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Archivo para abril, 2025

Sábado Santo… en silencio ante el Señor.

Sábado, 19 de abril de 2025
© Carmelo Blazquez 2013

© Carmelo Blazquez 2013

(Fotografía de Carmelo Blazquez)

Durante el Sábado Santo la Iglesia permanece junto al sepulcro del Señor, meditando su pasión y muerte hasta que con su resurrección se inauguren los gozos de la Pascua, cuya exuberancia inundará los cincuenta días pascuales.

Hombre en Soledad

 Contigo vengo, Dios, porque estás solo
en soledad de soledades prieta.
Conmigo vengo a Ti, porque estoy solo,
sintiendo por el pecho un mar de pena.
Qué tristeza me das, Dios, Dios, sin nadie
que te descanse, Dios, de tu grandeza,
que te descanse de ser Dios, sin nada
que te pueda inquietar o te comprenda.
Qué tristeza me doy, perdido en todo,
y todo mudo, tan lejano y cerca,
cada vez más presente ante mis ojos
en un mutismo que no se revela,
con el corazón loco por saberte,
preguntando en la noche que se adensa.
Con voz de espadas clamo por mi sangre,
rebusco con mis manos en la tierra
y escarbo en mi cerebro con mis ansias.
Y silencio, silencio, mudez tensa.
Dios, pobre mío, todo lo conoces.
Para Ti todo ha sido: nada esperas.
Hasta lo que me duele y no me encuentro
Tú lo conoces ya, porque en mí piensas.
Yo no conozco nada, Dios, y tengo
socavones de amor llenos de inquietas,
oscuras criaturas que me gritan
palabras, no sé dónde, que me queman,
preguntas que me tuercen y retuercen,
sábana viva chorreando estrellas.
Qué compasión me tengo, Dios, pequeño
llamando siempre a la inmutable puerta
con las palmas sangrando, a la intemperie
de mis luces y dudas y tormentas.
Qué compasión te tengo, Dios, tan solo,
siempre despierto, siempre Dios, alerta,
sin un pecho bastante, Dios, Dios mío,
que ofrezca su descanso a tu cabeza.
Cómo me dueles, Dios. Cómo me dueles,
herido por la angustia que te llena,
sin poder descansarte, sin caberte
en mis entrañas ni aun en mis ideas.
No puedo más Contigo, que me rompes
creciendo por mi dentro y por mi fuera,
cercándome, estrechándome, ahogándome,
dejando, sin saberlo, en mí tu huella.
Y soy hombre, Señor. Soy todo caspa
de angustiosa esperanza contrapuesta,
arcilla informe de reseco olvido,
quizá, capricho de tu indiferencia.
Señor, qué solo estás. Cómo estoy solo,
yo con mi carga insoportable a cuestas.
Tú, con todo y sin nada —(¡todo, nada! —
más que Tú, Dios perdido en tu grandeza,
muerto de sed de amor de algo supremo,
Dios, algo que te alegre y que te encienda.
Sin nada superior a Ti creado,
mi voz alzada al límite no llega
a rumor que resbale por tus sienes,
a brisa en tus oídos, que se secan
de no oír desde nunca una palabra
que antes de estar en hombre no supieras,
pobre Creador, Dios mío sin sosiego,
preso en tu creación, en diferencia.
A Ti vengo, Señor, porque estoy solo,
a veces aun sin mí. Pero no temas,
Señor que has puesto en mí necesidades
sin darme el modo de satisfacerlas.
Perplejo, recomido de inquietudes,
de Ti tengo dolor; de mí, conciencia
de ser como no quiero: ser inútil,
vana palabra, humana ventolera
con sabor de cenizas y de ortigas
clavándome alfileres en la lengua,
y un huracán de vida por la carne
que no ha encontrado carne que florezca.
Versos, versos, mas versos, siempre versos,
¿y para qué, Dios mío? Dentro queda
una fuente de llanto sofocado
minándome la hirviente calavera,
sin encontrar salida a la congoja
cada vez más patente. Y todo niebla.
Contigo vengo, Dios, porque estoy solo;
me huyes cada vez, más te me alejas.
¿No tienes qué decirme, Dios, qué darme?
¿No ves, Señor, no ves, Dios, cómo tiembla
este vaho que se alza de mi vida,
hierbecilla perdida que se hiela?
Encallece mi alma, Dios. Haz dura
la mano y la mirada: hazme de piedra.
Quítame el sentimiento que me escuece.
Borra, Señor, con sol, mi inteligencia.
Déjame en paz, en flor, en roca, en árbol,
en muda, resignada, dulce bestia
caminante con ritmo y sin sentido
por un mundo de instintos e inocencia,
o dame con la luz aquel sosiego
original del prado que apacientas

*

Ramón de Garciasol
Hombre en soledad,

***

 

La tierra está extenuada. Todo duerme y espera. También reposa el cuerpo de Jesús. Como en el caso de Lázaro, la muerte de Jesús no es más que un sueño. Mientras su alma descendía a llevar la victoria a lo más hondo de los infiernos, su cuerpo duerme pacíficamente en la tumba, esperando las maravillas de Dios.

Y es que este Gran Sábado no es como otros. Algo ha cambiado radicalmente. El velo del Templo se rasgó hace poco, brutalmente, dejando al descubierto al Santo de los Santos. El Templo ya no está en su lugar. El sábado ya no está en el sábado. Ni la pascua en la pascua.

Todo está en otro sitio. Todo está aquí cerca, cerca del cuerpo que duerme en la tumba. Todo es espera, ahora debe suceder todo. La Iglesia, esposa de Jesús, no se desorienta. Sigue ¡unto a la tumba que encierra el cuerpo amado. El amor no flaquea, no se desespera. El amor todo lo puede, todo lo espera. Sabe ser mas fuerte que la muerte.

¿Qué no habría hecho en aquella hora de tinieblas el amor de algunos, entre ellos el de la Virgen María, para que Jesús fuera arrancado de la muerte? Sólo Dios lo sabe. ¿Alguno ha presentido la densidad de vida que colma este cadáver y esta tumba, como jardín en primavera, donde incluso la noche es un crujido de vida y de savia que fluye? Nosotros no lo sabemos. Sólo sabemos que José de Arimatea hizo rodar una gran piedra hasta la boca de la tumba antes de irse, mientras María Magdalena y la otra María estaban allí, firmes junto a la tumba. Seguramente, no saben nada todavía, pero perseveran en el amor. El vacío que se ha creado de repente entre ellas es tan grande que sólo Dios puede llenarlo. Con ellas, toda la Iglesia espera en el amor.

*
A. Louf,

Sólo el amor te bastará. Comentario espiritual sobre el Evangelio de Lucas
Cásale Monf. 1985, 63s.

***

"Migajas" de espiritualidad, Espiritualidad , , , ,

“Al atardecer llegó con los doce”, por Dolores Aleixandre

Sábado, 19 de abril de 2025

Un bello texto de su blog Un grano de Mostaza para meditar en silencio ante el Cristo yacente recordando cómo hemos llegado hasta aquí… Es nuestro amigo quien está ahí… el que nos arrebataron… porque le  dejamos marchar solo a pesar de que Él no nos abandonó… es el que esperamos que vuelva tras esta noche de tiniebla, de dolor, de muerte…

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En el relato de Marcos sobre los preparativos de la cena pascual, hay un significativo desplazamiento de lenguaje. El texto comienza diciendo: «El primer día de los ázimos, cuando se inmolaba la víctima pascual, le dicen los discípulos: ¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la cena de Pascua?… » (Mc 14,12). Sin embargo, cuando es Jesús quien da las instrucciones para el dueño de la casa, habla de «cenar con mis discípulos», desaparecen las alusiones a lo litúrgico y no hay ya ni una palabra sobre ázimos, cordero, hierbas amargas, oraciones o textos bíblicos: solo pan y vino, lo esencial en una comida familiar.

Quiere cenar con los suyos y para eso necesitan encontrar una sala en la que haya espacio para estar juntos: ese es el único objetivo que permanece y que Lucas subraya aún con más fuerza « ¡Cuánto he deseado cenar con vosotros esta Pascua!» (Lc 22, 15). El «con vosotros» es más intenso que la conmemoración del pasado, lo ritual deja paso a los gestos elementales que se hacen entre amigos: compartir el pan, beber de la misma copa, disfrutar de la mutua intimidad, entrar en el ámbito de las confidencias.

Su relación con ellos venía de lejos: llevaban largo tiempo caminando, descansando y comiendo juntos, compartiendo alegrías y rechazos, hablando de las cosas del Reino. Él buscaba su compañía, excepto cuando se marchaba solo a orar: había en él una atracción poderosa hacia la soledad y a la vez una necesidad irresistible de contar con los suyos como amigos y confidentes.

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Al principio ellos creyeron merecerlo: al fin y al cabo lo habían dejado todo para seguirle y se sentían orgullosos de haber dado aquel paso; les parecía natural que el Maestro tomara partido por ellos, como cuando los acusaron de coger espigas en sábado y él los defendió (Mc 2,23-27); o cuando el mar en tempestad casi hundía su barca y él le ordenó enmudecer (Mc 4,35-41); o cuando volvieron exhaustos de recorrer las aldeas y se los llevó a un lugar solitario para que descansaran (Mc 6,30-31).

Sin embargo, las cosas que él decía y las conductas insólitas que esperaba de ellos les resultaban ajenas a su manera de pensar y de sentir, a sus deseos, ambiciones y discordias y una distancia en apariencia insalvable se iba creando entre ellos: le sentían a veces como un extraño venido de un país lejano que les hablaba en un lenguaje incomprensible.

Pero aunque ninguno de ellos se sentía capaz de salvar aquella distancia, Jesús encontraba siempre la manera de hacerlo. El día en que admiró la fe de los que descolgaron por el tejado al paralítico (Mc 2,5), estaba en el fondo reconociéndose a sí mismo: también él removía obstáculos con tal de no estar separado de los suyos y nada le impedía seguir contando con su presencia y con su compañía, como si los necesitara hasta para respirar.

Ellos se comportaban tal y como eran, más ocupados en sus pequeñas rencillas de poder que en escucharle, más interesados en lo inmediato que en acoger sus palabras, torpes de corazón a la hora de entenderlas. Pero él se había ido inmunizando contra la decepción: los quería tal como eran sin poderlo remediar, los disculpaba, seguía confiando en ellos.

« Todos vais a tropezar, como está escrito: Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas del rebaño» (Mc 14,27), dijo durante la cena. No habló de culpa, ni de abandono, ni de traición: eran amigos frágiles que tropezaban y no se puede culpar a un rebaño desorientado cuando se dispersa y se pierde. Sabía que iban a abandonarle pronto y que, si no habían sido capaces de comprenderle cuando les hablaba de sufrimiento y de muerte, tampoco lo serían para afrontarlo a su lado, pero sobre sus hombros no pesaba carga alguna de reproches o de recriminaciones. Libre de toda exigencia de que correspondieran a su amor, estaba seguro de que, lo mismo que su abandono en el Padre le daría fuerza para enfrentar su hora, aquel extraño apego que sentía por los suyos sería más fuerte que su decepción por su torpeza.

Y seguiría considerándolos amigos, también cuando uno de ellos llegara al huerto para entregarle con un beso.

Fuente Religión Digital

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Soledad de los abandonados. Sábado Santo: El Cristo de la Soledad

Sábado, 19 de abril de 2025

Del blog de Xabier Pikaza:

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Con todos los solitarios, abandonados del mundo

En esta Semana Santa se han alzado y han desfilado por iglesias y calles muchas imágenes de Cristo y de su Madre. La más impresionante acaba siendo la imagen y cofradía de la soledad, pues de ella somos todos, queramos o no, hombres y mujeres solitarios, al fin solos, ante Dios y ante la muerte, ante nosotros mismos.

   Solitarios con Jesús, ante la vida, ante el amor, ante la muerte. Eso es lo que somos. Soledad al fin, pero soledad acompañada por Jesús, el Solitario de Dios y de los hombres.

Soledad de soledades, todo es soledad 

Hay una soledad primera de impotencia o miedo,propia de personas con dificultades afectivas y/o psicológicas y familiares, soledad de los abandonados a sí mismo,  como el Cristo que grita desde la Cruz “Dios mío ¿por qué me has abandonado?” y así muere solo, en el silencio de la tarde oscura.

Hay una soledad segunda, de marginados y crucificados,de aquellos que no pueden compartir la vida con los otros, porque les rechazan, por razones económicas, sociales…  (por raza, por clase social o por emigración).  Es la soledad de los que emigran por todos los caminos sin camino, pues no llevan a ninguna parte, acabando así ante muros cerrados, ante vallas encendidas de muerte, rechazados por ricos  que se encuentran todavía más solos detrás de los muros que han alzado, porque tienen miedo de sí mismos y miedo de los otros.

Hay una soledad tercera, propia de personas que se aíslan en su propio autismo, por culpa propia o por culpa de los otros, por rechazo afectivo, por envidia y egoísmo personal o por enfermedad… pues la enfermedad suprema es la de estar solos, con sus propias máquinas de miedo y diversión desnuda entre las manos, sin un trozo de pan de amor propio o de amor ajeno alimentarse…

Y está al fin, en el centro de todas, este sábado Santo, sábado de soledad, la Soledad del Cristo de Dios, que es el Cristo de todas las soledades… Hoy quedamos ante él y con en silencio. Como meditación en el silencio quiero ir desgranando unas palabras… Queden aquí los que entiendan con Jesús de soledades, y los que no entiendan, que somos la mayoría. Sigan leyendo los que a pesar de todo pueden y quieren seguir pensando.

Jesús, experto en soledades. La agonía de la soledad

La soledad de Jesús fue ante todo una soledad agónica, la agonía de un hombre que quiso ser presencia y compañía de Dios para todos, y que al fin quedó a solas en la cruz, ante su Dios y ante su amor, que era los hombres, como declara el Evangelio de Juan, cuando empieza diciendo que vino a los suyos y los suyos no le recibieron (Jn 1, 11‒13).

       Fue llamando a muchas puertas, y todas al fin se cerraron ante su llamada. Y por eso le sacaron fuera de la ciudad, para condenarle a la muerte más solitaria de todas, en una cruz, con otros dos condenados… sin más compañía que una mujeres mirándole a lo lejos, desnudo, totalmente desnudo, porque habían subastado sus ropas, para que le vieran así, el hombre del amor frustrado.

Esta fue una soledad agónica, es decir, de agonía, que significa lucha, agôn, entrega de la vida por un amor más alto, pasión de amor abierto hacia todos. La soledad más profunda implica siempre un tipo de esfuerzo,  de purificación, de vencimiento radical de sí mismo, de ofrenda de la vida en manos del misterio de Dios y de los otros. Es una soledad para la compañía. Una soledad en la manos de Dios, para así compartirlo todo y morir amor con otros.

