“ El Octavo Centenario del Cántico de las Criaturas de San Francisco de Asís”, por Joseba Kamiruaga Mieza CMF.
De su blog Beste aldera joan zen Jesus / Jesús se fue a la otra orilla:
Asís, inauguran celebraciones de los 800 años del Cántico de las Criaturas
Y el pequeño exclamó: “¡Mira, papá, el sol! …que bueno es…”.
Bendición de la mirada de los niños sobre las cosas ofrecidas y regaladas; bendición del alma de los niños que se sienten a sí mismos dentro del surgimiento de la creación. En el vínculo mutuo: reconocimiento de la danza del destino de todo, gratitud por la ofrenda de las partes al diseño y ritmo de la vida: la bondad que es la belleza.
La creación no es sólo mecanismo sublime y terrible, es bondad de equilibrio, generosidad y reconocimiento. Y danza fraternal y sororal de declinación y hospitalidad. Cuando el canto fraterno de las cosas nos abraza y nos invita, es entonces cuando nace la mirada: allí, cerca del origen. Una mirada de comienzo, «ingenua», «inocente» y pobre: nos hace sentir que vivimos. Nos hace encontrarnos en la vida, en la alegría de vivir que sentimos en las cosas, que nos alcanza en su tacto. Cada elemento se ofrece, en una proximidad fraternal y sororal, de belleza y de bondad. Cada vida creatural es diferente, única, tiene como un ‘aura’.
Sí, la fraternidad creatural es exigente porque cada elemento aparece y se repliega en su propia ulterioridad, en una precedencia; simple misterio de alteridad. Cada realidad creada vino de la luz exigiendo respeto y reverencia. Cada vida fue surgida de la oscuridad. Volver a ver el «aura» de cada cosa es la urgencia de un tiempo sin respeto y con poca capacidad de atención y de cuidado. Y para toda mujer y todo hombre es mantener abierto un manantial que le hace a uno ser, que le hace a uno encontrarse a sí mismo después de nacer. Y que, entonces, hace que uno sea capaz de dar retirándose respetuosamente para contemplar y admirar, de ser una presencia que hace lugar, de captar y cultivar las múltiples formas de la posibilidad de la vida. Toda ella, vida divina.
La creación es amada; las criaturas son amantes, fraternales y sororales. El Creador no ejerce un poder absoluto, es paternal y maternal: hace ser, llama, da posibilidad, inicia y deja que todo exista y fluya. Todo fruto del amor encuentra equilibrio, recuerda, reconoce; y se ofrece, precisamente, en fraternidad o sororidad. Incluso en la posibilidad de la herida, y de la reconciliación.
Cántico de la entrada en la danza, en el jardín, en el diálogo fraterno y sororal con la creación. Por supuesto, todo hombre y toda mujer pueden también retirarse a las sombras, y replegarse sobre sí mismos, haciendo fracasar la relación fraterna. Sustraerse a la gratitud y a la gracia, en un intento (desesperado) de nacer de sí mismo. En el cántico de la creación, sólo al hombre le es posible esto. Sólo al hombre y a la mujer, hijos del reconocimiento en fraternidad/sororidad, es posible su traición.
Hermano, hermana: de la diferencia inalcanzable, y también, del encuentro; de lo otro, de lo diferente, de lo opuesto, y también de lo que falta, de lo esperado, de lo disfrutado. En eso esperado y eso que aún falta, el asombro, la llamada de otra parte, la frontera del deseo, la maravilla. Las cosas, vivas, se devuelven la llamada, y llaman a cada mujer y a cada hombre, como cuando «nos damos la voz»: nos reconocemos y nos damos reconocimiento.
Cántico de fiesta, libre, sanador: espacio abierto de la nueva posibilidad, del continuo y nuevo florecer de las formas. Fiesta del jardín, fiesta de la fraternidad reconciliada, danza de la creación. Hay que vivirla, y sentirla en los días; entonces uno se siente y se dibuja en el camino de la fraternidad y de la sororidad.
