Sabemos que nos esperas, Señor, porque sabes que la espera es esperanza… y esperamos también que riegues nuestras vidas con tu ternura… para que nuestra vida sea un reflejo de tu bondad y de frutos de justicia que haga mejor la de los demás…
Saber esperar; sabiendo
que el tiempo no existe ya.
Ni el correo ni la prensa
tienen caja forestal.
El sol es de ayer, de siempre.
Y un día es un día más.
La noche, con “muriçoca”.
La tuna, no es de fiar.
Mañana será otro día,
y arroz no nos faltará…
Despertaremos cansados,
“com vontade de sentar”;
pero con la espera al hombro,
¡y nos tocará esperar
otro día, todo el día,
…para aprender a esperar!
*
Pedro Casaldáliga
Clamor elemental. Ed Sígueme, 1971
***
En una ocasión, se presentaron algunos a contar a Jesús lo de los galileos cuya sangre vertió Pilato con la de los sacrificios que ofrecían. Jesús contestó:
–“¿Pensáis que esos galileos eran más pecadores que los demás galileos, porque acabaron así? Os digo que no; y, si no os convertís, todos pereceréis lo mismo. Y aquellos dieciocho que murieron aplastados por la torre de Siloé, ¿pensáis que eran más culpables que los demás habitantes de Jerusalén? Os digo que no; y, si no os convertís, todos pereceréis de la misma manera.”
Y les dijo esta parábola: “Uno tenía una higuera plantada en su viña, y fue a buscar fruto en ella, y no lo encontró.
Dijo entonces al viñador: “Ya ves: tres años llevo viniendo a buscar fruto en esta higuera, y no lo encuentro. Córtala. ¿Para qué va a ocupar terreno en balde?
Pero el viñador contestó: “Señor, déjala todavía este año; yo cavaré alrededor y le echaré estiércol, a ver si da fruto. Si no, la cortas”.
*
Lucas 13, 1-9
***
Todo es provisional en la vida del hombre, todo está ligado al tiempo: en este sentido, tanto justos como pecadores viven en el tiempo, tiempo que es un don de Dios para ellos, un tiempo de gracia, y por ello, un tiempo abierto a la conversión. Ni el pecador empedernido ni el justo empedernido permanecerán así para siempre. Están llamados a ser “pecadores en conversión”.
Dios nos toca de muchas maneras para llevarnos a este estado de conversión. Nosotros sólo podemos prepararnos para que Dios nos toque. Fuera de la conversión estamos fuera del amor. En este caso no le quedarían al hombre más que dos posibilidades: la satisfacción de sí y la justicia propia, o una profunda insatisfacción y la desesperación. Fuera de la conversión no podemos estar en la presencia del verdadero Dios, pues no estaríamos junto a Dios, sino ¡unto a uno de nuestros numerosos ídolos. Además, sin Dios, no podemos permanecer en la conversión, porque no es nunca el fruto de buenas resoluciones o del esfuerzo. Es el primer paso del amor, del Amor de Dios más que del nuestro. Convertirse es ceder al dominio insistente de Dios, es abandonarse a la primera señal de amor que percibimos como procedente de Él. Abandono en el sentido de capitulación. Si capitulamos ante Dios, nos entregamos a Él. Todas nuestras resistencias se funden ante el fuego consumidor de su Palabra y ante su mirada; no nos queda ya más que la oración del profeta Jeremías: “Haznos volver a ti, Señor, y volveremos” (Lam 5,21; cf. Jr 31,18).
*
André Louf, A merced de su gracia,
Madrid 1991, 19-24, passim.
Jesús se esforzaba de muchas maneras en despertar en la gente la conversión a Dios. Era su verdadera pasión: ha llegado el momento de buscar el reino de Dios y su justicia, la hora de dedicarnos a construir una vida más justa y humana, tal como la quiere él.
Según el evangelio de Lucas, Jesús pronunció en cierta ocasión una pequeña parábola sobre una «higuera estéril». Quería desbloquear la actitud indiferente de quienes le escuchaban, sin responder prácticamente a su llamada. El relato es breve y claro.
Un propietario tiene plantada en medio de su viña una higuera. Durante mucho tiempo ha venido a buscar fruto en ella. Sin embargo, años tras año, la higuera viene defraudando sus expectativas. Allí sigue, estéril en medio de la viña.
El dueño toma la decisión más sensata. La higuera no produce fruto y está absorbiendo inútilmente las energías del terreno. Lo más razonable es cortarla. «¿Para qué va a ocupar un terreno en balde?».
Contra toda sensatez, el viñador propone hacer todo lo posible para salvarla. Cavará la tierra alrededor de la higuera, para que pueda contar con la humedad necesaria, y le echará estiércol, para que se alimente. Sostenida por el amor, la confianza y la solicitud de su cuidador, la higuera queda invitada a dar fruto. ¿Sabrá responder?
La parábola ha sido contada para provocar nuestra reacción. ¿Para qué una higuera sin higos? ¿Para qué una vida estéril y sin creatividad? ¿Para qué un cristianismo sin seguimiento práctico a Jesús? ¿Para qué una Iglesia sin dedicación al reino de Dios?
¿Para qué una religión que no cambia nuestros corazones? ¿Para qué un culto sin conversión y una práctica que nos tranquiliza y confirma en nuestro bienestar? ¿Para qué preocuparnos tanto de «ocupar» un lugar importante en la sociedad si no introducimos fuerza transformadora con nuestras vidas? ¿Para qué hablar de las «raíces cristianas» de Europa si no es posible ver los «frutos cristianos» de los seguidores de Jesús?
Éxodo 3, 1-8a. 13-15: “Yo soy” me envía a vosotros. Salmo responsorial: 102: El Señor es compasivo y misericordioso. 1Corintios 10, 1-6. 10-12: La vida del pueblo con Moisés en el desierto fue escrita para escarmiento nuestro. Lucas 13, 1-9: Si no os convertís, todos pereceréis de la misma manera.
Análisis
El texto del libro del Éxodo nos presenta una versión -la más conocida, seguramente- de la así llamada vocación de Moisés, que es también la “autopresentación” de Yavé.
Las antiguas opiniones sobre diferentes fuentes hablan de dos antiguas tradiciones que se integran en este texto. Según Gen 4,26 Enosh fue el primero en invocar el nombre de Yavé, sin embargo, acá Moisés no lo conoce por lo que Diosa se lo debe revelar. Por otra parte el nombre del monte es Horeb y no Sinaí, y el suegro de Moisés es Jetró mientras que en 2,18 es Reuel. Así se ha hablado de las diferentes tradiciones a las que históricamente se las llamó Elohista y Yahvista, aunque el tema hoy está en discusión (en especial la antigüedad de éstas, y la existencia del primero).
Muchos elementos podríamos señalar, pero destaquemos solo algunos:
Moisés es llamado, y como es frecuente en los relatos de vocación de la Biblia se sigue un esquema similar: (1) oración y respuesta, v.7 y v.9; (2) promesa de salvación, v. 8 y v.10; (3) encargo, v.16-17 y v.10; (4) objeción, 4,1 y v.10; (5) signo, 4,1-9 y v.12; (6) nueva objeción, 4,10 y v.13; (7) respuesta final de Dios, 4,13-16 y 4,17. Como se ve, parecería que las dos fuentes entremezcladas tienen el mismo esquema. Que se utilice un “relato de vocación” nos pone en el contexto de los profetas, lo que no es ajeno al texto, ya que Moisés debe ser “escuchado” como uno que habla “en nombre de Dios”.
Otro elemento es lo que causa la intervención de Dios: lo que lo motiva es “el clamor”. El grito de dolor no deja a Dios “fuera” de la historia. Desde el clamor de la sangre de Abel, Dios toma partido por “los-que-claman”, los que sufren la opresión e injusticia (Gn 18,21; 19,13; Ex 11,6; 22,22: “no dejaré de oír su clamor”; 1 Sam 9,16; Is 5,7; Sal 9,13). El clamor de su pueblo no le permite “hacer oídos sordos”, y frente a ese dolor es que elige y envía a su elegido “Moisés”.
Finalmente digamos algo sobre el ”nombre” de Dios. Entre los antiguos semitas, el “nombre” es el sentido, es su misma existencia. Que Dios tenga nombre, y distinto del nombre que recibió hasta ahora indica que algo ha cambiado (cambiamos de Dios); este es un Dios que se muestra a partir de la historia, como un Dios que manda a los que elige para dar respuesta a los clamores que lo conmueven y no lo dejan indiferente. ¿Qué significa el nombre de Dios? Podemos preguntarnos qué significó en su origen, y qué significó para los lectores del Éxodo. No es fácil dar respuesta, lo cierto es que parece incluir el verbo “ser”/“estar”: las opiniones más sólidas hoy son tres: “yo soy el que hace ser”, lo que remite a que Dios es creador, aunque no se entiende a qué viene esta confesión de fe en este momento; además de que el reconocimiento de Dios como creador parece más tardío, como en el 2º Isaías, en tiempos del exilio); “yo soy el que soy” en el sentido de resaltar Dios existe, mientras que los dioses-ídolos no existen (en ese sentido parece usarlo Os 1,9), el marco remite en cierto modo a la alianza y la “duplicación” destaca la soberanía de Dios que “hace misericordia con quien hace misericordia” (Ex 33,19), es decir: siempre; finalmente, “yo soy el que estaré” (con ustedes), es el Dios de la presencia salvadora, el que acompaña la historia. Este último por el contexto, y el anterior por el marco son los que nos parecen más probables: Dios garantiza su presencia y se enfrenta con los dioses de Egipto: el clamor de su pueblo por el sufrimiento no puede quedar impune.
