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“Miércoles de ceniza”, por Joseba Kamiruaga Mieza CMF

Miércoles, 5 de marzo de 2025

cuaresma_portada_01De su blog Kristau alternatiba (Alternativa cristiana):

Dos artículos para reflexionar ante el tiempo fuerte que comenzamos hoy…

Ha vuelto el tiempo de Cuaresma, cuarenta días que los cristianos podemos vivir como un «tiempo especial», un tiempo propicio, un tiempo de retorno al Señor.

San Benito, en su Regla, escribe que toda la vida del monje debe ser una gran Cuaresma: es decir, toda la vida debe estar comprometida con la conversión, pero en realidad, tanto para los monjes como para los cristianos comunes, sigue siendo casi imposible vivir constantemente en el ejercicio de esta tensión espiritual.

La conversión nunca es un acontecimiento que sucede de una vez por todas, sino que es un dinamismo que debemos renovar en cada edad, en cada estación, cada día de nuestra existencia. Sí, porque aflojamos nuestras fuerzas, nos cansamos, somos presa de la confusión y de la conciencia de nuestra debilidad, estamos habitados por impulsos que nos hacen caer y contradecir nuestro camino hacia el Señor. No somos capaces de vivir siempre una existencia pascual: la inconstancia, la costumbre, la rutina nos lo impiden.

He aquí pues el tiempo propicio de la Cuaresma, tiempo de «ejercicios cristianos», tiempo en el que intensificamos ciertas acciones y retomamos algunas actitudes que, repetidas con particular atención y fuerza, nos permiten desarrollar, confirmar y aumentar nuestras respuestas a las exigencias del seguimiento cristiano.

Es cierto que la Cuaresma es, o más bien debería ser, vivida por los cristianos, pero sigo convencido de que lo que es auténticamente cristiano es también auténticamente humano y, por tanto, concierne a todos los seres humanos, independientemente de su fe.

Esta constatación puede parecer extraña a muchos, pero en realidad, precisamente porque también los no creyentes tienen una vida interior, son capaces de una vida humanizadora y la buscan, el tiempo de Cuaresma puede decirles algo también a ellos.

A veces me sorprende cómo la gente se interesa y casi quiere participar en el Ramadán musulmán, mientras que no les interesa e incluso les molesta la mera mención de la Cuaresma cristiana.

¿Depende quizás, también en este caso, de la incapacidad de los cristianos de comunicar el significado de su experiencia de fe? 

Sin embargo, las instancias que presiden la Cuaresma están al servicio del hombre, son una ayuda para que el hombre pueda hacer de su propia vida una obra de arte. No pocas veces he meditado sobre la Cuaresma, destacando ante todo las necesidades de la oración y del ayuno, pero ahora quisiera detenerme en otros «ejercicios», empezando por el de volver a lo esencial de la vida humana: se trata de redescubrir la libertad a través del desapego de muchas cosas que no son necesarias sino que resultan engorrosas para nuestra vida, como la hiedra que asfixia las plantas o los líquenes que desmoronan las rocas.

La Cuaresma puede ser un tiempo subversivo en el que simplificar la vida: en una sociedad como la nuestra, en la que prevalece el culto al yo, descentralizarse en las relaciones cotidianas con los demás y con las cosas, quitarse las máscaras, romper la costra que cierra nuestro corazón es un ejercicio de humanización al que nadie debe rechazar.

En esto también hay un ejercicio de autenticidad, de verdad sobre uno mismo. Vivimos en una sociedad donde lo que cuenta es lo que se ve, lo que aparece, una sociedad que se fija más en los objetivos a perseguir que en el estilo y los medios utilizados para alcanzarlos.

Se hace entonces necesario plantearnos una pregunta: ¿por qué hacemos determinadas cosas, especialmente por qué realizamos acciones consideradas buenas? ¿Ser visto, conseguir consenso, recibir aplausos? Para nosotros los cristianos, las palabras de Jesús resuenan a menudo durante la Cuaresma: “Vuestro Padre ve en lo secreto… No seáis como los que hacen alarde de su piedad… No imitéis a los hipócritas… No exijáis a los demás lo que no hacéis… No impongáis a los demás cargas que no podáis levantar con un dedo…”.

¿Pero no se aplican estas advertencias a todo el mundo? ¿No son estas palabras ricas en enseñanza y sabiduría humana?

Sí, el tiempo de Cuaresma y sus «prácticas» no levantan un muro entre cristianos y no cristianos, sino que podrían ofrecer más bien una invitación a emprender una dirección común: conozco alguna familia en la que sólo uno de los cónyuges es creyente y cristiano practicante pero en las que ambos deciden realizar juntos durante la Cuaresma algunos «ejercicios» en vista de la autenticidad de las relaciones, de la simplificación de la vida, de la actitud hacia los demás…

Esta convergencia puede contribuir también a una humanización personal y familiar, aportando un gran bien a todos: es necesario coraje, ciertamente, pero los creyentes – seguros de que Dios ve en el secreto de los corazones – nos atrevemos a ofrecer a los no creyentes la posibilidad de que recorramos juntos los caminos de un humanismo de autenticidad para una mejor calidad de vida.

Joseba Kamiruaga Mieza CMF

Es miércoles de ceniza

Cada año vuelve la Cuaresma, un tiempo pleno de cuarenta días que los cristianos deben vivir juntos como tiempo de conversión, de retorno a Dios.

