Dom 3 Cuaresma. Moisés: Libertad y alianza con Dios (Libro del Éxodo, 23.3.25)
Del blog de Xabier Pikaza:
La primera lectura recoge el tema de la experiencia principal de Moisés. A partir de ella ofrezco una visión general de su historia como precursor del cristianismo y testigo de la primera alianza de Dios con Israel en el AT. Buen domingo de cuaresma a todos.
El texto que sigue es largo…. Nadie intente leerlo entero si no le interesa mucho, como lección de una clase avanzada de libro, que he venido exponiendo en algunos de mis libros.
| Xabier Pikaza
Lectura. Éxodo 3, 1-8a. 13-15
En aquellos días, Moisés pastoreaba el rebaño de su suegro Jetró, sacerdote de Madián; llevó el rebaño trashumando por el desierto hasta llegar a Horeb, el monte de Dios.
El ángel del Señor se le apareció en una llamarada entre las zarzas. Moisés se fijó: la zarza ardía sin consumirse. Moisés se dijo: -“Voy a acercarme a mirar este espectáculo admirable, a ver cómo es que no se quema la zarza.”
Viendo el Señor que Moisés se acercaba a mirar, lo llamó desde la zarza:
– “Moisés, Moisés.”
Respondió él:
– “Aquí estoy.”
Dijo Dios:
– “No te acerques; quítate las sandalias de los pies, pues el sitio que pisas es terreno sagrado.” Y añadió: “Yo soy el Dios de tus padres, el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob.”
Moisés se tapó la cara, temeroso de ver a Dios.
El Señor le dijo:
– “He visto la opresión de mi pueblo en Egipto, he oído sus quejas contra los opresores, me he fijado en sus sufrimientos. Voy a bajar a librarlos de los egipcios, a sacarlos de esta tierra, para llevarlos a una tierra fértil y espaciosa, tierra que mana leche y miel.”
Moisés replicó a Dios:
– “Mira, yo iré a los israelitas y les diré: “El Dios de vuestros padres me ha enviado a vosotros. “Si ellos me preguntan cómo se llama, ¿qué les respondo? ”
Dios dijo a Moisés:
– “”Soy el que soy“; esto dirás a los israelitas: “‘Yo-soy’ me envía a vosotros“.” Dios añadió: “Esto dirás a los israelitas: “Yahvé (Él-es), Dios de vuestros padres, Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob, me envía a vosotros. Éste es mi nombre para siempre: así me llamaréis de generación en generación“.”
MOISÉS. PROFETA‒LIBERADOR
En sentido crítico no sabemos (casi) nada de su historia, de manera que algunos han negado incluso su existencia, de manera que sólo podemos hablar del “Moisés de la fe”, recreado por los maestros israelitas del V a.C. para construir partiendo de él su identidad literaria y trazar su futuro, como él mismo dice en Dt 18, 9.15[1]:
No imitarás las abominaciones de esos pueblos (de los cananeos)… que escuchan a astrólogos y magos, pero a ti no te lo permite Yahvé, tu Dios, sino que te suscitará un profeta como yo, de entre los tuyos, tus hermanos. A él escucharás.
La identidad de Israel se funda así en Moisés y se mantiene a través de los nuevos profetas, que han de sucederle. De un modo significativo, los cristianos identifican a ese profeta anunciado por (como) Moisés con Jesús, y los musulmanes con Mahoma:
− Los judíos han permanecido vinculados totalmente a Moisés, a quien conciben como depositario principal (definitivo) de la revelación, aunque afirman con Dt 18, 15 que él tendrá (=ha tenido) sucesores (como Samuel o Elías, Isaías o Ezequiel, Amós o Jeremías…), pero añadiendo que ellos se han limitado a confirmar y avalar lo que Dios había dicho ya a Moisés, como supone Ex 2-4 (vocación profética y revelación del Nombre: Yahvé) y como ratifica la Misná: “Moisés recibió la Torah en el Sinaí y la transmitió a Josué, Josué a los ancianos, los ancianos a los profetas, los profetas a los hombres del Gran Sanedrín…” (Abot 1,1).