       Y en soledad de amor murió Jesús, dándolo todo, dándose del toro, en manos de Dios que son las manos de los hombres, aguardando una respuesta de amor… Pero en el trance final de la Calavera Dios quedó callado, y callados los hombres, que no respondieron a su amor, y le dejaron como nació, desnudo, pero desnudo para morir, clavado a la cruz de su propia soledad, con unas mujeres llorando a lo lejos por su amor abandonado. , brota un lugar para el encuentro de Dios como Señor que resucita, como todo en todos

Todo empezó al fin en el Huerto de la Soledad  

greco200 Tenía que haber sido huerto de amor con los suyos, bajo la sombra amorosa de los grandes olivos… Pero el huerto se convirtió en soledad, con un ángel que logró ver el Greco, pero que Jesús no veía.

En el momento clave de su despedida, en la noche de sus bodas, Jesús entró en el huerto de la prensa del olivo (Getsemaní), para ser allí prensado por el abandono de todos. Necesitaba compañía y la pide a los amigos. En unión con ellos se sitúa ante el misterio: «Abba, Padre, tú lo puedes todo; aparte de mí este cáliz; pero no se haga mi voluntad sino la tuya» (Me 14, 36 y par). Ruega con dolor, con lágrimas de sangre, como añade el evangelio de Lucas, en una glosa muy significativa (Le 22, 43-44), pero nadie le responde; sus amigos duermen, Dios está callado.

       Vuelve pidiendo ayuda a los suyos y los encuentra más dormidos que antes, por el peso de la tristeza y la impotencia, quizá por miedo, cada uno con su sueño baldío, a la sombre de noche de los viejos olivos. Y Jesús de nuevo en la oración, absoluta­mente solo, sin ningún apoyo humano, sin recuerdo ni belleza en que fundarse. Pide compañía y no la obtiene, quiere llenar su soledad de amor y no le atienden. El Dios a quien invoca como Padre no le saca de la prueba, sino que le introduce más profundamente en ella, como sosteniéndole en la marcha de la muerte. En ese contexto se entiende la palabra clave de la Cruz: «¡Dios mío! ¿Por qué me has abandonado?» (Me 15, 34).

No podemos comprender esta soledad abandonada de Jesús, a quien todos condenan, a excepción de unas mujeres que miran de lejos, y así le acompañan en el alma, pero en soledad… mientras destruyen su vida los que hacen guardia de muerte ante su cruz de moribundo. Pues bien, en un sentido, debemos añadir que tampoco Jesús, Hijo de Dios, entiende en un primer nivel su soledad y por eso pregunta a Dios: ¿Por qué me has abandonado?

Evidentemente, en un sentido, Dios le ha dejado sólo, pues parece que no cumple su promesa de Reino, de tal forma que él (Jesús) tiene que morir sin haber logrado (en un sentido externo) aquello que Dios le había prometido en el bautismo, al decirle “tú eres mi Hijo el predilecto”. Y así, como predilecto de Dios muere, abandonado al parecer del mismo Dios, gritando desde la cruz (¿por qué me has abandonado?), abandonado de todos, con la pura mirada de unas queridas mujeres… que son el amor de Dios que le mira y acompaña.

En ese camino de soledades, mientras pregunta a Dios, en la Vía Dolorosa que va del Huerto de la Prensa de los los Olivos a la Cruz del Calvario, sobre el monte de la “calavera desnuda” (que eso significa Calvario, una “calva” de Dios en la tierra), Jesús va descubriendo que ese abandono y soledad pertenece al camino que Dios le ha encomendado, para al anunciar el Reino a los pobres y expulsados, a todos los solitarios y crucificados de la historia. Jesús ha muerto al fin como él mismo lo había buscado en el fondo, como mueren los rechazados de la tierra.

Soledad de abandonado: «Dios mío, Dios mío ¿por qué me has abandonado?»

          Detalle La tradición de Mc 15, 37 y Mt 27, 46 dice que Jesús murió así, dando un gran grito de soledad final y de protesta‒llamada de amor, que los evangelistas interpretaron con las palabras de Sal 22, 2 como invocación y pregunta dirigida a Dios (¿por qué me has abandonado?). Ésta es la cuestión final de la Semana Santa: ¿A quién llamó Jesús cuando moría? ¿Con quién dialogó, presentándole su angustia?

Muchos exegetas han supuesto que el grito de fondo de Jesús y las interpretaciones posteriores han sido una creación de la iglesia (pues los crucificados mueren por asfixia y no pueden gritar), añadiendo que todo el pasaje ha sido una construcción simbólica para vincular la muerte de Jesús con el fin del mundo (así escuchamos voces en Ap 4, 1; 5, 2; 8, 13 etc.; cf. también Mc 1, 11).

En contra de eso, debemos afirmar que el recuerdo de ese grito evoca un hecho histórico, es decir, la última gran voz de Jesús, pidiendo amor a Dios y a los hombres, porque al decir Dios mío Jesús está diciendo: Mis amigos todos ¿por qué me habéis abandonado?

‒ Jesús llama a Elías, es decir, nos llama a nosotros desde su soledad. La pregunta clave es a quién llama Jesús desde su soledad, a Dios o a sus amigos, simbolizados todos por Elías. Esta empieza siendo una pregunta filológica. Jesús dice algo así como Elohi,   (que sería mi Dios, en arameo) o como Eli (mi Dios, en hebreo o en arameo hebraizado). Significativamente, ambas palabras pueden entenderse como Elías (Eliya), que significa Dios, que significa todos mis amigos…

    A todos sus amigos llama Jesús desde la cruz, nos llama a todos, preguntando por qué le hemos abandonamos, por qué abandonamos en manos de la muerte (o matamos) a todos los condenados de  Auschwitz o de los campos de concentración y cruz de la tierra entera, a los niños hambrientos, a los encerrados tras los muros de la tierra entera.

– Pero, llamando a sus amigos, a todos nosotros, Jesús llama a Dios,que es el Dios de todos, gritándole desde el Calvario. Está culminando el tiempo de su vida, y ahora parece que Dios ha desviado el rostro, dejando así en abandono y dolor al Cristo agonizante que le invoca. El pretendido Cristo” que así grita no podía ser Hijo de Dios (como habían dicho los sacerdotes de Mt 27, 40). Ciertamente, no ese ese Hijo de Dios en potencia de muerte, sino el Hijo de Dios verdadero, el que hace suyo el camino de muerte de la historia de los pobres, gritando desde la Cruz a Dios, es decir, a todos los hombres.

‒ ¿Por qué me has abandonado? (Mt 27, 46) El grito de Jesús es una llamada al Dios que puede liberarle de la muerte o, mejor dicho, explicarle el “por qué” de esa muerte. Entendido así, ese grito constituye una confesión de fe, en la línea del Sal 22, 2, que Jesús está citado. La palabra “por qué” (con,, lemá,  transcripción griega del arameo lema’,   que el texto griego traduce por  inatí,  puede tener dos sentidos: (a) Esa palabra puede insistir en el abandono en cuanto tal, sin más razones: ¿cómo puede Dios abandonar a su enviado? (b) Pero ella puede preguntar, más bien, por la razón del abandono: ¿por qué causa, con qué fin le ha desamparado Dios?

historia jesús 45Esta pregunta ha de entenderse a la luz de la acusación y condena de los transeúntes, sacerdotes y bandidos de Mt 27, 38-44, que no preguntaban “por qué”, ni razonaban, sino que simplemente condenaban a Jesús, sin ningún tipo de justificación. Ahora, Jesús recoge la acusación de sus enemigos y, de esa forma, desde su situación de mesías externamente fracasado, pregunta a Dios: ¿Por qué?

       Sin duda, la “culpa” inmediata la tienen los sacerdotes que le han acusado, y Pilato que le ha condenado a muerte. Pero la “causa” o razón última de su muerte en cruz es Dios. Por eso le pregunta en arameo transliterado en griego ¿por qué  sabakhthani, en  hebreo ‘azabtani,  me has abandonado? No rechaza ni condena a Dios (pero tampoco se condena a sí mismo, diciendo ¡he pecado!), sino que pregunta… elevando su pregunta a todos los que abandonan a los otros. 

       En un contexto como el suyo, un tipo de hombre “normal” no preguntaría, sino que protestaría contra Dios, es decir, le acusaría, o (más bien) confesaría su pecado. Pero Jesús no protesta, ni se confiesa pecador, sino que pregunta, como si fuera necesario superar un plano de razonamientos y causas para descubrir a Dios en su abandono y muerte… y descubrir al mismo tiempo el “abandono” de los hombres: ¿Por qué se abandonan y matan unos a  los otros? Leer más…

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Reflexión del Sábado Santo

Sábado, 19 de abril de 2025

semilla

SÁBADO SANTO

Jesús murió para posibilitar nuestra divinización. La tierra está embarazada de resurrección.

Todo esto es un proceso, como el proceso de nuestras vidas, donde nuestras muertes posibilitan nueva vida. Nuestra vaciedad hoy es posibilidad, como este día es espacio de parar, silenciarnos, vivir en soledad en una espera gozosa que es esperanza de Vida Nueva.

En este día de Sábado estamos llamadas a dejar que Cristo se geste en nuestro interior, no el Jesús histórico que murió, sino el Cristo vivo que todos y cada uno llevamos en semilla en nuestro interior.

Es el día de transformación de la semilla en fruto, de la crisálida en mariposa, es el día de albergar al Cristo naciente en nosotros en nuestro interior, cuna de un tercer nacimiento en un mundo que necesita la comunión y la solidaridad.

Es el Cristo cósmico que es semilla de resurrección para toda la humanidad.

Para leer la reflexión completa, con las pautas de trabajo pincha aquí.

*

Fuente: Monasterio Monjas Trinitarias de Suesa

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Sábado Santo , por Joseba Kamiruaga Mieza CMF

Sábado, 19 de abril de 2025

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De su blog Kristau Alternatiba (Alternativa Cristiana):

En la creación resuena el silencio de Dios

El gran sábado: el día de las mujeres, que, recogidas bajo sus velos, preparan aromas en secreto. Día de la Madre, dolorosa, fuerte, fiel, virgen del silencio y de la paz misteriosa. Un día de fe contra toda evidencia, en el que esperamos contra toda esperanza.

No, creer en la Pascua no es la verdadera fe: es demasiado bella en Pascua. La verdadera fe es el gran Viernes cuando Tú no estabas allí arriba y ni un eco/ respondiste al fuerte grito.

Hoy la creación resuena con el silencio de Dios. En el silencio del sepulcro calla la voz de Dios que se ha hecho rostro en Jesús, calla el rostro bajo el sudario, el rostro que se ha hecho tierra del Edén, polvo antes de recibir el aliento de la vida, el rostro del que se extrae todo rostro, todo Adán anónimo e innumerable.

Jesús es más Adán que Adán. El rostro hermoso del Tabor (Lc 9, 33), el rostro duro (Lc 9, 51), que se dirige hacia Jerusalén, se dirige ahora hacia el infierno. Los iconos orientales muestran a Jesús descendiendo al Seol, derribando sus puertas, llegando hasta Adán, levantándolo, tomándolo de la muñeca -donde se mide la vida- y arrastrándolo consigo. Y detrás de Adán se pone en marcha la inmensa caravana, la inmensa peregrinación de la humanidad hacia la vida. Jesús es más Adán: desciende allí donde todo hombre espera y muestra que en la raíz de todas las cosas no está la muerte, sino la vida.

Y fuera del sepulcro es primavera. El inframundo indica también lo más profundo del hombre, el núcleo esencial, misterioso y original de cada criatura. La base de mis raíces es Cristo y sé que puedo encontrarlo en todo lo que hay de más humano en mí, allí donde soy yo mismo, allí donde el hombre es hombre, está Cristo presente.

Entonces todo lo que el hombre hace con todo su corazón, con todo su ser, en libertad e incluso en dulce locura, lo acercará al absoluto de Dios. Porque Dios solo está ausente donde el corazón está ausente. “Lo divino brilla desde lo más profundo del ser” -Teilhard de Chardin-.

El inframundo también indica las profundidades oscuras de la materia. Allí descendió Jesús para darle energía y un aliento ascendente hacia una vida más brillante. Jesús, sembrado en los surcos del mundo, ramificado en las arterias del cosmos, inunda de vida incluso los caminos de la muerte.

Si empiezo a pensar que en lo más profundo de la materia y de mi carne, que en las partes oscuras de mi ser, en mis zonas de dureza y de disonancia, Jesús ha descendido para iluminarme, para transfigurarme, para resucitar en mí la imagen divina, entonces también yo puedo decir que en Pascua soy «luz de luz».

En mí y en cada uno de vosotros, en el santo y en el pecador, en el rico y en el último inmigrante, en la víctima y hasta en el verdugo, en el torturado y en el torturador, está Jesús resucitado. Jesús no sólo resucitó una vez para siempre, sino que es el Resucitado para la eternidad, Él que desde lo más profundo de mi ser, desde lo más profundo de cada hombre, desde lo más profundo de la historia, es energía que asciende, vida que germina, piedra que rueda de la boca del corazón.

Y salimos preparados para la primavera de la nueva vida, llevados hacia arriba por el Jesús resucitado. El inframundo indica también el subsuelo del futuro, donde la vida está hecha de brotes, que sólo mañana o pasado mañana darán frutos maduros, y yo estoy llamado a custodiar los brotes, allí donde el río nace con la primera gota de agua, la primavera con la primera flor, el amor con la primera mirada, llamado a velar por el futuro más allá de todo signo de muerte.

Hoy es el día de la profecía en el que, como los profetas, como Abraham, como Moisés, como María, amamos la Palabra de Dios aún más que su realización. Hoy es el día en el que la Palabra desnuda respira, sin hablar, sin pronunciar, en atronado silencio, aún más verdaderamente que su realización.

Joseba Kamiruaga Mieza CMF

El Señor se rebajó y descendió 

El Sábado Santo, o Gran Sábado, es el día “intermedio”, porque cae entre el día de la muerte de Jesús y el día de su resurrección. Es un día único en su ritmo litúrgico, un día de silencio y de espera, que no sólo es parte de la Semana Santa sino que se convierte en una hora, un tiempo, a veces una estación en la vida de un cristiano.

Debemos confesar también que es un día incómodo, que parece vacío, y no es casualidad que hasta hace algunas décadas hubiera sido, por así decirlo, “robado”, “sustraído”, porque de alguna manera casi había sido expulsado de la propia liturgia.

En primer lugar, escuchando las Sagradas Escrituras, el Sábado Santo aparece como el día en el que nada se dijo de Jesús, muerto y sepultado el día anterior, y poco se dijo de los demás, los discípulos y los protagonistas de su pasión y muerte. Parece un día que debe pasar rápido, pues las mujeres esperan el día siguiente para volver al sepulcro, los Sumos Sacerdotes piensan que nada puede pasar, ya que el sepulcro está custodiado por los soldados de Pilato, los discípulos, atenazados por el miedo, se quedan en casa, con las puertas cerradas.

