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Archivo para Domingo, 30 de marzo de 2025

Lágrimas sanadoras

Domingo, 30 de marzo de 2025

abrazo

“El padre de la historia del hijo pródigo sufrió mucho. Vio partir a su hijo menor, sabiendo las desilusiones, rechazos y abusos a los que tendría que enfrentarse. Vio a su hijo mayor cargarse de amargura, sin tener la posibilidad de ofrecerle afecto y apoyo. Una gran parte de su vida el padre la pasó esperando. No podía obligar a su hijo menor a regresar al hogar ni tampoco hacer que su hijo mayor olvidara sus rencores. únicamente ellos, por sí mismos, podían tomar la iniciativa de regresar.

Durante esos largos años de espera, el padre lloró copiosas lágrimas y murió muchas muertes. Se vació de sufrimiento. Pero ese vacío creó un lugar de bienvenida para sus dos hijos para cuando fuera la hora de su regreso. Estamos llamados a ser como ese padre.”

*
Henri Nouwen

***

 

 

En aquel tiempo, solían acercarse a Jesús los publicanos y los pecadores a escucharle. Y los fariseos y los escribas murmuraban entre ellos:

“Ése acoge a los pecadores y come con ellos.”

Jesús les dijo esta parábola:

“Un hombre tenía dos hijos; el menor de ellos dijo a su padre: “Padre, dame la parte que me toca de la fortuna.”

El padre les repartió los bienes.

No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, emigró a un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente.

Cuando lo había gastado todo, vino por aquella tierra un hambre terrible, y empezó él a pasar necesidad.

Fue entonces y tanto le insistió a un habitante de aquel país que lo mandó a sus campos a guardar cerdos. Le entraban ganas de llenarse el estómago de las algarrobas que comían los cerdos; y nadie le daba de comer.

Recapacitando entonces, se dijo: “Cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre. Me pondré en camino adonde está mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros.”

Se puso en camino adonde estaba su padre; cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió; y, echando a correr, se le echó al cuello y se puso a besarlo.

Su hijo le dijo:

– “Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo. “

Pero el padre dijo a sus criados:

“Sacad en seguida el mejor traje y vestidlo; ponedle un anillo en la mano y sandalias en los pies; traed el ternero cebado y matadlo; celebremos un banquete, porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado.”

Y empezaron el banquete.

Su hijo mayor estaba en el campo. Cuando al volver se acercaba a la casa, oyó la música y el baile, y llamando a uno de los mozos, le preguntó qué pasaba.

Éste le contesto:

“Ha vuelto tu hermano; y tu padre ha matado el ternero cebado, porque lo ha recobrado con salud.”

Él se indignó y se negaba a entrar; pero su padre salió e intentaba persuadirlo. Y él replicó a su padre:

“Mira: en tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya, a mí nunca me has dado un cabrito para tener un banquete con mis amigos; y cuando ha venido ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes con malas mujeres, le matas el ternero cebado.

El padre le dijo:

“Hijo, tú siempre estás conmigo, y todo lo mío es tuyo: deberías alegrarte, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado.”

*

Lucas 15, 1-3. 11-32

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Observando al Padre logro distinguir tres caminos que llevan a una auténtica paternidad misericordiosa: el dolor, el perdón y la generosidad. Puede parecer extraño que el dolor conduzca a la misericordia. Pero así es. El dolor me lleva a dejar que los pecados del mundo -incluidos los míos- desgarren mi corazón y me hagan derramar lágrimas, muchas lágrimas por ellos. Si no son lágrimas que brotan de los ojos, por lo menos son lágrimas del corazón. Este olor es oración.

El segundo camino que conduce a la paternidad espiritual es el perdón. Por el perdón constante es como vamos llegando a ser como el Padre. Él perdón es el camino para superar el muro y acoger a los demás en el corazón sin esperar nada a cambio.

El tercer camino para llegar a ser como el Padre es la generosidad. En la parábola, el Padre del hijo que se va no sólo le da todo lo que le pide, sino que le colma de regalos cuando vuelve. Y al hijo mayor le dice: “Todo lo mío es tuyo”. El Padre no se reserva nada. Lo mismo que el Padre se vacía de sí mismo por sus propios hijos, así debo darme a mis hermanos y hermanas. Jesús deja entender a las claras que en esta oblación está el signo del verdadero discípulo: “Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos”. Darse supone una auténtica disciplina, porque no es algo que brota automáticamente. Cada vez que doy un paso en dirección a la generosidad, me muevo del temor al amor.

Como Padre, debo creer que todo lo que el corazón humano desea se puede encontrar en casa. Como Padre, debo tener el valor de asumir la responsabilidad de una persona espiritualmente adulta y creer que el gozo verdadero y la satisfacción plena sólo pueden venir acogiendo en casa a los que han sido ofendidos y heridos en el viaje de su vida y amándolos con un amor que no pide ni espera nada a cambio.

Se da un vacío terrible en esta paternidad espiritual. Pero este vacío terrible es también el lugar de la verdadera libertad. Libre de recibir la carga de los otros, sin necesidad de valorar, clasificar, analizar. En este estado del ser que no se permitiría nunca juzgar, puedo engendrar una confianza liberadora.

*

Henri Nouwen,
L’abbraccio benedicente,
Brescia 1994, 190-199, passim

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“Cómo experimenta Jesús a Dios”. 4 Cuaresma – C (Lucas 15,1-3.11-32)

Domingo, 30 de marzo de 2025

hijo prodigoNo quería Jesús que las gentes de Galilea sintieran a Dios como un rey, un señor o un juez. Él lo experimentaba como un padre increíblemente bueno. En la parábola del «padre bueno» les hizo ver cómo imaginaba él a Dios.

Dios es como un padre que no piensa en su propia herencia. Respeta las decisiones de sus hijos. No se ofende cuando uno de ellos le da por «muerto» y le pide su parte de la herencia.

Lo ve partir de casa con tristeza, pero nunca lo olvida. Aquel hijo siempre podrá volver a casa sin temor alguno. Cuando un día lo ve venir hambriento y humillado, el padre «se conmueve», pierde el control y corre al encuentro de su hijo.

Se olvida de su dignidad de «señor» de la familia, y lo abraza y besa efusivamente como una madre. Interrumpe su confesión para ahorrarle más humillaciones. Ya ha sufrido bastante. No necesita explicaciones para acogerlo como hijo. No le impone castigo alguno. No le exige un ritual de purificación. No parece sentir siquiera la necesidad de manifestarle su perdón. No hace falta. Nunca ha dejado de amarlo. Siempre ha buscado para él lo mejor.

Él mismo se preocupa de que su hijo se sienta de nuevo bien. Le regala el anillo de la casa y el mejor vestido. Ofrece una fiesta a todo el pueblo. Habrá banquete, música y baile. El hijo ha de conocer junto al padre la fiesta buena de la vida, no la diversión falsa que buscaba entre prostitutas paganas.

Así sentía Jesús a Dios y así lo repetiría también hoy a quienes viven lejos de él y comienzan a verse como «perdidos» en medio de la vida. Cualquier teología, predicación o catequesis que olvida esta parábola central de Jesús e impide experimentar a Dios como un Padre respetuoso y bueno, que acoge a sus hijos e hijas perdidos ofreciéndoles su perdón gratuito e incondicional, no proviene de Jesús ni transmite su Buena Noticia de Dios.

José Antonio Pagola

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“Este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido”. Domingo 27 de marzo de 2022. 4º de Cuaresma

Domingo, 30 de marzo de 2025

20-cuaresmaC4 cerezoLeído en Koinonia:

Josué 5, 9a. 10-12: El pueblo de Dios celebra la Pascua, después de entrar en la tierra prometida.
Salmo responsorial: 33: Gustad y ved qué bueno es el Señor.
2Corintios 5, 17-21: Dios, por medio de Cristo, nos reconcilió consigo.
Lucas 15, 1-3. 11-32: Este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido.

Análisis

La primera lectura, del libro de Josué, nos presenta un elemento fundamental para la liturgia, que es la celebración de la Pascua en el desierto. El texto presenta una serie de elementos que pueden discutirse desde una perspectiva “histórica”: el nombre Guilgal seguramente no se remite a lo que dice aquí el texto sino a un “círculo” de piedras que puede haber dado origen a un sitio que hoy no conocemos con seguridad (hay diferentes locaciones posibles). Pero no es esto lo importante, sino que algo importante ha terminado. Esto es presentado como “el oprobio” de Egipto. Dado que el término oprobio se usa en Gn 34,17 para hablar de la circuncisión se ha pensado en que se refiere a haber estado bajo el dominio de “incircuncisos”. Esto ha sido cuestionado porque los egipcios se sometían a la circuncisión, pero no es a la “sola circuncisión” que debemos referirnos, no se ha de olvidar que esta es signo de la alianza de Dios con su pueblo (Gn 17,2.11) y ciertamente los egipcios no participan de esta alianza. Por otra parte, el v.9 pertenece de hecho a la unidad anterior (5,1-9) donde la circuncisión es el tema fundamental. Haber estado dominados por un pueblo “incircunciso” constituye un verdadero oprobio, pero el fin del éxodo (que de eso se trata esta unidad) marca también el fin de esta etapa.

No interesa, en este comentario, la parte histórica de notar que todavía no se han unido en la fiesta pascual la comida del cordero y la comida de los panes sin levadura., Esto parece haber ocurrido en tiempos de Josías (622 a.e.c.; 2Re 23,21-23: ¿Josué = Josías?), lo importante es que la celebración no sólo marca la culminación de un período sino el comienzo de uno nuevo, y este período está marcado por la memoria de los acontecimientos salvadores de Dios en el éxodo y el desierto. Es interesante notar la importancia que da esta unidad a los tiempos: “catorce del mes”, “día siguiente”, “ese mismo día”, “al día siguiente”, “aquel año”, un tiempo nuevo ha comenzado, y la celebración de la pascua es signo de ello.

