Cercanía con quien pasa a mi lado
Todos los mandamientos de Jesús se resumen en uno solo: en el de amar a Dios y al prójimo, en el que ver y amar a Jesús.
El amor no es mero sentimentalismo sino que se traduce en vida concreta, en el servicio a los hermanos, especialmente, a los que tenemos al lado, empezando por las pequeñas cosas, por los servicios más humildes.
Dice Charles de Foucauld: “Cuando se ama a alguien, se está realmente en él, se está en él con el amor, se vive en él con el amor, ya no se vive en sí, uno está ‘desapegado’ de sí, ‘fuera’ de sí”.
Y por este amor se abre paso en nosotros su luz, la luz de Jesús, según su promesa: “A quien me ama… me manifestaré”. El amor es fuente de luz: amando se comprende más a Dios que es amor.
Y esto hace que amemos aún más y profundicemos en la relación con los prójimos.
Esta luz, este conocimiento amoroso de Dios es, por tanto, el sello, la prueba del verdadero amor. Es una luz cálida que nos estimula a caminar por la senda de la vida de una manera cada vez más segura y eficaz. Aunque las sombras de la existencia nos hagan incierto el camino, esta Palabra del Evangelio nos recordará que la luz se enciende con el amor y que basta un gesto concreto de amor, por pequeño que sea (una oración, una sonrisa, una palabra) para darnos ese rayo que nos permite ir adelante).
*
Chiara Lubich,
fragmentos del Comentario a la Palabra de vida de mayo de 1999.
***
Comentarios recientes