La Primera carta de Pablo a los Corintios presenta muchas dificultades cuando pretendemos “ubicarla”. Parece muy desordenada, y no es evidente que todo esté en el lugar que Pablo lo pensó. Sabemos que Pablo contesta preguntas escritas que la comunidad le ha hecho (7,1) y es probable que cada vez que usa “con respecto a” también lo esté haciendo (7,1.25; 8,1; 12,1; 16,1.12). Eso no impide que se hayan introducido en el resto de la carta textos provenientes sea de otras cartas o de nuevas circunstancias que exigieron una reelaboración del escrito por parte del mismo Pablo (esta última es nuestra opinión pero no es el caso destacarla acá). En principio, entonces, el texto de 1 Cor 10,1-13 pertenece al bloque donde Pablo responde acerca de la carne ofrecida a los ídolos.
La referencia a las figuras (typos) del AT que recuerdan el bautismo y la eucaristía, parecen decir que no se debe creer que por ser partícipes de la comunidad sacramental, no por estar bautizados y tomar parte de la eucaristía tenemos la garantía de no caer (eso sería hacerse un ídolo; ver 11,30). La idolatría es la clave de la unidad (lamentablemente omitida por el texto litúrgico). Los israelitas cayeron, y también nosotros debemos cuidarnos de no caer: “el que crea estar de pie cuide de no caer” es la conclusión y la clave del texto.
El Evangelio se ubica en el “viaje a Jerusalén” donde Lucas presenta muchos textos de su fuente propia, “L”, un poco -aparentemente- desordenados. Sin embargo, el relato presenta una cierta semejanza en la forma con lo que viene diciendo: en 12,51 también había preguntado “creen que…” y su respuesta fue “les aseguro que…” concluyendo con una parábola. En este caso se presenta abruptamente una situación histórica, con una aparente interpretación religiosa. Jesús corrige esa interpretación e incluso presenta otra situación semejante que se prestaría a la misma interpretación. “No, les aseguro” es la corrección que Jesús propone (vv.3.5) para lo cual presenta otra parábola (vv.6-9).
El acontecimiento histórico nos es desconocido. Se han propuesto diferentes hechos, pero ninguno coincide exactamente con este. Es extraño que Flavio Josefo no lo haya narrado siendo, como es, muy poco amigo de Pilato. Pero el debate supone un (o dos) acontecimiento(s) ocurridos realmente. La mezcla de sangre de galileos con la de los sacrificios hace pensar en la fiesta de la Pascua: en esa fecha Pilato y los peregrinos -también los de Galilea- se encuentran en Jerusalén, y los laicos participan de los sacrificios ya que deben llevar a su casa, o lugar de tránsito, el cordero para ser comido en familia. El otro hecho afecta a 18 personas, si el primero es incidental, este es ocasional, en el primero hay un criminal, pero en el segundo hay un hecho casual, lo común de ambos son los muertos y la interpretación que los interlocutores de Jesús hacen del hecho. De la torre de Siloé sabemos de su existencia, y su ampliación. Josefo la narra, pero no cuenta -tampoco- ningún accidente de este tipo. No sabemos si Lc no está pensando o puede estar releyendo la caída de Jerusalén posterior al 70, pero más allá del o los hechos históricos, lo importante es la respuesta a la imagen de Dios que todo esto supone.
Comentario
Jesús nos enseña, en el texto de hoy a aprender a escuchar la voz de Dios en los acontecimientos de la historia. De hecho sus interlocutores también lo hacían, y por eso van a contarle los hechos, pero escuchaban mal, Dios no decía lo que ellos entendían. Es verdad que Dios habla, pero hay que aprender a escucharlo. Dios no nos dice que los muertos de esos acontecimientos drásticos eran pecadores, de hecho todos lo son. Lo que Dios nos dice es que por serlo, debemos convertirnos y dar frutos de conversión. Los frutos son una palabra de Dios para esta etapa de la historia.
Vivimos en sociedades llamadas cristianas. “Occidental y cristiana” se decía, y los frutos fueron torturas, desapariciones, asesinatos, delaciones, miedo, desesperanza… y más todavía: hambre, desocupación, analfabetismo, falta de salud y vivienda, desesperanza… y “por los frutos se conoce el árbol“. Hoy, muchos llamados cristianos siguen viviendo su fe muy lejos de los frutos de amor y justicia que nos pide el Evangelio: participan de mesas de dinero, de la tiranía del mercado, pagan sueldos “estrictamente «justos»” y precisamente bajos, están afiliados a partidos que nada tienen que ver con la Doctrina Social de la Iglesia (¿se puede -por ejemplo- ser cristiano y neo-liberal? ¡ciertamente no!). ¿Y los frutos? Individualismo, hambre, pobreza… Así, por ejemplo, vemos que uno de los problema que tenemos en América Latina para el reconocimiento “oficial” de nuestros mártires es que quienes los han matado “se llaman ellos mismos cristianos!”, y esto desconcierta a muchos.
No bastan las palabras. De nada sirve una higuera estéril. Una higuera debe dar higos ya que para eso ha sido plantada. Un pueblo redimido por Cristo, debe edificar, con su vida (y con su muerte si fuera necesario) un Reino que dé frutos de verdad, de justicia y de paz, de libertad, de vida y de esperanza…. Estamos lejos, ¡muy lejos! de lograrlo. Es verdad que en decenas de comunidades hay también frutos muy vivos de solidaridad, de paz, de oración, de justicia y de vida, de celebración y de esperanza… y podríamos multiplicar los frutos que vemos en las comunidades; pero todo lo anterior también es cierto. Faltan muchos frutos que dar, falta mucha vida que cosechar y alegría que festejar. El continente de la violencia, de la injusticia y el hambre reclama frutos de los cristianos. Y esos frutos deben darse en la historia. Los acontecimientos cotidianos, de dolor y de muerte, que tan frecuentes vivimos en América Latina nos dan una palabra de Dios, una palabra que debemos aprender a escuchar, que debemos comprender para no creer que Dios dice lo que no está diciendo. Jesús nos enseña la “dinámica del fruto” para aprender a reconocer allí un Dios que sigue hablando y que nos sigue llamando a la conversión. no para una conversión individual y personal, sino que dé frutos para los hermanos, para la historia y para la vida. Y la Cuaresma es tiempo oportuno para empezar a darlos… Leer más…
Llevo varios días comentando el tema de las lecturas de este Dom 3 Cuaresma (23.3.25). En insistido en Ex 3 (Moisés y Mahoma, liberacíón de los hebreos), teniendo en el fondo Lc 13 (parábola del viñador).
Hoy, domingo, me centro con cierto temblor y mucha reverencia filológica y teológica, ante la definición y sentido de Dios como Yahve, verbo de acción/ser de Dios y de los hombres.
Siga leyendo quien desee llegar conmigo al centro de “gravedad” de la Biblia (judaísmo), tal como ha sido y sigue siendo entendido por judío, musulmanes, (a)gnósticos y cristianos. Buen domingo a todos.
| Xabier Pikaza
Moisés ante la zarza ardiente.
Nació en la tribu sacerdotal de Leví, y su madre, no pudiendo ocultarlo, lo confió a las aguas del Nilo en un barco-cuna para que alguien que le viera se apiadara y le recogiera.
Bajó la hija del Faraón a bañarse en el río… Vio la cestilla con el niño, se compadeció y exclamó: `Es uno de los niños hebreos’. Entonces dijo la hermana de Moisés (que estaba escondida): ¿Quieres que vaya y llame a una nodriza de entre las hebreas, para que te críe este niño?’. La hija del Faraón le contestó: ‘Vete’. Fue la joven y llamó a la madre del niño. Y la hija del Faraón le dijo: ‘Toma este niño y críamelo, que yo te lo pagaré’. Tomó la mujer al niño y lo crió. El niño creció y ella lo llevó a la hija del Faraón, que lo tuvo por hijo y le llamó Moisés, diciendo: ‘De las aguas sacado’ (Ex 2, 5-10)
Moisés renace en el Nilo y su madre (hebrea) le cría y alimenta hasta el destete, momento en que le acoge su madre adoptiva egipcia, la hija del Faraón. Es hombre de dos mundos: los egipcios le ofrecen un conocimiento que luego podrá poner al servicio de la libertad, para destruir desde dentro el sistema de poder del mundo. Será libertador de los hebreos, pero llevando en su vida y tarea el conocimiento del sistema de poder y de organizacíón económica de Egipto.
Tras ese comienzo, el texto calla. Deja que los años de Moisés transcurran oscuros en la casa y corte de la hija del Faraón. Lleva en la sangre el recuerdo de sus hermanos oprimidos y crece en un ambiente egipcio, pero no olvida a su pueblo.
En aquellos días, cuando Moisés ya fue mayor, salió a visitar a sus hermanos y comprobó sus penosos trabajos. Vio también cómo un egipcio golpeaba a un hebreo, a uno de sus hermanos. Miró a uno y otro lado y, no viendo a nadie, mató al egipcio y lo escondió en la arena (Ex 2, 11-12).