Sabemos el lugar central que da el evangelio de Lucas a la “misericordia”. No vamos a desarrollar un comentario a toda la parábola sino a detenernos en lo fundamental. El movimiento de la parábola es sencillo: presentación de los personajes (vv.11-12), actitud del hijo menor (vv.13-20a), actitud del padre frente al hijo perdido (vv.20b-24), actitud del hijo mayor frente al hijo perdido (vv.25-32). Como se ve, las tres primeras escenas son paralelas a las actitudes del pastor y la mujer ante el objeto perdido, la novedad viene dada por la actitud del hijo mayor. Ciertamente este refleja la actitud de los fariseos y escribas ante los pecadores. No deja de ser interesante el lenguaje de la comida en la parábola, lo que nos recuerda el contexto: “hubo hambre” (v.14), deseaba comer las algarrobas (v.16), los jornaleros del padre “tiene pan en abundancia” (v.17), el padre manda “matar el novillo engordado, comamos y celebremos una fiesta” (v.23), “nunca me diste un cabrito para una fiesta con mis amigos” se queja el mayor (v.29) y aclara “ese hijo tuyo que devoró tus bienes con prostitutas” (v.30); además, en vv.23.24.29.32 utiliza eufrainô que como vimos es festejar en un banquete…

Como se ve, el contraste es entre dos personajes con respecto a una misma situación: el hijo/hermano menor. Como otras parábolas de dos personajes, quizá el título debería reflejar estas dos actitudes más que remitir al “hijo pródigo”.

Por una parte, se ocupa de mostrar qué bajo cayó el hijo menor con una serie de elementos muy críticos para cualquier judío: “país lejano”, “vida libertina/prostitutas”, “pasar necesidad”, “cuidar cerdos”, no le dan ni siquiera algarrobas, que es comida preferentemente de animales (¿las debe robar?), hasta el punto que pretende volver “a su padre” como un asalariado. Hay que prestar atención a palabras como “no merezco” (vv.19.21) y “es bueno/conviene” (v.32), a las que volveremos. Descubriendo su miseria el hijo parte “hacia su padre” (no dice a su casa, aunque se supone “pros”; vv.18.20), el hijo mayor es quien no entra “en la casa” (v.25). El movimiento de partida y regreso del hijo es semejante al perder-encontrar, y más aún a la muerte-resurrección (con este paralelismo termina la intervención del padre y vuelve a repetirse al intervenir el hijo mayor).

El hijo ha preparado un discurso, pero el padre no le permite terminarlo, no se le gana en generosidad e iniciativa: no sólo -contra las costumbres orientales- “corre” al encuentro del hijo al que ve de lejos, sino que le devuelve la filiación que había “perdido”: eso significan el anillo (sello), las sandalias y el mejor vestido, digno de un huésped de honor. La alegría del padre queda reflejada, además, en la fiesta por “este hijo mío”.

El hermano mayor, que viene de cumplir con sus responsabilidades de hijo no quiere ingresar a la casa y participar de la fiesta. Nuevamente el padre sale al encuentro de un hijo y debe escuchar los reproches. El mayor se niega a reconocerlo como hermano (“ese hijo tuyo”) cosa que el padre le recuerda (“tu hermano”). El padre no le niega razón a que el hijo mayor “jamás desobedeció una orden”, es un “siempre fiel”, uno que “está siempre con el padre” y todo lo suyo le pertenece, pero el padre quiere ir más allá de la dinámica de la justicia: el menor “no merece”, pero “es bueno” festejar. La misericordia supone un salir hacia los otros, los pecadores que -por serlo- no merecen, pero el amor es siempre gratuito y va más allá de los merecimientos, mira al caído. Los fariseos y escribas son modelos de grupos “siempre fieles”, pero su negativa a recibir a los hermanos que estaban muertos y vuelven a la vida los puede dejar fuera de la casa y de la fiesta. Los mayores también pueden irse de la casa si no imitan la actitud del padre, o pueden ingresar y festejar si son capaces de recibir a los pecadores y comer con ellos.

Comentario

En nuestra vida cristiana solemos movernos con caricaturas de Dios; sea por lo que creemos, por lo que mostramos, o por lo que nos enseñaron. Sea un Dios bonachón, un cascarrabias eterno que espera nuestra equivocación para quebrarnos, un distraído y olvidado de las cosas de los humanos a los que creó “hace tanto tiempo”, un “padre” autoritario y caprichoso que decide arbitrariamente y no permite discusiones en la realización de su voluntad… ¿Cómo es nuestro Dios?

Es importante saber cómo es el Dios en el que creemos, pero más importante es saber cómo es el Dios en el que creyó Jesús, cómo es el Dios que Él nos reveló. Como siempre, Jesús nos hablaba de Dios no sólo con palabras, sino también con lo que hacía. Haciendo, Jesús nos mostraba al Padre Dios, ¡al verdadero! Hoy Jesús nos cuenta una parábola, una parábola que nos habla de Dios, pero una parábola que nace de una actitud de Jesús, y él nos dice que frente a los hermanos despreciados, podemos obrar de dos maneras diferentes, como Dios -que es también como obra Jesús- o también como los judíos religiosos, los “separados” del resto, los puros.

El pecado es el no-amor-dado, y el amor no-dado, y por eso nos aleja de Dios, que es amor; nos separa de su casa paterna. Pero con su amor, que se sigue derramando, y de un modo preferencial por los pecadores, Dios sigue tendiendo constantemente su mano amiga, a la espera de la vuelta de sus hijos. Nosotros, en una frecuente caricatura de Dios, solemos rechazar, juzgar y condenar a los que creemos pecadores. Nosotros, al igual que Jesús, también mostramos con nuestras actitudes al Dios en el que creemos; pero, a diferencia de Jesús, mostramos un Dios que en nada se asemeja al Eterno Buscador de Hijos Perdidos.

El Jesús que ama y prefiere a los pecadores, y come con ellos, no hace otra cosa que conocer la voluntad del Padre y realizarla concretamente, sus mesas compartidas y sus comidas nos hablan de Dios, ¡claramente! En el comportamiento de Jesús se manifiesta el comportamiento de Dios, Jesús mismo es parábola viviente de Dios: su acción es entonces una revelación. ¿Qué Dios, qué Iglesia, qué ser humano revelamos con nuestra vida? Con frecuencia, como hermanos mayores estamos tan orgullosos de no haber abandonado la casa del padre, que creemos saber más que Él mismo: “Dios es injusto”, para nuestras justicias; Dios es “de poco carácter” para nuestra inmensa sabiduría. Quizá, Dios ya esté viejo, para dedicarse a su tarea y debería jubilarse y dejarnos a nosotros…

Frente a tanta gente que rechaza la Iglesia (“creo en Dios, no en la Iglesia”), a veces decimos “pero Dios sí quiere la Iglesia”. ¿No debemos preguntarnos constantemente qué Iglesia es la que Él quiere? ¿No debemos preguntarnos, en nuestras actitudes, qué Iglesia mostramos? Esta Iglesia, la que yo-nosotros mostramos, ¿es como Dios la quiere? Jesús, con su vida, y hasta con sus comidas, muestra el rostro verdadero de Dios, muestra la comunidad de mesa en la que él participa; hasta comiendo Él revela al verdadero Dios. Quizá debamos, de una vez, dejar nuestra actitud de hijo mayor, y ya que nos sale tan mal el papel de Dios, debamos asumir el papel de hijo menor; debemos volver a Dios para llenarlo de alegría, para participar de su fiesta; y, participando de su alegría, empecemos a mostrar el rostro de la misericordia de este Dios de puertas abiertas.

La misma cena eucarística es expresión de la universalidad del amor de Dios: es comida para el perdón de los pecados. El Dios de la misericordia, no quiere excluir a nadie de su mesa; es más, quiere invitar especialmente a todos aquellos que son excluidos de las mesas de los hombres por su situación social, por su pobreza, por su sexo o por cualquier otro motivo; y va más allá, no ve con buenos ojos que crean participar de su cena quienes no esperan a sus hermanos excluidos de la mesa por ser pobres. El Dios que no hace distinción de personas, ama dilectamente a los menos amados. Sin embargo, muchas veces tomamos la actitud del hermano mayor. ¿Cuándo nos sentaremos en la mesa de los pobres, y abandonaremos nuestra tradicional postura soberbia y sectaria de “buenos cristianos”? ¿Cuándo nos decidiremos a participar de la fiesta de Dios reconociéndonos hermanos de los rechazados y despreciados? Jesús nos invita a su comida, una comida en la que mostramos -como en una parábola- cómo es el Dios, como es la fraternidad en la que creemos. Y nos mostraremos cómo somos hermanos, cómo somos hijos en la medida de participar de la alegría del padre y del reencuentro de los hermanos. Leer más…

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30.3.2025. Dom 4 Cuaresma. Un padre tenía dos hijos. Lc 15

Domingo, 30 de marzo de 2025

IMG_0560Del blog de Xabier Pikaza:

Jesús les dijo esta parábola: “Un hombre tenía dos hijos; el menor de ellos dijo a su padre: “Padre, dame la parte que me toca de la fortuna.”

El padre les repartió los bienes. No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, emigró a un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente.

