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30.3.2025. Dom 4 Cuaresma. Un padre tenía dos hijos. Lc 15

Domingo, 30 de marzo de 2025

IMG_0560Del blog de Xabier Pikaza:

Jesús les dijo esta parábola: “Un hombre tenía dos hijos; el menor de ellos dijo a su padre: “Padre, dame la parte que me toca de la fortuna.”

El padre les repartió los bienes. No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, emigró a un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente.

Cuando lo había gastado todo, vino por aquella tierra un hambre terrible, y empezó él a pasar necesidad.  etc

Hjo pródigo  (Lc 15, 11-32). Parábola importante donde se expresa con claridad la trama de la vida humana, tal como ha venido a culminar en Cristo. Los motivos básicos son bien conocidos: hay dos hijos que se enfrentan, de algún modo, por la herencia del padre, pero en vez de matar el uno al otro, como en el caso de Caín y Abel (Gen 4), uno toma su parte de herencia y se va de casa; da la impresión de que el otro (el mayor) queda dueño en ella.

Evidentemente, el menor derrocha lo que ha recibido. El paradigma normal continúa: el pródigo pasa necesidad al servicio de un sistema de impureza (cerdos). Le tratan peor que a un animal, pues los animales reciben pienso y a él se lo escatiman. Desde el pozo del hambre que le atrapa recuerda la casa del padre como casa de trabajo y pan. No quiere afecto, busca comida. Por eso, su discurso penitencial (¡he pecado…!) suena a retórica. La lógica del texto no exige que se encuentre arrepentido. Hasta aquí el texto es normal, todos pueden entenderlo. Desde aquí empieza la verdadera → parábola, la novedad del evangelio.

 (1) Fiesta del padre. Enfado del hermano. El padre, que ha dejado que su hijo se marche, mira a los lejos y aguarda: no puede traerle por fuerza a la casa, pues hijo forzado no es hijo, ni casa obligada es ya casa. Aguarda el padre; pero cuando el hijo viene él corre y le abraza: no le deja acabar el discurso, no necesita su arrepentimiento: le quiere a él, y por eso dispone la fiesta que es, al mismo tiempo, paterna y filial, de criados y vecinos. Pero el hermano mayor se enfada. Se creía dueño de la casa; trabajaba austeramente por ella, cumpliendo las leyes que se habían impuesto (y que él creía sancionadas por su padre). Evidentemente, la nueva situación le perturbaba: su estilo no es fiesta. Y le enfurece aún más el hecho de que la vuelta de su hermano haya cambiado las cosas.

Se siente expulsado de su propia casa y en protesta queda fuera. Él no quiere entrar, pero sale el padre, tomando así la iniciativa. Está el pródigo en casa, sigue en su honor la fiesta, con la música y las danzas. El mayor discute con el padre en fuertes palabras que expresan por un lado la exigencia de una ley que puede interpretarse como envidia (hijo) y la gracia de un amor que sobrepasa toda envidia (padre). Más que espejo, la parábola es un foco de luz, una revelación que ilumina la cara oculta de nuestra propia realidad y que descubre aquello que podemos ser, interpretando el pasado y anticipando el futuro. Por eso, sólo la entendemos si entramos dentro de ella.

            (2) Los dos hermanos. El hermano menor está al principio y centro de la parábola, pero no es su protagonista. Es evidente que representa a los publicanos y pecadores, a los expulsados del sistema, a los que, conforme a la teología oficial del rabinismo, han dilapidado su fortuna humana y son dignos de amor (cf. Lc 15, 1-2). Ampliando la visión, hijo/hermano menor son los gentiles: los pueblos de la tierra que han vivido de manera deshonesta, quedando al fin sin bienes ni derecho (cf. Rom 1, 18-31).

En su primera parte, siendo hermoso, el texto se limita a repetir los tópicos que sabe todo buen judío: los gentiles (publicanos y prostitutas, gentes de mala vida) encuentran aquello que buscaban y sufren lo que merecen; han malgastado la fortuna del padre, se han marchado con terribles impurezas. Si quieren volver es simplemente porque tienen hambre; no están arrepentidos.