Ha sentido en su sangre la injusticia dl poder que mata, y mata él tambiién con violencia al opresor, pero pronto descubre que ese gesto ha sido peligroso: “Salió al día siguiente y vio a dos hebreos que se enfrentaban ente sí y reñían. Y dijo al culpable: ‘¿Por qué riñes a tu hermano?’. Este respondió: ‘¿Quién te ha hecho jefe y juez sobre nosotros? ¿Acaso estás pensando en matarme como mataste al egipcio?'” (Ex 2, 13-14). Supo que le perseguirían y tuvo que huir a Madián, en el desierto del Sinaí donde encuentra amigos que le acogen y ofrecen un lugar en su familia.
Jetró, sacerdote y pastor de Madián, acoge al fugitivo, ofreciéndole la mano de su hija. Ciertamente, Moisés forastero (como indica el nombre de su hijo), pero en sentido estricto no es un exilado, ni está perdido, pues ha encontrado muchachas que le esperan en el pozo, un jefe de tribu que le acoge y una mujer que le hace padre. La historia debería concluir en este punto: Moisés fugitivo se instalará en la estepa, como los antepasados nómadas del pueblo. Pero el auténtico camino empieza ahora, desde Dios:
Moisés era pastor del rebaño de Jetró, su suegro, sacerdote de Madián.
Una vez, llevó las ovejas… hasta Horeb (Sinaí).
El Ángel de Yahvé se le apareció como llama de fuego, en una zarza.
Vio la zarza estaba ardiendo, pero no se consumía. Dijo Moisés:
Voy para ver este prodigio: ¿por qué no se consume la zarza?.
Cuando Yahvé… vio que Moisés se acercaba dijo:
‘Yo soy el Dios de tus padres, Dios de Abraham, Isaac y Jacob.
Moisés se cubrió el rostro, porque temía ver a Dios (Ex 3, 1-6).
DIOS YAHVÉ, ZARZA ARDIENTE [1]
A diferencia de los egipcios, que habían encerrado a Dios en un sistema de ley sagrada (de trabajo, dinero y poder), Moisés empieza a verle en la naturaleza, como revelado en la montaña de la estepa (Horeb-Sinaí), Señor de la naturaleza, sobre el sistema de opresión de Egipto, que identifica lo sagrado con el orden económico-social. Dios fuego, poder transformador: llama de vida que jamás se consume, fuente de luz y calor, misterio.
Los egipcios habían per-vertido las fuerzas de la naturaleza, al convertirlas en principio de opresión. En contra de eso. Dios se manifiesta a Moisés como Yahvé, en la zarza de la vida que eternamente arde sin consumirse, enviándole a liberar a su pueblo de Egipto y diciéndole:
Y ahora marcha, te envío al faraón
para que saques a mi pueblo, a los hijos de Israel».
Moisés replicó «¿Quién soy yo… para sacar a los hijos de Israel de Egipto?
Respondió Dios: “Yo soy/estoy contigo; y esta es la señal…”.
Moisés replicó Si ellos me preguntan: ¿Cuál es su nombre?” ¿qué les respondo?».
“Yo soy el que soy/el quue actúo”. Esto dirás a los hijos de Israel:
“Yo soy” (Yahvé) me envía a vosotros. :
El Señor, Dios de vuestros padres, Abrahán, Isaac, Jacob, me envía a vosotros.
Este es mi nombre. Yahvé (yo soy/actúo) para siempre (Ex 3, 10-17).
NOMBRE DE DIOS, ACCIÓN LIBERADORA
Éste es el Dios de los padres, Dios de Abraham, Isaac y Jacob(pueblo elegido), protector de oprimidos, hebreos esclavizados en Egipto. Contra quienes piensan que Dios es pura tradición, opresión de un pasado que nos sigue atando a lo que ha sido, frente a los que añaden que Dios nos aleja de la vida y carece de amor para cambiar la realidad, este Dios de Moisés viene y como Presencia de liberación.
En un primer momento, Dios viene y actúa como lo divino, en forma singular (El) o plural (Elohim), ante la roca inmensa del desierto, revelándose en lo ´más pobre, amenazado, pequeño, inútil, como una zarza, pero una zarza que arde sin cesar, sin apagarse nunca, sin perder nunca su fuego.
Dentro de la tradición israelita este Dios ha recibido otros nombres como: El-Sadai (quizá Señor de la altura), El-Elyon (Dios del Monte, Dios Excelso) etc., pero ahora no aparece como simple El–Elohim (divinidad en general), ni como Baal, Señor cósmico, ritmo de la vida, sino como Yahvé (Soy-quien-estoy presente, soy el que actúo). Los israelitas han tomado a ese Nombre-Sin-Nombre, Dios queue no se identifiCa con ningúnn poder-imperio del mundo, como principio invisible, innombrable de todo lo que es y actúa (Soy-quien-actúo), como nombre del Dios de Moisés, quien debe presentarse ante los israelitas para deccirles.: Yo soy (’ehyh) me ha enviado a vosotros,Yahvé, Dios de vuestros padres (Ex 3, 11-15).
Esta denominación, Yahvé יהוה (YHVH), con la que Dios se presenta a los israelitas, no es sustantivo, sino verbo activo, de una acción creadora,, como casi todos los nombres personales hebreos, queue no son sustantivos/sujetos, sino expresiones de una accón que son teófora (portadora de Dios), indicación de un verbo activo dvino, significan por ejemplo Dios-fortalece (Ezequias), Dios-escucha (Ismael), Dios-salva (Jesús), Dios Juzga (Daniel). Dios-generoso (Juan), Dios-recuerda (Zacarías), Dioes fuerte (Gabriel), Dios cura (Rafael) etc.
Moisés siente dificultad. Dios le ha pedido que abandone su nueva familia de la estepa de Madián, junto al Sinaí, quese enfrente al Faraón, opresor de los hebreos, sucesor de aquel que antaño pretendió matarle (cf. Ex 2,15-23). Dios le envía a liberar a los mismos hebreos que antes habían rechazado su arbitraje (Ex 2, 13-14; cf. Hech 7,24-34). Es normal que le cueste (cf. Jc 6,15; Lc 1,34 etc) y diga: ¿Quién soy yo…?
Así pregunta el ser humano que se descubre pequeño e incapaz ante la tarea de su vida. Pero Dios le responde: Yo estaré, (’ehyh) contigo como presencia activa en tu tarea, yo mismo seré tu vida, movimiento y existencia su itinerario. El hombre (Moisés) tiene queue definrse como es teofanía personal del Dios que vive, actúa y existe en por medio de él, en todo el pueblo de Israel (=Dios lucha, el que lucha con Dios) como ’Ehyh, Yahvé (=yo Soy/Actúo), verbo de todos los verbos, acción de todas las acciones, existencia de toda las existencias, añadiendo.
Dios se define de esa forma como Yahvé (=Soy, estoy contigo), añadiiendo: ¡Y cuando saques al pueblo de Egipto responderéis (=adoraréis) a Elohim en este monte!(3,12), volveréis aquí para ser lo que yo soy, Verbo activo de vuestra vida. Moisés ha descubierto a Dios, le ha visto en el fuego de la zarza. Luego han de verle, haciendo el mismo itinerario ante Dios y con Dios todos los oprimidos (cf. Ex 19-24), pues el ser-acción de Dios en Moisés, ante la zarza ardiente han de asumirlo todos los israelitas.
La primera lectura recoge el tema de la experiencia principal de Moisés. A partir de ella ofrezco una visión general de su historia como precursor del cristianismo y testigo de la primera alianza de Dios con Israel en el AT. Buen domingo de cuaresma a todos.
El texto que sigue es largo…. Nadie intente leerlo entero si no le interesa mucho, como lección de una clase avanzada de libro, que he venido exponiendo en algunos de mis libros.
| Xabier Pikaza
Lectura. Éxodo 3, 1-8a. 13-15
En aquellos días, Moisés pastoreaba el rebaño de su suegro Jetró, sacerdote de Madián; llevó el rebaño trashumando por el desierto hasta llegar a Horeb, el monte de Dios.
El ángel del Señor se le apareció en una llamarada entre las zarzas. Moisés se fijó: la zarza ardía sin consumirse. Moisés se dijo: -“Voy a acercarme a mirar este espectáculo admirable, a ver cómo es que no se quema la zarza.”
Viendo el Señor que Moisés se acercaba a mirar, lo llamó desde la zarza:
– “Moisés, Moisés.”
Respondió él:
– “Aquí estoy.”
Dijo Dios:
– “No te acerques; quítate las sandalias de los pies, pues el sitio que pisas es terreno sagrado.” Y añadió: “Yo soy el Dios de tus padres, el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob.”
Moisés se tapó la cara, temeroso de ver a Dios.
El Señor le dijo:
– “He visto la opresión de mi pueblo en Egipto, he oído sus quejas contra los opresores, me he fijado en sus sufrimientos. Voy a bajar a librarlos de los egipcios, a sacarlos de esta tierra, para llevarlos a una tierra fértil y espaciosa, tierra que mana leche y miel.”
