombres el entendimiento y la libertad, la comunicación y el amor… Es decir, quitándoles la “palabra”, que es el verdadero signo de Dios. El Diablo podría ofrecer un pan de esclavitud, manteniendo a todos los hombres y mujeres sometidos.
‒ El hombre vive de verdad de la palabra, que es comunicación, que es diálogo y encuentro, que es capacidad de trabajo y comunión humana, que proviene de Dios y en Dios se funda. Sólo así, en un nivel de palabra (comunicación, diálogo, trabajo compartido…) podrán los hombres y los pueblos resolver el tema del pan escaso.
Texto:
En aquel tiempo, Jesús fue llevado al desierto por el Espíritu para ser tentado por el diablo. Y después de ayunar cuarenta días con sus cuarenta noches, al fin sintió hambre. El tentador se le acercó y le dijo: Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en panes. Pero él le contestó, diciendo: Está escrito: No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios (Mt 4,1-4)
Una reflexión de Dostoiewsky (Así le habría dicho el Diablo a Jesús):
«Si eres hijo de Dios di a esas piedras que se vuelvan alimento». Así argumenta el Diablo, con lógica perfecta: si Dios nos ha creado y sacado de Egipto (esclavitud) es evidente que debe alimentarnos. Son millones los hambrientos: si hay Dios, debe resolver su problema… Pero Jesús ha respondido que «no sólo de pan viven los hombres», sino, y sobre todo, del don creador de la gracia y de la libertad, es decir, de unas nuevas relaciones humana. Así dice el Diablo de Dostoiewsky:
«Tú quieres irle al mundo, y le vas con las manos desnudas, con una ofrenda de libertad que ellos, en su simpleza y su innata cortedad de luces, ni imaginar pueden… porque nunca en absoluto hubo para el hombre y para la sociedad humana nada más intolerable que la libertad. ¿Y ves tú esas piedras en este árido y abrasado desierto?… Pues conviértelas en pan, y detrás de Ti correrá la Humanidad como un rebaño, agradecida y dócil. Pero tú no quisiste privar al humano de su libertad y rechazaste la proposición, porque ¿qué libertad es esa -pensaste- que se compra con pan?» (Los hermanos Karamásovi, en Obras completas, III, Aguilar, Madrid, 1964,208-209).
El problema del hambre resultaba por entonces acuciante, igual que hoy. El mismo Jesús pertenecía a la clase de los campesinos sin tierra, de los artesanos precarios, hallándose cerca de los mendicantes y mendigos de diverso tipo. ¿Qué significaba en ese contexto dar pan, convertir las piedras del desierto en pan? Los terratenientes y terratenientes se habían convertido en dueños de un pan que ellos empleaban para imponerse así sobre los pobres. ¿No sería bueno convertir los desiertos en pan para todos?
Pues bien, Jesús no quiere resolver el tema del pan por magia o a la fuerza, sino trasformando a los hombres. Jesús no quiere “convertir las piedras en pan”, sino cambiar a los hombres por dentro, haciéndolos capaces de escuchar y compartir la Palabra, de comunicarse entre sí, de compartir la vida… Sólo así podrán compartir de verdad el pan.
El diablo de Dostoyewsky (de Mt 4) piensa que “sólo construye del todo el que da de comer” y dice a Jesús: “de haber optado por el pan habrías respondido al general y sempiterno pensar humano: ¿ante quién adorar?”. Jesús tendría que haber adorado a los que manejan el dinero (economía) desde arriba, convirtiéndonos así en esclavos de la Mamona, para vivir satisfechos, es decir, sin hambre.
‒ Ésta es la primera propuesta del Diablo, para quien el hombre es sólo todo “economía” (estómago) en un sentido pasivo, un animal a quien se debe alimentar y a quien se puede someter. Pues bien, en contra de eso, para Jesús el hombre es, ante todo, libertad para el amor, de manera que la economía está al servicio de la comunicación humana. Por eso rechaza la propuesta del Diablo, que ha sabido dónde está el primer problema de los hombres, pero que lo ha presentado de forma equivocada, entendiendo el pan en forma de imposición y “milagro” externa.
‒ Jesús sabe con el Diablo que el problema del pan es primordial y por eso lo ha puesto en el centro de su proyecto de reino, pero no en forma de medio para que unos se impongan sobre otros (pan para el poder y para la adoración), sino como expresión de comunión, desde la perspectiva de la palabra, es decir, de la comunicación y del amor, pues el hombre vive de la palabra de Dios y esa palabra se expresa en forma de comunicación del pan.
