Martes Santo: tres meditaciones sobre el Evangelio de San Juan 13, 21-33. 36-38, por Joseba Kamiruaga Mieza CMF
De su blog Kristau Alternatiba (Alternativa Cristiana):
«En verdad, en verdad os digo que uno de vosotros me va a traicionar».
Cuando éramos pequeños e íbamos a la catequesis, nadie quería jugar a ser Judas.
Y quizás porque nadie quería avergonzarse por esta pregunta. Todos sabíamos quién era el culpable, pero a pesar de saberlo, teníamos miedo de que al final quedara claro para todos que todos y cada uno de nosotros éramos los culpables.
Creo que sólo así se puede justificar la excesiva curiosidad de los discípulos al querer descubrir su nombre. Y solo para saberlo, incluso están dispuestos a jugar la carta favorita y ganadora:
Uno de sus discípulos, a quien Jesús amaba, estaba reclinado a su lado. Simón Pedro le hizo señas para que preguntara de quién hablaba. Y él, reclinándose sobre el pecho de Jesús, le preguntó: «Señor, ¿quién es?». Jesús respondió: «Es aquel a quien le daré este bocado después de mojarlo».
Si nos detuviéramos en los gestos sencillos del relato, tendríamos que decir que Jesús señala al traidor con un gesto claro que es el de darle personalmente un bocado.
Sacramentalmente debemos decir que Jesús le ofrece claramente un gesto de intimidad, pero en lugar de ser salvación para él, esta intimidad se convierte en un abismo de oscuridad en él:
Y después de mojar el bocado, se lo dio a Judas Iscariote, hijo de Simón. Y después del bocado, Satanás entró en él. Entonces Jesús le dijo: «Lo que vas a hacer, hazlo pronto».
Con demasiada frecuencia nos sentimos seguros simplemente porque mantenemos una práctica cristiana que experimentamos más como un amuleto que como redención.
Pensamos que porque tomamos la Eucaristía todos los días o decimos oraciones, ciertamente nos mantendremos seguros y en el lado correcto.
El poder las tinieblas no tiene miedo de los sacramentos, especialmente cuando se toman sin que la persona decida seriamente convertirse.
Incluso los demonios creen que Jesús es el Hijo de Dios y que tiene toda la autoridad.
De hecho, paradójicamente, acercarnos a los sacramentos sin desear verdaderamente la conversión no sólo no nos mantiene a salvo sino que nos hace “comer y beber nuestra condenación”, como diría San Pablo.
Joseba Kamiruaga Mieza CMF
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Un beso traidor… que entra a forma parte del plan salvador de Dios
“Judas se acercó a Jesús y le dijo: Hola, Maestro. Y él lo besó. Jesús le dijo: Amigo, ¿a qué has venido?” (Mateo 26,49-50).
En aquella noche oscura, en el Huerto de los Olivos, llamado en arameo Getsemaní (“lagar”), avanza Judas, el discípulo apodado “Iscariote”, quizá “hombre de Kariot”, un pueblo del sur de Tierra Santa, o –según las diversas hipótesis interpretativas formuladas por los estudiosos– una deformación del término latino sicarius, con el que los romanos marcaban a los rebeldes a su poder, o incluso ’ish-karja’, “hombre de mentira”, quizá un apodo negativo que se le dio posteriormente.
El famoso gesto del beso que realiza se ha convertido en emblema de la traición, y Jesús, según el Evangelio de Lucas, reacciona con tristeza: «Judas, ¿con un beso traicionas al Hijo del Hombre?» (22,48).
Mateo, por otra parte, sólo registra una reacción seca de Cristo: “¡Por eso estás aquí!”, en la práctica, “haz lo que has decidido hacer”. Pero esta frase, como un soplo, está introducida por un amargo “amigo”. El evangelista, sin embargo, referirá un desenlace inesperado de aquel gesto, pocas horas después de este breve diálogo entre el ex discípulo y su Maestro: Judas, en efecto, habiendo devuelto el precio de la traición a los remitentes, abrumado por el remordimiento, se ahorcará (27,5).
Tal vez había experimentado una decepción interna con su sueño de convertirse en un seguidor del Mesías político que lo liberaría del poder imperial opresor y por eso lo había traicionado, pero al final se encontró internamente perturbado.