Cuando lo había gastado todo, vino por aquella tierra un hambre terrible, y empezó él a pasar necesidad.  etc

Hjo pródigo  (Lc 15, 11-32). Parábola importante donde se expresa con claridad la trama de la vida humana, tal como ha venido a culminar en Cristo. Los motivos básicos son bien conocidos: hay dos hijos que se enfrentan, de algún modo, por la herencia del padre, pero en vez de matar el uno al otro, como en el caso de Caín y Abel (Gen 4), uno toma su parte de herencia y se va de casa; da la impresión de que el otro (el mayor) queda dueño en ella.

Evidentemente, el menor derrocha lo que ha recibido. El paradigma normal continúa: el pródigo pasa necesidad al servicio de un sistema de impureza (cerdos). Le tratan peor que a un animal, pues los animales reciben pienso y a él se lo escatiman. Desde el pozo del hambre que le atrapa recuerda la casa del padre como casa de trabajo y pan. No quiere afecto, busca comida. Por eso, su discurso penitencial (¡he pecado…!) suena a retórica. La lógica del texto no exige que se encuentre arrepentido. Hasta aquí el texto es normal, todos pueden entenderlo. Desde aquí empieza la verdadera → parábola, la novedad del evangelio.

 (1) Fiesta del padre. Enfado del hermano. El padre, que ha dejado que su hijo se marche, mira a los lejos y aguarda: no puede traerle por fuerza a la casa, pues hijo forzado no es hijo, ni casa obligada es ya casa. Aguarda el padre; pero cuando el hijo viene él corre y le abraza: no le deja acabar el discurso, no necesita su arrepentimiento: le quiere a él, y por eso dispone la fiesta que es, al mismo tiempo, paterna y filial, de criados y vecinos. Pero el hermano mayor se enfada. Se creía dueño de la casa; trabajaba austeramente por ella, cumpliendo las leyes que se habían impuesto (y que él creía sancionadas por su padre). Evidentemente, la nueva situación le perturbaba: su estilo no es fiesta. Y le enfurece aún más el hecho de que la vuelta de su hermano haya cambiado las cosas.

Se siente expulsado de su propia casa y en protesta queda fuera. Él no quiere entrar, pero sale el padre, tomando así la iniciativa. Está el pródigo en casa, sigue en su honor la fiesta, con la música y las danzas. El mayor discute con el padre en fuertes palabras que expresan por un lado la exigencia de una ley que puede interpretarse como envidia (hijo) y la gracia de un amor que sobrepasa toda envidia (padre). Más que espejo, la parábola es un foco de luz, una revelación que ilumina la cara oculta de nuestra propia realidad y que descubre aquello que podemos ser, interpretando el pasado y anticipando el futuro. Por eso, sólo la entendemos si entramos dentro de ella.

            (2) Los dos hermanos. El hermano menor está al principio y centro de la parábola, pero no es su protagonista. Es evidente que representa a los publicanos y pecadores, a los expulsados del sistema, a los que, conforme a la teología oficial del rabinismo, han dilapidado su fortuna humana y son dignos de amor (cf. Lc 15, 1-2). Ampliando la visión, hijo/hermano menor son los gentiles: los pueblos de la tierra que han vivido de manera deshonesta, quedando al fin sin bienes ni derecho (cf. Rom 1, 18-31).

En su primera parte, siendo hermoso, el texto se limita a repetir los tópicos que sabe todo buen judío: los gentiles (publicanos y prostitutas, gentes de mala vida) encuentran aquello que buscaban y sufren lo que merecen; han malgastado la fortuna del padre, se han marchado con terribles impurezas. Si quieren volver es simplemente porque tienen hambre; no están arrepentidos.

El hermano menor esta al principio y centro de la parábola, pero al final de la parábola ya no juega ningún papel activo, sino que es objeto y tema de la conversación entre el padre y el hermano mayor. El padre le ha recibido ya no tiene que hacer nada; él se limita a estar allí, como destinatario del gozo del padre, como objeto de la envidia/ley del «buen hermano.

Ese hermano tiene razón: está de su parte el derecho israelita; le apoyan los principios sociales de la tierra. Conforme al talión, que es su defensa y argumento, el menor debería pagar lo merecido (¡ojo por ojo, diente por diente!) si es que quiere volver de nuevo a casa. Según ley, el orden y la vida sólo triunfa allí donde las normas se respetan. Por eso protesta, no quiere entrar en casa, pues la casa está manchada con la presencia del hermanos menor. Para que la casa de Israel subsista y pueda dar por siglos fiel ejemplo de justicia hay que expulsar (no recibir sin condiciones claras) a los pródigos que vuelven sólo por comida. El verdadero amor al pródigo consiste en reprenderle, dejándole fuera de casa, al menos hasta que se arrepienta: no se le hace un favor recibiéndole así; no se le ayuda; hay que darle un escarmiento.

  (3) El mayor se enfada con el padre. En el fondo tiene envidia: quería monopolizar el amor del Padre, actuando como dueño de la casa. Pero ahora descubre que el menor le ha destronado. Ha trabajado con dureza, ha vivido en austeridad y al fin siente que el padre ofrece fiesta al otro. La parábola nos introduce en el centro de la complejidad humana, en la raíz de los conflictos de la historia, tal como aparecen de algún modo en escena primera de Caín/Abel (Gen 4). Este es el conflicto de la diversidad, de la envidia hecha violencia, de la lucha por el reconocimiento mutuo. (a) El prodigo no exige nada: está dispuesto a trabajar como jornalero. No exige, pero se pone en manos del padre que le ofrece la fiesta de la vida. Dejarse amar, esa es su única tarea; permitir que le hagan fiesta y participar en ella, ese es su mérito. Nada defiende, pues se siente indigno de todo. Por eso no rechaza a nadie, ni pone condiciones; es evidente que está dispuesto a recibir al hermano legal cuando llegue.

(b) El mayor exige el cumplimiento de la legalidad. Ha trabajado con justicia y tiene derecho a la justicia. Ha mantenido la casa con su esfuerzo y no quiere que el otro malogre el resultado de ese esfuerzo. Piensa que la vida se defiende con la ley por encima de la gracia. Evidentemente es bueno, pero bueno conforme al modelo de juicio y justicia de este mundo. La parábola no acaba, pero deja al hermano mayor en situación de peligro: su mismo deseo de «perfección legal» puede dejarle fuera de casa; si quiere mantener su propia ley en lugar de compartir la vida con su hermano acabará quedando solo, porque es evidente que el padre no puede (no quiere) dividir la casa, dejando a cada uno un lugar aparte, sin comunicación.

            (4) Un lugar para dos hijos. Y con esto hemos llegado a la palabra clave. El pródigo se ha ido porque buscaba nuevas relaciones pero al final queda más sólo que al principio. Y entonces, rodeado de cerdos, hambriento de pan (y de cariño), piensa en la casa del padre. El hermano mayor tampoco ha logrado comunicarse, pues sólo ha tratado con su ley: no ha tomado ni un cabrito del rebaño para compartirlo con los amigos, pues carece de amigos; tampoco sabe dialogar con su padre; no quiere entrar y hablar con el otro hermano…Sólo el padre aparece en la parábola como principio de comunicación. Sabe dejar que los hijos se vayan (o queden), sin imponerles nada. Sabe recibir al que viene, sin hacerle examen de conciencia, sin acusarle ni exigirle el cumplimiento de mandatos.

Por encima de todas las posibles leyes le ofrece el gozo de la vida: el traje de hijo, el anillo de mando, el ternero de fiesta, la música y la danza…Todos son elementos de comunicación personal, pues eso significa fiesta: una vida compartida, abierta al gozo del encuentro con los otros.

Esta es la cura de urgencia del padre en la que todo sucede con rapidez:¡pronto! (Lc 15, 22), así dice poniendo en movimiento los resortes de una casa convertida en lugar de comunicación para los hermanos y vecinos. Donde había triunfado la soledad, donde se había hecho fuerte la impotencia y la tristeza, ofrece el padre Dios la fiesta. Este es el signo del amor que no se limita a perdona (ni perdona, en el sentido exterior) sino que ama y amando es capaz de suscitar formas antes no ensayadas ni gozadas de existencia.

 Una iglesia de pródigos 

Dios no exige expiación, ni sometimientos, sino amor  y perdón, que los hombres y mujeres se perdonen, se acepten y comparten lo que son y lo que tienen, por amor, no sumisión, de forma que todos, perdonándose entre sí, empezando por los pródigos, pueden crear una Iglesia de amor universal.Ese perdón no es «olvido» del pasado, sino recuerdo superior del Dios que libera, transforma y recrea lo que hay, desde un presente de amor, no para dejarlo como estaba, sino para cambiarlo desde los más pobres y excluidos.

Jesús no ha empezado exigiendo a los pródigos que se conviertan y cambien para entrar en la casa del padre, sino que ofrece perdón, comunión y casa a todos los que vienen,  fin de que ellos puedan perdonar y acoger a todos (a los mismos “grandes”).De esa formase ha puesto en el lugar del padre y ha contado desde allí la historia de la vida, para que pródigos y grandes se transformen, todos por amor, para el amor, creando una casa/iglesia de Padre, desde los pobres y expulsados, los necesitados y los últimos, no desde los sabios y grandes.

Jesús no ha fundado una nueva religión establecida, sino una casa liberada de amor, para pródigos y ricos, desde los menores y los últimos. Él no fue sólo el narrador de esta parábola, sino su protagonista, declarando por ella que su misión ha consistido en “vincular a todos los hijos de Dios que estaban dispersos, enfrentados, sobre el mundo” (Jn 11, 52). El mensaje que él condensa en esta parábola es la conversión‒transformación, de pródigos y ricos, desde los más pobres‒menores, para bien de todos, pudiendo así liberar a los mayores orgullosos, para que no vivan ya dominando a los demás, sino compartiendo su vida con ellos.