Moisés replicó a Dios:
– “Mira, yo iré a los israelitas y les diré: “El Dios de vuestros padres me ha enviado a vosotros. “Si ellos me preguntan cómo se llama, ¿qué les respondo? ”
Dios dijo a Moisés:
– “”Soy el que soy“; esto dirás a los israelitas: “‘Yo-soy’ me envía a vosotros“.” Dios añadió: “Esto dirás a los israelitas: “Yahvé (Él-es), Dios de vuestros padres, Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob, me envía a vosotros. Éste es mi nombre para siempre: así me llamaréis de generación en generación“.”
MOISÉS. PROFETA‒LIBERADOR
En sentido crítico no sabemos (casi) nada de su historia, de manera que algunos han negado incluso su existencia, de manera que sólo podemos hablar del “Moisés de la fe”, recreado por los maestros israelitas del V a.C. para construir partiendo de él su identidad literaria y trazar su futuro, como él mismo dice en Dt 18, 9.15[1]:
No imitarás las abominaciones de esos pueblos (de los cananeos)… que escuchan a astrólogos y magos, pero a ti no te lo permite Yahvé, tu Dios, sino que te suscitará un profeta como yo, de entre los tuyos, tus hermanos. A él escucharás.
La identidad de Israel se funda así en Moisés y se mantiene a través de los nuevos profetas, que han de sucederle. De un modo significativo, los cristianos identifican a ese profeta anunciado por (como) Moisés con Jesús, y los musulmanes con Mahoma:
− Los judíos han permanecido vinculados totalmente a Moisés, a quien conciben como depositario principal (definitivo) de la revelación, aunque afirman con Dt 18, 15 que él tendrá (=ha tenido) sucesores (como Samuel o Elías, Isaías o Ezequiel, Amós o Jeremías…), pero añadiendo que ellos se han limitado a confirmar y avalar lo que Dios había dicho ya a Moisés, como supone Ex 2-4 (vocación profética y revelación del Nombre: Yahvé) y como ratifica la Misná: “Moisés recibió la Torah en el Sinaí y la transmitió a Josué, Josué a los ancianos, los ancianos a los profetas, los profetas a los hombres del Gran Sanedrín…” (Abot 1,1).
− Los cristianos han interpretado Dt 18,15 como anuncio de Jesús, y así lo ratifica el sermón fundacional de Pedro en el Pórtico del Templo: “Moisés dijo el Señor Dios suscitará en medio de vosotros un profeta como yo… Y todos los profetas, desde Samuel en adelante, anunciaron lo que está sucediendo en estos días” (Hch 3, 22-24). Siguen siendo importantes los profetas antiguos, como Moisés, pero su palabra ha sido asumida, culminada y de algún modo abrogada por Jesús, que se presentó y actuó como profeta final y verdadero, ofreciendo a los hombres el Evangelio o Testamento definitivo de Dios.
− El Islam presenta a Mahoma como el profeta prometido por Moisés, como el “sello de la profecía” (es decir, como la culminación de todos los profetas): “Decid: Creemos en Dios y en lo que se nos ha revelado, en lo que se reveló a Abrahán, Ismael, Isaac, Jacob y las tribus; en lo que Moisés, Jesús y los profetas recibieron de su Señor. No distinguimos a ninguno de ellos y nos sometemos a Dios” (Corán 2, 136; cf. 3, 84; 6, 84-86).
En esa línea, siendo verdadera, la doctrina de los profetas ha sido recogida por Muhammad, de forma que todo se contiene ya en el Corán como culmen y cierre (sello) de la profecía(Corán 33, 40). Por eso, a diferencia de los cristianos, que conservan la Ley de Moisés como Biblia (Primer Testamento), los musulmanes han prescindido de la Biblia de Moisés y de Jesús, y así presentan el Corán sin “antiguo testamento”.
En las reflexiones que siguen presentamos a Moisés según la fe (Biblia) judía como vidente y caudillo, legislador, organizador del cultov y hagiógrafo, escritor del Pentateuco, partiendo de Ex 2-4.
Infancia y huida. En tierra de Madián
Ex 2 empieza presentándole como hombre de frontera, entre los hebreos dominados y los dominadores egipcios. En sentido estricto, el no debería haber vivido, pues el Faraón hacía matar a los niños varones, para que el pueblo sometido no creciera y los esclavos no se alzaran y pudieran destruir su imperio. Pero las comadronas desobedecían al Faraón y no mataban a los hebreos (Ex 1, 15-21). Viendo eso, el Faraón mandó que “todo niño hebreo fuera arrojado al Nilo, de manera que sólo vivieran las niñas” (Ex 1, 22). Pero…
Un hombre de la casa de Leví tomó como mujer a una hija de Leví. Concibió la mujer y dio a luz un hijo. Y viendo que era hermoso lo tuvo escondido durante tres meses. Pero no pudiendo ocultarlo ya por más tiempo, tomó una cestilla de papiro y la calafateó con betún; metió en ella al niño y lo puso entre los juncos, a la orilla del río (Ex 2, 1-3).
Era de la tribu de Leví (trasmisora de tradiciones sacrales), y su madre lo confió a las aguas en un barco-cuna, siendo recogido por la hija del Faraón, que lo acogió, lo adoptó y educó, escogiendo como nodriza a la misma madre hebrea, “que tomó al niño y lo crio. El niño creció y ella lo llevó entonces a la hija del Faraón, que lo tuvo por hijo y le llamó Moisés, diciendo: De las aguas lo he sacado” (Ex 2, 5-10)
Moisés fue, según eso, un hombre de dos mundos, hebreo de estirpe, egipcio de cultura. Llevaba en su memoria el recuerdo de sus hermanos oprimidos, pero creció enn la corte del imperio (como algunos recreadores del judaísmo, tras el exilio, entre ellos Nehemías y Esdras en el siglo V a.C.).Podía haber aprovechado su “dorado exilio” egipcio (como otros muchos judíos en el rico exilio babilonio), y lo normal hubiera sido que olvidara a sus “parientes” oprimidos:
(Pero), en aquellos días, cuando se hizo mayor, salió a visitar a sus hermanos y comprobó sus penosos trabajos. Vio también cómo un egipcio golpeaba a un hebreo, uno de sus hermanos. Miró a uno y otro lado y, no viendo a nadie, mató al egipcio y lo escondió en la arena (Ex 2, 11-12).
Sale como harán Buda y Jesús, para compartir la vida de los oprimidos, iniciando un camino de violencia, para descubrir que resultaba imposible (ineficaz), pues el faraón (es decir, el sistema imperial) no puede tolerar un tipo de rebelión armada, de forma que, como sigue diciendo el texto: “Moisés salió de la presencia del Faraón y se fue a vivir al país de Madián” (Ex 2, 14-15). Esta “salida” de Moisés sin enfrentarse al faraón con armas resulta necesaria para los redactores del Pentateuco, pues tampoco ellos proclaman una guerra contra Persia, sabiendo que la “salvación” de Israel no está en la lucha y en un tipo de independencia político/militar, sino en la vuelta al auténtico Yahvé, con Moisés (como Moisés) en el desierto de Madián descubriendo allí a Dios (cf. cap. 1)[2].
Una tarea de liberación
Humanamente hablando, la misión que Moisés había iniciado al rebelarse primero contra Egipto, para huir luego al desierto, podía haber terminado en la tierra de los madianitas, donde fue acogido y se integró, tomando esposa y engendrando hijos (Ex 2, 15-22). Pero Ex 2‒3 añade que, en vez de dejarle vivir y morir en Madián, olvidado de su pueblo “cautivo”, el Dios Yahvé, vinculado precisamente a la montaña sagrada de Madián (el Horeb, en el macizo del Sinaí), salió a su encuentro, se le mostró como el que “es” (y será) y le envió a liberar a los hebreos, como he puesto ya de relieve en cap. 1, diciéndole:
− Vete, yo te envío al Faraón, para que saques a mi pueblo, los israelitas, de Egipto.
− ¿Quién soy yo para ir al Faraón y sacar de Egipto a los israelitas?
− Yo estoy contigo y esta será para ti la señal de que te envío: cuando saques al pueblo de Egipto, daréis culto en este monte (Ex 3, 10-12; cf. 4, 19-23).
Aquí comienza después de los exilio la nueva historia de los israelitas, que deben retomar el camino de Moisés, saliendo de Babilonia. En esa línea, toda la “historia” que sigue en el Pentateuco (del Éxodo al final del Deuteronomio) puede y debe interpretarse como un programa de liberación (de identificación y recreación) de los israelitas que deben recrear su pacto en la tierra prometida, con Aarón, “hermano” sacerdote de Moisés. Éste es el primer “evangelio bíblico”. Aarón proclama la palabra, dirigiendo los hebreos la promesa y exigencia de la liberación, y Moisés realiza los prodigios en los que se revela la presencia de Dios.
El evangelio de hoy es exclusivo de Lucas, sin correspondencias en Mateo y Marcos. Y las tres breves partes en que podemos dividirlo se centran en el mismo tema, muy apropiado a la Cuaresma: la conversión.
Lectura del evangelio según Lucas 13, 1-9
En aquel momento se presentaron algunos a contar a Jesús lo de los galileos cuya sangre había mezclado Pilato con la de los sacrificios que ofrecían. Jesús respondió:
– ¿Pensáis que esos galileos eran más pecadores que los demás galileos porque han padecido todo esto? Os digo que no; y, si no os convertís, todos pareceréis lo mismo. Y aquellos dieciocho sobre los que cayó la torre de Siloé y los mató, ¿pensáis que eran más culpables que los demás habitantes de Jerusalén? Os digo que no; y, si no os convertís, todos pereceareis de la misma manera.