− Los cristianos han interpretado Dt 18,15 como anuncio de Jesús, y así lo ratifica el sermón fundacional de Pedro en el Pórtico del Templo: “Moisés dijo el Señor Dios suscitará en medio de vosotros un profeta como yo… Y todos los profetas, desde Samuel en adelante, anunciaron lo que está sucediendo en estos días” (Hch 3, 22-24). Siguen siendo importantes los profetas antiguos, como Moisés, pero su palabra ha sido asumida, culminada y de algún modo abrogada por Jesús, que se presentó y actuó como profeta final y verdadero, ofreciendo a los hombres el Evangelio o Testamento definitivo de Dios.
− El Islam presenta a Mahoma como el profeta prometido por Moisés, como el “sello de la profecía” (es decir, como la culminación de todos los profetas): “Decid: Creemos en Dios y en lo que se nos ha revelado, en lo que se reveló a Abrahán, Ismael, Isaac, Jacob y las tribus; en lo que Moisés, Jesús y los profetas recibieron de su Señor. No distinguimos a ninguno de ellos y nos sometemos a Dios” (Corán 2, 136; cf. 3, 84; 6, 84-86).
En esa línea, siendo verdadera, la doctrina de los profetas ha sido recogida por Muhammad, de forma que todo se contiene ya en el Corán como culmen y cierre (sello) de la profecía(Corán 33, 40). Por eso, a diferencia de los cristianos, que conservan la Ley de Moisés como Biblia (Primer Testamento), los musulmanes han prescindido de la Biblia de Moisés y de Jesús, y así presentan el Corán sin “antiguo testamento”.
En las reflexiones que siguen presentamos a Moisés según la fe (Biblia) judía como vidente y caudillo, legislador, organizador del cultov y hagiógrafo, escritor del Pentateuco, partiendo de Ex 2-4.
Infancia y huida. En tierra de Madián
Ex 2 empieza presentándole como hombre de frontera, entre los hebreos dominados y los dominadores egipcios. En sentido estricto, el no debería haber vivido, pues el Faraón hacía matar a los niños varones, para que el pueblo sometido no creciera y los esclavos no se alzaran y pudieran destruir su imperio. Pero las comadronas desobedecían al Faraón y no mataban a los hebreos (Ex 1, 15-21). Viendo eso, el Faraón mandó que “todo niño hebreo fuera arrojado al Nilo, de manera que sólo vivieran las niñas” (Ex 1, 22). Pero…
Un hombre de la casa de Leví tomó como mujer a una hija de Leví. Concibió la mujer y dio a luz un hijo. Y viendo que era hermoso lo tuvo escondido durante tres meses. Pero no pudiendo ocultarlo ya por más tiempo, tomó una cestilla de papiro y la calafateó con betún; metió en ella al niño y lo puso entre los juncos, a la orilla del río (Ex 2, 1-3).
Era de la tribu de Leví (trasmisora de tradiciones sacrales), y su madre lo confió a las aguas en un barco-cuna, siendo recogido por la hija del Faraón, que lo acogió, lo adoptó y educó, escogiendo como nodriza a la misma madre hebrea, “que tomó al niño y lo crio. El niño creció y ella lo llevó entonces a la hija del Faraón, que lo tuvo por hijo y le llamó Moisés, diciendo: De las aguas lo he sacado” (Ex 2, 5-10)
Moisés fue, según eso, un hombre de dos mundos, hebreo de estirpe, egipcio de cultura. Llevaba en su memoria el recuerdo de sus hermanos oprimidos, pero creció enn la corte del imperio (como algunos recreadores del judaísmo, tras el exilio, entre ellos Nehemías y Esdras en el siglo V a.C.).Podía haber aprovechado su “dorado exilio” egipcio (como otros muchos judíos en el rico exilio babilonio), y lo normal hubiera sido que olvidara a sus “parientes” oprimidos:
(Pero), en aquellos días, cuando se hizo mayor, salió a visitar a sus hermanos y comprobó sus penosos trabajos. Vio también cómo un egipcio golpeaba a un hebreo, uno de sus hermanos. Miró a uno y otro lado y, no viendo a nadie, mató al egipcio y lo escondió en la arena (Ex 2, 11-12).