El hermano menor esta al principio y centro de la parábola, pero al final de la parábola ya no juega ningún papel activo, sino que es objeto y tema de la conversación entre el padre y el hermano mayor. El padre le ha recibido ya no tiene que hacer nada; él se limita a estar allí, como destinatario del gozo del padre, como objeto de la envidia/ley del «buen hermano.

Ese hermano tiene razón: está de su parte el derecho israelita; le apoyan los principios sociales de la tierra. Conforme al talión, que es su defensa y argumento, el menor debería pagar lo merecido (¡ojo por ojo, diente por diente!) si es que quiere volver de nuevo a casa. Según ley, el orden y la vida sólo triunfa allí donde las normas se respetan. Por eso protesta, no quiere entrar en casa, pues la casa está manchada con la presencia del hermanos menor. Para que la casa de Israel subsista y pueda dar por siglos fiel ejemplo de justicia hay que expulsar (no recibir sin condiciones claras) a los pródigos que vuelven sólo por comida. El verdadero amor al pródigo consiste en reprenderle, dejándole fuera de casa, al menos hasta que se arrepienta: no se le hace un favor recibiéndole así; no se le ayuda; hay que darle un escarmiento.

  (3) El mayor se enfada con el padre. En el fondo tiene envidia: quería monopolizar el amor del Padre, actuando como dueño de la casa. Pero ahora descubre que el menor le ha destronado. Ha trabajado con dureza, ha vivido en austeridad y al fin siente que el padre ofrece fiesta al otro. La parábola nos introduce en el centro de la complejidad humana, en la raíz de los conflictos de la historia, tal como aparecen de algún modo en escena primera de Caín/Abel (Gen 4). Este es el conflicto de la diversidad, de la envidia hecha violencia, de la lucha por el reconocimiento mutuo. (a) El prodigo no exige nada: está dispuesto a trabajar como jornalero. No exige, pero se pone en manos del padre que le ofrece la fiesta de la vida. Dejarse amar, esa es su única tarea; permitir que le hagan fiesta y participar en ella, ese es su mérito. Nada defiende, pues se siente indigno de todo. Por eso no rechaza a nadie, ni pone condiciones; es evidente que está dispuesto a recibir al hermano legal cuando llegue.

(b) El mayor exige el cumplimiento de la legalidad. Ha trabajado con justicia y tiene derecho a la justicia. Ha mantenido la casa con su esfuerzo y no quiere que el otro malogre el resultado de ese esfuerzo. Piensa que la vida se defiende con la ley por encima de la gracia. Evidentemente es bueno, pero bueno conforme al modelo de juicio y justicia de este mundo. La parábola no acaba, pero deja al hermano mayor en situación de peligro: su mismo deseo de «perfección legal» puede dejarle fuera de casa; si quiere mantener su propia ley en lugar de compartir la vida con su hermano acabará quedando solo, porque es evidente que el padre no puede (no quiere) dividir la casa, dejando a cada uno un lugar aparte, sin comunicación.

            (4) Un lugar para dos hijos. Y con esto hemos llegado a la palabra clave. El pródigo se ha ido porque buscaba nuevas relaciones pero al final queda más sólo que al principio. Y entonces, rodeado de cerdos, hambriento de pan (y de cariño), piensa en la casa del padre. El hermano mayor tampoco ha logrado comunicarse, pues sólo ha tratado con su ley: no ha tomado ni un cabrito del rebaño para compartirlo con los amigos, pues carece de amigos; tampoco sabe dialogar con su padre; no quiere entrar y hablar con el otro hermano…Sólo el padre aparece en la parábola como principio de comunicación. Sabe dejar que los hijos se vayan (o queden), sin imponerles nada. Sabe recibir al que viene, sin hacerle examen de conciencia, sin acusarle ni exigirle el cumplimiento de mandatos.