Y les dijo esta parábola:
– Uno tenía una higuera plantada en su viña, y fue a buscar fruto en ella, y no lo encontró. Dijo entonces al viñador: «Ya ves: tres años llevo viniendo a buscar fruto en esta higuera, y no lo encuentro. Córtala. ¿Para qué va a perjudicar el terreno?». Pero el viñador respondió: «Señor, déjala todavía este año; yo cavaré alrededor y le echaré estiércol, a ver si da fruto en adelante. Si no, la puedes cortar».
Tres maneras de morir
1) Asesinado por Pilato; 2) Aplastado por una torre; 3) Negándonos a convertirnos.
Todo comienza con el aparente deseo de informar a Jesús, galileo, de lo que ha hecho el procurador romano a otros galileos: matarlos mientras ofrecían sacrificios en el templo. Parece un informe imparcial, pero es una trampa muy astuta: nadie le pregunta qué piensa de este hecho; se limitan a contarle el caso. Si responde airadamente, se enemistará con las autoridades; si se calla la boca, se revelará como un mal galileo y un mal israelita.
Para quienes han venido a contarle el caso, todo se juega entre unos galileos muertos, Pilato y Jesús. Ellos se limitan a informar, como la prensa; el caso no les afecta personalmente. Y aquí es donde Jesús va a cazarlos en su propia trampa. Con una ironía muy sutil da por supuesto que sus informadores no le piden una declaración de tipo político (Pilato es un asesino, ¡muerte a los romanos!) sino de tipo religioso (esos galileos han muerto por ser pecadores). De hecho, la mayoría de los judíos de la época (y muchos cristianos actuales), consideran que una desgracia es consecuencia de un pecado.
Pero Jesús toma un rumbo distinto. Los importantes no son los galileos muertos, Pilato y Jesús. Los importantes son ellos, los que preguntan, que no pueden considerarse al margen de los acontecimientos. Si piensan que esos galileos eran más pecadores que ellos, se equivocan. También se equivocaron quienes pensaron que los dieciocho aplastados por el derrumbe de la torre de Siloé eran más pecadores que los demás.
La muerte no solo la provocan políticos injustos y criminales (Pilato) o desgracias naturales evitables (la torre). Hay otra amenaza mucho más grave: la que tramamos contra nosotros mismos cuando nos negamos a convertirnos.
Dios pide higos a la higuera, no pide peras al olmo
La historia de los galileos y de la torre la ha utilizado Jesús para avisar seriamente, y por dos veces: «Si no os convertís, todos pereceréis». Pero esta exhortación no debe interpretarse de forma equivocada. Dios no va a caer sobre nosotros como una torre ni va a mandar a sus ángeles con espadas desenvainadas. Mediante un breve parábola Lucas cuenta cómo nos va a tratar: como un agricultor sensato, realista y paciente.
Sensato, porque solo nos pide lo que podemos dar naturalmente, sin especial esfuerzo. De la higuera solo espera que dé higos, no plátanos ni melones. Lo que espera de nosotros es algo que cada uno debe pensar teniendo en cuenta sus circunstancias familiares y laborales, pero nunca esperará nada que exceda nuestra capacidad.
Realista, porque no se deja engañar. La higuera lleva tres años sin dar fruto. Con él no valen las excusas del mal estudiante que asegura haber trabajado mucho cuando no ha dado golpe en todo el curso. A nosotros podemos engañarnos diciendo que damos fruto; a Dios, no.
Paciente, porque ha esperado ya tres años, y todavía está dispuesto a conceder uno más. Según el Levítico, cuando se planta un árbol frutal, los tres primeros años no se pueden cortar sus frutos; el cuarto año, se consagran al Señor; al quinto se pueden comer (Lv 19,23-25). El propietario lleva tres años viniendo a buscar fruta en ella, lo cual significa que ha sido improductiva durante siete. Su decisión de cortarla es comprensible, ya que la higuera absorbe mucho alimento y quita las sustancias nutritivas a las cepas que la rodean.
Pero la parábola no habla solo del dueño de la viña. El gran protagonista es el viñador, el que intercede por la higuera y se compromete a cavarla y echarle estiércol. Ya que la higuera nos representa a cada uno de nosotros, el viñador tiene que ser Jesús. Se espera que la higuera produzca fruto no solo por ella misma sino también gracias a su acción.
En definitiva, la parabolita final matiza bastante la dureza de la primera parte del evangelio. Pero matizar no significa anular. Si nos empeñamos en no dar fruto, si no mejora nuestra relación con Dios y con el prójimo, por más que Jesús cave y trabaje, la higuera será cortada.
Nosotros no somos distintos ni mejores (1 Cor 10,1-6.10-12)
En el evangelio, Jesús advierte a los presentes que no deben considerarse mejores que los asesinados por Pilato o muertos por el derrumbe de la torre. La segunda lectura nos recuerdan que nosotros no somos mejores que el pueblo de Israel. A pesar de tantos beneficios divinos (paso del Mar, maná, agua que brota de la roca), muchos israelitas no agradaron a Dios y terminaron pereciendo en el desierto. Esto debe servirnos de ejemplo y escarmiento. Nos puede ocurrir lo mismo si nos comportamos igual que ellos. Dicho con las palabras del evangelio. «Si no os convertís, todos pereceréis del mismo modo».
No quiero que ignoréis, hermanos, que nuestros padres estuvieron todos bajo la nube y todos atravesaron el mar y todos fueron bautizados en Moisés por la nube y el mar; y todos comieron el mismo alimento, espiritual; y todos bebieron la misma bebida espiritual, pues bebían de la roca espiritual que los seguía; y la roca era Cristo. Pero la mayoría de ellos no agradaron a Dios, pues sus cuerpos quedaron tendidos en el desierto.
Estas cosas sucedieron en figura para nosotros, para que no codiciemos el mal como lo hicieron aquéllos. No protestéis, como protestaron algunos de ellos, y perecieron a manos del Exterminador.
Todo esto les sucedía como un ejemplo y fue escrito para escarmiento nuestro, a quienes nos ha tocado vivir en la última de las edades. Por lo tanto, el que se crea seguro, cuídese de no caer.
Historia de la salvación (II): vocación de Moisés (Ex 3,1-8.13-15)
La primera lectura de los domingos de Cuaresma se dedica a recordar grandes personajes o momentos de la Historia de la Salvación, para sugerir que la Pascua es el culmen de dicha historia. Tras recordar a Abrahán el domingo pasado, hoy se cuenta la vocación de Moisés.
La lectura del Éxodo nos habla de la preocupación de Dios por su pueblo esclavizado en Egipto. La vocación de Moisés será el primer acto de su liberación. Por eso, el estribillo del Salmo repite: «El Señor es compasivo y misericordioso». Pero igual de importante, o más, es la revelación del nombre de Yahvé. Los judíos, para evitar el uso indebido del nombre de Dios, nunca usan Yahvé, sino «el Señor» (adonay), «el nombre» (ha-shem), «los cielos» u otro circunloquio. El Concilio Vaticano II pidió evitar la forma hebrea para no herir la sensibilidad de los judíos. Por eso, siempre que aparece, las traducciones españolas usan «el Señor», igual que hicieron los judíos de lengua griega al traducir la Septuaginta. Esta decisión, válida para la liturgia, significa un empobrecimiento horrible a la hora de entender muchos textos del Antiguo Testamento.
En aquellos días, Moisés pastoreaba el rebaño de su suegro Jetró, sacerdote de Madián; llevó el rebaño trashumando por el desierto hasta llegar a Horeb, el monte de Dios. El ángel del Señor se le apareció en una llamarada entre las zarzas. Moisés se fijó, la zarza ardía sin consumirse.
Moisés se dijo: «Voy a acercarme a mirar este espectáculo admirable, a ver cómo es que no se quema la zarza». Viendo el Señor que Moisés se acercaba a mirar, lo llamó desde la zarza:
– Moisés, Moisés.
Respondió él:
– Aquí estoy.
Dijo Dios:
– No te acerques; quítate las sandalias de los pies, pues el sitio que pisas es terreno sagrado.
Y añadió:
– Yo soy el Dios de tus padres, el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob.
Moisés se tapó la cara, porque temía ver a Dios.
El Señor le dijo:
– He visto la opresión de mi pueblo en Egipto y he oído sus quejas contra los opresores; conozco sus sufrimientos. He bajado a librarlos de los egipcios, a sacarlos de esta tierra, para llevarlos a una tierra fértil y espaciosa, tierra que mana leche y miel.
Moisés replicó a Dios:
– Mira, yo iré a los hijos de Israel y les diré: «El Dios de vuestros padres me ha enviado a vosotros». Si ellos me preguntan: «¿Cuál es su nombre?», qué les respondo?
Dios dijo a Moisés:
– Yo soy el que soy. Esto dirás a los hijos de Israel: «Yo-soy me envía a vosotros».
Dios añadió:
– Esto dirás a los hijos de Israel: El Señor, Dios de vuestros padres, Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob, me envía a vosotros. Este es mi nombre para siempre: así me llamaréis de generación en generación».
