¿Dar otra oportunidad? ¿En qué Dios creemos?
Lc 13, 1-9
Lucas 13, 1-9
Estábamos a punto de empezar a comer. Habíamos invitado a María de Magdala, nuestra vecina. Desde que era discípula de Jesús de Nazaret, nos gustaba hablar con ella, porque nos transmitía la buena noticia del Maestro con pasión.
Tras la bendición de los alimentos, mi padre nos dijo:
– Voy a cortar la higuera que tenemos en la viña. A pesar de haberla cuidado, no ha dado fruto estos tres últimos años. Hoy no he encontrado ni un solo higo en sus ramas.
María le respondió:
– Dale otra oportunidad. Yo misma iré a cuidarla, cavaré bien el alcorque y llevaré basura del establo. Por favor, dale esa oportunidad, en lugar de cortarla.
– ¿Para qué vamos a perder el tiempo, si no merece la pena? -replicó mi padre.
– Porque, desde que he conocido al Maestro he entendido la importancia de dar más oportunidades. No digo una, ni dos, sino dar hasta 70 veces 7. Así nos lo explicó hace poco, al hablarnos del perdón. Jesús hizo eso conmigo y he nacido de nuevo, lo mismo que Nicodemo; también están renaciendo muchos hombres y mujeres que estaban tirados en las cunetas de la vida.
Nos quedamos en silencio. María siempre hablaba desde las entrañas. El ejemplo de la higuera solo había sido un pretexto para compartir ese fuego que llevaba en su interior. Poco después, mi padre sacó un tema difícil, que era la comidilla de la aldea.
– María ¿qué nos dices del último escándalo que ha provocado Jesús? Todos sabemos que unos galileos cometieron un grave pecado, al ofrecer sacrificios, porque lo tenemos prohibido. Es normal que lo pagaran con la muerte. Habían ofendido a Dios, y Pilato se encargó de que los ejecutaran. Las culpas se pagan.
María se entristeció. Movía la cabeza hacia los lados y nos miraba como diciendo: no entendéis nada. Con la voz rota por el dolor nos dijo:
– ¿En qué Dios creemos? ¿Está Yahvé con el hacha levantada, para quitarnos la vida cuando pecamos? ¿Nos ha creado para vivir como hijos e hijas amados, o para castigarnos con la muerte cuando hacemos el mal? ¿Es castigo de Dios que se caiga una torre y nos pille debajo? ¿Es castigo que se desborde el río y nos ahoguemos? El Maestro nos invita continuamente a la conversión, a que cambiemos de camino cuando nuestros pasos están equivocados. Nos invita a cambiar de mentalidad cuando juzgamos a los demás. Nos invita a revestirnos de misericordia. Lleva tres años predicando lo mismo, pero… ¡tenemos los oídos tapados y el corazón endurecido!
Mi madre asentía con la cabeza. Ella rezumaba misericordia y entendía bien a María; eran grandes amigas. Mi padre y mis hermanos insistían en que las culpas se pagan y Dios se encarga de cobrarlas cada día.
Cuando acabamos de comer, María, con mucha sencillez y convencimiento nos dijo:
– Para entender al Maestro hay que intentar vivir lo que nos dice. Es verdad que nos causa escándalo, porque sus palabras son como una medicina amarga: es difícil de tragar, pero nos cura la enfermedad. Quizá nuestro interior está tan seco y enfermo como el de la higuera. La diferencia está en que Dios no deja de darnos oportunidades…, y nosotros, en cambio, tenemos preparada el hacha para cortar lo que no da los frutos que esperamos, aunque sea en la familia o en el vecindario.
Por la noche, antes de apagar el candil, seguí dando vueltas a las palabras de Magdalena. Y decidí que ya era hora de ir a conocer personalmente al Maestro. Tenía la esperanza de que, con el tiempo, pudiera llegar a decir lo mismo que Job: “De oídas te conocía, pero ahora te han visto mis ojos”.
Sí, las palabras de Jesús son una medicina amarga. Y veinte siglos después, preferimos sustituirla por “caramelos”, que nos endulzan la vida y nos dejan la conciencia tranquila. O por ritos arcaicos, sin plantearnos si nos ayudan a convertirnos. O por cantos religiosos, que contradicen el mensaje del evangelio, pero vamos pasando de generación en generación.
El mundo va dando pasos hacia el rearme. Muchos “mesías” utilizan el miedo como moneda, para comprar voluntades y sumisión, a costa de la justicia y la paz. En este contexto, oímos una vez más la llamada a la conversión que nos dirige Jesús. Hoy nos da una nueva oportunidad. ¿Necesitaremos 70 veces 7, para convertirnos?
Marifé Ramos
Fuente Fe Adulta
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