Sale como harán Buda y Jesús, para compartir la vida de los oprimidos, iniciando un camino de violencia, para descubrir que resultaba imposible (ineficaz), pues el faraón (es decir, el sistema imperial) no puede tolerar un tipo de rebelión armada, de forma que, como sigue diciendo el texto: “Moisés salió de la presencia del Faraón y se fue a vivir al país de Madián” (Ex 2, 14-15). Esta “salida” de Moisés sin enfrentarse al faraón con armas resulta necesaria para los redactores del Pentateuco, pues tampoco ellos proclaman una guerra contra Persia, sabiendo que la “salvación” de Israel no está en la lucha y en un tipo de independencia político/militar, sino en la vuelta al auténtico Yahvé, con Moisés (como Moisés) en el desierto de Madián descubriendo allí a Dios (cf. cap. 1)[2].
Una tarea de liberación
Humanamente hablando, la misión que Moisés había iniciado al rebelarse primero contra Egipto, para huir luego al desierto, podía haber terminado en la tierra de los madianitas, donde fue acogido y se integró, tomando esposa y engendrando hijos (Ex 2, 15-22). Pero Ex 2‒3 añade que, en vez de dejarle vivir y morir en Madián, olvidado de su pueblo “cautivo”, el Dios Yahvé, vinculado precisamente a la montaña sagrada de Madián (el Horeb, en el macizo del Sinaí), salió a su encuentro, se le mostró como el que “es” (y será) y le envió a liberar a los hebreos, como he puesto ya de relieve en cap. 1, diciéndole:
− Vete, yo te envío al Faraón, para que saques a mi pueblo, los israelitas, de Egipto.
− ¿Quién soy yo para ir al Faraón y sacar de Egipto a los israelitas?
− Yo estoy contigo y esta será para ti la señal de que te envío: cuando saques al pueblo de Egipto, daréis culto en este monte (Ex 3, 10-12; cf. 4, 19-23).
Aquí comienza después de los exilio la nueva historia de los israelitas, que deben retomar el camino de Moisés, saliendo de Babilonia. En esa línea, toda la “historia” que sigue en el Pentateuco (del Éxodo al final del Deuteronomio) puede y debe interpretarse como un programa de liberación (de identificación y recreación) de los israelitas que deben recrear su pacto en la tierra prometida, con Aarón, “hermano” sacerdote de Moisés. Éste es el primer “evangelio bíblico”. Aarón proclama la palabra, dirigiendo los hebreos la promesa y exigencia de la liberación, y Moisés realiza los prodigios en los que se revela la presencia de Dios.
Ambos acuden al Faraón, pidiendo libertad para el pueblo que sufre y protesta, pero el Faraón responde con amenazas: ‘Que se aumente el trabajo de estos hombres (hebreos) para que estén ocupados y no escuchen palabras mentirosas’. Lógicamente, los hebreos castigados protestaron contra ellos: “Que Yahvé os examine y os juzgue, por hacernos odiosos al Faraón y a sus siervos” (cf. Ex 5, 6-23). Pero Moisés y Aarón se mantienen firmes, sosteniendo al pueblo y oponiéndose al Faraón, a través de un conflicto no‒militar, simbolizado por las diez plagas (Ex 7-13):
− Moisés no ha trazado un alzamiento militar, pues armas y ejército terminan siendo del sistema, que asegura su ventaja con violencia. No es guerrillero al mando de una tanda de rebeldes, ni General de un ejército nacional judío, sino un profeta que ha escuchado la Palabra de Dios.