Jesús nos habla de la igualdad. Nos dice que nuestra condición humana tiene grandeza y pequeñez, que nadie es mejor que nadie, que todos llevamos en nuestro interior semillas de humanidad y eternidad.
Nos habla de conversión, metanoia, cambio, mejor, transformación. Si disponemos nuestro ser al encuentro con el Amor de Dios, nuestras semillas de pequeñez, de límites, germinarán y serán fecundadas por Su Amor siendo transformadas. Así nuestra miseria, nuestro estiércol, que no nos gusta e intentamos ocultar, lo descubriremos como posibilidad de nuevo nacimiento. Un nacimiento no de seno humano sino del agua y del espíritu que es lo que posibilita la metanoia.
Jesús nos recuerda que es tiempo de transformar, de querer cambiar, de dejar de mirar nuestro ombligo, de erradicar nuestras pulsiones de dominio, poder, y vivir en la solidaridad donde todo es para todos. La maravilla es que todas las semillas que nos conforman no son ni buenas ni malas, son semillas, y toda semilla lleva en su interior posibilidad de fruto, germen de vida nueva.
Pero para ello hay que querer no tanto dar fruto, sino ser fruto. Y esto conlleva dejarse comer, entregarse, despertenecerse. Ser para los demás.
Así hace Dios con nosotras. No nos pide imposibles, lo único que quiere es que demos al cien por cien lo que somos.
No nos pide producir naranjas si somos higuera, ni nos pide producir limones si somos ciruelo, solo nos pide que seamos lo que estamos llamadas a ser.
Para ello nos riega con la ternura, la cercanía, la compasión, la escucha. Sí, esa es la metodología de Jesús, esperar, darnos tiempo y arropar nuestra tierra seca para que germine.
Oración
“Jesús, viñador de nuestra tierra, gracias por tu espera paciente, por tu empeño constante, gracias por tu cercanía y compasión, riéganos con el agua de tu ternura, para que podamos ser ternura para nuestros hermanos.”
El mensaje de hoy es muy sencillo de formular, pero muy difícil de asimilar. Con demasiada frecuencia seguimos oyendo la fatídica expresión: ¡Castigo de Dios! El domingo pasado decíamos que no teníamos que esperar ningún premio de Dios. Hoy se nos aclara que no tenemos que temer ningún castigo. “El Dios que premia a los buenos y castiga a los malos”.
Es un Dios que interviene en la historia a favor del pueblo oprimido. Así lo creían ellos, desde una visión mítica de la historia. No es Dios sino los seres humanos quienes podemos alcanzar la salvación. Esto es muy importante. Somos nosotros los responsables de que la humanidad camine hacia una liberación o que siga hundiendo en la miseria a los humanos.
“Yo soy el que soy”. Estamos ante la intuición más sublime de toda la Biblia. Dios no tiene nombre, simplemente, ES. Todos sabemos que el discurso sobre Dios es siempre analógico, es decir: sencillamente inadecuado, y solo “sequndum quid”, acertado. A la hora de la verdad, lo olvidamos y defendemos esos conceptos como si fuera la realidad de Dios.
El evangelio de hoy nos plantea el eterno problema. ¿Es el mal consecuencia de un pecado? Así lo creían los judíos del tiempo de Jesús y así lo siguen creyendo la mayoría de los cristianos de hoy. Desde una visión mágica de Dios, se creía que todo lo que sucedía era fruto de su voluntad. Los males se consideraban castigos y los bienes premios.
Incluso la lectura de Pablo que hemos leído se pude interpretar en esa dirección. Jesús se declara completamente en contra de esa manera de pensar. Está claro en el evangelio de hoy, pero lo encontramos en otros muchos pasajes; el más claro, el del ciego de nacimiento en el evangelio de Jn, donde preguntan a Jesús, ¿quién peco, éste o sus padres?
Debemos dejar de interpretar como actuación de Dios lo que no son más que fuerzas de la naturaleza o consecuencia de atropellos humanos. Ninguna desgracia que nos alcance debemos atribuirla a un castigo de Dios; de la misma manera que no podemos creer que somos buenos porque las cosas nos salen bien. El evangelio de hoy no puede ser más claro, pero como decíamos el domingo pasado, estamos incapacitados para oír lo que nos dice.
Si no os convertís, todos pereceréis. La expresión no traduce adecuadamente el griego metanohte, que significa cambiar de mentalidad. No dice Jesús que los que murieron no eran pecadores, sino que todos somos pecadores y tenemos que cambiar de rumbo. Sin una toma de conciencia de que el camino que llevamos termina en el abismo, nunca lo evitaremos. Si soy yo el que camino hacia el abismo, solo yo podré evitar el precipicio.
La parábola de la higuera es clara. El tiempo para dar fruto es limitado. Dios es don incondicional, pero no puede suplir lo que tengo que hacer yo. Tengo una tarea asignada; si no la llevo a cabo, la culpa será solo mía. No tiene que venir nadie a premiarme o castigarme. El cumplir la tarea y alcanzar mi plenitud es el premio; no alcanzarla es el castigo.
¿Qué significa dar fruto? ¿En qué consistiría la salvación para nosotros aquí y ahora? Esta es la pregunta que nos debemos plantear. No se trata de hacer o dejar de hacer esto o aquello. La salvación no es alcanzar nada ni conseguir nada. Es tu verdadero ser, ya está en ti, porque ya estás identificado con Dios. Nuestra tarea consiste en descubrir y vivir esa realidad, que es tu verdadera salvación. Lo que no sea esta toma de conciencia es mitología.
«Ya hace tres años que vengo a buscar fruto en esta higuera y no lo encuentro…»
Una de las parábolas clave para entender los criterios de Jesús es la del fariseo y el publicano. El fariseo da gracias a Dios por ser como es y ni siquiera se atribuye el mérito de ser así… pero el autor nos dice que no alcanzó la justificación que buscaba. Y nos preguntamos: ¿Cómo puede una oración de acción de gracias de un hombre justo no ser grata a Dios?
Parece una parábola paradójica, pero la explicación es muy sencilla: el fariseo había recibido mucho y se había quedado con todo. Pensaba que las virtudes con las que Dios le había favorecido eran parte de su “Haber”, cuando en realidad formaban parte de su “Debe”. Las había recibido para dar fruto y, según el sentido de la parábola, no lo había dado. Recuerdo decir a Ruiz de Galarreta: «Me preocupan más mis virtudes que mis pecados», y es lógico, porque el pecado es consustancial a nosotros, pero las virtudes –los talentos– las hemos recibido para compartirlas.
El espíritu de Dios solo se puede manifestar en nuestro mundo si está encarnado, y esto significa que en él no puede haber amor, sino personas que amen y sean amadas, ni puede haber misericordia, sino personas misericordiosas. El amor, la misericordia, la tolerancia o la simpatía, solo pueden darse en las personas; solo pueden darse encarnados. Y eso implica que si yo he recibido sabiduría, empatía o cualquier otro talento, es para que haya sabiduría y empatía en el mundo; y no me los puedo guardar para mí solo, sino que deben dar fruto.
Los frutos que Dios espera de nosotros son los derivados del amor; reflejo directo de su amor. Pablo manifiesta esta idea de forma magistral en su primera carta a Corintios: «Si me falta el amor de nada me sirve… si no tengo amor nada soy». Conocer a Jesús, ahondar en su mensaje, guardar los mandamientos, pertenecer a la Iglesia, participar en sus ritos o frecuentar sus sacramentos, de nada me sirve si no amo y si ese amor no da fruto.
Los frutos del amor son la entrega, la fraternidad, la solidaridad, el desprendimiento, la misericordia, la tolerancia, la ayuda mutua… pues son el modo que tenemos los seres humanos de contribuir a la obra de Dios; es decir, de generar humanidad en torno nuestro y llevar la creación a plenitud.
Una cosa más; y ésta anecdótica. Si leemos la parábola de la higuera como si fuese una alegoría –cosa que no viene al caso porque rara vez las parábolas de Jesús tienen carácter alegórico–, ¿con quién identificaríamos a Dios; con el amo que quiere arrancarla… o con el viñador que quiere seguir abonándola un año más para darle otra oportunidad?…
Miguel Ángel Munárriz Casajús
Para leer un artículo de José E. Galarreta sobre un tema similar, pinche aquí
Estábamos a punto de empezar a comer. Habíamos invitado a María de Magdala, nuestra vecina. Desde que era discípula de Jesús de Nazaret, nos gustaba hablar con ella, porque nos transmitía la buena noticia del Maestro con pasión.
Tras la bendición de los alimentos, mi padre nos dijo:
– Voy a cortar la higuera que tenemos en la viña. A pesar de haberla cuidado, no ha dado fruto estos tres últimos años. Hoy no he encontrado ni un solo higo en sus ramas.
María le respondió:
– Dale otra oportunidad. Yo misma iré a cuidarla, cavaré bien el alcorque y llevaré basura del establo. Por favor, dale esa oportunidad, en lugar de cortarla.
– ¿Para qué vamos a perder el tiempo, si no merece la pena? -replicó mi padre.