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Cuatro historias de padres e hijos. Domingo 4º de Cuaresma. Ciclo C.

Domingo, 30 de marzo de 2025

HIJO-PRÓDIGO5_thumb1Del blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

 El domingo pasado, a propósito de la conversión, Jesús contaba cómo un viñador intenta salvar a la higuera infructuosa pidiendo un año de plazo al propietario. Nosotros debíamos identificarnos con la higuera y agradecer los esfuerzos del viñador por impedir que nos cortasen. El evangelio de este domingo sigue centrado en la conversión, pero con un enfoque muy distinto: el propietario se convierte en padre, y no tiene una higuera sino dos hijos. Conociendo la historia de la parábola y teniendo en cuenta la lectura de la carta de Pablo podemos hablar de cuatro padres y distintos hijos.

  1. El hijo rebelde y el padre irascible que perdona (Oseas)

            La idea de presentar las relaciones entre Dios y el pueblo de Israel como las de un padre con su hijo se le ocurrió por vez primera, que sepamos, al profeta Oseas en el siglo VIII a.C. En uno de sus poemas presenta a Dios como un padre totalmente entregado a su hijo: le enseña a andar, lo lleva en brazos, se inclina para darle de comer; pasando de la metáfora a la realidad, cuando era niño lo liberó de la esclavitud de Egipto. Pero la reacción de Israel, el hijo, no es la que cabía esperar: cuanto más lo llama su padre, más se aleja de él; prefiere la compañía de los dioses cananeos, los baales. De acuerdo con la ley, un hijo rebelde, que no respeta a su padre ni a su madre, debe ser juzgado y apedreado. Dios se plantea castigar a su hijo de otro modo: devolviéndolo a Egipto, a la esclavitud. Pero no puede. “¿Cómo podré dejarte, Efraín, entregarte a ti, Israel? Me da un vuelco el corazón, se me conmueven las entrañas. No ejecutaré mi condena, no te volveré a destruir, que soy Dios y no hombre, el Santo en medio de ti y no enemigo devastador” (Oseas 11,1-9).

            El hijo que presenta Oseas se parece bastante al de la parábola de Lucas: los dos se alejan de su padre, aunque por motivos muy distintos: el de Oseas para practicar cultos paganos, el de Lucas para vivir como un libertino.

            Mayor diferencia hay entre los padres. El de Oseas reacciona dejándose llevar por la indignación y el deseo de castigar, como le ocurriría a la mayoría de los padres. Si no lo hace es “porque soy Dios, y no hombre”, y lo típico de Dios es perdonar. Lucas no dice qué siente el padre cuando el hijo le comunica que ha decidido irse de casa y le pide su parte de la herencia; se la da sin poner objeción, ni siquiera le dirige un discurso lleno de buenos consejos.

  1. El hijo arrepentido y el padre que lo acoge (Jeremías)

            La gran diferencia entre Oseas y Lucas radica en el final de la historia: Oseas no dice cómo termina, aunque se supone que bien. Lucas se detiene en contar el cambio de fortuna del hijo: arruinado y malviviendo de porquerizo, se le ocurre una solución: volver a su padre, pedirle perdón y trabajo.

            ¿Cómo se le ocurrió a Lucas hablar de la conversión del hijo? Oseas no dice nada de ello, pero sí lo dice Jeremías. A este profeta de finales del siglo VII a.C. le gustaban mucho los poemas de Oseas y a veces los adaptaba en su predicación. Para entonces, el Reino Norte ha sufrido el terrible castigo de la invasión asiria. El pueblo lo atribuye a sus pecados y decide convertirse, diciendo a Dios: “Vuélveme y me volveré, que tú eres mi Señor, mi Dios; si me alejé, después me arrepentí, y al comprenderlo me di golpes de pecho; me sentía corrido y avergonzado de soportar el oprobio de mi juventud”. Y Dios responde: “Si es mi hijo querido Efraín, mi niño, mi encanto. Cada vez que le reprendo me acuerdo de ello, se me conmueven las entrañas y cedo a la compasión” (Jeremías 31,18-28). En estas palabras, que reflejan el arrepentimiento del pueblo y su confesión de los pecados, se basa la reacción del hijo en Lucas.

  1. El padre con dos hijos muy distintos (evangelio)

            Sin embargo, cuando leemos lo que precede a la parábola, advertimos que el problema no es de Dios sino de ciertos hombres. A Dios no le cuesta perdonar, pero hay personas que no quieren que perdone. Condenan a Jesús porque trata con recaudadores de impuestos y prostitutas y come con ellos.

            Entonces Lucas saca un as de la manga y depara la mayor sorpresa. Introduce en la parábola un nuevo personaje que no estaba en Oseas ni Jeremías: un hermano mayor, que nunca ha abandonado a su padre y ha sido modelo de buena conducta. Representa a los escribas y fariseos, a los buenos. Y se permite dirigirse a su padre como ellos se dirigen a Jesús: con insolencia, reprochándole su conducta.

            El padre responde con suavidad, haciéndole caer en la cuenta de que ese a quien condena es hermano suyo. “Estaba muerto y ha revivido. Estaba perdido y ha sido encontrado”. La mayoría de los escribas y fariseos responderían: “Bien muerto estaba, ¡qué pena que haya vuelto!” Y no podríamos condenar su reacción porque sería la de la mayoría de nosotros ante las personas que no se comportan como nosotros consideramos adecuado. El mundo sería mucho mejor sin ladrones, asesinos, terroristas, adúlteros, abortistas, gais, lesbianas, transexuales, bisexuales, banqueros, políticos… y cada cual puede completar la lista según sus gustos e ideología.

            La diferencia entre el padre y el hermano mayor es que el hermano mayor solo se fija en la conducta de su hermano pequeño:se ha comido tu fortuna con prostitutas”. En cambio, el padre se fija en lo profundo: “este hermano tuyo”. Cuando Jesús come con publicanos y pecadores no los ve como personas de mala conducta, los ve como hijos de Dios y hermanos suyos. Pero esto es muy difícil. Para llegar ahí hace falta mucha fe y mucho amor.

  1. El padre con un hijo y multitud de adoptados (2ª lectura)

            Lo que dice Pablo a los corintios permite proponer una historia en línea con lo anterior. Este padre tiene un hijo y una multitud de adoptados que dejan mucho que desear. Pero no se queda en la casa esperando que vuelvan. Les manda a su hijo para que intente traerlos de vuelta. No debe portarse como el hermano mayor de la parábola, no debe reprocharles nada ni “pedirles cuenta de sus pecados”. Sin embargo, para conseguir convencerlos, deberá morir, cosa que acepta gustoso. ¿Cómo termina la historia? “En nombre de Cristo os pedimos que os reconciliéis con Dios”. De nosotros depende. Podemos seguir lejos o volver a nuestro padre.

Nota sobre la 1ª lectura

            La primera lectura de los domingos de Cuaresma recoge momentos capitales de la Historia de la Salvación. Después de Abraham (2º domingo) y Moisés (3º), se recuerda el momento en que el pueblo celebra por primera vez la Pascua desde que salió de Egipto y goza de los frutos de la Tierra Prometida.

LOS TEXTOS DE LA LITURGIA

Lectura del libro de Josué 5, 9a. 10-12

En aquellos días, el Señor dijo a Josué:

Hoy os he despojado del oprobio de Egipto».

Los israelitas acamparon en Guilgal y celebraron la Pascua al atardecer del día catorce del mes, en la estepa de Jericó. El día siguiente a la Pascua, ese mismo día, comieron del fruto de la tierra: panes ázimos y espigas fritas. Cuando comenzaron a comer del fruto de la tierra, cesó el maná. Los israelitas ya no tuvieron maná, sino que aquel año comieron de la cosecha de la tierra de Canaán.

Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo a los Corintios 5, 17-21

Hermanos:

El que es de Cristo es una criatura nueva. Lo antiguo ha pasado, lo nuevo ha comenzado. Todo esto viene de Dios, que por medio de Cristo reconciliando consigo y nos encargó el ministerio de reconciliación. Es decir, Dios mismo estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo, sin pedirle cuentas de sus pecados, y a nosotros nos ha confiado la palabra de la reconciliación. Por eso, nosotros actuamos como enviados de Cristo, y es como si Dios mismo os exhortara por nuestro medio. En nombre de Cristo os pedimos que os reconciliéis con Dios. Al que no había pecado Dios lo hizo expiación por nuestro pecado, para que nosotros, unidos a él, recibamos la justificación de Dios.

Lectura del evangelio según san Lucas 15,1-3. 11-32.

En aquel tiempo, solían acercarse a Jesús los publícanos y los pecadores a escucharle. Y los fariseos y los escribas murmuraban entre ellos: Ése acoge a los pecadores y come con ellos. Jesús les dijo esta parábola: 

+ Un hombre tenía dos hijos; el menos de ellos dijo a su padre:

“Padre, dame la parte que me toca de la fortuna”.

El padre les repartió los bienes. No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, emigró a un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente. Cuando lo había gastado todo, vino por aquella tierra un hambre terrible, y empezó él a pasar necesidad. Fue entonces y tanto le insistió a un habitante de aquel país que lo mandó a sus campos a guardar cerdos. Le entraban ganas de llenarse el estómago de las algarrobas que comían los cerdos; y nadie le daba de comer. Recapacitando entonces, se dijo:

«Cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre. Me pondré en camino adonde está mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros».

Se puso en camino adonde estaba su padre; cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió; y, echando a correr, se le echó al cuello y se puso a besarlo. Su hijo le dijo:

“Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo”.