− Las plagas evocan la fuerza de los poderes cósmicos. El Faraón preside el orden económico-social (graneros) y militar de Egipto, pero no puede imponer su capricho sobre el río y la tormenta, los animales y la noche… ni conservar la vida de sus hijos primogénitos. Uno a uno le dominan los peligros de una tierra frágil (polución, hambre, epidemias…)y no puede resistir (cf. Ap 6, 1-8).
− El éxodo ratifica el triunfo de los pobres sobre un imperio que es idolatría, sistema divinizado, que Moisés va desmontando. De esa forma, un grupo de esclavos, hebreos oprimidos, pueden abrir y explorar un camino de libertad, frente al ejército del Faraón se hunde en el Mar Rojo)[3].
Moisés, un camino abierto
Posiblemente, el relato que sigue (de Ex 14‒15) conserva la memoria agradecida de un grupo de hebreos que lograron romper la opresión del sistema y salir de Egipto, atravesando de manera sorprendente un brazo de mar, en una zona pantanosa: Cambió el clima, mudó el viento o se alzaron las mareas, de manera que los hebreos salieron y los enemigos no pudieron alcanzarles, atrapados quizá por el reflujo del agua cambiante (cf. Ex 30 2; Dt. 5, 6; cf. Dt 26, 5). Pero la narración del Éxodo debe interpretarse en línea de experiencia y compromiso actual de los israelitas tras el exilio (siglo V a. C.).
Los hebreos saliendo de Egipto formaron así una comunión de liberados, para vivir juntos y ayudarse (acompañarse) mutuamente (no oprimirse), en amor compartido. Previamente no hubo pueblo, sólo pastores trashumantes (Abraham), hebreos oprimidos (Egipto). Pero unos y otros se comprometieron a crear (ser) un pueblo en comunión de libertad.
Ésta ha sido la obra de Moisés según el Pentateuco: Educa a los hebreos, se enfrenta al Faraón, dirige el éxodo, fija la alianza, construye el Tabernáculo de Dios (Ex 25-40), promulga leyes sacrales (Lev), lucha contra los idólatras del becerro de oro (poderes establecidos), intercede por el pueblo, dirige a los hebreos durante cuarenta años por el desierto…., y sin embargo no logra entrar en la tierra prometida.
¿Por qué no ha entrado en ella? Esa pregunta ha recibido respuestas distintas, pero en el fondo de todas está la certeza de los redactores del Pentateuco, que se identifican con Moisés, trazando una ley de libertad para el pueblo, pero sin haber entrado todavía en la tierra prometida. Desde ese fondo narran la muerte de su héroe y modelo:
Moisés subió de la estepa de Moab al monte Nebo, frente a Jericó. Y Yahvé le fue mostrando desde allí toda la tierra prometida… Y después le dijo: ‘Ésta es la tierra que prometí a vuestros padres. Te dejo verla con tus ojos, pero no pasarás a ella. Allí murió Moisés, siervo de Yahvé, en el país de Moab… Le enterraron en el valle, en tierra de Moab. Pero nadie hasta hoy ha conocido su tumba” (Dt 34, 1-6).
Nadie ha podido venerarle, pues murió en el Monte Nebo, ante las puertas de la tierra prometida, y no dejó como herencia un sepulcro, sino la Ley de Dios y el mismo pueblo. Su religión no es un culto funerario, sino esperanza y tarea de la libertad sobre el sistema, la comunión de los antiguos o nuevos hebreos. Así acaba de manera sorprendente el libro de la Ley israelita, que puede interpretarse al menos de tres formas.