– Porque, desde que he conocido al Maestro he entendido la importancia de dar más oportunidades. No digo una, ni dos, sino dar hasta 70 veces 7. Así nos lo explicó hace poco, al hablarnos del perdón. Jesús hizo eso conmigo y he nacido de nuevo, lo mismo que Nicodemo; también están renaciendo muchos hombres y mujeres que estaban tirados en las cunetas de la vida.
Nos quedamos en silencio. María siempre hablaba desde las entrañas. El ejemplo de la higuera solo había sido un pretexto para compartir ese fuego que llevaba en su interior. Poco después, mi padre sacó un tema difícil, que era la comidilla de la aldea.
– María ¿qué nos dices del último escándalo que ha provocado Jesús? Todos sabemos que unos galileos cometieron un grave pecado, al ofrecer sacrificios, porque lo tenemos prohibido. Es normal que lo pagaran con la muerte. Habían ofendido a Dios, y Pilato se encargó de que los ejecutaran. Las culpas se pagan.
María se entristeció. Movía la cabeza hacia los lados y nos miraba como diciendo: no entendéis nada. Con la voz rota por el dolor nos dijo:
– ¿En qué Dios creemos? ¿Está Yahvé con el hacha levantada, para quitarnos la vida cuando pecamos? ¿Nos ha creado para vivir como hijos e hijas amados, o para castigarnos con la muerte cuando hacemos el mal? ¿Es castigo de Dios que se caiga una torre y nos pille debajo? ¿Es castigo que se desborde el río y nos ahoguemos? El Maestro nos invita continuamente a la conversión, a que cambiemos de camino cuando nuestros pasos están equivocados. Nos invita a cambiar de mentalidad cuando juzgamos a los demás. Nos invita a revestirnos de misericordia. Lleva tres años predicando lo mismo, pero… ¡tenemos los oídos tapados y el corazón endurecido!
Mi madre asentía con la cabeza. Ella rezumaba misericordia y entendía bien a María; eran grandes amigas. Mi padre y mis hermanos insistían en que las culpas se pagan y Dios se encarga de cobrarlas cada día.
Cuando acabamos de comer, María, con mucha sencillez y convencimiento nos dijo:
– Para entender al Maestro hay que intentar vivir lo que nos dice. Es verdad que nos causa escándalo, porque sus palabras son como una medicina amarga: es difícil de tragar, pero nos cura la enfermedad. Quizá nuestro interior está tan seco y enfermo como el de la higuera. La diferencia está en que Dios no deja de darnos oportunidades…, y nosotros, en cambio, tenemos preparada el hacha para cortar lo que no da los frutos que esperamos, aunque sea en la familia o en el vecindario.
Por la noche, antes de apagar el candil, seguí dando vueltas a las palabras de Magdalena. Y decidí que ya era hora de ir a conocer personalmente al Maestro. Tenía la esperanza de que, con el tiempo, pudiera llegar a decir lo mismo que Job: “De oídas te conocía, pero ahora te han visto mis ojos”.
Sí, las palabras de Jesús son una medicina amarga. Y veinte siglos después, preferimos sustituirla por “caramelos”, que nos endulzan la vida y nos dejan la conciencia tranquila. O por ritos arcaicos, sin plantearnos si nos ayudan a convertirnos. O por cantos religiosos, que contradicen el mensaje del evangelio, pero vamos pasando de generación en generación.
El mundo va dando pasos hacia el rearme. Muchos “mesías” utilizan el miedo como moneda, para comprar voluntades y sumisión, a costa de la justicia y la paz. En este contexto, oímos una vez más la llamada a la conversión que nos dirige Jesús. Hoy nos da una nueva oportunidad. ¿Necesitaremos 70 veces 7, para convertirnos?
Hemos crecido en una cultura tan marcada por la creencia en la culpa y en el castigo que, sin dificultad, hemos asumido, con ella, la actitud moralista y, en el terreno específicamente religioso, la idea de un dios que amenaza y castiga cuando no se cumple lo mandado.
Culpa, castigo, moralismo y amenaza tienen mucho en común: son creencias que giran en torno al ego -al que, aunque parezca paradójico, tratan de sostener-, partiendo de la idea de que el ser humano no es fiable y carece de guía interna adecuada que oriente su comportamiento. En consecuencia -sostiene esa visión-, necesita que le marquen lo que “debe” hacer, y que ese “debería” vaya acompañado de una advertencia que busque mantenerlo en el temor. Ese sería el papel de la culpa, de la amenaza y del castigo.
En la práctica, tal visión da como resultado la artificiosa división de los humanos entre “autoridad” -que se arroga el poder de imponer las normas- y “súbditos” -obligados a resignarse y obedecer lo ordenado-.
Y algo todavía más grave: esa visión se sostiene en una concepción radicalmente negativa del ser humano -una antropología sumamente pesimista, que ve a la persona esencialmente inclinada al mal-, a la vez que alienta un comportamiento tan egoico como artificioso: el ego se ve empeñado en hacer algo, por la simple razón de que “debe” hacerse.
Me parece urgente desmontar todas esas creencias tan falsas y engañosas como dañinas:
la creencia en la culpa,
la creencia en el castigo como medio de “mejorar” a la persona,
la creencia en la amenaza como medio para lograr objetivos saludables,
la creencia en la idea de que el comportamiento humano ha de estar marcado por el “debería”.
Tales creencias no solo se revelan radicalmente falsas, sino que siguen fortaleciendo una mirada distorsionada sobre la persona, marcada por la desconfianza básica y el moralismo autómata.
Alguien podrá argüir que la vida en sociedad requiere la amenaza para quienes pudieran constituir un peligro para la misma. Y que será necesario aislar o recluir a esas personas. Pero eso puede hacerse desde la prevención, sin potenciar la amenaza, ni el castigo, ni la culpa.
Poco a poco nos vamos adentrando en la cuaresma y, también, poco a poco, seguimos caminando por la vida.
La vida es tiempo de siembra.
Dice el salmo 125:Al ir iban llorando llevando la semilla. Llegaremos a la Pascua y algún día llegaremos a la Pascua definitiva-: al volver vuelven cantando trayendo las gavillas…
La vida es tiempo de desierto, de camino, de siembra.
Al mismo tiempo la cuaresma es tiempo de conversión…
A lo largo de en nuestra vida hemos comenzado muchas cuaresmas, muchos advientos, hemos hecho muchos Ejercicios espirituales, muchos retiros… Lo hemos intentado mil veces, pero hemos conseguido poco. Como la higuera del evangelio, no damos fruto…
¿La historia de nuestra conversión es la historia de nuestro fracaso?
02.- Paciencia histórica.
Aquella higuera del evangelio no daba fruto. Quizás como nosotros. Pero ello no ha de ser motivo de desesperanza sino de paciencia. En la vida hemos de tener paciencia histórica con nosotros mismos y con los demás.
El buen labrador del Evangelio le dice al dueño de la tierra: espera un poco: yo cavaré, cuidaré de la higuera, espera, verás que el año que viene puede dar fruto.
En otra parábola del evangelio -la del trigo y la cizaña, (Mt 13, 24-52)- el Padre, dice a los labradores: no os precipitéis en arrancar la cizaña, tened paciencia hasta el final.
Dios tiene una paciencia infinita con nosotros.
Para Dios nadie es un fracasado en esta vida. Dios Padre tiene paciencia para esperar a todos los hijos pródigos que vamos pasando por la historia. Ante Dios Padre no somos “des-graciados”, todos y siempre estamos en su gracia, en su amor.
La historia del ser humano está llena de fracasos, pero todos acontecen en la misericordia y paciencia de Dios.
Tengamos paciencia con nosotros mismos y con los demás.
Dios tiene una paciencia infinita con la humanidad y sabe soportar nuestras continuas infidelidades, incluso cuando en nuestro campo se entremezcla la cizaña y el trigo.
Quizás nuestra oración pudiera ser:
Señor, no te canses de mí, ten paciencia conmigo.
03.- Yo soy el que soy.
En la primera lectura (Éxodo) hemos escuchado la pregunta que Moisés le hace a Dios: ¿Quién le digo al pueblo que eres Tú?Dios le dice: Yo soy el que soy.
Moisés y los israelitas han salido y vienen de la esclavitud del faraón de Egipto. Dios se les presenta como liberador.
Israel cree -fe- en un Dios liberador.
En la historia hay mucho faraón suelto: político, económico, religioso, eclesiástico, también hoy. Basta ver un telediario y algunas diócesis.
El Dios de la Biblia, el Dios de Jesús es liberador de la historia, liberador de nuestros fracasos personales en la vida.
Comentario al evangelio del III domingo de cuaresma (23-03-2025)
Jesús no pretende rebatir la doctrina de la retribución sino dejar claro que los acontecimientos negativos que pueden suceder no pasan porque los afectados sean más pecadores.
En ese sentido, todos están llamados a la conversión y nadie puede sentirse ajeno a ello.
El evangelio de hoy resulta bastante interpelante para los cristianos de hoy. ¿Dan los frutos esperados? ¿no han tenido el suficiente plazo para ello?