Pero el padre dijo a sus criados:

Sacad en seguida el mejor traje y vestidlo; ponedle un anillo en la mano y sandalias en los pies; traed el ternero cebado y matadlo; celebremos un banquete, porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado».

Y empezaron el banquete.

Su hijo mayor estaba en el campo. Cuando al volver se acercaba a la casa, oyó la música y el baile, y llamando a uno de los mozos, le preguntó qué pasaba. Este le contestó:

Ha vuelto tu hermano; y tu padre ha matado el ternero cebado, porque lo ha recobrado con salud».

Él se indignó y se negaba a entrar; pero su padre salió e intentaba persuadirlo. Y el replicó a su padre:

Mira: en tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya, a mí nunca me has dado un cabrito para tener un banquete con mis amigos; y cuando ha venido ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes con malas mujeres, le matas el ternero cebado».

El padre le dijo:

Hijo, tú siempre estás conmigo, y todo lo mío es tuyo: deberías alegrarte, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado».

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IV Domingo de Cuaresma. 30 marzo, 2025

Domingo, 30 de marzo de 2025

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“Cuando aún estaba lejos, su padre lo vio, y profundamente conmovido, salió corriendo a su encuentro, lo abrazó y lo cubrió de besos.”

(Lc 15, 1-3.11-32)

Estamos ya en plena Cuaresma, y hoy se nos muestra cómo es el amor de Dios.

Es algo bastante común tener roces con quienes quieres, en la familia, en la comunidad… El hijo pequeño de la parábola quiere romper definitivamente con su familia. Pedir su parte de la herencia era querer olvidarse de su padre y de la vida a su lado. No nos resulta muy lejana esa sensación de querer decir ¡basta! Algo que sorprende de esta historia es que el padre le da lo que le pide. A pesar de estar demandando una barbaridad, él acepta.

Pero las cosas no van bien para quien se ha marchado y prefiere humillarse ante su familia antes que morirse de hambre, y vuelve cabizbajo… “Cuando aún estaba lejos, su padre lo vio, y profundamente conmovido, salió corriendo a su encuentro, lo abrazó y lo cubrió de besos”. ¡Qué maravilla de escena! Es tan fácil cerrar los ojos y ver al padre, anciano, corriendo, abrazando y besando a su pequeño… Así es el amor de Dios: sin límites, sin condiciones, sin letra pequeña. ¡Una pasada! Ojalá vivamos este amor, no como una teoría, una cosa que nos han contado, sino como una experiencia que nos transforma la vida. Que nos sintamos vestidas con los mejores trajes, con anillo y sandalias nuevas, y que celebremos la fiesta de la vida.

Pero la parábola no termina ahí. También a veces podemos no saber ver ese amor de Dios. Quizás por costumbre, porque no pasa nada nuevo, nos olvidamos que la vida junto a Dios es siempre motivo de gozo, de acción de gracias. La historia queda abierta. Siempre tenemos la libertad de elección. Dios nos quiere libres.

Oración

Gracias Señor, por tu amor. Gracias por estar siempre dispuesto a acogernos, incondicionalmente.

*

Fuente: Monasterio Monjas Trinitarias de Suesa

***

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Soy hijo menor, soy, sobre todo, hijo mayor.

Domingo, 30 de marzo de 2025

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El retorno del Hijo Pródigo, de James Tissot. Brooklyn Museum

DOMINGO 4º DE CUARESMA (C)

Lc 15,11-32

La parábola no va dirigida a los pecadores, sino a los fariseos. Se trata de un relato ancestral presente en muchas culturas. Son tres arquetipos del subconsciente colectivo. Es un prodigio de conocimiento psicológico. Los tres personajes nos represen­tan. Yo mismo tengo que ser el Padre que tiene que integrar y acoger todo lo que hay en él de imperfecto. Ser hijo no es vivir sometido al padre o renegando de él, sino identificarse con él.

El padre es nuestro verdadero ser, lo divino que somos y tenemos que descubrir en lo hondo de nuestro ser. No hace referencia a un Dios que nos ama desde fuera, sino a lo que hay de Dios en nosotros. Esa profunda realidad que somos está siempre esperando abrazar todo lo que hay en nosotros. Es el fuego del amor que espera fundir todo el hielo que hay en nosotros. Esa realidad fundante nunca lucha contra nada, sino que lo integra todo.

El hijo menor es nuestra naturaleza egocéntrica y narcisista que nos domina mientras no descubramos lo que somos. Es la ola que quiere independizarse del océano, porque lo considera una cárcel. Quiere ser “yo“. Cree que lo que no es ella la puede aniquilar. De ahí, surge la inseguridad. Tiene que retornar a su verdadero ser, porque lo que alcanza por otro camino nunca podrá satisfacerle. Ser hijo menor es un mal trago que nunca asimilará.

El hijo mayor representa también nuestro “ego”, pero un yo que ya ha experimentado su verdadero ser; aunque no se ha identificado con él. Vive al lado de su naturaleza esencial (el Padre), pero sigue aún apegado a su naturaleza egocéntri­ca. De ahí que permanezca en la dualidad que le parte por medio. El “yo” y el “ser verdadero” aún siguen separados. El Padre que ya ha descubierto y acepta en el exterior, lo tendrá que descubrir en su interior.

El aparente buen comportamiento está motivado por el miedo a perder al Padre externo. No es ninguna virtud sino una manifestación más de su egoísmo y falta de seguridad en sí mismo. Le falta dar el último paso de desprendimiento del ego e identificarse con lo que hay de divino en él, el Padre. Todos tenemos que dejar de ser “hermano menor”, y “hermano mayor”, para convertirnos finalmente en “Padre”.

La insistencia maniquea de nuestra religión en el pecado ha hecho que nos sintamos hermano menor. Ninguno de los que vais a leer este escrito se debe sentir hermano menor.

Todos tenemos más rasgos del mayor. Nos irrita que otra persona que se ha portado mal, sea tan querida como nosotros. Rechazar al hermano es rechazar al Padre. No solo no nos identificamos con el Padre, sino que intentamos que el Padre se identifique con nosotros.

El padre espera a uno con paciencia durante mucho tiempo, sin dejar de amarle en ningún momento; pero también sale a convencer al otro de que debe entrar y debe alegrarse; demuestra así, en contra de lo que piensa y espera el hermano mayor, que su amor es idéntico para uno y para otro. El Padre espera y confía que los dos se den cuenta de su amor incondicional. Ese amor debía ser el motivo de alegría para uno y para otro.

El objetivo de la parábola es llevarnos al Padre. No se trata de imitarle. No hay por ahí fuera alguien a quien imitar. Yo tengo que convertirme en Padre. Dios necesita de mí para existir y hacerse presente entre los seres humanos. Vivir junto a Dios sin conocerlo es hacer de Él un ídolo. Lo malo de esta opción es que seguiremos creyendo que caminamos en la verdadera dirección, lo que hace mucho más difícil que podamos rectificar.

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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Abba.

Domingo, 30 de marzo de 2025

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«Estando él todavía lejos, le vio su padre y, conmovido, corrió, se echó a su cuello y le besó efusivamente».

Si alguien quiere imaginar a Dios, debe pensar en ese padre abrazando al sinvergüenza de su hijo que ha vuelto a casa lleno de miseria después de dilapidar la mitad de su hacienda… Habría sido un buen gesto haberle admitido como criado, pero, al restituirle a la condición de hijo va mucho más allá de la justicia y de la ética, sumergiéndose de lleno en el mundo del amor.

La imagen del padre saliendo todas las tardes al camino a esperarle es la mejor noticia que los seres humanos podíamos recibir; máxime porque el padre sabe que si algún día el hijo vuelve, va a volver por hambre, y no le importa, pues sólo le importa recuperarlo. Es de notar que el padre no justifica la conducta de su hijo… pero lo acoge. En ningún momento se siente ofendido ni trata al hijo pequeño como culpable, sino como víctima de su propio pecado. Nosotros hemos desarrollado una idea muy jurídica del pecado y solemos hablar del pecado cometido, pero desde criterios evangélicos sería más oportuno hablar del pecado padecido.

Y hablando de pecado, la parábola nos ofrece también una genial interpretación de su psicología. El error del hijo es creer que iba a estar mejor lejos de la casa de su padre, y ese error es la misma esencia del pecado. En la casa del Padre sólo hay amor y trabajo, y por esa razón nos seducen otras cosas que nos apetecen más, las abrazamos y nos equivocamos. También nos muestra sus efectos; el hijo pequeño echa a perder su vida, pierde su identidad y queda convertido en un esclavo.

Pero no podemos olvidar la otra cumbre de esta parábola, y es la conversación del padre con el hijo mayor exhortándole a trascender el mundo de la justicia fría y abrazar los dictados del corazón. Aparte del fondo del mensaje, llama la atención la sutileza del dialogo entre ellos. El hijo mayor le dice: «…y ahora que ha venido “ese hijo tuyo”, que ha devorado tu hacienda con prostitutas»y el padre le contesta: «…porque este hermano tuyo” estaba muerto, y ha vuelto a la vida; estaba perdido, y ha sido hallado».

Un último apunte. Cabe destacar que un paterfamilias es ante todo el responsable de mantener la hacienda, y llama la atención que por amor a su hijo, el protagonista de hoy se desentienda de ella y actúe como lo haría una madre, capaz de sentir ese amor incondicional que sólo las madres son capaces de sentir.

Cuando una religión tiene un carácter matriarcal, Dios se caracteriza por profesar un amor incondicional e igual para todos. El creyente sabe que aunque haya pecado, su Madre le amará y no amará a otro más que a él. En las religiones con acento patriarcal ocurre que el Padre tiene exigencias, establece principios y leyes, supedita su amor a la obediencia, tiene predilección por los más obedientes y capacitados, y las cosas se complican… Nada que ver con el protagonista del texto de hoy.