− Los judíos afirman que la herencia de Moisés es la Ley que él promulgó, de parte de Dios, para conducir a los hebreos, esclavos del sistema, hacia la tierra prometida. En un sentido, el sucesor de Moisés ha sido Josué (= Jesús), conquistador de Palestina (cf. Dt 34, 9; Jos 1-2). Pero, en otro, el verdadero Josué-Salvador aún no ha llegado y por eso los judíos se mantienen siempre en éxodo, separados y amenazados, a las puertas de la tierra prometida.
− Los cristianos suponen que el auténtico Moisés es Jesucristo (cf. Hebr 1, 1-3) y añaden que ha muerto por su fidelidad, porque le han matado aquellos que no aceptaban su tarea sanadora a favor de los nuevos hebreos (impuros, enfermos, oprimidos), crucificado por los poderes del Imperio. No ha dejado una Ley y un pueblo separado; se ha dejado a sí mismo para todos los que quieran aceptar su mensaje y tarea de Reino.
− Los musulmanes afirman que la historia de Moisés ha culminado en Muhammad, de forma que el Éxodo se vuelve Hégira. Pero, en contra de Moisés, Muhammad no salió de la Meca para morir fuera, sino para retornar a ella, transformando así el sistema anterior de opresión, en comunidad (‘umma) de fieles liberados, a los que él (Muhammad) revela el Corán eterno en el que se recoge la verdad más honda de la Ley de Moisés[4].
ALIANZA DE DIOS, MANDAMIENTOS
En ella confluyen varias tradiciones(cf. Ex 19-24) que recogen recuerdos antiguos, vinculados al Sinaí, textos legales como el Decálogo (Ex 20,22-23,33,con su paralelo en Dt 5,6-21) y el Código de la alianza (Ex 20,22-23,33). Su formulación central la ofrece Ex 19:
Yahvé llamó a Moisés desde el monte y le dijo: Vosotros habréis visto lo que hice a los egipcios, os llevé en alas de águila y os traje hacia mí; por tanto, si oís mi voz y guardáis mi alianza, seréis mi propiedad entre todos los pueblos, porque mía es toda la tierra; seréis para mí un reino de sacerdotes, una nación santa. Estas son las palabras que dirás a los hijos de Israel. Moisés bajó y llamó a los ancianos del pueblo, y les dijo todo lo que había mandado Yahvé. Todo el pueblo respondió a una: ¡Cumpliremos todo lo que ha dicho Yahvé! (Ex 19, 3-8)
Éste es el texto clave de la tradición del primer pacto, que asume elementos sacerdotales de tipo israelita, pero los universaliza y aplica a todo el pueblo, interpretándolos en clave de justicia social. Este pasaje traza la identidad de Israel, ésta la nota especial de su santidad: El pueblo liberado de Egipto puede y debe responder a la elección de Dios en un camino que contiene estos momentos: Teofanía(Ex 19),Ley (Ex 20-23) y Pacto (Ex 24). Comenzamos con la teofanía:
Al tercer día, al rayar el alba, hubo truenos y relámpagos y una densa nube sobre el monte, mientras el toque de la trompeta crecía en intensidad. Y todo el pueblo que estaba en el campamento se echó a temblar. Moisés hizo salir al pueblo del campamento para ir al encuentro de Dios…Todo el Sinaí humeaba, porque Yahvé había descendido sobre él en forma de fuego. Subía el humo como de un horno y todo el monte retemblaba con violencia. El sonido de la trompeta se hacía cada vez más fuerte: Moisés hablaba y Dios le respondía con el trueno… (Ex 19, 16‒19).