Sábado Santo, día en el que no ocurre nada, día de descanso de Dios, según la vida de fe judía, día en el que el cuerpo muerto de Jesús está en el sepulcro para reposar. Habiendo muerto la víspera, Jesús aparece muerto para siempre: ya no hay nada más que ver ni oír de Él… Su historia parece un fracaso y su comunidad está perdida y asustada. La evidencia es contundente: un cuerpo sin vida, cerrado con una gran piedra dentro de una tumba inaccesible.

Un día tan vacío, marcado por la aporía, ¡parece el día más largo! Quisiéramos que terminara pronto, porque pone a prueba nuestra adhesión a las palabras en las que creímos, nuestra esperanza en un resultado de salvación y triunfo del bien sobre el mal.

Y en cambio nos encontramos ante la muerte: la de Jesús, pero también nuestra muerte y la muerte de otros que amamos. Quisiéramos acortar ese día, quisiéramos borrarlo, y sin embargo, en el triduo salvífico, es un día intermedio necesario: se trata de comprender lo sucedido, de afrontar la realidad de la muerte como un fin que se impone inexorablemente, de ejercitarnos en la espera, superando constantemente las dudas mediante la adhesión a las palabras de Jesús.

El Sábado Santo, la fe se ve obligada a luchar, a reconocer su propia debilidad, a vencer la nada, el vacío. Si el Sábado Santo testimonia que Jesús “profundizó”, nos exige a nosotros ir más profundamente, acoger la oscuridad que envuelve el enigma, que poco a poco, gracias a la fuerza del Espíritu de Dios que actúa en nosotros, puede transformarse en misterio.

¡Sí, del enigma desesperante al misterio que revela el significado de todas las cosas y de todos los acontecimientos! No se puede vivir el Sábado Santo sin aceptar la “crisis de la palabra”, la experiencia de que las palabras no bastan y a veces deben dar paso al silencio, al “no saber qué decir ni cómo decir”. El escándalo de la cruz proyecta una sombra, y debemos aprender a permanecer en esa sombra. “Es bueno esperar en silencio la salvación del Señor”, canta el profeta en las Lamentaciones por la muerte del Mesías (3,26).

Pero si bien es cierto que este silencio y esta espera nos aprietan el corazón, en lo más profundo de nuestro corazón seguimos creyendo que Jesucristo está siempre actuando y que precisamente cuando no vemos nada y solo notamos que “recessit Pastor noster” – “nuestro Pastor se ha ido” –, precisamente entonces Él, el Señor de vivos y muertos, ha descendido a los infiernos, a lo profundo no redimido del hombre, para traer esa salvación que nosotros no podemos darnos a nosotros mismos.

Aquel Sábado Santo bajó al encuentro de todos los humanos ya muertos, pero aún hoy baja a nuestras profundidades no evangelizadas, habitadas por nuestras sombras y por la muerte, para hacer lo que nosotros no podemos hacer.

Sí, en la vida espiritual tarde o temprano bajamos, pero al bajar encontramos a Jesús que nos ha precedido y nos espera con los brazos abiertos. Entonces termina nuestra espera, nuestro lamento se transforma en un canto nuevo, nuestro permanecer en las tierras de la muerte en una danza de alegría: Él, Jesús resucitado, enjugará las lágrimas de nuestros ojos y con su mano en las nuestras nos conducirá al Padre en el Reino eterno.

Y el sepulcro, que al tercer día estará vacío, será elocuente: «¡No está aquí, ha resucitado de entre los muertos, como había dicho!». Así, después del Sábado Santo comienza ese día sin fin, sin ocaso: la Pascua de Jesús y nuestra Pascua, ¡una única Pascua!

Joseba Kamiruaga Mieza CMF

***

El Señor desciende a los infiernos 

Sábado Santo, el día después de la muerte, tiempo en el que ante los discípulos sólo existía el fin de la esperanza, una aporía, un vacío sobre el que se cernía el sinsentido, un dolor insoportable, la laceración de una separación definitiva, de una herida mortal: ¿Dónde está Dios?

Ésta es la pregunta silenciosa del Sábado Santo. ¿Dónde está aquel Dios que intervino en el bautismo de Jesús, abriendo los cielos para decirle: «Tú eres mi Hijo, me alegro mucho de ti» (Mc 1,11)? ¿Dónde está aquel Dios que intervino en el alto monte, en la hora de la transfiguración con Moisés y Elías y exclamó: «¡He aquí a mi hijo amado!»? (Mc 9,7)?

En la hora de la cruz Dios no intervino, hasta tal punto que Jesús se sintió abandonado por Él y gritó: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» (Mc 15,34). Leer más…

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Ante la Cruz…

Viernes, 18 de abril de 2025

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 ANTE LA CRUZ

Ante la cruz me llamas
en tu agonía.
Ante la cruz me llamas.
Y he aquí que tropiezo
con las palabras.

Porque si dices ante
¿no me pides, Señor,
sino que mire
frente a frente la cruz
y que la abrace?

Si te miro, Señor,
y Tú me miras,
es un horno de amor
lo que en ti veo,
y lo que veo en mí,
Señor, no es nada,
nada, nada, Señor,
sino silencio.

Un silencio vacío:
si Tú lo llenas
se habrá hecho la luz
en las tinieblas.

Y si en la cruz te abrazo
y Tú me abrazas,
el silencio, Señor,
es más palabra.

Ante la cruz, Señor,
aquí me tienes,
ante la cruz, Señor,
pues Tú lo quieres.

II

VÍA DOLOROSA

I

PARA DECIR LO QUE PASÓ AQUEL VIERNES…

…a Jesús, en cambio, lo hizo azotar
y lo entregó para que fuese crucificado.
(Mt.27,26)

Para decir lo que pasó aquel viernes
en los palacios de Jerusalén y en sus afueras
no bastan las palabras.
Por eso no hay
en las avenidas del relato
-Mateo, Marcos, Juan- sino una capa
de misericordia, un leve
y condensado recuerdo a los azotes.
Para decir lo que pasó aquel viernes
en los palacios de Jerusalén: la sangre,
los insultos, los golpes, la corona
de espinas,
los gritos, la locura, la ira desatada
contra el más bello y puro de los hombres,
contra el más inocente…
para decir lo que pasó aquel viernes
solo valen las lágrimas.

II

SIMÓN DE CIRENE SE ENCUENTRA CON LA CRUZ

Al salir encontraron a un hombre de Cirene, llamado Simón,
y le obligaron a que cargara con la cruz de Jesús.
(Mt. 27, 32)

Pesan los días y pesan los trabajos
y en las venas el cansancio es veneno
que apresura los pasos hacia el dulce
reposo del hogar;
los pasos hacia el dulce
abrazo del amor y del sueño.
Ni siquiera
hay espacio en el alma para el canto
de un pájaro. Tampoco para el sordo
rumor que empieza a arder
sobre el polvo en la plaza.
Viene Simón el de Cirene convertido
en pura sed, en pura
materia de fatiga.
Esa cruz
le sobreviene como un alud de asombro
y rebeldía.
Pero
entre la náusea de la sangre sabe
que siempre hay un dolor que añadir al dolor.
Entre la náusea de la sangre mira
y encuentra esa mirada como un pozo
encendido,
como un pozo
donde se funde el Galileo
con el dolor del mundo.
Apenas un instante y el abrazo
del corazón y la madera hasta la cima.
Vuelve Simón el de Cirene. Queda
una cruz en su piel.
Y una mirada.

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III

MUJER EN JERUSALÉN

Lo seguía muchísima gente, especialmente
mujeres que se golpeaban el pecho y se lamentaban por él.
(Lc. 23, 27)

Mis ojos suben por las calles de Jerusalén
bajo una lluvia de dolor,
bajo una lluvia
que va a lavar el mundo.
Mis ojos suben arrimados
a la cal de las paredes
mientras todo el fragor del sufrimiento
se hace eco en mis párpados.
Puedo sentir tu sed,
la quemazón de tus rodillas rotas
sobre los filos de la tierra.
Toma mi corazón, toma mis lágrimas,
déjalas que ellas laven tus heridas
ahora que soy
mujer en Jerusalén y que te sigo.
Mis ojos se adelantan
por los empedrados de Jerusalén
para encontrar los tuyos.
Y no hay en ellos
rebeldía.
Bajo la cruz
Tú eras una antorcha
de mansedumbre. Derramabas
una piedad universal con cada aliento.

Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí
(Lc.23,28)

¿Y cómo no llorar, Señor?
Déjame, al menos,
si no llorar por Ti, llorar contigo.

III

GÓLGOTA

I

EL CORAZÓN DE LAS MUJERES

Muchas mujeres que habían seguido a Jesús desde Galilea
para asistirlo, contemplaban la escena desde lejos.
(Mt 27, 55)

Estirándose sobre la distancia,
el corazón de las mujeres
se hizo cruz en el Gólgota.
¡Oh corazón de las mujeres, cruciforme,
arca lúcida,
oscura estancia del amor y permanente
arcaduz del misterio!
¡Oh corazón de las mujeres,
prodigioso arroyo fiel que mana
desde el mar de Galilea hasta el Calvario!
¡Y más allá del Calvario, hasta los límites
verticales y alzados,
hasta la orilla de la fe donde se trueca
el destino del hombre!
Mujeres, con vosotras he visto
la salvación del mundo,
su rostro ensangrentado, la medida
de sus brazos abiertos,
la extensión de su abrazo,
que acerca hasta nosotros
la dádiva incansable de sus manos
abiertas y horadadas para siempre.
Y he visto su corazón de par en par,
su corazón como una cueva dulce,
su corazón, abrigo
para toda intemperie.
He visto con vosotras
los pies del redentor, nunca cansados
de venir hacia mí, también heridos
de mí, por mí, también clavados
para la eternidad.
¡Oh pies de Cristo
impresos
sobre la arena de mi corazón!
¡Oh Cristo que atrajiste
hasta Ti el corazón de estas mujeres,
déjame ahora
latir en su latido:
contemplarte.

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II

STABAT MATER

Estaba la madre al pie
de la cruz. La madre estaba.
Enhiesta y crucificada,
color de nardo la piel.
En el pecho el hueco aquel
que vacío parecía.
No me lo cierres, María
que quiero encerrarme en él,
que quiero encerrarme y ver
todo lo que tú veías.
Sé tú mi madre, María,
como lo quería Él.

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III

CIERRA EL CIELO LOS OJOS …

Desde el mediodía hasta las tres de la tarde
la tierra se cubrió de tinieblas.
(Mt. 27, 45)

Cierra el cielo los ojos:
cae
la noche a plomo sobre el mediodía
de aquel viernes de abril en el Calvario.
No puede el cielo ser tan impasible
cuando en la cruz está muriendo un hombre,
ya solo sufrimiento y sangre,
cuando muere
el amado de Dios.
¿O acaso vuelve el rostro el cielo
también
y es abandono
lo que creían sombra?
Pesa, pesa, pesa…
Pesa esta oscuridad
que hace crujir los hombros
mientras el ser se vence
inexorablemente hacia el abismo.
Esta tiniebla tiene
peso, longitud, altura,
y penetra en el alma
y duele y vela
la mirada de Dios en la distancia.
¿No hay otro modo, Señor, no hay otro modo
de morir, de vivir, que hacer a ciegas
esta larga jornada de camino?
Pues si ha de ser así, Señor, te pido
que al menos en la muerte no me falte
un bordón de plegaria: que no olvide
tu nombre dulce con el que llamarte.

IV

EL GRITO

Y Jesús, dando de nuevo un fuerte grito entregó su espíritu
(Mt.27, 50)

Un grito. Luego el silencio.
Y en silencio estoy aquí
mientras resucitas Tú
y resucitan los muertos.
¡Cristo, ten piedad de mí!

Con Cristo

*

Mercedes Marcos Sánchez,

Poeta ante la Cruz (Meditación en Mateo)

***

Hoy la Iglesia nos invita a un gesto que quizás para los gustos modernos resulte un tanto superado: la adoración y beso de la cruz. Pero se trata de un gesto excepcional. El rito prevé que se vaya desvelando lentamente la cruz, exclamando tres veces: “Mirad el árbol de la cruz, donde estuvo clavada la salvación del mundo”. Y el pueblo responde: “Venid a adorarlo”.

El motivo de esta triple aclamación está claro. No se puede descubrir de una vez la escena del Crucificado que la Iglesia proclama como la suprema revelación de Dios. Y cuando lentamente se desvela la cruz, mirando esta escena de sufrimiento y martirio con una actitud de adoración, podemos reconocer al Salvador en ella. Ver al Omnipotente en la escena de la debilidad, de la fragilidad, del desfallecimiento, de la derrota, es el misterio del Viernes Santo al que los fieles nos acercamos por medio de la adoración.

La respuesta “Venid a adorarlo” significa ir hacia él y besar. El beso de un hombre lo entregó a la muerte; cuando fue objeto de nuestra violencia es cuando fue salvada la humanidad, descubriendo el verdadero rostro de Dios, al que nos podemos volver para tener vida, ya que sólo vive quien está con el Señor. Besando a Cristo, se besan todas las heridas del mundo, las heridas de la humanidad, las recibidas y las inferidas, las que los otros nos han infligido y las que hemos hecho nosotros. Aun más: besando a Cristo besamos nuestras heridas, las que tenemos abiertas por no ser amados.

Pero hoy, experimentando que uno se ha puesto en nuestras manos y ha asumido el mal del mundo, nuestras heridas han sido amadas. En él podemos amar nuestras heridas transfiguradas. Este beso que la Iglesia nos invita a dar hoy es el beso del cambio de vida.

Cristo, desde la cruz, ha derramado la vida, y nosotros, besándolo, acogemos su beso, es decir, su expirar amor, que nos hace respirar, revivir. Sólo en el interior del amor de Dios se puede participar en el sufrimiento, en la cruz de Cristo, que, en el Espíritu Santo, nos hace gustar del poder de la resurrección y del sentido salvífico del dolor.

***

***

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Viernes Santo.