Miguel Ángel Munárriz Casajús 

Para leer un artículo de José E. Galarreta sobre un tema similar, pinche aquí

Fuente Fe Adulta

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Madurez humana – madurez espiritual.

Domingo, 30 de marzo de 2025

hijo-prodigoDOMINGO 4º CUARESMA (C)

Lc 15,1-3.11.32

Uno de los pasos importantes de la madurez humana es llegar a comer por sí mismo, sin necesidad de que nos acerquen el alimento a la boca.

El pueblo de Israel en su caminar por el desierto, después de la huida de Egipto, tuvo que descubrir por propia experiencia que la auténtica liberación no era solo la del opresor, hay otra mucho más profunda que es la de liberarnos de nosotros mismos.

Su inmadurez, reflejada en las quejas constantes a sus líderes por las dificultades del camino, era evidente también en sus reproches a un Dios que no cubría sus necesidades básicas. El desierto les ayudó a una auténtica transformación de su imagen de Dios.

Es verdad que durante un tiempo dependieron del maná que se les proporcionaba cada día y que recogían de manera gratuita, como nos lo cuenta la primera lectura de hoy. Añoraban las cebollas de Egipto, a pesar de la dura vida que tenían que soportar allí. Ante su insistencia Dios les proveyó durante un tiempo de un alimento que se les venía dado y por el que no se tenían que preocupar.

Pero llegó un momento en el que ya instalados en la tierra de Caná como fruto de su trabajo y esfuerzo pudieron comer  los productos de la tierra que ellos mismos habían cultivado y trabajado: panes ácimos y semillas tostadas.

La travesía por el desierto de nuestra vida es también un aprendizaje, un proceso de madurez en el que no podemos estar siempre culpando a los otros de lo que no funciona. Llegar a alimentarme para vivir en plenitud mi llamada a ser hija de Dios supone buscar una relación con Dios que no me la dará nadie: ni la jerarquía, ni la teología, ni los grupos cristianos, se trata de una experiencia personal que se va dando día a día a través de la oración, del silencio y de la Palabra, de la lectura de la realidad desde otra perspectiva, eso sí, contrastado con la comunidad cristiana.

La parábola del evangelio nos describe la inmadurez de dos hijos que no han descubierto su identidad. El pequeño busca fuera lo que ya tenía dentro de casa, pero quiere experimentar por sí mismo hasta que reconoce que se ha equivocado de camino y ha obviado que, en su casa, había alimento en abundancia y que había dado todo por supuesto.

El mayor, tan preocupado por cumplir la ley, creyendo que así agrada al padre, no entiende que el plan de Dios no es que se cumpla su voluntad, sino que desarrolle al máximo los talentos que se le han regalado gratuitamente y, siendo feliz, pueda también hacer felices a los demás. Por eso no se alegra con la vuelta a casa de su hermano, y solo le sale el reproche a ambos por no reconocer el trabajo realizado a lo largo de su vida para ser “reconocido y valorado”.

Ninguno de los dos ha entendido la llamada a ser personas maduras que se alimentan solas, porque han encontrado la fuente en casa, y es el Dios que Jesús nos presenta, el Abba, quien tiene que explicarles que hay más que de sobra para compartir y celebrar y que el auténtico gozo está, no solo en descubrir quién soy sino en que mis hermanos lo descubran y lo disfruten de la misma manera.

Claro que esta parábola es una llamada a la conversión; pero no como nos la han intentado interpretar, la vuelta del pecado a la gracia, sino algo mucho más profundo: un encuentro con el verdadero rostro de Dios y un conocimiento personal que me lleva a cambiar mi estilo de vida. En otras palabras, apuntar a una madurez personal cuando lo que se ha practicado en la Iglesia es ser dirigidos y dependientes de la jerarquía. No podemos por más tiempo echar balones fuera, hay que asumir esa relación filial a la que estamos llamados.

Me preocupa mucho que a la vez que se nos llena la boca con la palabra “sinodalidad” y se buscan maneras de crear una Iglesia más participativa están surgiendo, sobre todo dirigidos a personas jóvenes, movimientos que no van en esa dirección de buscar una maduración personal, sino otra vez una vuelta a un infantilismo en el que las personas son felices cuando les aseguran que, si cumplen con ciertas normas se van a “salvar”, y no se tienen que preocupar más que de obedecer.

Estos días participando de un webinar de mujeres teólogas con un gran recorrido y una  vida con muchas dificultades provocadas por el patriarcado, constataba una vez más que la institución no quiere que las cosas cambien, sino mantener unas estructuras que siguen siendo opresoras y que no ayudan a las personas a conseguir la madurez plena. Temen perder el poder, el control que han tenido siempre e intentan acomodar el evangelio a sus intereses. Por eso tanta gente queda tirada en el camino.

Para poder aclamar como el salmista: “Gustad y ved que bueno es el Señor” desde lo más profundo del corazón, supone querer hacer experiencia de ese Dios vivo que actúa en la historia, en mi historia. Dar razón de esa verdad me llevará por caminos por donde quizá no encontraré a mucha gente ya que supone mucho esfuerzo, tenacidad y resiliencia, pero tendré la certeza de que el Dios que me guía me llevará a la madurez humana y espiritual a la que estoy llamada.

Carmen Notario

Fuente Fe Adulta

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Volver a casa.

Domingo, 30 de marzo de 2025

IMG_0482Comentario al evangelio del domingo 30 marzo 2025

Lc 15, 1-3.11-32

Tengo para mí que una de las metáforas más adecuadas para entender nuestro momento cultural es aquella que habla del “regreso a casa”. Aunque hay demasiados ruidos en esta sociedad incierta y estresada que parecen ahogarla, no resulta difícil percibir un anhelo que se expande y que puede resumirse en esta expresión: Ven a casa”.

El ser humano anhela vivir en casa y, a mayor lejanía de la misma, más fuerte es el sentimiento de nostalgia. Pareciera que nos hemos hecho expertos en el arte de entretenernos, compensar, correr, huir…, vivir en la superficie. Las múltiples actividades, los crecientes pretextos para distraernos, los condicionamientos mentales y emocionales de cada cual parecen jugar a favor de una vida marcada por la superficialidad e incluso la inanidad. Con frecuencia, nos resignamos a sobrevivir y dejar pasar el tiempo.

Y, sin embargo, a poco que prestemos atención -en medio de alguna crisis o, simplemente, en un breve “descuido” por nuestra parte-, vuelve a hacerse presente el anhelo -la voz interior, el “instinto de vida”, el maestro o maestra interior- que una y otra vez susurra: “vuelve a casa”.

En la vida de la persona se produce una transformación radical cuando es capaz de experimentar, en sí misma, ese “lugar” interior al que nos referimos con la metáfora de la “casa”. Un lugar de quietud, en medio de cualquier oleaje; de calma, en medio de cualquier tempestad; de luz, en medio de cualquier oscuridad; de gozo o alegría serena, en medio de cualquier malestar o angustia… Ese es el lugar donde, finalmente, nos reconocemos a nosotros mismos: ahí nos sentimos ser, más allá de lo que hacemos. Y solo ahí es posible el descanso, en el sentido más hondo de esa palabra. Y es justamente de ese lugar de donde sale la invitación que nos repite: “vuelve a casa”. Quien lo ha experimentado, sabe que ese es el tesoro escondido -tan cercano, tan íntimo- capaz de transformar nuestra vida, nuestro modo de ver, de relacionarnos y de actuar.

Enrique Marínez Lozano 

Fuente Boletín Semanal

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Para el Padre no es problema el pecado: se conmovió…

Domingo, 30 de marzo de 2025

CCF4454C-E592-4776-84E8-3BBE8F89E80CDel blog de Tomás Muro La Verdad es libre:

Texto:

En aquel tiempo dijo Jesús:

«Un hombre tenía dos hijos; y el menor de ellos dijo al padre: “Padre, dame la parte de la hacienda que me corresponde.”

Y él les repartió  la hacienda

El Hijo Menor

Pocos días después el hijo menor lo reunió todo y se marchó a un país lejano donde malgastó su hacienda viviendo como un libertino. «Cuando hubo gastado todo, sobrevino un hambre extrema en aquel país, y comenzó a pasar necesidad. Entonces, fue y se ajustó con uno de los ciudadanos de aquel país, que le envió a sus fincas a apacentar puercos. Y deseaba llenar su vientre con las algarrobas que comían los puercos, pero nadie se las daba.

Y entrando en sí mismo, dijo:

“¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan en abundancia, mientras que yo aquí me  muero de hambre! Me levantaré, iré a mi padre y le diré: Padre, pequé contra el cielo y ante ti. Ya no merezco ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno de tus jornaleros. Y, levantándose, partió hacia su padre.

El padre

«Estando todavía lejos el hijo menor, le vio su padre y, conmovido, corrió, se echó a su cuello y le besó efusivamente. El hijo le dijo:

Padre, pequé contra el cielo y ante ti; ya no merezco ser llamado hijo tuyo. Pero el padre dijo a sus siervos:

Traed aprisa el mejor vestido y vestidle, ponedle un anillo en su mano y unas  sandalias en los pies. Traed el novillo cebado, matadlo, y comamos y celebremos una fiesta, porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido y ha sido hallado.”

 Y comenzaron la fiesta.

El hijo Mayor

“Su hijo mayor estaba en el campo y, al volver, cuando se acercó a la casa, oyó la música y las danzas; y llamando a uno de los criados, le preguntó qué era aquello. Él le dijo:

Ha vuelto tu hermano y tu padre ha matado el novillo cebado, porque le ha recobrado sano.