En ese fondo se sitúan las diez palabras o mandamientos, con una introducción muy significativa: «Yo soy Yahvé, tu Dios, que te saqué de Egipto, de la esclavitud» (Ex 20, 2; Dt 5, 6). Según eso, los mandamientos deriva la liberación de Dios. No son imposición para esclavos, ni dictados de un rey opresor, sino expresión d una vida en libertad, con sus dos tablas:
‒ Primera tabla. Ley israelita: (1) No tendrás otros dioses frente a mí. (2) No te harás ídolos, figura alguna de lo que hay arriba en el cielo… No te postraras ante ellos, ni les darás culto; porque yo, Yahvé, tu Dios, soy un Dios celoso… (3) No pronunciarás el nombre de Yahvé, tu Dios, en vano. (4) Fíjate en el sábado para santificarlo… (Ex 20, 1-11; Dt. 5, 7-15). Éstos son los mandamientos propios de los israelitas, que adoran a Yahvé como único Dios (¡sólo Yahvé!), hasta el día de hoy.
Dios no se manifiesta en imágenes muertas, sino en la Palabra y el Pacto, es decir, en la comunicación personal y en la tarea de la vida, sobre toda magia, sobre toda manipulación religiosa. En esa línea se sitúa la exigencia de guardar el sábado, a la luz de Gen 2, 2-4 como vinculación con el Dios creador. Paradójicamente, el verdadero culto (obra de Dios) no consiste en hacer cosas, sino en descubrir su presencia y acompasarse con él en la acción y el descanso.
‒Segunda tabla. Ley universal. Los mandamientos que siguen tienen un carácter abierto a todos los hombres. Cuando mejor israelita es un judío cumpliendo estos mandamientos más universal puede ser, compartiendo la vida (derechos y deberes) con todos los hombres: (5) Honra a tu padre y a tu madre, para que tus días se prolonguen sobre la tierra que Yahvé tu Dios te da. (6) No cometerás homicidio. (7) No cometerás adulterio. (8) No robarás. (9) No darás falso testimonio contra tu prójimo. (10) No codiciarás la casa de tu prójimo; no codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su siervo, ni su sierva, ni su buey, ni su asno, ni cosa alguna que sea de tu prójimo (Ex 20, 12-17; cf. Dt 5, 16-21).
Estos mandamientos son de carácter ético, pues regulan las relaciones del hombre con su prójimo, de una forma tendencialmente universal, esto es, válida para todos los hombres (por encima de sus diferencias religiosas), partiendo del orden familiar, exigiendo a los hijos que “honren” a sus padre (5º), para concretarse después en los tres mandamientos más conocidos y constantes de las cultura humana (6º, 7º y 8º), que prohíben homicidio, adulterio y robo (ante todo, de personas), estableciendo de esa forma las bases de toda relación moral. Sigue la exigencia de mantener la verdad, especialmente en un contexto judicial y, finalmente, la superación de los deseos que llevan a la posesión de los bienes ajenos, desde la perspectiva de una sociedad patriarcal (así se prohíbe de la misma forma el deseo de la mujer y del asno o de la casa del prójimo).
Estos diez mandamientos (Ex 20,1-21) forman el punto de partida y base del Código de la Alianza(Ex21,22-23,33) y han sido ratificados por el pacto (Ex 24), de tal forma que así la ley, fundada en el éxodo (liberación, obra de Dios), se estabiliza y concreta en forma de alianza con Dios, esto es, de compromiso personal, de forma que el creyente puede y debe definirse así como aquel que es capaz de aliarse con él, colaborando de manera autónoma, en su obra creadora:
Moisés bajó y contó al pueblo todo lo que le había dicho Yahvé, todos sus mandatos; el pueblo contestó a una: ¡Haremos todo lo que manda Yahvé Entonces Moisés puso por escrito todas las palabras de Yahvé, madrugó y levantó un altar a la falda del monte y doce estelas por las doce tribus de Israel. Mandó a algunos jóvenes israelitas ofrecer para Yahvé los holocaustos y novillos o como sacrificio de comunión. Después tomó la mitad de la sangre y la puso en vasijas, y la otra mitad la derramó sobre el altar. Después tomó el documento de la alianza y se lo leyó en voz alta al pueblo, el cual respondió: ¡Haremos todo lo que manda Yahvé y le obedecemos!