Viernes, 18 de abril de 2025

 

Camino del Calvario

De Koinonia:

Isaías 52,13-53,12

Él fue traspasado por nuestras rebeliones

Mirad, mi siervo tendrá éxito,
subirá y crecerá mucho.
Como muchos se espantaron de él,
porque desfigurado no parecía hombre,
ni tenía aspecto humano,
así asombrará a muchos pueblos,
ante él los reyes cerrarán la boca,
al ver algo inenarrable
y contemplar algo inaudito.
¿Quien creyó nuestro anuncio?,
¿a quién se reveló el brazo del Señor?
Creció en su presencia como brote,
como raíz en tierra árida,
sin figura, sin belleza.
Lo vimos sin aspecto atrayente,
despreciado y evitado de los hombres,
como un hombre de dolores,
acostumbrado a sufrimientos,
ante el cual se ocultan los rostros,
despreciado y desestimado.
Él soportó nuestros sufrimientos
y aguantó nuestros dolores;
nosotros lo estimamos leproso,
herido de Dios y humillado;
pero él fue traspasado por nuestras rebeliones,
triturado por nuestros crímenes.
Nuestro castigo saludable cayó sobre él,
sus cicatrices nos curaron.
Todos errábamos como ovejas,
cada uno siguiendo su camino;
y el Señor cargó sobre él
todos nuestros crímenes.
Maltratado, voluntariamente se humillaba
y no abría la boca;
como cordero llevado al matadero,
como oveja ante el esquilador,
enmudecía y no abría la boca.
Sin defensa, sin justicia, se lo llevaron,
¿quién meditó en su destino?
Lo arrancaron de la tierra de los vivos,
por los pecados de mi pueblo lo hirieron.
Le dieron sepultura con los malvados,
y una tumba con los malhechores,
aunque no había cometido crímenes
ni hubo engaño en su boca.
El Señor quiso triturarlo con el sufrimiento,
y entregar su vida como expiación;
verá su descendencia, prolongará sus años,
lo que el Señor quiere prosperará por su mano.
Por los trabajos de su alma verá la luz,
el justo se saciará de conocimiento.
Mi siervo justificará a muchos,
porque cargó con los crímenes de ellos.
Le daré una multitud como parte,
y tendrá como despojo una muchedumbre.
Porque expuso su vida a la muerte
y fue contado entre los pecadores,
él tomo el pecado de muchos
e intercedió por los pecadores.

*

Salmo responsorial: 30

Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu

A ti, Señor, me acojo:
no quede yo nunca defraudado;
tú, que eres justo, ponme a salvo.
A tus manos encomiendo mi espíritu:
tú, el Dios leal, me librarás. R.

Soy la burla de todos mis enemigos,
la irrisión de mis vecinos,
el espanto de mis conocidos;
me ven por la calle, y escapan de mí.
Me han olvidado como a un muerto,
me han desechado como a un cachorro inútil. R.

Pero yo confío en ti, Señor,
te digo: “Tú eres mi Dios.”
En tu mano están mis azares;
líbrame de los enemigos que me persiguen. R.

Haz brillar tu rostro sobre tu siervo,
sálvame por tu misericordia.
Sed fuertes y valientes de corazón, /
los que esperáis en el Señor. R.

*

Hebreos 4,14-16;5,7-9

Aprendió a obedecer y se ha convertido para todos los que le obedecen en autor de salvación

Hermanos:

Mantengamos la confesión de la fe, ya que tenemos un sumo sacerdote grande, que ha atravesado el cielo, Jesús, Hijo de Dios. No tenemos un sumo sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras debilidades, sino que ha sido probado con todo exactamente como nosotros, menos en el pecado. Por eso, acerquémonos con seguridad al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y encontrar gracia que nos auxilie oportunamente.

Cristo, en los días de su vida mortal, a gritos y con lágrimas, presentó oraciones y súplicas al que podía salvarlo de la muerte, cuando en su angustia fue escuchado. Él, a pesar de ser Hijo, aprendió, sufriendo, a obedecer. Y, llevado a la consumación, se ha convertido para todos los que le obedecen en autor de salvación eterna.

 

*

Juan 18,1-19,42

Pasión de N.S.Jesucristo según san Juan

C. En aquel tiempo, salió Jesús con sus discípulos al otro lado del torrente Cedrón, donde había un huerto, y entraron allí él y sus discípulos. Judas, el traidor, conocía también el sitio, porque Jesús se reunía a menudo allí con sus discípulos. Judas entonces, tomando la patrulla y unos guardias de los sumos sacerdotes y de los fariseos, entró allá con faroles, antorchas y armas. Jesús sabiendo todo lo que venia sobre él, se adelanto y les dijo:

+. “¿A quién buscáis?

C. Le contestaron:

S. “A Jesús, el Nazareno.”

C. Les dijo Jesús:

+. “Yo soy.”

C. Estaba también con ellos Judas, el traidor. Al decirles: “Yo soy”, retrocedieron y cayeron a tierra. Les preguntó otra vez:

+. “¿A quién buscáis?

C. Ellos dijeron:

S. “A Jesús, el Nazareno.”

C. Jesús contestó:

+. “Os he dicho que soy yo. Si me buscáis a mí, dejad marchar a éstos.”

C. Y así se cumplió lo que había dicho: “No he perdido a ninguno de los que me diste.” Entonces Simón Pedro, que llevaba una espada, la sacó e hirió al criado del sumo sacerdote, cortándole la oreja derecha. Este criado se llamaba Malco. Dijo entonces Jesús a Pedro:

+. “Mete la espada en la vaina. El cáliz que me ha dado mi Padre, ¿no lo voy a beber?”

* Llevaron a Jesús primero a Anás

C. La patrulla, el tribuno y los guardias de los judíos prendieron a Jesús, lo ataron y lo llevaron primero a Anás, porque era suegro de Caifás, sumo sacerdote aquel año; era Caifás el que había dado a los judíos este consejo: “Conviene que muera un solo hombre por el pueblo.” Simón Pedro y otro discípulo seguían a Jesús. Este discípulo era conocido del sumo sacerdote y entró con Jesús en el palacio del sumo sacerdote, mientras Pedro se quedó fuera a la puerta. Salió el otro discípulo, el conocido del sumo sacerdote, habló a la portera e hizo entrar a Pedro. La criada que hacía de portera dijo entonces a Pedro:

S. “¿No eres tú también de los discípulos de ese hombre?

C. Él dijo:

S. “No lo soy.”

C. Los criados y los guardias habían encendido un brasero, porque hacía frío, y se calentaban. También Pedro estaba con ellos de pie, calentándose. El sumo sacerdote interrogó a Jesús acerca de sus discípulos y de la doctrina. Jesús le contesto:

+. “Yo he hablado abiertamente al mundo; yo he enseñado continuamente en la sinagoga y en el templo, donde se reúnen todos los judíos, y no he dicho nada a escondidas. ¿Por qué me interrogas a mí? Interroga a los que me han oído, de qué les he hablado. Ellos saben lo que he dicho yo.”

C. Apenas dijo esto, uno de los guardias que estaba allí le dio una bofetada a Jesús, diciendo:

S. “¿Así contestas al sumo sacerdote?

C. Jesús respondió:

+. “Si he faltado al hablar, muestra en qué he faltado; pero si he hablado como se debe, ¿por qué me pegas?

C. Entonces Anás lo envió atado a Caifás, sumo sacerdote.

* ¿No eres tú también de sus discípulos? No lo soy

C. Simón Pedro estaba en pie, calentándose, y le dijeron:

S. “¿No eres tú también de sus discípulos?

C. Él lo negó, diciendo:

S. “No lo soy.”

C. Uno de los criados del sumo sacerdote, pariente de aquel a quien Pedro le cortó la oreja, le dijo:

S. “¿No te he visto yo con él en el huerto?

C. Pedro volvió a negar, y enseguida canto un gallo.

* Mi reino no es de este mundo

C. Llevaron a Jesús de casa de Caifás al pretorio. Era el amanecer, y ellos no entraron en le pretorio para no incurrir en impureza y poder así comer la Pascua. Salió Pilato afuera, adonde estaban ellos, y dijo:

S. “¿Qué acusación presentáis contra este hombre?

C. Le contestaron:

S. “Si éste no fuera un malhechor, no te lo entregaríamos.”

C. Pilato les dijo:

S. “Lleváoslo vosotros y juzgadlo según vuestra ley.”

C. Los judíos le dijeron:

S. “No estamos autorizados para dar muerte a nadie.”

C. Y así se cumplió lo que había dicho Jesús, indicando de qué muerte iba a morir. Entró otra vez Pilato en el pretorio, llamó a Jesús y le dijo:

S. “¿Eres tú el rey de los judíos?

C. Jesús le contestó:

+. “¿Dices eso por tu cuenta o te lo han dicho otros de mí?

C. Pilato replicó:

S. “¿Acaso soy yo judío? Tu gente y los sumos sacerdotes te han entregado a mi; ¿que has hecho?

C. Jesús le contestó:

+. “Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, mi guardia habría luchado para que no cayera en manos de los judíos. Pero mi reino no es de aquí.”

C. Pilato le dijo:

S. “Conque, ¿tú eres rey?

C. Jesús le contestó:

+. “Tú lo dices: soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz.”

C. Pilato le dijo:

S. “Y, ¿qué es la verdad?”

C. Dicho esto, salió otra vez adonde estaban los judíos y les dijo:

S. “Yo no encuentro en él ninguna culpa. Es costumbre entre vosotros que por Pascua ponga a uno en libertad. ¿Queréis que os suelte al rey de los judíos?

C. Volvieron a gritar:

S. “A ése no, a Barrabás.”

C. El tal Barrabás era un bandido.

* ¡Salve, rey de los judíos!

C. Entonces Pilato tomó a Jesús y lo mandó azotar. Y los saldados trenzaron una corona de espinas, se la pusieron en la cabeza y le echaron por encima un manto color púrpura; y, acercándose a él, le decían:

S. “¡Salve, rey de los judíos!

C. Y le daban bofetadas. Pilato salió otra vez afuera y les dijo:

S. “Mirad, os lo saco afuera, para que sepáis que no encuentro en él ninguna culpa.

C. Y salió Jesús afuera, llevando la corona de espinas y el manto color púrpura. Pilato les dijo:

S. “Aquí lo tenéis.

C. Cuando lo vieron los sumos sacerdotes y los guardias, gritaron:

S. “¡Crucifícalo, crucifícalo!”

C. Pilato les dijo:

S. “Lleváoslo vosotros y crucificadlo, porque yo no encuentro culpa en él.”

C. Los judíos le contestaron:

S. “Nosotros tenemos una ley, y según esa ley tiene que morir, porque se ha declarado Hijo de Dios.”

C. Cuando Pilato oyó estas palabras, se asustó aún más y, entrando otra vez en el pretorio, dijo a Jesús:

S. “¿De donde eres tú?

C. Pero Jesús no le dio respuesta. Y Pilato le dijo:

S. “¿A mí no me hablas? ¿No sabes que tengo autoridad para soltarte y autoridad para crucificarte?”

C. Jesús le contestó:

+. “No tendrías ninguna autoridad sobre mí, si no te la hubieran dado de lo alto. Por eso el que me ha entregado a ti tiene un pecado mayor.”

* ¡Fuera, fuera; crucifícalo!

C. Desde este momento Pilato trataba de soltarlo, pero los judíos gritaban:

S. “Si sueltas a ése, no eres amigo del César. Todo el que se declara rey está contra el César.”

C. Pilato entonces, al oír estas palabras, sacó afuera a Jesús y lo sentó en el tribunal, en el sitio que llaman “el Enlosado” (en hebreo Gábbata). Era el día de la Preparación de la Pascua, hacia el mediodía. Y dijo Pilato a los judíos:

S. “Aquí tenéis a vuestro rey.”

C. Ellos gritaron:

S. “¡Fuera, fuera; crucifícalo!

C. Pilato les dijo:

S. “¿A vuestro rey voy a crucificar?”

C. Contestaron los sumos sacerdotes:

S. “No tenemos más rey que al César.”

C. Entonces se lo entregó para que lo crucificaran.

Lo crucificaron, y con él a otros dos

C. Tomaron a Jesús, y él, cargando con la cruz, salió al sitio llamado “de la Calavera” (que en hebreo se dice Gólgota), donde lo crucificaron; y con él a otros dos, uno a cada lado, y en medio, Jesús. Y Pilato escribió un letrero y lo puso encima de la cruz; en él estaba escrito: “Jesús, el Nazareno, el rey de los judíos.” Leyeron el letrero muchos judíos, porque estaba cerca el lugar donde crucificaron a Jesús, y estaba escrito en hebreo, latín y griego. Entonces los sumos sacerdotes de los judíos dijeron a Pilato:

S. “No escribas: “El rey de los judíos”, sino: “Éste ha dicho: Soy el rey de los judíos.””

C. Pilato les contestó:

S. “Lo escrito, escrito está.”

Se repartieron mis ropas

C. Los soldados, cuando crucificaron a Jesús, cogieron su ropa, haciendo cuatro partes, una para cada soldado, y apartaron la túnica. Era una túnica sin costura, tejida toda de una pieza de arriba a abajo. Y se dijeron:

S. “No la rasguemos, sino echemos a suerte, a ver a quién le toca.”

C. Así se cumplió la Escritura: “Se repartieron mis ropas y echaron a suerte mi túnica”. Esto hicieron los soldados.

* Ahí tienes a tu hijo. – Ahí tienes a tu madre

C. Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María, la de Cleofás, y María, la Magdalena. Jesús, al ver a su madre y cerca al discípulo que tanto quería, dijo a su madre:

+. “Mujer, ahí tienes a tu hijo.

C. Luego, dijo al discípulo:

+. “Ahí tienes a tu madre.

C. Y desde aquella hora, el discípulo la recibió en su casa.

* Está cumplido

C. Después de esto, sabiendo Jesús que todo había llegado a su término, para que se cumpliera la Escritura dijo:

+. “Tengo sed.”

C. Había allí un jarro lleno de vinagre. Y, sujetando una esponja empapada en vinagre a una caña de hisopo, se la acercaron a la boca. Jesús, cuando tomó el vinagre, dijo:

+. “Está cumplido.”

C. E, inclinando la cabeza, entregó el espíritu.

*Todos se arrodillan, y se hace una pausa

Y al punto salió sangre y agua

C. Los judíos entonces, como era el día de la Preparación, para que no se quedaran los cuerpos en la cruz el sábado, porque aquel sábado era un día solemne, pidieron a Pilato que les quebraran las piernas y que los quitaran. Fueron los soldados, le quebraron las piernas al primero y luego al otro que habían crucificado con él; pero al llegar a Jesús, viendo que ya había muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados, con la lanza, le traspasó el costado, y al punto salió sangre y agua. El que lo vio da testimonio, y su testimonio es verdadero, y él sabe que dice verdad, para que también vosotros creáis. Esto ocurrió para que se cumpliera la Escritura: “No le quebrarán un hueso”; y en otro lugar la Escritura dice: “Mirarán al que atravesaron.”