“Él se irritó y no quería entrar. Salió su padre, y le suplicaba. Pero él replicó a su padre:

Hace tantos años que te sirvo, y jamás dejé de cumplir una orden tuya, pero nunca  me has dado un cabrito para tener una fiesta con mis amigos; y ¡ahora que ha venido ese hijo tuyo, que ha devorado tu hacienda con prostitutas, has matado para él el novillo  cebado!

Había que celebrar una fiesta

«Pero él le dijo:

Hijo, tú siempre estás conmigo, y todo lo mío es tuyo; pero convenía celebrar una fiesta y alegrarse, porque este hermano tuyo estaba muerto, y ha vuelto a la vida; estaba  perdido, y ha sido hallado.”

Homilía: 

01.- El evangelio del Evangelio.

        La parábola del padre y los dos hijos, además de ser una obra maestra de la literatura, constituye el núcleo del Evangelio del Señor. Podríamos decir que esta parábola es el Evangelio del Evangelio. Si alguien nos pregunta qué es el cristianismo, el cristianismo es esta parábola.

02.- Parábola de amplio espectro.

        Es un relato intenso y emotivo que tiene -o puede tener- muchas lecturas y perspectivas según sea nuestra situación.

        Me voy a fijar en la memoria del Padre: vivimos de lo que recordamos y tal y como lo recordamos.

03.- El padre.

        En la parábola hay como un triángulo: el Padre, el hijo menor y el hijo mayor. Pero la figura central es el Padre: un padre que se conmueve y derrama bondad y misericordia. El Dios de JesuCristo es un padre que siente compasión, no es un juez.

La parábola la “preside” el padre, la bondad, el amor y la compasión del Padre. A Dios no le cuesta ningún trabajo ser bondadoso y perdonar.

        Lo central en el cristianismo es un Dios padre bueno, acogedor, perdonador siempre y con todos.

04.- Los dos hijos: dos caminos.

        El hijo mayor y el hijo menor representan dos caminos en la vida, dos estrategias para ser libres y supuestamente felices.

  • El hijo menor sigue la estrategia dionisíaca del placer, que le lleva a la degradación personal, a situaciones de muerte: estaba muerto y ha vuelto a la vida.
  • El hijo mayor sigue la estrategia del deber y del cumplimiento, que conduce a una religiosidad servil y esclava que sacrifica la alegría de vivir: no quiso entrar en la fiesta, en la vida.

04.1.- La diferencia está en la memoria de los dos hijos respecto del Padre.

El hijo menor

        Los dos hijos guardan una memoria muy distinta del Padre.

  • El hijo pequeño -perdido / muerto- (¿y quién no somos hijos pródigos y en situaciones de muerte?) recuerda siempre a su padre como padre, aún en las situaciones más sombrías de su vida. En su memoria histórica personal evoca al Padre: ¡cuántos jornaleros en la casa de mi padre..! Padre, no merezco llamarme hijo tuyo

El hijo mayor

  • El hijo mayor tiene otra imagen muy distinta de su padre: te he servido siempre (se siente esclavo) lo he cumplido todo, pero no has tenido un detalle conmigo…
  • La conversión no es tanto una cuestión moral cuanto el cambio de la imagen que tengo de Dios.
  • ¿Qué imagen y memoria tengo yo de Dios Padre?

04.2.- Me levantaré y volveré junto a mi padre.

        El hijo menor ha llegado a situaciones de muerte simbolizadas en el cuidado de los cerdos. Recapacita y piensa: volveré donde mi Padre y le diré: he pecado, ya no soy digno de ser hijo tuyo…

¿Escrúpulos y angustias de los exámenes de conciencia, elenco y enumeración de pecados?

        ¿Recapacito, pienso en la vida, en la casa del Padre?

04.3.- Respuesta del Padre

El Padre “no hace ni caso” de lo que le cuenta su hijo menor perdido y muerto.

Ya de lejos el padre ve a su hijo perdido y la acogida es la compasión. El Padre seconmueve y le devuelve a la vida: abrazos, “entra en casa”, túnica, sandalias, anillo, fiesta, música…

        La memoria del Padre es sanante, liberadora, rehabilita en la vida.

        También nosotros podemos llegar a situaciones de muerte, a abismos profundos y no sola ni principalmente por el pecado, sino también por nuestra debilidad humana, por nuestra frágil psicología, por la depresión soportar, por la depresión, por las noches oscuras del alma, abatimientos, decepciones. Dice el salmo 32:  se me secaba la savia, la vida”…

        La memoria de Dios Padre sana, nos devuelve a la vida, nos llena de “aliento vital” (nefesh) de ganas de vivir.  Abre horizontes.

        La última palabra del Dios de Jesús (del cristianismo) es la compasión bondad, el perdón, la gracia. La realidad última y definitiva cristiana es la casa el Padre: la vida, la fiesta.

04.4.- El hijo mayor.

        El hijo mayor es la figura enigmática y trágica de la parábola.

Nunca llama padre a su padre…

Nunca llama hermano a su hermano…

        El hermano mayor no considera a su hermano, hermano; mira a su hermano, al hijo menor, con desprecio y odio: ese hijo tuyo…que es un perdido. La mirada que el hermano mayor dirige a su hermano pequeño es la de Caín a Abel, es la mirada de los hermanos mayores a su hermano pequeño, José, (al que venden).

        El problema para Dios -y para el ser humano- no es tanto el pecado cuanto la libertad (envidia, legalismos, etc del hermano mayor) ¿Y si no quiere entrar a la fiesta, a la vida?

        ¿Dios es padre para mí?

        ¿Tal vez me comporto como hermano mayor?

04.5.- El Padre quiere también a su hijo mayor.

        El padre no deja tirado al hijo mayor, más bien le recuerda que siempre le ha querido: ¡Hijo mío … siempre estás conmigo … todo lo mío es tuyo!

        Todos somos hijos de Dios: “mayores y menores”.

        ¿Me siento querido por Dios?

        Y no quería entrar en la vida, en la fiesta, en la bondad.

        Esta es la tragedia: no quería entrar a la fiesta, a la vida, a la casa del Padre. El problema no es el pecado sino no querer entrar…

        De la religión servil y esclavizante solamente salimos guardando o volviendo a la memoria del Dios de bondad y amor.

05.- Reavivar el fuego de la bondad.

        Probablemente nos hace falta avivar el recuerdo nostálgico de la bondad de Dios. Ello crea o re-crea unas relaciones sanantes, acogedoras, libres y liberadoras, dialogantes, inteligentes,

        No perdamos nunca la memoria de Dios Padre que nos ama no porque nosotros seamos buenos, sino porque Él es nuestro Padre.

  • Aplicar esta memoria a nuestra memoria personal, a nuestros viejos sentimientos, a nuestro propio pasado,
  • Hermosa tarea la de sanar la memoria y rupturas de nuestras familias, sociedad y comunidades cristianas,
  • Una iglesia en la que las relaciones las presidiera el Padre de la parábola, sería una iglesia de la vida y de la fiesta.
  • Haríamos bien en aplicar esta parábola -en la medida en que nos sea posible- a la memoria de nuestro pueblo, sería una gran labor pacificadora.

06.- Eucaristía: fiesta de la vida.

        La Eucaristía es fiesta, había que celebrar una fiesta. En ella evocamos cuestiones decisivas para el ser humano: el sentido de la vida, el perdón, la mesa fraterna, la bondad del Padre, el futuro en la casa del Padre…

        Siempre en la vida estamos hijos en situación de muerte. Dios no nos abandona, nos aguarda siempre, porque también como el hijo menor:

Este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida

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“Entender el amor misericordioso de nuestro Dios y dar testimonio de ese mismo amor”, por Consuelo Vélez.

Domingo, 30 de marzo de 2025

IMG_0521De su blog Fe y Vida:

Comentario al evangelio del IV domingo de cuaresma (30-03-2025)

Jesús acoge a los recaudadores de impuestos y pecadores y come con ellos, acción que para los fariseos y doctores de la ley es contraria a lo que ha de hacer un buen judío. A este contexto responde la parábola del padre y los dos hijos

En esta parábola llamada del “Hijo pródigo” o del “Padre misericordioso” o del “Hijo mayor”, Jesús muestra no solo la vuelta de los que no están en casa sino la actitud de aquellos que no se alegran por tal acontecimiento.

Quien no se alegra es el hijo mayor y con esto Jesús interpela a los fariseos y doctores y hoy nos sigue interpelando a nosotros cuando asumimos esa misma actitud.

Todos los recaudadores de impuestos y los pecadores se acercaban a escuchar. Los fariseos y los doctores murmuraban:

– Éste recibe a pecadores y come con ellos.

Él les contestó con la siguiente parábola:

“ Un hombre tenía dos hijos. El menor dijo al padre:

– Padre, dame la parte de la fortuna que me corresponde.

Él les repartió los bienes. A los pocos días el hijo menor reunió todo y emigró a un país lejano, donde derrochó su fortuna viviendo una vida desordenada. Cuando gastó todo, sobrevino una carestía grave en aquel país, y empezó a pasar necesidad. Fue y se puso al servicio de un hacendado del país, el cual lo envió a sus campos a cuidar cerdos. Deseaba llenarse el estómago de las bellotas que comían los cerdos, pero nadie se las daba. Entonces recapacitando pensó:

– A cuántos jornaleros de mi padre les sobra el pan mientras yo me muero de hambre. Me pondré en camino a casa de mi padre y le diré: He pecado contra Dios y te he ofendido; ya no merezco llamarme hijo tuyo. Trátame como a uno de tus jornaleros.