Una reflexión del Papa Ratzinger. Ni comunismo ni capitalismo
Ratzinger planteó este problema en su primer libro sobre Jesús de Nazaret, Madrid 2007, 52-72 (cf. 55-59), ofreciendo unas consideraciones juiciosas:
«La prueba de la existencia de Dios que el tentador propone en la primera tentación consiste en convertir las piedras del desierto en pan. En principio se trata del hambre de Jesús mismo; así lo ve Lucas: «Dile a esta piedra que se convierta en pan» (Lc 4, 3). Pero Mateo interpreta la tentación de un modo más amplio, tal como se le presentó ya en la vida terrena de Jesús y, después, se le proponía y propone constantemente a lo largo de toda la historia. ¿Qué es más trágico, qué se opone más a la fe en un Dios bueno y a la fe en un redentor de los hombres que el hambre de la humanidad? El primer criterio para identificar al redentor ante el mundo y por el mundo, ¿no debe ser que le dé pan y acabe con el hambre de todos?
Cuando el pueblo de Israel vagaba por el desierto, Dios lo alimentó con el pan del cielo, el maná. Se creía poder reconocer en eso una imagen del tiempo mesiánico: ¿no debería y debe el salvador del mundo demostrar su identidad dando de comer a todos? ¿No es el problema de la alimentación del mundo y, más general, los problemas sociales, el primero y más auténtico criterio con el cual debe confrontarse la redención? ¿Puede llamarse redentor alguien que no responde a este criterio? (J. Ratzinger)
1. A juicio de Ratzinger, ésta es una tentación “marxista”, cuya experiencia ha fracasado:
«El marxismo ha hecho precisamente de este ideal —muy comprensiblemente— el centro de su promesa de salvación: habría hecho que toda hambre fuera saciada y que «el desierto se convirtiera en pan». «Si eres Hijo de Dios…»: ¡qué desafío! ¿No se deberá decir lo mismo a la Iglesia? Si quieres ser la Iglesia de Dios, preocúpate ante todo del pan para el mundo, lo demás viene después. Resulta difícil responder a este reto, precisamente porque el grito de los hambrientos nos interpela y nos debe calar muy hondo en los oídos y en el alma.
La respuesta de Jesús no se puede entender sólo a la luz del relato de las tentaciones. El tema del pan aparece en todo el Evangelio y hay que verlo en toda su amplitud. Hay otros dos grandes relatos relacionados con el pan en la vida de Jesús. Uno es la multiplicación de los panes para los miles de personas que habían seguido al Señor en un lugar desértico. ¿Por qué se hace en ese momento lo que antes se había rechazado como tentación? La gente había llegado para escuchar la palabra de Dios y, para ello, habían dejado todo lo demás. Y así, como personas que han abierto su corazón a Dios y a los demás en reciprocidad, pueden recibir el pan del modo adecuado. Este milagro de los panes supone tres elementos: le precede la búsqueda de Dios, de su palabra, de una recta orientación de toda la vida. Además, el pan se pide a Dios.
Y, por último, un elemento fundamental del milagro es la mutua disposición a compartir. Escuchar a Dios se convierte en vivir con Dios, y lleva de la fe al amor, al descubrimiento del otro. Jesús no es indiferente al hambre de los hombres, a sus necesidades materiales, pero las sitúa en el contexto adecuado y les concede la prioridad debida. Este segundo relato sobre el pan remite anticipadamente a un tercer relato y es su preparación: la Ultima Cena, que se convierte en la Eucaristía de la Iglesia y el milagro permanente de Jesús sobre el pan. Jesús mismo se ha convertido en grano de trigo que, muriendo, da mucho fruto (cf. Jn 12, 24). El mismo se ha hecho pan para nosotros, y esta multiplicación del pan durará inagotablemente hasta el fin de los tiempos. De este modo entendemos ahora las palabras de Jesús, que toma del Antiguo Testamento (cf. Dt 8,3), para rechazar al tentador: «No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios» (Mt 4, 4).
Hay una frase al respecto del jesuita alemán Alfred Delp, ejecutado por los nacionalsocialistas: «El pan es importante, la libertad es más importante, pero lo más importante de todo es la fidelidad constante y la adoración jamás traicionada».
Cuando no se respeta esta jerarquía de los bienes, sino que se invierte, ya no hay justicia, ya no hay preocupación por el hombre que sufre, sino que se crea desajuste y destrucción también en el ámbito de los bienes materiales. Cuando a Dios se le da una importancia secundaria, que se puede dejar de lado temporal o permanentemente en nombre de asuntos más importantes, entonces fracasan precisamente estas cosas presuntamente más importantes. No sólo lo demuestra el fracaso de la experiencia marxista».
2. A juicio de Ratzinger ésta es una tentación “capitalista”, que está fracasando:
«Las ayudas de Occidente a los países en vías de desarrollo, basadas en principios puramente técnico-materiales, que no sólo han dejado de lado a Dios, sino que, además, han apartado a los hombres de Él con su orgullo del sabelotodo, han hecho del Tercer Mundo el Tercer Mundo en sentido actual.