Por encima de todas las posibles leyes le ofrece el gozo de la vida: el traje de hijo, el anillo de mando, el ternero de fiesta, la música y la danza…Todos son elementos de comunicación personal, pues eso significa fiesta: una vida compartida, abierta al gozo del encuentro con los otros.

Esta es la cura de urgencia del padre en la que todo sucede con rapidez:¡pronto! (Lc 15, 22), así dice poniendo en movimiento los resortes de una casa convertida en lugar de comunicación para los hermanos y vecinos. Donde había triunfado la soledad, donde se había hecho fuerte la impotencia y la tristeza, ofrece el padre Dios la fiesta. Este es el signo del amor que no se limita a perdona (ni perdona, en el sentido exterior) sino que ama y amando es capaz de suscitar formas antes no ensayadas ni gozadas de existencia.

 Una iglesia de pródigos 

Dios no exige expiación, ni sometimientos, sino amor  y perdón, que los hombres y mujeres se perdonen, se acepten y comparten lo que son y lo que tienen, por amor, no sumisión, de forma que todos, perdonándose entre sí, empezando por los pródigos, pueden crear una Iglesia de amor universal.Ese perdón no es «olvido» del pasado, sino recuerdo superior del Dios que libera, transforma y recrea lo que hay, desde un presente de amor, no para dejarlo como estaba, sino para cambiarlo desde los más pobres y excluidos.

Jesús no ha empezado exigiendo a los pródigos que se conviertan y cambien para entrar en la casa del padre, sino que ofrece perdón, comunión y casa a todos los que vienen,  fin de que ellos puedan perdonar y acoger a todos (a los mismos “grandes”).De esa formase ha puesto en el lugar del padre y ha contado desde allí la historia de la vida, para que pródigos y grandes se transformen, todos por amor, para el amor, creando una casa/iglesia de Padre, desde los pobres y expulsados, los necesitados y los últimos, no desde los sabios y grandes.

Jesús no ha fundado una nueva religión establecida, sino una casa liberada de amor, para pródigos y ricos, desde los menores y los últimos. Él no fue sólo el narrador de esta parábola, sino su protagonista, declarando por ella que su misión ha consistido en “vincular a todos los hijos de Dios que estaban dispersos, enfrentados, sobre el mundo” (Jn 11, 52). El mensaje que él condensa en esta parábola es la conversión‒transformación, de pródigos y ricos, desde los más pobres‒menores, para bien de todos, pudiendo así liberar a los mayores orgullosos, para que no vivan ya dominando a los demás, sino compartiendo su vida con ellos.

            Mirada así, esta parábola ofrece su mensaje de aviso (y posible condena) a todos los que creyéndose superiores y dueños de la casa‒herencia del Reino, como los escribas, fariseos o sacerdotes de Lc 15, 1‒2, desprecian u oprimen a los otros, como hará el hermano grande si no cambia y entra en la casa de fiesta que el padre ha preparado para el pródigo. Esta amenaza pende como espada sobre los “hermanos grandes” de Galilea o Jerusalén, celosos de sus privilegios, que van a quedar al fin vacíos, cerrados en sí mismos, si rechazan a los pródigos, menores y expulsados de la tierra como indica una palabra clave:

 Muchos vendrán del oriente y del occidente y se sentarán con Abraham, Isaac y Jacob en el reino de los cielos, pero los hijos del reino serán expulsados a las tinieblas exteriores. Allí habrá llanto y crujir de dientes (Lc 13, 28-29; Mt 8, 11-12).