Vendaron todo el cuerpo de Jesús, con los aromas

C. Después de esto, José de Arimatea, que era discípulo clandestino de Jesús por miedo a los judíos, pidió a Pilato que le dejara llevarse el cuerpo de Jesús. Y Pilato lo autorizó. Él fue entonces y se llevó el cuerpo. Llegó también Nicodemo, el que había ido a verlo de noche, y trajo unas cien libras de una mixtura de mirra y áloe. Tomaron el cuerpo de Jesús y lo vendaron todo, con los aromas, según se acostumbra a enterrar entre los judíos. Había un huerto en el sitio donde lo crucificaron, y en el huerto un sepulcro nuevo donde nadie había sido enterrado todavía. Y como para los judíos era el día de la Preparación, y el sepulcro estaba cerca, pusieron allí a Jesús.

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Homilía de Monseñor Romero sobre los textos litúrgicos de hoy

(24 de marzo de 1978)

Queridos hermanos:

Después de escuchar la palabra de Dios en esta tarde del Viernes Santo, narrándonos la tragedia del Calvario, mejor sería guardar silencio y con el corazón agradecido adorar al Divino Redentor. Pero es necesario, es obligación del celebrante, aplicar esta palabra eterna a los que estamos viviendo esta ceremonia. Y es que la liturgia no es simplemente un recuerdo, la liturgia es actualización; aquí en la Catedral esta tarde de marzo de 1978, Cristo nos está ofreciendo la fuente inagotable de su redención a los que hemos venido con fe, con esperanza, a contemplar este misterio de la redención.

Es como si en este momento lo que se acaba de leer estuviera pasando aquí ante nuestros ojos y fuéramos nosotros los que nos estamos salpicando con esa sangre que se derrama en el Calvario. Las tres preciosas lecturas nos dan la medida sin medida de este gesto de amor que se llama la redención.

La primera lectura nos presenta el abatimiento de Cristo hasta la profundidad de una humillación que no tiene nombre. La segunda lectura, carta a los Hebreos exalta ese personaje humillado en la cruz hasta las alturas del cielo hecho pontífice supremo de nuestra salvación. Y el precioso relato de la pasión que los jóvenes seminaristas acaban de hacer, nos dice cómo sucedió todo esto: la humillación y la exaltación. Leer más…

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Consummatum est

Viernes, 18 de abril de 2025

vcruciscontemporDel blog de Xabier Pikaza:

Todo lo que tenía que cumplirse se ha cumplido

Sólo Dios puede convertir en vida la muerte de los hombres

Una vez más se han impuesto los que matan: Soldados de todas las romas, sacerdotes de todos los jerusalenes e iglesias de muerte… Por eso, allí sobre el Calvario (la calavera de la historia) avanza Jesús hacia su muerte, con dos compañeros-colegas, que son todos los asesinados de la historia (a los que en general no solemos ver).

En esa línea al llegar el final, sólo puede decirse: Se ha cumplido, ha culminado la envidia asesina de los hombres sobre el amor de vida de Dios, de tal forma que el mismo Dios muere en Jesús, en todos los crucificados, pero no en contra, sino a favor de los mismos que le matan.

Se ha cumplido la maldad de los hombres, que empezaba con Caín, una sombra de muerte que cubre toda la historia. Pero se ha consumado el amor de Dios, revelándose al fin, plenamente, como vida que triunfa de la muerte. Para explicarlo he tenido que acudir a las palabras del mayor teólogo de la muerte de Dios que es vida de los hombres (Juan de la Cruz).

Por eso, la muerte de Jesús, con los dos que le acompañan, será resurrección, como dirá el domingo el ángel de la pascua, como indican las tres cruces de Urkiola, anunciando la pascua de todos, de Jesús en el centro, de los dos a sus lados, sobre la roca del fondo (imagen siguiente). En esa linea quiero hoy  comentar las últimas palabras de Jesús, según el Evangelio de Juan

Jesús dijo: Está consumado (se ha cumplido, ha terminado) e inclinando la cabeza entregó el espíritu (Jn 19, 30).

Las últimas palabras de Jesús varían según los evangelios. Marcos y Mateo afirman que murió diciendo “Dios mío, Dios mío ¿por qué me has abandonado?” (cf. tema 16). Según Lucas, él dijo: “Padre, en tus manos encomiendo mi Espíritu” (Lc 23, 46). Juan, en cambio, afirma que exclamó, tetelestai (nislam, consummatum estestá consumado,  según las tres variantes (griega, hebrea y latino) que comentaré, para ofrecer después una buena traducción castellana, siguiendo las huellas de Juan de la Cruz, alguien que sabía mucho del “fuego de Dios” que consuma sin consumir.

El original griego reza  tetelestai, una palabra que viene de  teleô, verbo que tiene varios significados, que nos permiten entender mejor el drama y camino de la vida de Jesús.

(a) Teleô  significa ha terminado, ha llegado a su fin el camino. Es como si Jesús dijera “puedo descansar”, no me queda más por hacer. Todo acaba en el mundo, también la vida de Jesús ha terminado.

(b) Pero, en segundo lugar, en sentido más hondo, ese verbo significa se ha cumplido, como si dijera “he consumado mi tarea, he realizado el encargo recibido por Dios, ya no me queda nada que hacer sobre la tierra”. Por eso, Jesús inclina la cabeza y entrega su vida (Espíritu) en manos del Padre.

(c) Esta palabra significa finalmente pagar lo que se debe, y, en esa línea,  telos que es “fin”, significa impuesto. Es como si Jesús dijera “he pagado al fin lo que debía, la deuda que había contraído al venir sobre la tierra, la deuda de los hombres, la redención de la historia”.

La traducción hebrea es nishlam, una  palabra vinculada shalôm, paz, y significa estar en paz, sellar el pacto, cumplir la palabra. Es como si Jesús dijera al morir que ha cumplido su alianza con Dios, que ha superado la guerra, y que de esa forma está ya pacificado (y ha pacificado) a los hombres. Jesús viene a presentarse según eso, al final de su vida, como una encarnación y cumplimiento del pacto de Dios con los hombres, como el gran pacificador. Así dice que ha instaurado la paz, cumpliendo su tarea, y que él mismo ha sido el mediador o ejecutor de esa paz que ahora se abre por Dios, desde el Calvario, a toda la humanidad).

Habían existido, y eran muy numerosos en Israel, los “sacrificios por la paz”, que se llamaban shelem, ofrendas dedicadas a Dios (por ejemplo un cordero), que se quemaban en parte sobre el altar del templo, y que después se compartían entre los oferentes, que de esa manera se comprometían a vivir entre ellos en gesto solidario de amistad. Jesús mismo habría sido, por tanto, ese sacrificio por la paz, de manera que su vida terminaba de esa forma como una ofrenda para que los hombres alcanzaran la definitiva plenitud, la paz eterna, en la que él había entrado ya a través de su muerte fiel, cumpliendo hasta el fin su tarea.

Jesús muere en Dios y por Dios (reflexión con Juan de la Cruz)

  En este contexto se entienden las palabras finales del texto “e inclinando la cabeza, entregó el Espíritu”. Jesús se había mantenido siempre con la cabeza alzada, dialogando con Dios y realizando su tarea en medio de los hombres. Pero ahora puede ya inclinarla y la inclina, como permaneciendo para siempre en el regazo eterno de Dios que le acoge, recibiendo su Espíritu (pneuma, ruah). De esa forma queda todo consumado y ya cumplido, conforme a un verso importante de Juan de la Cruz: Con llama que consume y no da pena (Cántico Espiritual B, estrofa 39).

            Jesús aparece así como una luz de Dios que se “consuma”, alcanza su plenitud, llega a su meta, que se dice en griego teloj, telos, y el hebeo   shalôm, en latin pax, la paz definitiva, abierta en amor a todos los hombres y mujeres de la tierra. De manera misteriosa, ese camino de la vida de Jesús se consuma al consumirse:

“porque, habiendo llegado al fuego (que es Dios), está el alma (es decir, toda la persona) en tan conforme y suave amor con Dios, que, con ser Dios, como dice Moisés, fuego consumidor (Hebr 12, 29), ya no lo sea, sino consumador y refeccionador” (cf. Dt 4, 24. Comentario Cántico B, 39, 14). Dios consume, por tanto, y consuma, es decir, refecciona (alimenta, da fuerzas, recrea).

Jesús muere, ciertamente, porque le han matado los poderes de violencia de la tierra, sacerdotes de Jerusalén, soldados de Roma. Muere como víctima, con los expulsados y aplastados. Pero, al mismo tiempo, muere por amor completo, porque ha puesto su vida en Dios y se ha identificado con su voluntad, de tal forma que Dios cumple y culmina en él su vida (su paz transformadora) en forma humana.

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Dios está en el dolor igual que en las alegrías.

Viernes, 18 de abril de 2025

Georges-Rouault-CrucifixionVIERNES SANTO (C)

Jn 18-9

Las tres partes de la liturgia del Viernes Santo expresan el sentido de la celebración. La liturgia de la palabra nos pone en contacto con una realidad que queremos vivir. La adoración de la cruz nos lleva al reconocimiento de un hecho que tenemos que tratar de asimilar. La comunión nos recuerda que debemos comprometemos en la entrega.

No es nada fácil hacer una reflexión sencilla y coherente sobre el significado de la muerte de Jesús. Se ha insistido tanto en lo externo, en lo sentimental, que es imposible ir al meollo de la cuestión. No debemos seguir insistiendo en el dolor. El amor, manifestado en el servicio, es lo que demuestra su verdadera humanidad y, a la vez, su plena divinidad.

La muerte aporta una increíble dosis de autenticidad. Sin esa muerte y las circunstancias que la envolvieron, hubiera sido mucho más difícil para los discípulos dar el salto a la experiencia pascual. La muerte de Jesús es sobre todo un argumento definitivo a favor del amor. En la muerte, Jesús dejó claro que el amor era más importante que la vida.

La muerte en la cruz, analizada en profundidad, nos dice todo sobre la personalidad de Jesús. Pero también lo dice todo sobre nosotros mismos, si nuestro modelo de ser humano es el mismo que tuvo él. Nuestra tarea es descubrir en lo hondo de nuestro ser ese modelo.

La muerte no fue un mal trago que tuvo que pasar Jesús para alcanzar la gloria sino la suprema gloria de un hombre al hacer presente a Dios con el don total de sí mismo, viviendo para los demás. Dios está siempre y solo donde hay amor. Si el amor se da en el gozo, allí está Dios. Si el amor se da en el sufrimiento, allí está también Dios.

El hecho de que no dejara de decir lo que tenía que decir, ni de hacer lo que tenía que hacer, aunque sabía que eso ponía en peligro su vida, es la clave para compren­der que la muerte no fue un accidente, sino algo fundamental en su vida. La muerte no tenía importancia; pero el que le mataran por ser fiel a sí mismo y a Dios, es la clave.

La buena noticia de Jesús es que Dios es amor. Como no aceptamos un Dios que se da infinitamente y sin condiciones, no acabamos de entrar en la dinámica de relación con Él que nos enseñó Jesús. El tipo de relaciones de toma y da acá, que seguimos desplegando nosotros con relación a Dios, no puede servir para aplicarlas al Dios de Jesús.

Un Dios que nos exige deshacernos, disolvernos, aniquilarnos en beneficio de los demás, no para tener en el más allá un “ego” más potente, sino para quedar incorporados a su SER, que es nuestro verdadero ser, no puede ser atrayente para nuestra conciencia de personas individuales. Este es el nudo gordiano y es el Rubicón que no nos atrevemos a cruzar.

La muerte de Jesús deja claro que el objetivo de su vida fue manifestar a Dios. Si Él es Padre, nuestra obligación es la de ser hijos. Ser hijo es salir al padre, imitar al padre. Esto es lo que hizo Jesús, y esta es la tarea que nos dejó, si de verdad somos sus seguidores.

Al adorar la cruz esta tarde debemos ver en ella el signo de lo que Jesús quiso trasmitirnos. Ningún otro signo abarca tanto, ni llega tan a lo hondo como el crucifijo. Pero no podemos tratarlo a la ligera y como simple adorno. Tener como signo religioso la cruz, y vivir en el hedonismo más hiriente, indica una falta de coherencia que nos tenía que avergonzar.

 Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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“Y dio un fuerte grito” A propósito del relato de la pasión de Jesús (Lucas 22, 14 –23,56)

Viernes, 18 de abril de 2025

la pasion de jesusBernardo Baldeón.

Madrid

ECLESALIA, 15/04/19.- No tenía dinero, ni armas ni poder. No tenía autoridad religiosa. No era sacerdote ni escriba. No era nadie. Pero llevaba en su corazón el fuego del amor a los crucificados. Sabía que para Dios eran los primeros. Esto marcó para siempre la vida de Jesús.

Se acercó a los últimos y se hizo uno de ellos. También él viviría sin familia, sin techo y sin trabajo fijo. Curó a los que encontró enfermos, abrazó a sus hijos, tocó a los que nadie tocaba, se sentó a la mesa con ellos y a todos les devolvió la dignidad. Su mensaje siempre era el mismo: “Éstos que excluís de vuestra sociedad son los predilectos de Dios”.

Bastó para convertirse en un hombre peligroso. Había que eliminarlo. Su ejecución no fue un error ni una desgraciada coincidencia de circunstancias. Todo estuvo bien calculado. Un hombre así siempre es una amenaza en una sociedad que ignora a los últimos.

Según la fuente cristiana más antigua, al morir, Jesús “dio un fuerte grito”. No era sólo el grito final de un moribundo. En aquel grito estaban gritando todos los crucificados de la historia. Era un grito de indignación y de protesta. Era, al mismo tiempo, un grito de esperanza.

Nunca olvidaron los primeros cristianos ese grito final de Jesús. En el grito de ese hombre deshonrado, torturado y ejecutado, pero abierto a todos sin excluir a nadie, está la verdad última de la vida. En el amor impotente de ese crucificado está Dios mismo, identificado con todos los que sufren y gritando contra las injusticias, abusos y torturas de todos los tiempos.

En este Dios se puede creer o no creer, pero nadie se puede burlar de él. Este Dios no es una caricatura de Ser supremo y omnipotente, dedicado a exigir a sus criaturas sacrificios que aumenten aún más su honor y su gloria. Es un Dios que sufre con los que sufren, que grita y protesta con las víctimas, y que busca con nosotros y para nosotros la Vida.

Para creer en este Dios, no basta ser piadoso; es necesario, además, tener compasión. Para adorar el misterio de un Dios crucificado, no basta celebrar la semana santa; es necesario, además, mirar la vida desde los que sufren e identificarnos un poco más con ellos.

(Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).

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La Pasión del Señor. Ciclo C

Viernes, 18 de abril de 2025

Pasión-del-Señor

 

“Jesús gustó el vinagre y dijo: «Todo está cumplido.» E inclinando la cabeza, entregó el espíritu.”

(Jn 19,30)

En la celebración de hoy proclamamos un largo texto del Evangelio de Juan, dos capítulos enteros. En ellos vemos todo lo que le sucede a Jesús desde la última vez que cena con sus discípulos hasta su muerte: la detención, los interrogatorios de Anás y de Pilato, la negación de Pedro, la crucifixión.