Los cristianos deben vivir siempre la lucha contra los ídolos seductores, es siempre el tiempo favorable para acoger la gracia y la misericordia del Señor, pero la Iglesia -que en su inteligencia conoce la incapacidad de nuestra humanidad para vivir con fuerte tensión el camino cotidiano hacia el Reino- pide que haya un tiempo preciso que se desprenda de la vida cotidiana, un tiempo “otro”, un tiempo fuerte en el que converjan en el esfuerzo de conversión la mayor parte de las energías que cada uno posee.

Y la Iglesia pide que esto sea vivido simultáneamente por todos los cristianos, es decir, que sea un esfuerzo hecho todos juntos, en comunión y solidaridad. Por tanto, son cuarenta días para el retorno a Dios, para el rechazo de los ídolos seductores pero alienantes, para un mayor conocimiento de la infinita misericordia del Señor.

La conversión, de hecho, no es un acontecimiento que sucede de una vez para siempre, sino que es un dinamismo que debe renovarse en los diversos momentos de la existencia, en las diversas edades, especialmente cuando el paso del tiempo puede inducir en el cristiano una adaptación a la mundanidad, un cansancio, una pérdida del sentido y de la finalidad de la propia vocación que lo lleva a vivir la fe en la esquizofrenia.

Sí, la Cuaresma es un tiempo para redescubrir la propia verdad y autenticidad, incluso antes de ser un tiempo de penitencia: no es un tiempo para “hacer” alguna obra particular de caridad o de mortificación, sino un tiempo para redescubrir la verdad del propio ser.

Jesús dice que también los hipócritas ayunan, también los hipócritas hacen la caridad (cf. Mt 6,1-6.16-18): precisamente por esto es necesario unificar la vida ante Dios y ordenar el fin y los medios de la vida cristiana, sin confundirlos.

La Cuaresma quiere revivir los cuarenta años de Israel en el desierto, guiando al creyente al autoconocimiento, es decir, al conocimiento de lo que el Señor del creyente ya sabe: un conocimiento que no se hace a partir de una introspección psicológica, sino que encuentra luz y orientación en la Palabra de Dios.

Como Jesús luchó y derrotó al tentador durante cuarenta días en el desierto gracias a la fuerza de la Palabra de Dios (cf. Mt 4,1-11), así el cristiano está llamado a escuchar, leer y orar con mayor intensidad y asiduidad –en la soledad como en la liturgia– la Palabra de Dios contenida en las Escrituras.

La lucha de Jesús en el desierto se vuelve entonces verdaderamente ejemplar y, luchando contra los ídolos, el cristiano deja de hacer el mal que está acostumbrado a hacer y comienza a hacer el bien que no hace. Surge así la “diferencia cristiana”, aquello que constituye al cristiano y lo hace elocuente en compañía de los hombres, lo capacita para mostrar el Evangelio vivido, hecho carne y vida.

El Miércoles de Ceniza marca el inicio de este tiempo favorable y de gracia que es la Cuaresma, y se caracteriza, como su nombre lo indica, por la imposición de la ceniza sobre la cabeza de cada cristiano.

Un gesto que quizá hoy no se entiende siempre pero que, si se explica y se entiende, puede ser más eficaz que las palabras para transmitir una verdad.

La ceniza, de hecho, es el fruto del fuego ardiente, contiene el símbolo de la purificación, constituye una referencia a la condición de nuestro cuerpo que, después de la muerte, se descompone y se convierte en polvo: sí, como un árbol frondoso, una vez cortado y quemado, se convierte en ceniza, así sucede con nuestro cuerpo devuelto a la tierra, pero esa ceniza está destinada a la resurrección.

El simbolismo de la ceniza es rico y ya es conocido en el Antiguo Testamento y en la oración judía: rociar la cabeza con ceniza es signo de penitencia, de deseo de cambio a través de la prueba, del crisol, del fuego purificador.

Naturalmente se trata sólo de un signo, que quiere significar un auténtico acontecimiento espiritual vivido en la vida cotidiana del cristiano: la conversión y el arrepentimiento del corazón contrito.

Pero precisamente esta cualidad de signo, de gesto, si se vive con convicción e invocando al Espíritu, puede imprimirse en el cuerpo, en el corazón y en el espíritu del cristiano, favoreciendo así el acontecimiento de la conversión.

En un tiempo, en el rito de la imposición de la ceniza, se recordaba al cristiano ante todo su condición de hombre tomado de la tierra y vuelto a la tierra, según la palabra del Señor dirigida a Adán pecador (cf. Gn 3, 19).

Hoy el rito se ha enriquecido de significado. De hecho la palabra que acompaña el gesto puede ser también la invitación hecha por Juan el Bautista y por el mismo Jesús al inicio de su predicación: “Convertíos y creed en el Evangelio”…

Sí, recibir la ceniza significa tomar conciencia de que el fuego del amor de Dios consume nuestro pecadoAcoger las cenizas en nuestras manos significa percibir que el peso de nuestros pecados, consumidos por la misericordia de Dios, es poco peso.

Mirar esas cenizas significa reconfirmar nuestra fe pascual: seremos cenizas, pero destinados a la resurrecciónSí, en nuestra Pascua nuestra carne resucitará y la misericordia de Dios como fuego consumirá nuestros pecados en la muerte.

Al vivir el Miércoles de Ceniza, los cristianos no hacen otra cosa que reafirmar su fe en la reconciliación con Dios en Cristo, su esperanza de resucitar un día con Cristo para la vida eterna, su vocación a la caridad que nunca terminará. El Miércoles de Ceniza es el anuncio de la Pascua para cada uno de nosotros.

Joseba Kamiruaga Mieza CMF

(Remitido por el autor)

 

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