Y se puso en camino a casa de su padre. Estaba aún distante cuando su padre lo divisó y se enterneció. Corriendo, se le echó al cuello y le besó. El hijo le dijo:

– Padre, he pecado contra Dios y te he ofendido, ya no merezco llamarme hijo tuyo.

Pero el padre dijo a sus sirvientes:

– Enseguida, traigan el mejor vestido y vístanlo; pónganle un anillo en el dedo y sandalias en los pies.  Traigan el ternero engordado y mátenlo. Celebremos un banquete. Porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido, se había perdido y ha sido encontrado.

Y empezaron la fiesta.

El hijo mayor estaba en el campo. Cuando se acercaba a casa, oyó música y danzas y llamó a uno de los sirvientes para informarse de lo que pasaba.  Le contestó:

– Es que ha regresado tu hermano y tu padre ha matado el ternero engordado, porque lo ha recobrado sano y salvo.

Irritado, se negaba a entrar. Su padre salió a rogarle que entrara. Pero él le respondió:

– Mira, tantos años llevo sirviéndote, sin desobedecer una orden tuya, y nunca me has dado un cabrito para comérmelo con mis amigos. Pero, cuando ha llegado ese hijo tuyo, que ha gastado tu fortuna con prostitutas, has matado para él el ternero engordado.

Le contestó:

– Hijo, tú estás siempre conmigo y todo lo mío es tuyo. Había que hacer fiesta porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido, se había perdido y ha sido encontrado

(Lc 15, 1-3.11-32)

Esta parábola tiene un marco que nos permitirá entender mejor su mensaje. Jesús acoge a los recaudadores de impuestos y pecadores y come con ellos, acción que para los fariseos y doctores de la ley es contraria a lo que ha de hacer un buen judío. Por eso las dos parábolas que preceden a esta, la del buen pastor y la de la mujer que encuentra la moneda tienen la intención de mostrar la alegría de encontrar aquello que se ha perdido. Cuando Jesús se sienta con los pecadores, está abriéndoles la posibilidad de ser incluidos en la mesa del reino y ellos están volviendo a casa. Por eso merece que se convoque a los “amigos y vecinos” -en el caso del buen pastor, y a las “amigas y vecinas” en el caso de la mujer para celebrar una alegría tan grande.

Pero en esta parábola llamada del “Hijo pródigo” o del “Padre misericordioso” o del “Hijo mayor”, Jesús se pude explayar mejor para mostrar no solo esa vuelta de los que no están en casa sino para interpelar a aquellos que no se alegran por tal acontecimiento. En este caso el hijo mayor que encarna, perfectamente, a los fariseos y doctores de la ley que le critican.

Desglosando un poco la parábola, vemos como el hijo mejor ha deseado, prácticamente, la muerte de su padre. Le pidió la herencia, se fue de casa, la malgastó y regresa, no tanto porque reconozca sus errores sino porque no tiene que comer. En realidad, es la necesidad la que lo hace volver.

Por su parte el padre se comporta muy distinto a la imagen de “padre” que se tenía en ese tiempo, no tan lejana a la que todavía se tiene. No es el padre autoritario, implacable y castigador de los malos hijos. Por el contrario, es el padre que lo divisa a lo lejos -pareciera que lo estuviera esperando- y se llena de compasión, es decir, lo acoge desde las entrañas. Por eso, no escatima en devolverle todo lo que el hijo había despreciado y pide a sus siervos lo vistan y adornen para el banquete que ofrecerá en su honor. El motivo ya lo conocemos desde las anteriores parábolas: estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido hallado.

La actitud del hijo mayor contrasta, como ya dijimos, con la del padre. Escucha la música de la fiesta a lo lejos y, cuando sabe el motivo, le reprocha a su padre por el recibimiento que ha hecho a su hermano -a quien no llama así sino ese “hijo tuyo, mostrando la distancia que quiere poner de él-, y por no tener en cuenta que él nunca ha hecho algo semejante. El padre no desmiente lo que el hijo mayor dice de su hermano porque tiene razón frente al comportamiento del hijo menor, pero quiere mostrarle cuál es el amor del mismo Dios -que este padre de la parábola representa- que excede la lógica del deber, antecediendo la compasión y la misericordia para con todos, especialmente por los últimos.

Que, en esta cuaresma, tiempo de conversión y cambio, entendamos el amor compasivo de nuestro Dios para vivirlo y anunciarlo. De esa manera se abrirán caminos de alegría y fiesta porque a todos se les acoge y se les da una nueva oportunidad, haciendo real entre nosotros, la “alegre” mesa del reino, que siempre sienta de primeras a más necesitados de cada tiempo.

(foto tomada de: https://www.almudi.org/noticias-articulos-y-opinion/16469-parabola-del-hijo-prodigo-misericordia-del-padre)

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“El Dios excesivo ”, por Joseba Kamiruaga Mieza CMF

Domingo, 30 de marzo de 2025

IMG_0481El Hijo Pródigo | Giovanni Francesco Barbieri

De su blog Kristau Alternatiba (Alternativa cristiana):

Comentario a la lectura evangélica (Lucas 15,1-3.11-32) 

Sólo en el desierto podemos descubrir el vértigo de esta página evangélica.

Sí, amigos, necesitamos habernos despojado (y mucho) de nuestros prejuicios y moralismos para poder leer realmente esta página con el corazón abierto. Lucas construye todo su evangelio en torno a ella, teje una fina red para bordar esta parábola asombrosa, inquietante.

¿La conoces? Sí, la mal llamada del hijo pródigo, la que aprendimos en los aburridos años de catecismo, el hijo fugitivo que despilfarra todo el dinero de su herencia y luego vuelve, arrepentido, con el rabo entre las piernas y se convierte… sí, la conoces, ¿verdad?

Cuando -ay- teníamos que arrastrar nuestras pobres conciencias a la limpieza pascual para confesarnos y el cura nos hacía sentir como el hijo desgraciado… sí lo sabes, ¿verdad?

Pues olvídalo y lee.

Lee sobre dos hijos (¿Por qué nos olvidamos del segundo? Quizá se parece demasiado a nosotros…) que tienen una idea muy equivocada del Padre. El Padre es una máscara, un competidor («tengo que salir de casa para realizarme» piensa el primero), un déspota («tengo que trabajar toda mi vida siendo un buen chico sin un poco de satisfacción» piensa el segundo), una marioneta.

Como ese Dios en el que creemos o no creemos (es curioso pero es cierto: ¡mucha gente no cree en un Dios que no existe!) Ese Dios frustración del hombre, castración de la libertad, ese Dios al que hay que rendir cuentas, por amor de Dios, que muchos, demasiados (¡incluso cristianos!) llevan en el corazón entristecido.

Y lee sobre el primer hijo que lo gasta todo, que se hace Dios, que piensa que la vida es un subidón.

Hermoso, verdadero, justo.

Pero entonces la vida pasa factura, la verdad sale a la luz y el hijo pierde sus delirios de omnipotencia en el fango de los cerdos.

Y piensa, reflexiona.

¿Se arrepiente? ¡Por amor de Dios!

Lee bien: el hambre le hace volver, no el remordimiento; el estómago le impulsa, no el corazón.

Y, astutamente, prepara su excusa: «Sabes, tienes razón, qué estúpido soy, no merezco…».

No, sigue sin entender nada del Padre.

Y lee sobre ese otro hijo que vuelve del trabajo cansado y resentido por la fiesta. ¿Cómo culparle? Su corazón es pequeño pero su justicia grande: sí, es verdad, el Padre se comporta injustamente con él.

Pues bien…

Nada de finales bonitos. Lucas se detiene.

No dice si el primer hijo apreció el gesto del Padre y finalmente cambió de opinión.

Tampoco dice que el hermano, ablandado, entró.

No: la parábola termina abierta, sin soluciones previsibles, sin moralinas fáciles ni finales de príncipe azul. En absoluto: la verdad sigue ahí.

Se puede estar con el Padre sin verlo, se puede trabajar con Él sin alegrarse, se puede dejar que la fe se convierta en reverencia respetuosa sin que el corazón estalle de alegría.

Y ahora, por favor, deja de mirar a estos dos hijos y hermanos, tan parecidos a nosotros.

Pequeños y mezquinos, como nosotros.

Y contempla al Padre, por favor.

Y contempla a un Padre que deja ir a su hijo aun sabiendo que se hará daño.

Y contempla a un Padre que otea el horizonte cada día.

Y contempla a un Padre que no reprende («¡Te lo dije!»), que no acusa, que abraza, que silencia las excusas (y no las quiere), que devuelve la dignidad, que celebra.

Contempla a un Padre injusto, exagerado, que ama a un hijo que le deseaba la muerte («¡dame la herencia!»), que divagaba en el delirio («¡tengo derecho!»), un Padre que sabe que ese hijo aún no está curado por dentro, pero que tiene paciencia y ya lo celebra con una fiesta por todo lo alto, tirando la casa por la ventana.

Contempla a un Padre que sale a suplicar a su hermano mayor irritado, que intenta justificarse, explicar sus buenas razones.

Contempla a este Padre que acepta la libertad de sus hijos, que es paciente, que señala, que estimula.

Los interlocutores de la parábola se pusieron pálidos…

Entonces: ¿Dios es así? ¿Hasta aquí? ¿Tanto?

Sí, amigos. Dios es éste y no otro. Dios es así y no de otra manera.

¿Y el Dios en el que creeos es realmente éste? ¿Y el Dios que confesamos es finalmente así?

Jesús morirá para afirmar esta verdad, estará dispuesto a ser inmolado para no negar esta revelación inesperada.

Dios es el pródigo, no el hijo.

Porque lo que es exagerado, lo que es excesivo, en esta historia, es sólo el amor de Dios.

Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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