Estas ayudas han dejado de lado las estructuras religiosas, morales y sociales existentes y han introducido su mentalidad tecnicista en el vacío. Creían poder transformar las piedras en pan, pero han dado piedras en vez de pan. Está en juego la primacía de Dios. Se trata de reconocerlo como realidad, una realidad sin la cual ninguna otra cosa puede ser buena. No se puede gobernar la historia con meras estructuras materiales, prescindiendo de Dios. Si el corazón del hombre no es bueno, ninguna otra cosa puede llegar a ser buena. Y la bondad de corazón sólo puede venir de Aquel que es la Bondad misma, el Bien.
Naturalmente, se puede preguntar por qué Dios no ha creado un mundo en el que su presencia fuera más evidente; por qué Cristo no ha dejado un rastro más brillante de su presencia, que impresionara a cualquiera de manera irresistible. Éste es el misterio de Dios y del hombre que no podemos penetrar. Vivimos en este mundo, en el que Dios no tiene la evidencia de lo palpable, y sólo se le puede buscar y encontrar con el impulso del corazón, a través del «éxodo» de «Egipto». En este mundo hemos de oponernos a las ilusiones de falsas filosofías y reconocer que no sólo vivimos de pan, sino ante todo de la obediencia a la palabra de Dios. Y sólo donde se vive esta obediencia nacen y crecen esos sentimientos que permiten proporcionar también pan para todos».
3. Seguir reflexionando a partir del evangelio…
‒ Significativamente, las dos aplicaciones del Papa Ratzinger eran certeras y han de tenerse en cuenta, pero el problema es más hondo… No es sólo un problema de comunismo y capitalismo, sino de humanidad, incluso de Iglesia. Los cristianos no podemos empezar dando lecciones a los otros, sino abriendo un camino de “palabra”, es decir, de comunicación y de justicia, de transformación humana.
‒ En esa línea, Dostoyewsky pensaba que esta tentación del pan/dinero se aplicaba también y de un modo especial a la Iglesia cristiana. En su poema del Gran Inquisidor, él había identificado al Diablo de la tentación con el Inquisidor de Sevilla (es decir, con el Papa de Roma), que era representante de la Gran Iglesia de Occidente y de su política militar y económica… y que había optado por el Diablo, buscando el pan, es decir, el dominio económico del mundo.
La Iglesia de Occidente habría tomado, en el fondo, el control de la economía, no para fines explícitamente malos, sino para dirigir desde arriba (desde el pan, desde la riqueza) la marcha de los pueblos. Esa Iglesia rica había olvidado el sentido y milagro de la gratuidad (es decir, el regalo de la vida, el don del amor).
‒ El Cardenal Ives M. Congar apelaba con frecuencia a esta acusación de Dostoiewsky, a quien daba razón (no del todo, pero en gran parte). A su juicio, la Iglesia de Occidente se había aliado con el poder del pan, es decir, de la riqueza, para dirigir de esa manera las conciencias. Sin una fuerte “conversión” en este campo, la Iglesia Romana no puede entender ni vivir el mensaje de las tentaciones del evangelio.
Ciertamente, la interpretación del Papa Ratzinger es buena, pero hay que ir más allá… buscando ante todo “la palabra”, que todos los hombres se comuniquen en verdad, y que así al comunicarse pueden vivir en humanidad y resolver en justicia y amor el problema del pan
Cuando en la misa de hoy se lea este pasaje… tenemos que empezar pensando en nosotros, los cristianos. Ciertamente, no sólo de pan vive el hombre, pero tampoco vive sin pan. Pues bien, para resolver el tema del pan hay que empezar a construir una humanidad distinta, fundada en la palabra compartida, por encima de las instituciones de poder que están de hecho al servicio del Diablo (mientras millones de personas mueren cada año de hambre).
Conclusión: Respuesta de Jesús, empezar por la Palabra
Para que los hombres y mujeres puedan compartir el pan (¡cosa necesaria!) es antes necesario que ellos aprendan a compartir la Palabra… Éste es el camino que la Iglesia ha de abrir, desde el evangelio:
‒ Dios es Palabra, comunicación… Por eso, los cristianos decimos que Cristo es el Logos, es decir, la Palabra “encarnada” en la historia de los hombres.
‒ Al compartir la Palabra, los hombres y los pueblos se hacen “imagen” de Dios… capaces no sólo de crear y compartir los bienes de “consumo” (alimentos…), sino de compartir entre ellos la vida.
— Compartir la palabra significa que los “poderosos” dejen hablar a los menos poderosos, que la palabra de todos tenga igual dignidad, que se escuchen entre sí todos los hombres, y aprendan unos de los otros…
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