Son unos momentos que solamente Jesús vive con serenidad, con la confianza de estar cumpliendo la voluntad de su Padre. Jesús no pierde la vida, no se la quitan, sino que la entrega, y al hacerlo da su Espíritu a la humanidad. Si durante su vida había vivido en Dios y para los demás, su muerte también es entrega, porque es confianza en un proyecto más grande que su propia vida, el de su Padre, y porque da vida a los demás.

Jesús en la cruz es más vulnerable que nadie. La imagen de él crucificado es la expresión más clara de cómo ha vivido: con los brazos abiertos porque ya no hay nada que proteger, que poseer, que guardar, que retener; ya no hay temor a perder; ya no hay huida.

Hasta el último momento se preocupa de que no se pierda nadie de quienes Dios le ha confiado, y crea una nueva familia, su familia, al poner juntos a su madre y al discípulo amado.

En la muerte de Jesús, que es entrega de su vida, nosotros ya comenzamos a recibir Vida. Y todo esto se acabará de cumplir a primera hora del domingo, cuando Jesús recuperará su vida transformada y para siempre.

Oración

Padre, que la contemplación de Jesús en la cruz nos haga personas más entregadas y confiadas en ti. Que sintamos que a los pies de la cruz, con los ojos fijos en él, todos somos hermanos y hermanas, familia por tu Espíritu Santo.

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Fuente: Monasterio Monjas Trinitarias de Suesa

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Reflexión de Viernes Santo

Viernes, 18 de abril de 2025

viernes-santo

 

¿Y quiénes somos?

Somos personas “capaces de Dios”, que decía san Agustín, es decir, capaces de asumir y aceptar, de encarnar al propio Dios.

No hay ni un solo trazo de la huella humana que no esté traspasado por la presencia de Dios. Ni un solo espacio, ni el más mínimo momento existen sin que Dios los haya “perforado” por su presencia. Es más, nada existe fuera de su presencia.

Dicho esto, y visto al Jesús humano capaz de pronunciar hágase  día tras día desde aquel hágase a dos voces de María, podemos deducir que somos expresión de Dios, semillas de su existencia, semillas buenas, claro, que a veces caemos en tierra no tan buena.

Cada una de las que estamos aquí somos personas llamadas a entregar la vida, a abrir los brazos en la cruz de la fidelidad y de la coherencia.

“Echarse en los brazos de Dios”.

Así con esto, con este reto que resulta de descubrir quién ese hombre tan increíblemente apasionado por la vida que fue capaz de entregar la suya para hacer eterna la nuestra, con este reto producido por la sorpresa al saber que somos parte de Dios… ¿qué hacemos con Cristo muerto, colgado de la cruz?

El Cristo de los brazos abiertos, que acoge en su gesto todo el dolor de la historia, el pasado y el futuro.

Cristo muere abrazando, de nuevo, el hágase del comienzo de su vida, cuando se reconoció como Hijo de Dios.

Desde la cruz, Jesús, desnudo como cuando nació, no oculta su debilidad, su fracaso; su sed es expresión de vulnerabilidad, de necesidad.

¿En los brazos de este hombre es donde queremos echarnos?

Sí, son los brazos de la libertad, de la acogida y del perdón. Los brazos que muestran un hueco infinito de reconciliación, de oportunidad y de vida eterna. En ellos cabemos todas y todos, sin fricciones ni negatividades. En sus brazos caben nuestros sueños, nuestras pequeñeces,… porque ocupamos un espacio de confianza, de sabernos en casa.

 

  Si quieres leer la reflexión entera pincha aquí.

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Fuente: Monasterio Monjas Trinitarias de Suesa

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Viernes Santo: tres meditaciones sobre el Evangelio de San Juan 18, 1—19,42.

Viernes, 18 de abril de 2025

imageDe su blog Kristau Alternatiba (Alternativa Cristiana):

Ecce Homo! 

En Jesucristo, Dios vivió la experiencia de la humanidad desde dentro, haciendo que la alteridad del hombre acontezca dentro de sí mismo. Hipólito de Roma escribe: «Sabemos que el Verbo se hizo hombre, de la misma materia que nosotros (¡hombre en cuanto hombres somos!)». Jesús de Nazaret interpretó, narró e hizo visible a Dios en el espacio humano: “Ecce homo! ¡Aquí está el hombre!” (Jn 19,5). Él dio sentidos humanos a Dios, permitiendo a Dios experimentar el mundo y la alteridad humana, y permitiendo al mundo y al hombre experimentar la alteridad de Dios.

La corporeidad es el lugar esencial de esta narración que hace de la humanidad de Jesús de Nazaret el sacramento primordial de Dios. El lenguaje de Jesús, y en particular la palabra, pero también los sentidos, las emociones, los gestos, los abrazos y las miradas, las palabras impregnadas de ternura y las invectivas proféticas, las instrucciones pacientes y las duras reprimendas a los discípulos, el cansancio y la fuerza, la debilidad y las lágrimas, la alegría y el júbilo, los silencios y los retiros en soledad, sus relaciones y sus encuentros, su libertad y su parresía,…, son destellos de la humanidad de Jesús que los Evangelios nos permiten vislumbrar a través de la ventana reveladora y opaca de la palabra escrita. Y son reflejos luminosos que permiten al hombre contemplar algo de la luz divina.

La alteridad y la trascendencia de Dios fueron “evangelizadas” por Jesús y traducidas al lenguaje y a la práctica humana. Es la práctica de la humanidad de Jesús quien narra a Dios y abre un camino para que el hombre se acerque a Él. «A Dios nadie le ha visto jamás; el Hijo Unigénito… lo ha declarado (exeghésato)» (Jn 1,18), revelado de una vez por todas, de manera definitiva.

Por eso el cristianismo exige que Jesús sea conocido a través de su vida narrada y testimoniada en los Evangelios por aquellos que estuvieron implicados en su historia, los discípulos, hechos «servidores de la Palabra» (Lc 1,2). Sólo a través de este conocimiento podremos también creer en Él hasta amarlo, hasta confesarlo como «Señor», «Hijo de Dios», «Salvador», y llegar así a la fe en Dios, al conocimiento del Dios vivo y verdadero.

Por eso creo que es un grave riesgo para los cristianos deificar a Jesús antes de conocer su existencia humana concreta. De hecho, si no conocemos la humanidad de Jesús, a través de los Evangelios, terminamos creyendo en él como una realidad imaginada y construida por nosotros.

En el hombre Jesús, la condición de Dios sufrió una kénosis, un vaciamiento: Él, que tenía la forma de Dios, se despojó de su igualdad con Dios (cf. Flp 2, 6-7), y esto sucedió de tal manera que en la vida de Jesús no se vio nada más que su humanidad, una humanidad en condición de siervo «hasta la muerte, y muerte de cruz» (Flp 2, 8). Su condición de Dios quedó, por así decirlo, “entre paréntesis”, y Jesús era hombre, un hombre como nosotros, sujeto a nuestra limitada condición mortal.

Sí, Jesús vivió su existencia terrena como un hombre pobre y frágil, exactamente como los hombres con los que entró en relación. El Hijo entró en la historia como hombre, plenamente hombre: un hombre capaz de hacer de su vida una obra maestra de amor.

En respuesta a esta humanización de Dios en Jesucristo, la fe es un acto humano. Es un acto de libertad humana, un acto vital de toda la persona, un acto que implica entrar en una relación y es un acto en progreso, que se produce y se desarrolla en el tiempo.

Es ante todo confianza, confianza en la vida, confianza en los demás. Confianza en lo humano que hay en cada ser humano y en lo cual consiste la imagen y semejanza de Dios. Humanidad que, como imagen de Dios en el hombre, es un don, y como semejanza, es responsabilidad del hombre.

En su práctica de humanidad, Jesús fue capaz de despertar, crear confianza y así generar vida y dar vida. En sus encuentros despertaba la subjetividad de las personas que conocía y valoraba su humanidad, su rostro y su nombre, es decir, las manifestaciones de su singularidad e irrepetibilidad. ¡Cuántas veces decía: «¡Tu fe-confianza te ha salvado!» (Mc 5,34 y par.; 10,52; Lc 7,50; 17,19; 18,42; cf. también Mt 8,13; 15,28)!

Hoy en día, la tarea que se les pide a los cristianos es abrazar la fe como camino de humanización y como camino de confianza y de sentido. Una tarea nueva y antigua al mismo tiempo: decir Dios a los seres humanos a través de una práctica de humanidad inspirada en la humanidad de Jesús de Nazaret.

Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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Jesús dijo al discípulo: «Ahí tienes a tu madre» (Jn 19,25-27)

Y Jesús dijo al discípulo: He ahí tu madre. Pero las palabras exactas del Evangelio son: «Mira: ¡es tu madre!» Y este verbo, este imperativo, se dirige a cada discípulo: «Mira, vuelve tus ojos, mantén tu mirada fija en María».

Es el último mandamiento que el Señor moribundo nos deja a cada uno de nosotros: “Si quieres ser discípulo, mira a María, aprende de Ella, de sus gestos, de sus palabras, de sus silencios; déjate educar y formar por Ella, como lo hace toda madre con sus hijos. Y repetir su escucha, su alabanza, su cuidado, su fuerza, su capacidad de seguir siendo madre cuando un hijo muere y le es dado otro hijo”.

El Viernes Santo nos invita a la contemplación de María, la Mujer, la Madre, la Señora del Dolor. Pero no es en el dolor de María donde fijamos nuestra atención, sino en el dolor del mundo, en el peso inmenso de las lágrimas que pesa sobre la tierra y en la esperanza que parece mortalmente herida.

El Calvario no es sólo una colina a las afueras de Jerusalén, sino el mundo entero es una colina de grandes y pequeñas cruces plantadas.

Pero cuando todo muere, cuando todo se vuelve negro en el Gólgota, Jesús habla palabras de vida. Él dice “Madre”. Él dice “Hijo”. Habla de generación y cariño y vida que vuelve a fluir.

En el Calvario, Jesús ora a un hombre y a una mujer para que reconectan el hilo roto de la vida. En el colmo del dolor, no son los hombres los que rezan a Dios, sino que es Dios quien reza al hombre y le dice: «Conquista los ojos de una madre, mira con los ojos de un hijo: ¡son ellos, ojos de madre y ojos de hijo, los únicos que ven verdaderamente!». Dios llama al hombre en el Calvario, para que el hombre convierta su modo de ver el mundo y el corazón con el que vive en el mundo. Porque cambia las manos con las que toma y da la vida y la muerte.

En el día del gran dolor nos aferramos a Dios. En cambio, en el Calvario, es Dios quien se aferra a nosotros, a esa parte sana y buena, a esa parte cariñosa y fuerte, a esa porción de confianza, sí, a lo más fuerte —el instinto, la energía, el amor—, a lo más fuerte que existe en la tierra: la relación madre-hijo. Para reconstruir desde allí un camino que vaya más allá de las infinitas cruces.

Leemos en la Biblia que Dios originalmente “creó al hombre a su imagen y semejanza“. Pero si buscamos la semejanza con Dios entre los hombres y su conducta, regresaremos con el corazón vacío. Tal vez deberíamos decir que Dios creó en el hombre sólo un esbozo de su imagen, apenas unas líneas, pronto interrumpidas, inmediatamente asediadas por el mysterium iniquitatis, el misterio de la iniquidad. Es algo que nos sobrepasa, que viene de antes de nosotros, pero que después nos encuentra y nos envuelve, porque el gran misterio de la iniquidad es que los malvados creen que hacen el bien. El terror cree que está destruyendo al gran Satanás, la fuente de la iniquidad de la historia. Éste es el gran misterio.

Pero retomemos ese esbozo de imagen, tomándolo del Calvario y buscando los rasgos de Dios en el misterio de la cruz. Y admiremos a la Madre si queremos crecer. Entonces creemos en nuestra contribución al mundo. Aportaremos una pequeña piedra a la construcción de algo. No queremos destruir ni derribar, sino construir y plantar. Queremos plantar olivos y viñas que den fruto mañana o dentro de cinco o diez años, incluso cuando los escombros parezcan cubrir todo a nuestro alrededor y sigan soplando vientos de hambre, de guerra,…, de dolor y de injusticia.

Debemos discernir los rasgos del rostro de Dios, incluido ciertamente el Dios justo, el Dios que nos libera del mal. Pero sobre todo el mysterium salutis debe oponerse al mysterium iniquitatis. La respuesta es Jesucristo.

Volvamos pues al Calvario, a Jesús, que nos confía una vocación. Al pie de la cruz se encuentra la primera célula de la Iglesia, María y Juan. Lo que se les dice a ellos se dice a toda la Iglesia. Jesús también nos dice: «He ahí a tu hijo». Nos lo dice cada uno de nosotros, señalando a quien camina junto a nosotros en la existencia: «He ahí a tu hijo».

A cada uno le repite: «Aquí está tu madre», indicando a toda aquella que un día nos ayudó a vivir, a innumerables madres en nuestra existencia, a toda aquella que todavía hoy nos sostiene en la vida.

Hijo y madre de toda criatura, éste es el hombre de Dios. Hijo y madre de toda vida, éste es el discípulo de Jesús. Y nuestra vocación es custodiar, proteger, cuidar, amar, “llevar a María” y a todos aquellos que fueron nuestra Madre “entre nuestras cosas queridas”. Como lo hizo Juan.

Todos tenemos una tarea suprema: proteger con nuestra vida la vida, especialmente allí donde la vida languidece y está a punto de extinguirse. Esto nos permite ser, allí donde vivimos, rescatadores de heridos, pero también sanadores, al menos sanadores del mal de vivir que es el odio. El odio desgasta por dentro y luego incluso corrompe el cuerpo. El odio que se lleva dentro siempre acaba aplastando.

Nuestra vocación es la maternidad. Es estar con María junto a las infinitas cruces de la tierra, donde Jesús está todavía crucificado en sus hermanos, para llevar consuelo y trabajar por la redención, y luchar contra el mal. “La creación todavía está en dolores de parto” (Rom 8,22).

El mundo es un grito inmenso, pero también un nacimiento inmenso.

Sin embargo la conciencia de ser portadores de energías que liberarán a la creación de la esclavitud de la iniquidad para introducirla en la libertad de los hijos de Dios, nos da la esperanza y la alegría prometida por Jesús y que nadie nos puede quitar.

Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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Todo está cumplido

En este día del Viernes Santo, los cristianos de toda la tierra escuchan la historia de la Pasión y muerte de Jesús, su Kýrios, el Señor. Son los cuatro Evangelios los que nos ofrecen esta larga narración, desproporcionadamente larga en comparación con la historia de la vida de Jesús.