Si la traición forma parte del plan de Dios, que incluía la muerte salvadora del Hijo, ¿qué responsabilidad podía recaer sobre aquel que iba a ser el instrumento de su implementación? ¿No es cierto que Jesús declaró que “ninguno [de los discípulos] se perdería sino el hijo de perdición, para que la Escritura se cumpliese” (Juan 17,12)?
Por una parte, está la libertad efectiva de Dios que actúa en la historia y en el mundo. Por otra parte, está la libertad de la persona humana de Judas. Esta segunda libertad fue solicitada en Judas por el poder de las tinieblas, como el mismo Jesús reiteró: «¿No os he elegido yo a vosotros, los Doce? ¡Y uno de vosotros es un diablo!», leemos en el Evangelio de Juan (6,70), y el mismo evangelista señala que, después de la última cena con Jesús en el Cenáculo, «Satanás entró en Judas…; el diablo le había metido en el corazón traicionarlo» (13,2.27). Y añadirá que en la raíz de la traición estaba la codicia del dinero (12,4-6). La voluntad de Judas se ejercitó pues libremente, cediendo a la tentación diabólica.
¿Cómo se manifestó, en cambio, la libertad de Dios, expresada en la frase «para que se cumpliera la Escritura», usada por Jesús para situar el acontecimiento de la traición en otro plano superior?
Esta fórmula quiere simplemente indicar que también la libertad humana con sus locuras y vergüenzas puede insertarse en un plan divino superior.
Judas elige consciente y responsablemente la traición adhiriéndose al poder de las tinieblas, y Dios inserta este infame acto humano en su libre y eficaz plan de salvación redentora.
Dios, pues, no se sorprende por la elección del traidor. La respeta y no la bloquea, sino que la reintroduce en el plan de salvación que se realizará precisamente con la muerte de Jesús.
Joseba Kamiruaga Mieza CMF
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Dos símbolos primordiales caracterizan estos días: la luz y las tinieblas. Nos remontamos al inicio de la creación, pero en este caso no es sólo la acción de Dios la que separa el día y la luz de la oscuridad de la noche, sino la libertad del hombre.
El texto de Isaías del Segundo Canto del Siervo de Dios se manifiesta como un diálogo entre el Señor y el llamado, un diálogo con cierta dificultad, porque la “visión” de Dios no coincide exactamente con la del Siervo, que manifiesta a Dios sus desilusiones.
Por una parte, reconocemos lo que el Señor ha realizado, concediendo a su Siervo los dones necesarios para cumplir su misión: ha hecho de mi boca una espada afilada, me ha escondido a la sombra de su mano, me ha hecho una flecha aguda, me ha puesto en su aljaba. Pero el llamado encuentra dificultad en cumplir su mandato, porque la Palabra que está llamado a pronunciar parece no ser aceptada.
Ante esta dificultad, el Señor no lo consuela, sino que amplía el horizonte de su misión, llamándolo a ser luz para las naciones y heraldo de salvación para toda la tierra. Será lo que les sucederá a Pablo y Bernabé en Antioquía: como los judíos no acogieron el Evangelio, se dirigieron a los paganos quienes, llenos de alegría, acogieron a los apóstoles (cf. Hch 11).
En esta imagen luminosa encontramos las palabras de Jesús que, después de la elección de Judas, sabiendo que había cumplido la voluntad del Padre, dice: Ahora ha sido glorificado el Hijo del Hombre, y Dios ha sido glorificado en él. Si Dios fue glorificado en él, Dios también le glorificará en sí mismo, y le glorificará enseguida.
Hay un gran misterio de luz en esta adhesión total del siervo de Dios a la voluntad del Señor: es esta adhesión la que se convierte en la condición para manifestar la gloria de Dios.
Pero también hay oscuridad y noche.
Es aquella sombra y tiniebla en la que Judas se sumerge con la elección de traicionar a Jesús, pero es también la de Pedro y los demás discípulos que, ante el anuncio de la traición, se miran.
Es todavía de noche para Pedro, quien ante el anuncio de la partida de Jesús, no es capaz de ver su frágil corazón que lo llevará, esa misma noche, a negar a Jesús.
Misterio de luz y de tinieblas, misterio de gloria y de traición.
La Pascua que se acerca pedirá a todos pasar de las tinieblas a la luz, porque el problema para cualquier discípulo no es ser tinieblas, sino dejarse guiar con confianza por Jesús, para ser conducido a la luz de la resurrección, donde no habrá noche, ni dolor, ni luto, ni llanto, sino paz y alegría con Dios.
Joseba Kamiruaga Mieza CMF
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