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“Con la libertad del Espíritu: A propósito de la comunión y bendición de parejas homosexuales”, por Julio Millán

Miércoles, 12 de febrero de 2025

soy-homosexual-tengo-hijos-soy-catolico1“Algunos pastores parecería como si quisieran llevar un control de quién, cómo, cuándo y dónde” 

Me cuesta entender y mucho más aceptar que haya gente dentro de la Iglesia, y más en concreto dentro de la jerarquía, que se erijan en árbitros de la conciencia y de la fe de la gente, por muy pecadores que sean. Sobre todo por aquello de que “el que esté libre de culpa, que tire la primera piedra”

En todo este lenguaje habría que ser humildes y aprendiendo del papa Francisco potenciar la misericordia de Dios en nuestras vidas por encima de todo y dejar de condenar ni excluir. ¿Quién soy yo para decidir sobre nadie o tengo la patente del amor de Dios?

Me cuesta entender y mucho más aceptar que haya gente dentro de la Iglesia, y más en concreto dentro de la jerarquía, que se erijan en árbitros de la conciencia y de la fe de la gente, por muy pecadores que sean. Sobre todo por aquello de que “el que esté libre de culpa, que tire la primera piedra”.

A estas alturas en el siglo XXI hay gente que cree tener esa potestad de analizar y juzgar la conciencia de los demás y, también, a estos mismos se les olvida que “hay que mirar primero la viga del ojo propio y luego ver la mota del ojo del amigo”. Sigo oyendo con cierta frecuencia casos concretos de cristianos que sienten la humillación de sentirse excluidos del amor y de la gracia de participar plenamente en la Eucaristía y de acercarse con miedo a la comunión pensando si serán aceptados o rechazados públicamente. Es humillante que alguien te diga: “tú, no.

Últimamente todo se complica con los casos de parejas homosexuales y matrimonios en situaciones irregulares y y tantos otros casos que tenemos en el día a día. Lo más reciente es lo sucedido en la Diócesis de Huelva, donde parece ser que algún párroco había organizado “cursos de pre-bendicion a parejas homosexuales”. A lo cual el obispo del lugar responde: “Esta manera de acompañamiento a los fieles cristianos en esta situación no corresponde con el magisterio”.

Leído eso, inmediatamente me viene a la cabeza una respuesta a modo de reflexión: el Magisterio no está de acuerdo con esa manera de actuar, pero, ¿y el evangelio de Jesús lo aprobaría? Imagino que con la mejor intención del mundo, y en la línea de la doctrina del Papa Francisco, que dicho sea de paso, cada vez esta más en el ojo del huracán de cardenales que le critican fuertemente. Estos últimos días se han juntado mas de 80 cardenales del mundo en Fátima y lo han puesto “a caer de un burro”, mientras rezaban para así sentirse más unidos. Lo que no sé es qué habrán aportado estos a la sinodalidad.

Humildes y misericordiosos

En todo este lenguaje habría que ser humildes y aprendiendo del papa Francisco potenciar la misericordia de Dios en nuestras vidas por encima de todo y dejar de condenar ni excluir. ¿Quién soy yo para decidir sobre nadie o tengo la patente del amor de Dios?

Yo sé lo que dirán algunos canonistas y cada vez me importa menos, meter en una norma las avatares y sufrimientos del corazón creyente. Lo importante no es la norma, sino la pastoral del día a día. Aquí no está en juego la política ni la ética, aquí están en juego la conciencia y la fe, en las que nadie tiene derecho a decidir por los demás y menos vulnerar la dignidad de nadie.

Si en algo la Iglesia tiene que ser madre y maestra es en acogida, ternura, comprensión, misericordia. Para condenar siempre hay tiempo. Y mirar siempre al Maestro que nos enseñoó que “no juzguéis y no seréis juzgados, y misericordia quiero y no sacrificios”.

Nadie somos nada para decidir por nadie y nadie somos nada para presuponer si ciertas personas están en gracia o están en pecado. ¿Quién soy yo para excluir o para decir tú sí puedes, tú no puedes?

Algunos pastores desde su atalaya se cuestionan cómo es posible que comulgue tanta gente si luego apenas hay que gente que se confiesa. Parecería como si quisieran llevar un control de quién, cómo, cuándo y dónde

Algunos pastores desde su atalaya se cuestionan cómo es posible que comulgue tanta gente si luego apenas hay que gente que se confiesa. Parecería como si quisieran llevar un control de quién, cómo, cuándo y dónde. Otros se entretienen en las preguntas inoportunas que más que nada molestan y hacen daño y solo sirven para curiosear sobre la conciencia del otro.

Otros dicen reiteradas veces: “No se puede comulgar si no estás en gracia de Dios” y se lo repiten a sus fieles a lo largo de sus celebraciones insistentemente. ¿Cómo puedo yo llevar el control de quién confiesa o comulga con asiduidad? ¿Cómo puedo yo saber quién está en gracia y quién no? ¿Acaso Dios me ha puesto ahí para ser “aduana y controlador de conciencias”?. Yo solo soy un receptor del perdón y un transmisor del mismo. El que perdona es Otro, no soy yo.

Muchos cristianos a veces atraviesan momentos difíciles en su fe o en su vida y tienen la necesidad de comulgar porque ahí encuentran la gracia y la fuerza para el camino. Y a veces pueden que lo hagan sin confesar, pero yo no soy el que debe saber la cualidad o gravedad o no del pecado ni cuándo cada cual debe acudir a un sacramento. Además, cada Eucaristía tiene sus momentos de perdón que presiento que a veces ni los mismos cristianos le hacemos valer. Pero sabemos que al comenzar cada celebración pedimos varias veces perdón al Señor y a los hermanos. ¿Acaso esos momentos de fe y de perdón no sirven también para que Dios perdone?

Y sobre todo hay algo importante parafraseando al Papa: “comulgar no es recibir un premio, sino recibir una medicina para la vida. Muchos se quedan en comulgar como precepto y cumplimiento y hasta creen merecérselo, sin embargo estas experiencias personales y comunitarias son profundamente expresión del amor de Dios. Y siempre dije y me digo a mí mismo: “Yo acudo a la Eucaristía y a participar de la palabra y del pan, porque lo necesito, porque soy un ser limitado y pecador y porque ahí encuentro la fuerza para el camino, y sintiéndome pecador, ahí recibo la gracia y el amor de Dios“. Porque soy pecador, necesito la eucaristía; si me sintiera bueno, seguramente no la necesitaría. Los buenos tal vez no necesitan salvación, yo sí.

Fuente Religión Digital

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