La fiesta es necesaria: es libertad y juego, también tensión y unión. Es suspensión y redescubrimiento del origen, es lucha y paz: un juego abierto donde las cosas y los encuentros se buscan y se dan, de nuevo, como un regalo. Como al principio de todo.
Finalmente, incluso la consumación de los cuerpos no será desaparición, sino entrega, legado, siembra. Somos sentidos y reconocidos en cuerpos de hijas e hijos, en cuidados amorosos, en manos y entre cosas buenas, para nosotros.
Nacimos, y fue la primera semana del mundo otra vez. Y nosotros maravillados, llamados al juego, a la confianza y al respeto. No a la posesión, sino a la pobreza: más allá del uso, el dominio. La pobreza conoce la necesidad y la misericordia. Sabe de la ofrenda y, poco a poco, hace que uno sea capaz de ofrecerse a sí mismo. Mujeres y hombres buenos y justos, hermanos y hermanas del cielo y de la tierra.
Hermano, y hermana, por el don; origen y redescubrimiento de la relación y de la generación; incluso en la ruptura el redescubrimiento es posible el perdón. Y si, entonces, por unos instantes uno se encuentra donde debe y puede estar, entonces es alegría, «alegría perfecta».
La humildad es el precio y la ganancia del amor fraterno: es un expolio, una forma de vida. No es un juego de conceptos, ni una doctrina. Humildad no es hacer que las cosas salgan a la luz, sino dejar que vengan a nosotros pidiendo a nuestra mirada que se haga pobre. Por tanto, recoger en ellas el «aura» de la luz que nos las ofrece.
Encontrarse en fraternidad es experimentar la condición que permite conservar el propio lado vital, reconciliado con la propia fragilidad esencial: la que permite situarse ante puertas por las que cuesta pasar, pero por las que pasan fácilmente todos.
Cuando la oscuridad de la nada se clava en el corazón y en la mente, el encuentro con el fondo de todo, como de una atención (¿paternal? ¿maternal? ¿divina?) consigue tal vez transmutar esa nada en apertura. Misterio de ulterioridad, en el que intentar confiarse, como en el abandono a un abrazo. No abandono a la oscuridad de la nada que todo lo engulle, sino confianza en la luz que todo lo dibuja y revela en la danza desde la oscuridad.
La fraternidad es conversión de la «posesión» de las cosas, y de los hombres; conversión a la vida común, a la generosidad, al compartir. La fraternidad es de mujeres y hombres pobres, que sienten el despliegue de las cosas y del mundo ante ellos. La apertura de lo que les precede y les acoge, el florecer de los futuros en posibilidades. La contemplación y la reverencia ante el Creador delante de todo su creado.
Aquí son conducidos fuera de toda relación de utilidad, o de conveniencia, por las jerarquías. Tal vez quede una jerarquía, invertida, la de la gratitud y el cuidado, la de la atención y el respeto. Hermanas y hermanos formados por la pobreza, no nos apretamos a las cosas y a los demás. Las cosas dadas nos hacen encontrarnos en fraternidades desafiantes: de armonías reconciliadas y de tensiones, de carencias sufridas y de dones cuidados. Regalos esperados, regalos por esperar.
La fe cristiana no es la renuncia a las cosas, sacrificada y heroica, sino su abrazo puro y desinteresado. Un universo inocente. Un universo reconciliado y reconciliador en el que hombres y mujeres fraternos alcanzan su verdad. Y tras el camino, la fatiga de la consumación y de la prueba, alcanzan el esclarecimiento esencial, luego la alabanza.
Entonces de hermano a hermana, de hermana a hermano, sólo queda vivir la práctica de la solicitud, como una madre a sus hijos. Así hermanos y hermanas. Así todo en esta casa paterna y hogar fraterno… como la palma cóncava de las manos.
“En aquel tiempo, hablando Jesús, dijo: Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque ocultaste estas cosas a sabios e inteligentes, y las revelaste a los niños” (Mt 11, 25).
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF
(Remitido por el autor)
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