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“El Padrenuestro y la oración”, por Gabriel María Otalora

Viernes, 28 de marzo de 2025

123a1e1cd1f20ed130070a69cc206178De su blog Punto de Encuentro:

No es fácil orar. La prueba es que los amigos de Jesús le pidieron que les enseñara a orar (Lc 11, 1). Y Él les enseño lo que hoy llamamos el Padrenuestro (no dice Padre mío), una llamada a sentirnos hermanados al dirigirnos al Padre, sintiéndonos comunidad universal. Resulta significativa la importancia de orar con actitud de mejorar y desde la confianza absoluta en Dios. Mucho se ha escrito sobre el Padrenuestro, pero de tanto repetirlo, corremos el riesgo de desvalorizar su contenido. Veamos:

Padre nuestro que estás en los cielos. Comienza como una oración de adoración, de reconocimiento humilde y agradecido a Dios, al que Jesús llama Padre de manera cariñosa, y nos pide que nosotros hagamos lo mismo.

Santificado sea tu nombre. Lo santo entendido como una realidad poderosa y salvadora diferenciada de lo profano, del “del único santo” al que pedimos que se nos manifieste en su bondad y en su misericordia, en su santidad. Él da a conocer su gloria, y sus hijos dan testimonio y alabanza de ella.

Venga tu reino. Jesús nos invita a entender el reino de Dios -amor, misericordia, gratuidad, compasión, alegría…- como un regalo, y a la vez como invitación a anhelar el Reino en nuestras vidas, a abrirnos a su presencia sanadora. Es una petición y a la vez una actitud de poner de nuestra parte para que el Reino se haga presente por nosotros que somos las manos de Dios; se llama también evangelizar.

Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra. Aceptamos que nuestros planes son menos importantes que los de Dios. Y que así como en el cielo se realiza la voluntad de Dios, le pedimos que también en la Tierra, se haga sólo su voluntad. Que confiamos en Él y en su infinita sabiduría y, por lo tanto, implica la humildad de hacer su voluntad poniendo en práctica sus enseñanzas, preferentemente con los más necesitados.

El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy. Para evitar la tentación de acaparar, de tener el pan material y espiritual asegurado siempre, al tiempo que hemos de pedir y preocuparnos por el pan de cada día de los demás, el suficiente para vivir dignamente. La oración confiada al Padre es la única manera de superar la ansiedad.

Perdónanos nuestras ofensas. Es importante que reconozcamos nuestras faltas y las pongamos delante de Dios, y pidamos perdón de corazón a la persona ofendida “antes de presentar nuestras ofrendas en el Templo”. Es una parte esencial en el camino de la conversión… Perdonar siempre, no hasta 3 veces, como se acostumbraba en el judaísmo.

Así como también nosotros perdonamos a todos los que nos ofenden. El perdón de Dios no es la respuesta al perdón del ser humano, sino la condición que lo hace posible (Matteo Crimella): del perdón gratuito de Dios a nuestra responsabilidad de perdonar a los hermanos. Porque si Dios nos ha perdonado a nosotros todas nuestras ofensas, quienes somos nosotros para no hacer lo mismo con los demás.

Y ayúdanos a no caer en la tentación. Que la tentación no sea más fuerte que nosotros, no nos abandones en ella. Dios no tienta, al contrario, Jesús también fue tentado. No confundir que Dios nos tienta con que Dios nos pone a prueba a veces para que nos reconozcamos en nuestras verdaderas y más profundas intenciones.

Más líbranos del mal. Dios es todo poderoso y le pedimos su abrigo y su socorro para evitar que el mal se apodere de nuestras vidas. El mal en el sentido más amplio posible cuya manifestación nos aleja del bien, hechos como estamos a imagen y semejanza de Dios.

PADRE NUESTRO QUE ESTÁ EN NUESTROS CORAZONES

Grande entre nosotros sea tu nombre

Hazte próximo a nosotros y a nuestras vidas

Que seamos a tu imagen y semejanza

Ante los avatares de la vida.

Procúranos el alimento necesario cada día

No tengas en cuenta nuestros olvidos y malas acciones

Y haz que tratemos por igual a nuestros semejantes.

No permitas que seamos soberbios y altaneros

Y ayúdanos a levantarnos cada vez que caigamos. Amén.

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Iñaki Herrero Lekue

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