Moisés tomó el resto de la sangre y roció con ella al pueblo, diciendo: Esta es la sangre de la alianza que hace Yahvé con nosotros sobre todos estos mandatos. Subieron Moisés, Aarón, Nadab y Abihú y los setenta dirigentes de Israel y vieron al Dios de Israel; bajo los pies tenía una especie de pavimento de zafiro como el mismo cielo. Dios no extendió la mano contra los notables de Israel que pudieron contemplar a Dios y después comieron y bebieron (Ex 24, 3-10)
Conforme a la visión sacrificial que está en su fondo, la alianza se expresa y ratifica por la sangre de los novillos que el pueblo ofrece como signo de reconocimiento aceptado por Dios. La vida del hombre aparece así como un don que se expresa en la violencia de la sangre animal, como símbolo de la Palabra de los mandamientos, ofrecida por Dios, aceptada por el pueblo. Significativamente, este pacto que es palabra compartida ha de ratificarse por el sacrificio religioso:
−Hay un nivel sacrificial, reflejado en las ofrendas de animales que se entregan a Dios, como signo de reverencia y de purificación. No hay aún “sacerdotes consagrados” (aparecerán después en Lev 8: cf. Ex 40,12-14), de manera que en este momento y todos pueden realizar el culto, y así Moisés pide a unos jóvenes anónimos que ofrezcan sacrificios de holocausto (en reconocimiento a la soberanía de Yahvé) y de comunión (encuentro personal con Dios) (cf. 24,4-6).
−En este contexto destaca la sangre (cf. Gen 8,15-9,17) como signo de vida y de muerte ,en una humanidad volcada a la violencia. Hay un pacto de violencia sacrificial entre Dios y el pueblo. Del principio de los tiempos brota esa experiencia y simbolismo. Una parte de la sangre se derrama sobre el altar, signo de Dios, otra se rocía sobre el pueblo, que asume el compromiso de escuchar y responder a Dios. Es como si una misma sangre de vida y muerte vinculara a Dios y al pueblo.
− Ratificación. En la falda del monte se implantan doce estelas, recordando el pacto de Dios con las tribus de Israel (judíos y samaritanos), un pacto asumido por los cristianos (doce apóstoles de la Iglesia). Para completar el gesto, Moisés sube al monte con Aarón, sus hijos sacerdotes (poder sacral) y setenta zekenim o ancianos, que forman el consejo legal/ejecutivo del pueblo israelita (24, 9-10), que queda así constituido.
En ese fondo aparece y cobra su importancia el Documento o libro de la alianza (sepher ha-berit), con los diez mandamientos o con todo el Código (Ex21,22–23,33), un compendio de la legislación israelita. Eso significa que el pacto de Dios con los liberados de Egipto se establece como Libro, que la tradición identificará con la Biblia (como contenido fundante de ella). Así culmina el nacimiento de Israel. Moisés, sacerdotes y ancianos han subido al monte, viendo a Dios en su misterio indecible, emergiendo sobre un suelo de piedras de zafiro (cf. Ez 1‒3, cap. 6).
Misterioso es Dios y misterioso seguirá siendo a los largo de la historia (cf. caps. 14 y 16). Pero su más honda realidad se ha revelado ya en forma de libro (=sepher), que no es un texto de cantos de guerra, ni ritual de sacrificios, sino el documento de la alianza, en el que se contiene la voluntad creadora de Dios para su pueblo y el compromiso de acción (de actuación) del mismo pueblo. Éste “libro de la alianza” contiene en germen toda la Escritura de Israel (el Antiguo Testamento cristiano).Tanto judíos como cristianos sacarán las consecuencias de ese dato. Unos y otros podrán prescindir en su día del ritual de sangre (abolirán los sacrificios) llevando a su meta lo implicado en este libro de alianza, expresión del pacto de Dios con los hombres.
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