“Podemos amar porque somos amados”, por P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF
De su blog Kristau Alternatiba (Alternativa Cristiana):
Comentario a la lectura evangélica (Juan 8, 1-11)
Tenemos que hacer cambios
Conversiones que llevan toda una vida. Pasar de dios a Dios, purificar la idea a menudo aproximada, limitada y limitante que tenemos de Dios. También nosotros, los cristianos en general. No menos, los católicos en particular. Incluso nosotros, discípulos de toda la vida.
Y atrevernos
Atrevernos a amar. A la medida de Dios que como un padre «debe» celebrar cuando un hijo vuelve, cuando un hijo no se pierde. Imitar la medida sin medida de este Dios inmenso y loco.
Somos libres, decimos. Incluso para perdernos.
Y lo vemos en este momento sangrante de guerras.
Pero, ésta es la Buena Noticia, Dios no se cansa. Insiste, si se quiere.
Como el navegador que, cuando nos perdemos, recalcula la ruta.
Luces rojas
Es una página tan fuerte que los primeros cristianos, como señala San Agustín, la habían borrado de su memoria y de sus textos. Es la página insoportable de la adúltera sorprendida en flagrante adulterio.
Y perdonada incondicionalmente.
No tiene nombre, ni lo tendrá nunca, ¿a quién le importa? Es sólo una pecadora, no tiene historia, no sabemos nada de ella, no entendemos la razón de lo sucedido. Es sólo una adúltera, una pecadora.
¿Está comprometida? ¿Casada? ¿Es feliz? ¿Con quién ha sido sorprendida en el acto de adulterio?
En realidad a nadie le importa la mujer.
Porque es una mujer y porque es una inútil, lo demás son habladurías.
Pillada en flagrante adulterio, dicen los delincuentes dispuestos a matar en nombre de Dios.
Aquí la cosa se complica. La Escritura establece que una persona puede ser acusada en presencia de dos testigos. ¿Dónde están? ¿Quiénes son? Todo pasa a un segundo plano, incluso el hecho de que el cómplice en el pecado haya desaparecido.
Tal vez ha escapado, o tal vez, como hombre, está siendo tratado de manera diferente…
Las emociones desbordan la medida, se abusa de la ley, esgrimida como un arma. No hay justicia, no hay equilibrio en esta sórdida historia: la ira prevalece, nublando las mentes.
Porque, como también vemos en estos tiempos, detrás de las razones nobles se esconden a menudo resentimientos mezquinos.
En el centro
Ponedla en el medio, dicen.
Ella está en el medio, la mujer. El lugar del juicio, ante los jueces.
Y he aquí la petición, aturdidora, insultante, enigmática.
Jesús es llamado a expresar su opinión como rabino.
Pero las cuentas no cuadran: se la presenta como adúltera, ¡así que ya ha sido juzgada! Entonces, ¿qué sentido tiene el juicio de Jesús? O aún no ha sido juzgada, ¿entonces en qué interviene el Nazareno, que no forma parte del sanedrín?
El evangelista señala que se trata de una trampa: si Jesús dice que no la apedreen contraviene la Ley de Moisés. Si dice que la apedreen contraviene la norma romana, uniéndose a las nutridas filas de los antirromanos. Y lo que es peor, desmiente su visión de un Padre benévolo.
Hay que reconocer la perfidia de los presentes.
No les importa mucho la justicia, menos aún las mujeres y las consecuencias de sus decisiones. Se trata de detener a un tipo que se ha improvisado profeta y que reúne a su alrededor a numerosas personas.
Pecadores, en su mayoría, como esta mujer.
Se junta con gente mala, Jesús, es amigo de publicanos y prostitutas (Mt 11,19).
Jeroglíficos
Jesús, sin embargo, se agacha y traza marcas en el suelo con el dedo.
Guarda silencio. Sabe que es una trampa.
Se agacha y permanece en esa posición. Se sienta a reflexionar. Empieza a escribir.
La multitud que se ha reunido no ha razonado, ha dejado hablar a su vientre, a sus vísceras, ha dado rienda suelta a la ira. Jesús no, Él toma distancia, se recoge, piensa y escribe. ¿Qué?
Se cree que la costumbre de hacer garabatos en el suelo, ampliamente documentada entre los pueblos semitas, era una forma de ordenar los pensamientos o de contener la irritación.
También es sugerente la reflexión espiritual de quienes quieren ver en ello una referencia al don de la Torá: Jesús no escribe en el polvo, como imaginamos, sino que traza marcas en la piedra, en el pavimento del Templo, igual que Dios había trazado con su dedo los mandamientos en las tablas de piedra (Dt 9,10). Dios había dado esas palabras para la vida, los acusadores las utilizan para dar la muerte.
Sea lo que sea, lo que hace Jesús sigue siendo un misterio.
Pero su respuesta es una andanada en el estómago de los presentes.
La primera piedra
Se sienta y mira hacia arriba -así se dice en el texto griego-. Su frase se ha convertido en proverbial.
Claro, esta mujer ha pecado, por supuesto.
Se ha equivocado, ha cometido un error. Pero, ¿quién de nosotros no se ha equivocado alguna vez? ¿Quién puede decir que nunca ha pecado? ¿Quién puede erigirse honestamente en juez contra ella?
Jesús desplaza a todos, no niega la validez del precepto, no dice que está bien lo que hizo, ni entra en la delicada cuestión de la jurisdicción. Él va más allá. Va antes. Retrotrae a todos al origen de la norma que está hecha para el bien del hombre, no para oprimirlo.
Es cierto: esta mujer ha obrado mal, como todo el mundo.
Pero la mujer no se identifica con su error, no se agota en su pecado.
Tiene una historia, un nombre, una dignidad, incluso la dignidad de equivocarse y redimirse, de cambiar, de mejorar.
Jesús distingue entre pecado y pecadora, algo que los acusadores no saben hacer.
Y pone una variable inesperada en el juicio: la misericordia, esa actitud típica de Dios que ve con el corazón nuestra miseria. Se equivocó, claro, y todos nos equivocamos.
Y tomamos conciencia de ello, no para justificar o minimizar, sino para cambiar y crecer.
Esta mujer se equivocó, claro. Pero no es clavándola a sus límites como cambiará.
Sólo cambiará si ve una salida, una solución, sólo si comprende lo que realmente llena su corazón.
Él, en su corazón, ya la ha perdonado.
Como me perdona a mí.
Como Él me enseña a hacer.
Podemos cambiar. Podemos dejar de odiar, dejar de hacernos la contra o la guerra entre nosotros.
Podemos amar porque somos amados.
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF
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