Hoy escuchamos el testimonio del cuarto Evangelio (Jn 18,1-19,37), el testimonio del discípulo amado que siguió a Jesús desde su captura en Getsemaní hasta su crucifixión. Es un testimonio en el que el recuerdo de los acontecimientos ha pasado por una profunda meditación y contemplación, gracias a la fe en el Crucificado-Resucitado, gracias a una práctica litúrgica en la que el Resucitado se mostró siempre con los signos de esta Pasión: las llagas en las manos y el pecho traspasado (cf. Jn 20,20). Leer más…

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Paréntesis de las mujeres

Viernes, 18 de abril de 2025

95_Maria-y-las-santas-mujeres-junto-a-la-cruz_350Viernes Santo-2018

Jn 18, 1 -19,42

Cuando el sentido común desaparece y el ambiente se crispa hasta el punto de ir contra la esencia de lo bueno, lo amable, lo respetuoso y lo empático, es cuando la espada se esgrime y comienza la bacanal de la violencia. En ese punto se desboca por dentro el deseo profundo de ser invisible.

Es el tiempo de los que aparecen, sin dar la cara, de los que manipulan desde el poder religioso: “Conviene que muera un solo hombre por el pueblo”. Es el tiempo de la política religiosa manejando desde las tinieblas.

Cuando la violencia campa a sus anchas, surge la sensación interior de esfumarse sibilinamente: “No eres tú también de los discípulos de ese hombre”. ¡Ay, Pedro, querías que te tragara la tierra! ¡Tú, que levantaste la espada!: “No lo soy… no lo soy…”. Dos negaciones y una más, hasta que el gallo te despertó y viste de qué estabas hecho.

Quizás Jesús te vio cuando le llevaban de un lado a otro y sus ojos quisieron establecer contacto con los tuyos, buscando esa íntima comunicación de los que han vivido conversaciones sin palabras y complicidades a distancia que no necesitan sonidos. Pero tu cara debía ser una máscara desfigurada por el terror. Sin luz, sin vida… no pudiste aguantar su mirada y tus ojos tocaron el suelo.

A Jesús se le debió helar la sangre y una escarcha gélida oprimiría su corazón: ¡Pedro, hermano, tres veces me dijiste: “Señor, tú sabes que te quiero”!

Cuando la certeza de haber traicionado invade el corazón, éste se hace trizas y chorros de lágrimas brotan intentando lavar el miedo que llevó a negar a quien más se ama.

Cuando el poder político se asusta a la hora de impartir justicia, la de verdad, la que no se deja manipular poniendo oídos a los oportunistas… “si sueltas a ese, no eres amigo del César (…) no tenemos más rey que el César, es fácil matar a un Inocente y a millones.

Es entonces cuando se instaura el régimen del miedo y muchos desaparecen viendo que si al Maestro le hacen lo que le hacen, los que le siguen tendrán problemas. Eclipse de discípulos.

Cuando la injusticia, la sinrazón, la negación, la traición y la tortura llegan al culmen, se corona el monte Calvario.

Poca gente acompaña en la cima. Poca gente se deja ver en el espacio de las muertes injustas. Poca gente quiere salir en la foto de los miles de Calvarios que hoy hay activos en nuestro mundo. Son pocos los que no se ponen el disfraz de invisibilidad ante el sufrimiento humano y dan un paso hacia delante acompañando, ayudando, intentando salvar y denunciando situaciones, mientras asumen el gran peligro que corren.

¿Quiénes acompañaron a Jesús en el Vía Crucis y en el Calvario?

Un colectivo que no tuvo el impulso de pasar a la invisibilidad por miedo a lo que estaba ocurriendo. No tenían protagonismo alguno, ni derechos… eran invisibles todos los días.

¿Quién es ese colectivo que, en el orden social, sólo tenía a los niños detrás?: las mujeres. Y allí estaban “junto a la cruz de Jesús su madre, la hermana de su madre, María de Cleofás, y María, la Magdalena”.

Ellas abren un paréntesis desde lo que parecía el final de una maravillosa historia de Amor de Dios a la humanidad convertida en suplicio y muerte, que se cierra en poco después, en un extraño principio que parte de un oscuro y tenebroso sepulcro.

En ese paréntesis están las que, seguro, segurísimo, prepararon la Cena del Jueves y se quedaron recogiendo. Las que le siguieron en el Vía Crucis… mujeres anónimas que escucharon sus palabras a lo largo de los tres años de misión, mujeres que se sintieron consoladas, que recobraron su autoestima, que comprendieron que el Dios de Jesús, era el Padre del que hablaba.

Pero no olvidamos que “Jesús, al ver a su madre y junto a ella al discípulo al que amaba…”. Sí, el más joven, según dicen, el que no tendría tantos planes y expectativas en el futuro Reino, ni tanta voz y voto como los mayores; ese eligió el amor y llegó a pie de cruz, recibiendo el bello encargo de cuidar en su casa a María, madre de Jesús.

Juan se insertó en ese paréntesis donde todo parece trastocado, que sólo entra quien vive desde el Amor y la Fe, y al que muchos… ¿muchos?… todos estamos invitados.

Mari Paz López Santos

www.pazsantos.com

Fuente Fe Adulta

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Trágico, oscuro y violento.

Viernes, 18 de abril de 2025

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Traer a la memoria a un hombre que es torturado y llevado a su muerte violenta, contemplar a una madre que sufre por su hijo… son recuerdos del pasado que bien reflejan algunos de los dolores más profundos de este mundo. Mirar con ojos compasivos y amorosos las situaciones de dolor más angustiantes nos abren a una realidad cósmica y universal: el dolor, el sufrimiento, la violencia, la muerte…. forman parte de la vida. No es posible minimizar su impacto.

La celebración del Viernes Santo nos adentra en esta profundidad del mal y del sufrimiento de una manera cruda y hasta desencarnada: los inocentes sufren y cargan con esta realidad. No hay culpa ni responsabilidad. Solo hay un hacerse cargo, en toda su hondura, de la realidad con todo lo que tiene de bello, bueno y verdadero y con todo lo que tiene de trágico, oscuro y violento. No hay palabras de consuelo. Hay abandono incluso de lo que parecía estar siempre allí.

Las últimas palabras de Jesús antes de su muerte, según el cuarto evangelio, son “Todo se ha cumplido” (Jn 19,30). La vida de Jesús se orientaba a “su hora”, pero esta llegaría una vez que se cumpliera todo lo que él deseaba realizar. La hora llega en el instante justo, momento de realización y plenitud de su vida como acontecimiento salvífico. Es un cierre, en su caso sumamente violento y violentado, de una vida realizada y completa (ya que todo lo deseado se cumplió). Incluso su cuerpo muerto, en el evangelio de Juan, sigue siendo fecundo: ofrece sangre y agua de su costado.

Todo se ha cumplido”. Esta frase es un ejemplo de que, incluso frente a situaciones extrañas y extremadamente oscuras, nada detiene el devenir de una misión. Todo lo contrario, sea cual sea la realidad, el lugar propio de una misión se encuentra en la profundidad de la vida, sea esta resplandeciente u oscura, pacífica o violenta, alegre o trágica. Porque “la vida era la luz de los hombres; la luz resplandece en la oscuridad, y la oscuridad no pudo sofocarla” (Jn 1, 4-5).

Paula Depalma

Fuente Fe Adulta

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Inclinando la cabeza entregó su ESPÍRITU a la iglesia naciente: la madre y el Discípulo Amado

Viernes, 18 de abril de 2025

cristo_crucificadoDel blog de Tomás Muro La Verdad es libre:

18.04.2025 Tomás Muro Ugalde

Inclinando la cabeza, entregó el espíritu. (Jn 19,30)

Al pie de la cruz de Jesús estaban su madre, algunas mujeres y el Discípulo Amado. Es la comunidad cristiana naciente, la iglesia.

Jesús inclinando la cabeza entregó su espíritu, que no es entregar el alma a Dios, sino que Jesús entrega su Espíritu a la comunidad cristiana.

Podemos pensar que Pentecostés en la tradición de S Juan acontece a la muerte de Jesús en la cruz, al pie de la cruz. Jesús nos entrega su aliento vital, su espíritu.

Es el mismo Espíritu Santo, espíritu bueno por el que nació de María. Es el mismo Espíritu que le impulsó al desierto de la vida a vencer las fuerzas del mal. El mismo Espíritu que le envió a la misión para sanar, curar, liberar: El Espíritu está sobre mí, (Lc 4). El mismo Espíritu en el que hay que adorar a Dios como le dijo a la mujer samaritana, (Jn 4): no en templos de piedra: Garizin o Jerusalén, sino en Espíritu y verdad. El mismo Espíritu presente en las bodas de Caná (Jn 2). El pueblo se había quedado sin vino, sin amor, solamente tenían agua y piedra (tinajas): las leyes de las piedras del Sinaí. Normas y ritos. Jesús transmite a su pueblo un nuevo vino de amor, un nuevo Espíritu. Agua (bautismo: nueva vida) y sangre (amor y redención)

 A la muerte de Jesús, de su costado brota agua y sangre, podemos ver el mismo simbolismo de las bodas de Caná: Jesús inclinando la cabeza, nos entrega su Espíritu.

¿Quién será el que condene, si Cristo Jesús ha muerto, más aún, ha resucitado y está a la derecha de  Dios intercediendo por nosotros? ¿Quién nos separará del amor de Cristo? (Rom 8).

Contemplemos al que traspasaron.

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“Vía crucis de los pobres y migrantes”, por Juan Simarro Fernández

Viernes, 18 de abril de 2025

A man sleeps on a sculpture of a figure called 'Homeless Jesus' in front of the Archdiocese of Washington Catholic Charities offices in Washington, on September 16, 2015. Photo courtesy of REUTERS/Jonathan Ernst *Editors: This photo may only be republished with RNS-POPE-HOMELESS, originally transmitted on Sept. 24, 2015. Foto Jonathan Ernst

Inmigrantes: El multiforme rostro de Dios

Vivimos en un país en donde hay personas que, en esta Semana Santa, se van a centrar más en el dolor que en la alegría de la resurrección. Parece que a la gente le gusta en España la celebración del dolor y del sufrimiento. Muchos cofrades celebrarán en España las catorce estaciones del Vía Crucis. Pasean en procesión todo el sufrimiento de Jesús. Es más, muchos quieren participar de él: se dan latigazos, cargan cruces pesadas pero a veces se olvidan del dolor y sufrimiento del hermano.

Primera estación: Huerto de los Olivos. Ellos, los pobres, también se han angustiado en su Huerto de los Olivos, quizás muchos han tenido su alma triste hasta la muerte antes de tomar la decisión de subirse a una patera o a un cayuco… o a un avión. Es la primera estación del vía crucis de los pobres.

Segunda estación: El Beso de Judas. Muchos de los pobres del mundo aguantan su soledad al haber sido traicionado por el Judas de nuestro tiempo, adorador del dios Mammón, dios que acumula capitales desequilibrando el mundo. Seguidores de Mammón que, a veces, dicen que no se olvidan de los pobres y que rezan u oran en las iglesias. Rezan u oran también ante sus opulentas comidas diciendo que se acuerdan de los pobres. Es el Beso de Judas. La 2ª estación

Tercera estación: La condena del Sanedrín. Los pobres, tanto los países como las personas, han sido condenados por el Sanedrín acumulador contemporáneo de los países ricos. Estos usan sus materias primas, aseguran su bienestar con los cobros de la deuda externa. Los pobres han sido condenados a ser los excluidos de la tierra, un remanente sobrante que llega a estorbar a los que detentan el capital. La condena dictada por el Sanedrín opulento es la tercera estación de su vía crucis.

Cuarta estación: La negación del pobre. Cuando el hambre acucia, cuando no se tiene una vivienda digna, cuando no se tiene acceso a un trabajo capaz de sustentar a la familia, se sale de los países de origen y se emigra. Llegan a las sociedades ricas y éstas les reciben. Los necesitan, los usan… los explotan o se les rechaza con brotes xenófobos o racistas. Se les niega. Es la negación de Pedro, pero sin arrepentimiento. Es la cuarta estación de los sufrientes del mundo.

Quinta estación: El juicio. Los pobres son juzgados por los políticos, por los Pilatos de nuestro tiempo. Juzgan, condenan y, después, se lavan las manos. Hay políticos que hablan de los peligros de la inmigración, de la inseguridad, de expulsiones, de controles. Son los resultados de un juicio político… juzgados por el Pilatos de nuestro tiempo. Es la quinta estación. El juicio a los pobres y migrantes del mundo.

Sexta estación: La flagelación. Jesús fue flagelado, pero muchos pobres también. Apaleados y pateados en el Metro como vimos en los telediarios. ¡Cuántos apaleados que no graban las cámaras de seguridad! Flagelados de mil formas, con las miradas, con las palabras, con las exclusiones… Es la sexta estación del vía crucis de los pobres. Tienen que soportar durante esta estación, su pesada y dolorosa corona de espinas.

Séptima estación: Tienen que cargar con la cruz, con la pesada carga que no quieren llevar los ricos del mundo, con trabajos que ellos, los satisfechos y ahítos, no quieren hacer ni encuentran quienes los hagan. Hoy muchos pobres tienen que cargar con la cruz, por un poco de dinero y, quizás, sin seguridad social, ni vacaciones, ni pagas extra. Es la séptima estación del vía crucis de los pobres cargando con la pesada cruz. Espaldas cansadas, brazos agotados, cansancio, mala alimentación. Triste estación.

Octava estación: Cirineo. Un punto de descanso, de solidaridad. También hay Cirineos en el mundo que intentan ayudar a llevar la cruz. Las ONGs, algunas iglesias, algunos creyentes… algunos ateos y humanistas del mundo. Es la mano tendida en medio del vía crucis. Hoy también, afortunadamente, Cirineo se mueve por el mundo, siendo las manos del crucificado, siendo los pies del Siervo Sufriente. Es la octava y bendita estación dentro del vía crucis de los pobres.

Novena estación: El llanto. Las mujeres de Jerusalén llorando ante Jesús que carga con la cruz. Coro de mujeres que se lamentan y dejan correr sus lágrimas por sus mejillas. Yo no sé si hoy falta este coro de mujeres que lloren por el mundo. Necesitamos esta novena estación. Es la estación del llanto, la del grupo que une sus lágrimas a las de los sufrientes del mundo. No lloréis sólo por los sufrientes, llorad por vosotras mismas. Cuando un niño se muere de hambre en el mundo, algo de vuestros hijos perdéis. Llorad por vuestros propios hijos, los coetáneos de los que mueren por el hambre o la desnutrición. Que no falten las lágrimas de esta estación novena

Décima estación: Es el momento del Jesús crucificado. Jesús en su agonía. ¿Cuántos de los pobres del mundo estarán pasando ya por esta estación? Los clavos ya clavados, las manos y los pies ya sangrantes. ¡Cirineo, ayúdanos! Pero hasta ahí ya no puede llegar el Cirineo. Es la estación de la ejecución de la condena. La décima estación. El niño va a morir, el adulto no va a llegar a los cuarenta años, ha envejecido prematuramente y ya está en la cruz esperando la muerte. ¿Dónde está la justicia?