Son urgentes los frutos de la paz, la justicia social, la compasión, la solidaridad y tantas otras transformaciones que vendrían de una sincera conversión a los valores del Reino
En aquella ocasión se presentaron algunos a informarle acerca de unos galileos cuya sangre había mezclado Pilato con la de sus sacrificios. Él contestó:
+ ¿Piensan que aquellos galileos, sufrieron todo eso porque eran más pecadores que los demás galileos? Les digo que no; y si ustedes no se arrepienten, acabarán como ellos. ¿O creen que aquellos dieciocho sobre los cuales se derrumbó la torre de Siloé y los mató, eran más culpables que el resto de los habitantes de Jerusalén? Les digo que no; y si ustedes no se arrepienten acabarán como ellos. Y les propuso la siguiente parábola:
‘Un hombre tenía una higuera plantada en su viña. Fue a buscar fruto en ella y no lo encontró. Dijo al viñador: Hace tres años que vengo a buscar fruta en esta higuera y nunca encuentro nada. Córtala, que encima está malgastando la tierra. Él le contestó: Señor, déjala todavía este año; cavaré alrededor y la abonaré, a ver si da fruto. Si no, el año que viene la cortarás’.
(Lc 13, 1-9)
Este texto, propio de Lucas, presenta a algunos que se acercan a Jesús a preguntarle sobre la suerte de los galileos asesinados por Pilatos en el santuario, lo cual daría a entender que por algún comportamiento negativo sufrieron esa muerte. Seguramente esa lectura proviene de la teoría de la retribución en la que se afirma que Dios hace bien a los buenos y castiga a los malos. En este caso, queda la inquietud si esa fue la razón de dicho asesinato. Pero Jesús no pretende rebatir dicha teoría sino mostrar, añadiendo otro ejemplo, el de la torre de Siloé que se derrumbo matando a 18 personas, que en ningún caso esos acontecimientos sucedieron porque ellos eran más pecadores. Lo que importa es entender la llamada a la conversión que es para todos y nadie puede considerarse mejor que los demás. La conversión es un tema frecuente en Lucas y, en este pasaje, así se muestra.
Para seguir profundizando en esas situaciones, Jesús ofrece la parábola de la higuera estéril que bien podría aludir a Israel que no acoge la palabra salvadora. El planteamiento de la parábola es lógico: si no da fruto, será mejor cortarla para no malgastar la tierra. Pero el viñador que cuida aquel campo, intercede por la higuera y le pide plazo en el cual intentará fortalecerla para que de fruto. El dueño de la tierra le da un año más, tiempo en el cual, si no da fruto, merecerá ser cortada. En continuidad con los dos ejemplos anteriores, el fruto que se espera es el de la conversión. Pero cuando llegue el tiempo, ya no podrá darse más espera.
Por lo tanto, el evangelio de hoy resulta bastante interpelante para los cristianos de hoy. ¿Dan los frutos esperados? ¿no han tenido el suficiente plazo para ello?Por parte de Dios siempre existe la generosidad de cavar alrededor y abonar a los suyos. Pero los plazos llegan y si los frutos no se recogen, no queda más que la esterilidad. Ojalá que no dejemos pasar las oportunidades que el Señor nos regala para una conversión que de frutos al mundo en que vivimos. Son urgentes los frutos de la paz, la justicia social, la compasión, la solidaridad y tantas otras transformaciones que vendrían de una sincera conversión a los valores del Reino. En esta cuaresma, no dejemos pasar la oportunidad de una verdadera conversión a este Dios que no se cansa de esperarnos.
(Foto tomada de: https://www.centrocristianodelavila.com/pensamiento/la-higuera-esteril.htm)
De su blog Kristau Alternatiba (Alternativa cristiana):
Comentario a la lectura evangélica (Lucas 13,1-9)
Caín arremete contra Abel, otra vez, todavía.
Y los civiles mueren. Y los niños. Y asedios como en la Edad Media, que llevaron a la gente al hambre y al frío. Y pesadilla nuclear. Y amenazas y fantasmas. Sombras.
¿Dónde está la belleza de Tabor? ¿Dónde está el Dios hermoso del que nos habló Jesús?
¿Dónde, por amor de Dios, si los hombres que profesan ser creyentes matan a hermanos creyentes?
Nuestra Cuaresma es desgarradora. De nuevos miedos, de pruebas muy duras.
Todo se destruye para afirmar principios, para mostrar músculos, una pelea entre machos alfa.
Pero ¿dónde está Dios al final?
¿Cómo podemos seguir creyendo en la salvación?
¿Cómo podemos tener esperanza?
Si
Si Dios es bueno ¿por qué el sufrimiento?
Si fuera un bastardo, un Moloch caprichoso e irritable, entonces podría entenderlo. Pero si creo en un Dios bueno y misericordioso, ¿por qué tengo que lidiar con el dolor? Sobre todo cuando, finalmente, dirijo mi vida hacia el Tabor, abro vislumbres de conversión y por tanto, de algún modo, ¿esperaría un poco más de un camino recto?
¿Es Dios un sádico?
Es tan bueno y amable, ¿pero no lo pongamos nervioso?
O bien sabe y no hace, y entonces es malo. O no lo sabe y por eso no está allí. O bien sabe y no puede y por lo tanto es inútil, argumentaban los filósofos griegos.
A lo largo de la historia, los autores bíblicos han dado diversas respuestas que buscaban, de alguna manera, salvaguardar a Dios, terminando por masacrar al hombre.
La síntesis del razonamiento fue: si sufrís es porque habéis transgredido las indicaciones divinas. En resumen: es vuestra culpa. ¿Y entonces el dolor de los inocentes?
Los rabinos habían decretado: los inocentes pagan los errores de sus padres.
¡El razonamiento va bien pero Dios sale realmente mal parado! Luego vino Job quien decretó que también los justos sufren y no sabemos por qué.
¡Qué respuestas!
Como si Dios no hubiera hablado en la magnífica página del Éxodo: Conozco el sufrimiento del pueblo.
Y envía a Moisés. ¡Qué mal negocio! De nosotros depende construir la paz. De mí.
Finalmente Jesús
Nos atormenta la idea de que el dolor y la desgracia tienen en último término su origen en Dios. Y, al final, pensamos que si alguien sufre una desgracia, es de alguna manera un castigo divino, o una advertencia muy clara.
¿Quién es el culpable de la muerte de los sepultados por el derrumbe de la torre de Siloé? ¿Y qué pasa con aquellos pobres desgraciados asesinados durante el culto por los soldados romanos?
La respuesta de Jesús es inquietante: no son sus pecados la causa de su muerte. Sino la inexperiencia del constructor y la violencia de los romanos. Hay razones simples de causa y efecto que explican gran parte del dolor que experimentamos. Como en toda guerra.
Nuestras elecciones, nuestros vértigos, la opresión de los seres humanos, nuestra codicia, la fugacidad del ser, el hecho de que somos criaturas frágiles.
Así es.
Pero, añade Jesús, aprovechad estos episodios para hacer cálculos, para comprender que la vida es corta e inestable, que es imprescindible encontrar lo esencial. Para convertiros. Jesús no ofrece respuestas, sino que indica un camino, ve el sufrimiento como una oportunidad.
Entiendo
Me rebelo dentro de mí, no quisiera sufrir, ¡nada más que historias! Pero al final me doy por vencido: no tengo todas las respuestas dentro de mí, no sé la razón del dolor, al menos el de los inocentes (¡mucho del sufrimiento que experimento lo he creado yo mismo!). Pero yo confío.
Sí, Señor, trato de tomar las inevitables dificultades de la vida no como un castigo sino como una oportunidad. Y no, no tienes nada contra mí en absoluto, no es broma.
A menudo me enojo conmigo mismo, y más raramente con los demás.
Y Tú no eres el asegurador de mi vida, yo no soy heterodirigido, yo no soy un títere.
Soy yo quien debo construir un metro cuadrado de paz (en pensamientos, acciones, palabras) a partir de mi corazón que está en paz porque se descubre amado.
¡Qué alto vuela Jesús! ¡Cuánta dignidad encuentro en mí mismo!
Y además
El evangelista Lucas se atreve a ir más allá.
Dios es como el señor que sabe tener paciencia aunque la higuera esté estéril, aunque espera una cosecha abundante y no encuentra nada. En lugar de cortar la higuera y plantar otra, como haríamos nosotros, cava alrededor de ella y la fertiliza, esperando que dé fruto.
Dios es paciente, es un esperanzado incurable, siempre espera que podamos cambiar, dar lo mejor, florecer y dar fruto. ¡Cuántas vidas áridas encuentro! ¡Y cuánto corre el riesgo de secarse mi vida, a pesar de todos los cuidados que he recibido en estos largos años!
La Cuaresma se me da como una oportunidad para mirarme honestamente a mí mismo, para ver si los frutos que produzco son sabrosos o están aún verdes. Para ver si el cuidado que Dios me da me hace crecer lozano o si, más bien, corro el riesgo de encerrarme en mí mismo, alimentándome de la savia sólo para vegetar.
¡Es tan hermoso experimentar el cuidado de Dios!
Pero esto sólo lo podremos hacer si, como el domingo pasado, nuestra mirada se abre más allá de lo evidente, más allá de lo cotidiano.
Incluso el dolor puede entonces leerse desde una perspectiva diferente.
A pesar del sufrimiento, el Dios del que Jesús vino a hablar es bueno.
Y sólo tiene un deseo: que prosperemos.
Entonces el sufrimiento que experimentamos puede transformarse en un fertilizante que nos nutra con lo esencial.
Y convertir el mundo. Empezando, sin ir más lejos, por mí.
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