Un intento de reformular el «credo» (suponiendo que se pueda hablar del misterio).
De su blog Kristau Alternatiba (Alternativa Cristiana):
Los diversos enunciados doctrinales están constituidos por palabras de hombres, cuyo significado puede cambiar con la evolución de los tiempos y, sobre todo, de las diversas situaciones culturales.
Además de que los nuevos descubrimientos de la ciencia han abierto también nuevas perspectivas para la interpretación y la comprensión de los acontecimientos y de las tradiciones históricas…
En consecuencia, las doctrinas y los dogmas no pueden fijarse en fórmulas inmutables, sino que deben ser continuamente interpretados y reformulados.
Tal vez, incluso, el corazón de la crisis del cristianismo actual es ante todo doctrinal, teológico… No es del todo cierto que las masas deserten hoy sólo porque se escandalizan del comportamiento de los autodenominados creyentes.
En este sentido, también el Papa Francisco nos ha dirigió la siguiente exhortación: “Más que el miedo a hacer el mal, espero que nos mueva el miedo a encerrarnos en estructuras que nos dan una falsa protección, en fórmulas que nos convierten en jueces implacables, en hábitos en los que nos sentimos cómodos, mientras fuera hay una multitud hambrienta y Jesús nos repite sin cesar: Dadles vosotros de comer”.
A mi pequeña manera, me he prometido desde hace tiempo reescribir «el credo». Soy muy consciente de que se trata de un intento ambicioso, por no decir poco realista e incluso temerario, que considero como un primer borrador en el que hay que seguir profundizando cada día, meditando, rezando…
Pero me complace compartirlo, tanto para recibir sugerencias valiosas como quizá también para animar a algunos de vosotros a hacer lo mismo.
Aparte de que tal intento, lo estoy experimentando bien, puede ayudarnos a centrarnos en lo que creemos, quién sabe si no constituirá un pequeño aliento de corazón, procedente de una sinodalidad espontánea desde abajo, para que un día se nos dé la posibilidad de profesar un credo que, sin afectar al corazón de nuestra fe cristiana, pueda en su formulación seguir siendo comprensible y sobre todo creíble para nosotros, hombres y mujeres de hoy.
Quisiera añadir también que probablemente ni siquiera sería correcto llegar a una única reformulación del «Credo» para toda la Iglesia universal. Se podría dejar a las distintas Conferencias Episcopales la tarea de llegar a una formulación que tenga en cuenta su propia cultura y en la que puedan percibir «el olor de sus propias ovejas». El pluralismo vivido en diálogo y comunión es auténtica riqueza.
Creo en Dios, que es nuestro Padre y Madre, Misterio de Amor y Comunión, en quien subsiste todo el universo. En virtud de su perenne y amorosa acción creadora, que se realiza continuamente por la fuerza de su Espíritu, todos, seres humanos, animales, vegetales y minerales, somos, existimos, vivimos, nos relacionamos y nos realizamos en esta casa común del universo.
Creo en Jesús de Nazaret que, alimentado por el afecto y sostenido por el ejemplo de María y José, pudo desarrollar plenamente su humanidad, dejando florecer en él ese mismo Espíritu que día tras día lo hizo Hijo y hermano universal. Según el testimonio de sus discípulos, habiéndose mostrado acogedor con todos, y especialmente con los más pobres y marginados, murió crucificado pidiendo perdón, revelándonos así el rostro comunitario y misericordioso de Dios.
Creo en el Espíritu Santo, el aliento vivificante dado a Jesús y que Jesús resucitado regala a la comunidad creyente. Él alimenta continuamente en todos nosotros, creyentes y no creyentes, ese profundo deseo e impulso que nos impulsa día tras día a crecer en humanidad como hijos e hijas de Dios, y por tanto hermanos y hermanas entre todos, en el pleno respeto de la casa común que nos acoge como hogar.
Creo en la Iglesia católica universal, comunidad de comunidades, dialogante, ecuménica, interreligiosa, testigo humilde y gozoso de la presencia resucitada de Jesús que, por su propio Espíritu, sigue vivo en medio de nosotros y tiene el único poder de proclamar el Año de Gracia, su Buena Noticia, mediante obras de justicia, liberación, reconciliación y paz.
Creo en la Comunión universal y cósmica que constituye nuestra meta y en la que incluso ahora moramos todos, incluidos nuestros seres queridos fallecidos. Sostenida por la esperanza de que, a través de nuestra colaboración, y a pesar de nuestras fragilidades e infidelidades, alcanzará esa plenitud en la que ‘Dios será Todo en Todos‘.
En sentida comunión con el Concilio de Nicea cuyo 1700º aniversario celebramos en este año de 2025.
- Joseba Kamiruaga Mieza CMF
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