             Muchos pródigos (polloi) vendrán de oriente/occidente, es decir, de todo el mundo, mientras los “hijos del Reino” (israelitas seguros de sí mismo, dignatarios religiosos o sociales), corren el riesgo de ser expulsados (de expulsarse a sí mismos) si no aceptan el Reino de los pródigos, encerrándose en sí mismos, en envidia y violencia, hasta destruirse a sí mismos.  Así sigue diciendo la parábola de los invitados a la fiesta (Lc 14, 16-24; cf. Mt 22, 2-13). El mismo padre que ha ofrecido al pródigo una fiesta con toro cebado y cantos de baile, aparece en esta nueva parábola del banquete final invitando a su cena de vida a todos los hombres y mujeres, pero descubriendo que muchos “hermanos mayores”, que andan a su trabajo egoísta por la vida, se excusan y no van, quedando fuera.

La culpa no es de Dios, sino de aquellos que no quieren su banquete, la fiesta de la vida, con los cojos‒mancos‒ciegos, expulsados, emigrantes y pródigos de todos los caminos, como ha seguido poniendo de relieve de forma impresionante el evangelio apócrifo de Tomás 64, cuando retomando la parábola de Lucas y Mateo acaba diciendo: “No entrarán a ese banquete los comerciantes y mercaderes”. Esta misma advertencia es la que Jesús ha dirigido a los sacerdotes, compradores y vendedores del templo (cf. Mc 11, 17), acusándoles de haber convertido la casa del Padre en un “emporio” o casa de negocios (cf. Jn 2, 16).

Entendida así, esta parábola de la iglesia‒pródiga nos pone ante la más honda revelación de Dios, que sigue llamando y acogiendo en su casa a los pobres del mundo, para ofrecerles su banquete, como saben las bienaventuranzas (cf. Lc 6, 21‒22), para iniciar y fundarla verdadera Iglesia con los pródigos del mundo y con los marginados o expulsados por los nuevos escribas‒fariseos de una iglesia de poder, como ha recordado el Papa Francisco en primer escrito pontificio: Evangelii Gaudium, 2013.Leída en ese fondo, esta parábola sigue llamando no sólo al corazón de los pródigos del mundo, sino a la conciencia de los grandes y jerarcas de un tipo de Iglesia, que corren el riesgo de perderse a sí mismos, fuera de la casa del amor del padre, si es que no entran y comparten su vida en la casa del Padre, con los pródigos de Cristo.

Así acaba sin acabar esta parábola del amor del padre que quiere a los dos hijos, amando de un modo especial al menor (le ha acogido ya en la casa), pero también al mayor (para que cambie y entre en ella). Esa es la intención del padre, y la tarea de su enviado Jesús: Que los hermanos se perdonen y dialoguen, liberados ambos y para liberarse aún mejor, desde los pródigos. En ese contexto pueden recordarse y recrearse (adaptarse) unos versos de León Felipe:

 Hay que salvar al rico, hay que salvarlo de la dictadura de su riqueza, porque debajo de su riqueza hay un hombreque tiene que entrar en el reino… Pero también hay que salvar al pobre, porque debajo de la tiranía de su pobreza hay otro hombre… Hay que salvar al rico y al pobre… Hay que “matar” al rico y al pobre,para que nazca el Hombre… (El hombre es lo que importa)

Para que nazca ese Hombre que es Cristo, Mesías de la casa del Padre que ha de ser la Iglesia universal del perdón y la fiesta de Pascua, han de cambiar pobres y ricos, en Amor de Comunión, cada uno a su manera, desde los más pobres, como quiso san Pablo (Gal 3, 28), y como ha declarado de forma insuperable esta parábola del padre y los dos hijos.

Comentarios a la parábola:

J. Bartolomé, La alegría del Padre. Estudio exegético de Lc 15, Verbo Divino, Estella, 2000;

  1. Contreras, Un padre tenía dos hijos, Verbo Divino, Estella 1999
  2. P. Meier, Un judío marginal V, Verbo Divino, Estella 2017
  3. J. M. Nouwen, El regreso del hijo pródigo: meditaciones ante un cuadro de Rembrandt, PPC, Madrid 2005
  4. X. Pikaza, Diccionario de la Biblia, Estella 2017; La familia en la Biblia, Estella 2016

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