Décimo primera estación: El buen ladrón tiene premio. Apelemos a la conversión de los ladrones del mundo, que se conviertan y compartan.

Décimo segunda estación: A los pies de la cruz. La madre y el discípulo amado al pie de la cruz. La necesidad de los que aman. El discipulado, el seguimiento de Jesús. No dejemos solos a los que sufren. Pongámonos a los pies de su cruz particular.

Décimo tercera estación: La muerte. Jesús muere. Su figura crucificada nos anima a no permitir que mueran impunemente más inocentes. ¿Cuántos pobres y migrantes han muerto hoy? ¿A cuántos se les ha matado su dignidad o su autoestima en este día?

Décimo cuarta estación: La tumba. Jesús es depositado en un sepulcro nuevo. Con los ricos fue en su muerte. Muchos pobres no tienen ni siquiera esta estación. Son lanzados al mar desde las pateras o los cuervos se comen sus carnes. Hoy los abismos del mar sienten nauseas por tanta muerte. Fin del vía crucis.

¿Marca el fin este vía crucis? ¡No! El vía crucis no marca el fin. Sigamos andando hasta la resurrección. Sería un error quedarse ahí. ¡Hay esperanza! Jesús resucitó y nos llama a ser sus discípulos en medio de un mundo de dolor.

El vía crucis debe ser derrotado, el Reino de Dios ya está entre nosotros y puede tener su acción en el mundo a través de sus hijos solidarios, activos y comprometidos. Señor, ayúdanos a eliminar el vía crucis de los pobres del mundo. Lo queremos hacer por ti, Señor. Que la memoria del crucificado nos lance al amor y a la solidaridad, que nos sintamos movidos a misericordia. Estamos en tiempos de resurrección. Tu muerte es la que puede dar vida al mundo, pero mientras no terminemos con el vía crucis de los pobres, no seremos nosotros tampoco felices. La primavera no habrá llegado. Tendremos nuestro personal vía crucis ¡Ven, Señor Jesús!

Fuente Redes Cristianas

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Viernes Santo. Oración universal.

Viernes, 18 de abril de 2025

cristo-crucificado-con-hombre-con-cruz-2Hermanos y hermanas, en Jesús crucificado queremos contemplar a todos y todas las crucificadas de nuestro mundo. Este día es para poner en el corazón del Padre y en nuestro corazón toda expresión de sufrimiento, injusticia y muerte. Respondemos:

Queremos ser misericordia, esperanza y vida

Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen.

Nos ponemos en el corazón de nuestro Padre Madre cuando preferimos vivir en nuestra zona de confort siendo cómplices del mal vivir de tantos y tantas. Cuando suplicamos tu perdón y no perdonamos a quienes necesitan o esperan una palabra o un gesto reconciliador por nuestra parte. Que la paz de nuestro Padre Madre llegue a cada corazón atormentado por la culpa, por las heridas en el alma… Que acertemos a reconciliarnos con nuestras torpezas, con nuestros intentos fallidos, con nuestro servicio interesado, con nuestro amor egoísta….

(Breve silencio)

Queremos ser misericordia, esperanza y vida

Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso.

Ponemos en el corazón de nuestro Padre Madre a todos los hombres y mujeres que están agonizando en un hospital, en una residencia, en su casa o en algún rincón sin techo en nuestro mundo. A cada uno y cada una que vive sin horizonte ni esperanza a causa del maltrato de su pareja; a los que arriesgan su vida subiéndose a un cayuco en busca de una vida un poco mejor; a quienes tienen por único cobijo el cielo en el campamento de refugiados; a los que padecen dolores insufribles por enfermedad; a los que no esperan ni tienen a nadie que esperar…

(Breve silencio)

Queremos ser misericordia, esperanza y vida

Mujer, ahí tienes a tu hijo.

Ponemos en el corazón de nuestro Padre Madre a todas las madres que sufre a causa de la enfermedad de sus hijos; a las que han hipotecado su vida para cuidar del hijo discapacitado; a las que ven morir a sus hijos sin poder amamantarles; a las que lloran sin consuelo porque sienten sus vidas injustamente sentenciadas. A las que pierden al esposo y se sienten perdidas sin saber cómo vivir. A las mujeres explotadas sexualmente, a las que luchan por salir del infierno del maltrato y a las que no se atreven a denunciar y siguen sufriendo en silencio. A cada mujer que ha perdido la vida en nombre del falso amor. A tantas mujeres invisibles en sus puestos de trabajo, a las no reconocidas en su entrega silenciosa y generosa en favor de los demás; a las mujeres apartadas de los cargos en la Iglesia; a las que no tienen ni voz, ni voto, ni derechos ni futuro.

(Breve silencio)

Queremos ser misericordia, esperanza y vida

Dios mío, Dios mío ¿por qué me has abandonado?

Ponemos en el corazón de nuestro Padre Madre a los hijos e hijas abandonadas a su suerte a causa de las adicciones de sus padres; a los niños y niñas abandonadas en los orfanatos de medio mundo; a los que son explotados sexualmente o terminan como mercancía en el oscuro comercio de órganos. A los hombres y mujeres abandonadas en las calles de nuestras ciudades, condenadas a la exclusión por falta de recursos económicos, intelectuales, afectivos o sociales. A los hombres y mujeres mayores abandonados en las residencias que esperan sin recibir la visita y el cariño de los suyos.

(Breve silencio)

Queremos ser misericordia, esperanza y vida

Tengo sed.

Ponemos en el corazón de nuestro Padre Madre esa parte de nuestro mundo que muere por falta de agua. También a aquellos que tienen sed de justicia mientras están privados de libertad en las cárceles; a los que tienen sed de igualdad porque sufren discriminación por sexo, religión o color de la piel. A los que tienen sed de amor porque nadie les ha amado y sueñan con sentirse alguien para alguien algún día. A los que tienen sed y necesidad de paz porque el ruido de la violencia es su música de fondo. A las víctimas de las guerras, a los que han muerto, a los que lloran su ausencia …

(Breve silencio)

Queremos ser misericordia, esperanza y vida

Todo está cumplido.

Ponemos en el corazón de nuestro Padre Madre a cuantos necesitan experimentar la vida más allá del cumplir con la ley, con las normas o con lo considerado como correctamente establecido. También a todos y todas las que buscan en el cumplimiento su seguridad, la aprobación del otro. A los que anhelan una vida con anchura de mente y corazón, más allá de cualquier ley de orden social, político o religioso. A los que han entendido que la ley es para el ser humano y no el ser humano para la ley. A los que dictan y legislan las leyes que no buscan el bien de los más desfavorecidos.

(Breve silencio)

Queremos ser misericordia, esperanza y vida

Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu.

Ponemos en el corazón de nuestro Padre Madre a nuestra querida comunidad eclesial, en tantas ocasiones, atrapada en sus propias estructuras, rituales, lenguaje y formas. Al Papa Francisco en estos momentos de especial fragilidad. A cuantos anhelamos vivir bajo el soplo del Espíritu. A los que nos encomendamos con confianza al corazón de Dios. A los que hemos tenido la inmensa fortuna de conocer a Jesús y nos sentimos hoy desconcertados al verle en la Cruz. A los que día a día somos conscientes de nuestra fragilidad y buscamos la fuerza del soplo del Espíritu para crecer en humanidad.

(Breve silencio)

Queremos ser misericordia, esperanza y vid

Vicky Irigaray

Fuente Fe Adulta

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Insoportable: Asesinato de hombre gay en Chigorodó, Colombia, hace el número 30 en este año…

Viernes, 18 de abril de 2025

IMG_0853Caribe afirmativo comunica en su perfil de X :

Lamentamos profundamente el asesinato de Ángel Miro, un hombre gay, en Chigorodó, municipio ubicado en el Urabá Antioqueño. Autoridades confirman que su cuerpo fue hallado en su vivienda acompañado de una nota amenazante.

Desde el Observatorio de Derechos Humanos de Caribe Afirmativo hemos registrado 30 casos de asesinatos de personas LGBTIQ+ durante el 2025. De esa cifra, más de la mitad de crímenes han ocurrido en el departamento de #Antioquia.

Hacemos un llamado a la @GobAntioquia a poner en marcha acciones urgentes y contundentes de prevención de violencias contra personas LGBTIQ+, pues hay una alta ocurrencia de homicidios y feminicidios contra personas sexo-género diversas en el departamento.

Los hechos están siendo investigados por las autoridades locales y la Fiscalía, mientras defensores de derechos humanos insisten en la urgencia de proteger a liderazgos sociales y poblaciones en riesgo en Chigorodó y otros municipios en Urabá.

En este contexto, se hace necesaria una alerta temprana de la @DefensoriaCol que inste la activación de políticas nacionales y locales para prevenir las violencias contra personas LGBTIQ+ en el territorio nacional.

General, Homofobia/ Transfobia. , , , , , ,

Getsemaní…

Jueves, 17 de abril de 2025

 

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I
GETSEMANÍ
I
SOLEDAD EN GETSEMANÍ

Llegó Jesús con ellos a un huerto llamado Getsemaní y dijo a sus discípulos:
“Sentaos aquí, mientras yo voy más allá a orar”. Y llevándose a Pedro
y a los dos hijos del Zebedeo, comenzó a sentir tristeza y angustia.
(Mt. 26, 36-37)

En la piedra del miedo
se habían afilado las traiciones
y la noche de Jerusalén ya no escondía
la densidad del abandono.
El Maestro lo supo,
y no un presentimiento, una certeza
comenzó a golpearle contra la soledad.
Ahora la soledad no era
aquella extensión dulce donde encontrar al Padre,
ni era
el campo de batalla donde el Hijo
de Dios fuera tentado como Hijo
de Dios.
La soledad era una fuerza
incontenible: vaciaba de luz
todas las casas del espíritu, dolía
como el frío
cuando hiela la sangre.
La soledad mordiendo
el corazón del hombre,
la soledad poniendo al descubierto
al hombre, solo al hombre.
(La soledad es una calle larga
que lleva a la tristeza).
Quiso salir de la ciudad. Bajo la luna
la espalda de los que se volvían era un incendio
que le abrasaba la memoria.
Acaso
fueran piadosos los olivos con su óleo
de intimidad donde resuena
la palabra del Padre.
¡Oh paradoja del ascenso
donde los pies se hunden
en el lodo del hombre!
¡Oh paradoja del conocimiento
donde todo es maraña de raíces!
Getsemaní no es una zarza ardiendo,
es la espesura sin piedad
donde el hombre está solo,
desnudamente solo, sin asilo,
despojado del hombre,
despojado de Dios.
Getsemaní no es óleo, es agonía,
es otra vez un campo de batalla donde el Hijo
del Hombre ha de enfrentarse
con todos los demonios del hombre:
el tedio, la amargura, la angustia, los peldaños
que van a dar al morir.
Getsemaní no es óleo. Es agonía:
y en el centro del huerto queda solo
un verdadero hombre verdadero
abrazado al silencio de Dios, pero obediente.
Fiat, Señor, digo hoy contigo,
fiat, Señor, aunque me duela.

II

NO ERA EL SUEÑO, SEÑOR…

Bajo la luna llena encanecían los olivos.
La quietud era sólida y destilaba
un plomo ardiente que invadía los cuerpos.
El silencio
se había vuelto mineral
y en la sangre aún rompían las palabras
anunciadoras y terribles
que se habían mezclado con el vino.

Regresó y volvió a encontrarlos dormidos,
pues sus ojos estaban cargados
(Mt. 26, 43)

No era el sueño, Señor, era el espanto
lo que subía
río arriba del alma hasta los ojos:
era el espanto
de ver luchar a Dios y no hacer nada.

III

 EL BESO

Entonces todos los discípulos
lo abandonaron y huyeron.
(Mt. 26, 56)

En la piedra del miedo
se habían afilado las traiciones
y ahora
iban subiendo entre las luces,
ensayando
el más turbio, el más falso
de los besos.
¿Quién dijo que el amor era un abrazo?
Este beso no es beso, es un cuchillo
que asesina de lejos y empozoña
el corazón de muchos y lo cubre
de la callosidad del abandono.
En el puente del beso se ha cumplido
lo que dijeron los profetas, pero
Señor te pido ahora que me quites
esa suerte de puente y que me dejes
del lado del amor, en tus orillas.

IV

ORACIÓN PARA NO DORMIR

 Pedro lo siguió de lejos
(Mt., 26, 58)

Oh, Señor, en esta hora
en que también se confunde
la distancia con el miedo,
si Tú me ves que me aparto
de tu agonía y que duermo
para no ver al que sufre
ni ver mi interior desierto,
mírame, que yo te sigo,
aun como Pedro de lejos.
Mírame y en tu mirada
sostenme para que el fuego
de tanto amor me despierte
siempre que me venza el sueño.

*

Mercedes Marcos Sánchez,

Poeta ante la Cruz (Meditación en Mateo)

***

El día de Jueves Santo se celebra la memoria de la primera vez que Nuestro Señor tomó el pan y lo convirtió en su cuerpo, tomó el vino y lo transformó en su sangre. Esta verdad requiere de nosotros una gran humildad, que sólo puede ser un don suyo. Me refiero a esa humildad de mente por la que conocemos la verdad de que lo que antes era pan ahora es su cuerpo y lo que antes era vino ahora es su sangre. Por eso nos arrodillamos para honrar a Jesús en el Santísimo Sacramento. Sucesivamente, cuando se ora ante el altar de la Reserva, nos damos cuenta de cómo estamos unidos a él en el sufrimiento del huerto de Getsemaní, tan cercanos a él como María Magdalena cuando lo encontró en el huerto el primer domingo de pascua: este hecho es el que nos causa más extrañeza.

El día de Jueves Santo […] evocamos también cómo nuestro Señor, durante la última cena, se levantó y se puso a lavar los pies de sus apóstoles y, con este gesto, nos mostró algo de la divina bondad.

Jesús nos revela en qué consiste lo divino. Jesús lavó los pies de sus discípulos para mostrar las atenciones y la gran bondad que Dios tiene con nosotros. Es un pensamiento maravilloso que podría ocupar nuestra mente y nuestras plegarias.

Si esta bondad divina puede manifestársenos, ¿qué podremos hacer nosotros a cambio? ¿No deberíamos igualar esta dulce bondad suya, que rebosa amor por nosotros, y brindar la misma bondad y el mismo amor? Esto demostraría que el amor, la caridad cristiana, no es sólo una palabra fácil, sino algo que nos lleva a la acción y al servicio, especialmente al de los pobres y al de cuantos pasan necesidad.

*
Basil Hume,
El Misterio y lo absurdo,,
Cásale Monf. 1999, 107s

***

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