“Hijos en el Hijo”. El Bautismo del Señor, por Joseba Kamiruaga Mieza CMF
Comentario a la lectura evangélica (Lucas 3, 15-16. 21-22) de la Misa del Bautismo del Señor – 12 enero 2025 –
La gente espera.
Confían, desean, esperan.
Porque la esperanza y el deseo forman parte de nuestra naturaleza profunda. Anhelo insuprimible de plenitud. Búsqueda inagotable de sentido que llene nuestros agotados días.
Confían. Esperan.
Una solución, una salida, algo de salud, algo de bienestar, algo de amor, el fin de…
(Todos esperamos). Y se preguntan, en sus corazones, si el Bautista no es la respuesta, el Mesías.
Alguien que resuelve. Que ofrece soluciones. Quien mágicamente nos ayuda a superar las muchas ataduras que nos impiden ser felices hasta el final.
La multitud no tiene el valor de explicitar ese pensamiento, de darle contenido. Es el Bautista quien responde, el gigantesco Bautista que podría aprovecharse de ese deseo, de esa ansiedad reprimida.
Es honesto, muy honesto. No se hace pasar por Dios. No juega a ser el Mesías.
Y habla utilizando tonos fuertes, propios del lenguaje profético.
Aquí viene alguien más fuerte, más decidido, más intransigente. Nada comparado con el rudo bautizador. Y usará el fuego para consumir a los culpables, para aniquilar a los réprobos.
Se equivoca, Juan, pero no lo sabe.
Sí, traerá fuego, el Mesías. Pero no el que castiga, sino el que enciende la abundancia del amor y el consuelo. Traerá el fuego arrollador de la pasión por Dios.
Si nuestra vida es la búsqueda obsesiva del dinero, al acercarnos al fuego, nos quemaremos.
Si nuestra vida es rendida y quejumbrosa, como la paja, el desperdicio del grano, arderemos.
Si nuestra vida es búsqueda, capas de cera, como las velas, nos encenderemos.
Todo el pueblo
La comunidad de Lucas ya ha recibido el bautismo, al igual que nosotros.
Y el evangelista, a diferencia de Marcos y Mateo, no relata el acontecimiento, lo da por supuesto. Al describir lo que hace Jesús después de recibir el bautismo, invita a su comunidad y al lector a imitarle.
Jesús recibe el bautismo junto con todo el pueblo. Penitente con los penitentes. Pobre con los pobres.
Ese primer gesto ya lo dice todo de él. De su estilo. De la salvación que vino a traer.
Jesús reza, después de haber recibido el bautismo. El primero de una larga serie de momentos de oración. No para enseñarnos a imitarle, sino para hacernos comprender que sólo en la pausa prolongada y silenciosa ante Dios podemos hacer florecer verdaderamente la semilla de eternidad depositada en nuestro corazón.
La oración es el ámbito privilegiado para hacer crecer en profundidad lo que somos.
Y los cielos se abren.
Esos cielos que Israel percibía cerrados y hostiles, como si Dios, ofendido o resignado por la dureza de corazón del pueblo, hubiera tirado la toalla. Largos siglos sin profecía, sin guía, sin palabras que vinieran directamente de Dios.
Ahora se abren los cielos y desciende una paloma en busca de su nido: Jesús.
Él es el lugar donde habita la plenitud del Espíritu Santo. Él es el lugar de su morada.
Él es el hijo que imita al Padre en todo, el amado, como Isaac para Jacob, el que da alegría al Padre.
Y nosotros con él, hijos en el Hijo, conciudadanos de los santos y miembros de la familia de Dios (Ef 2,19).
En el exilio
Han pasado cuarenta años desde la deportación a Babilonia. Dios suscita un profeta, un gran profeta, discípulo del profeta Isaías. Este profeta mira lejos. Muchos, entre el pueblo, han olvidado Jerusalén, se han integrado, algunos incluso han hecho carrera con los babilonios. Ya ni siquiera les interesa regresar.
Como nos pasa a nosotros, ya integrados, acostumbrados, resignados.
Que sufrimos el pensamiento corriente que confunde compasión con bondad, que nos enseña a ser discípulos, que reduce el acontecimiento de la fe a una opción cultural o social, o política.
Nos resignamos a proceder sin demasiados sobresaltos.
E Isaías les llama y nos llama a atrevernos. A consolarnos. A volver a ser antorcha, nuevo camino hacia Dios, aunque sea en medio del desierto que divide físicamente Babilonia de Jerusalén, morada del Espíritu, para todos los que aún quieren esperar.
Porque ha aparecido el consuelo, la compasión, la gracia de Dios, como escribe Pablo a su fiel discípulo Tito. Y como hemos celebrado en estos intensos días de Navidad. Como hemos descubierto si, como los magos, sabemos perseguir nuestra curiosidad.
Por eso vivimos de otra manera. Porque estamos agraciados, es decir, habitados por la compasión.
Hijos en el hijo, nos hemos descubierto amados y queridos. Bien amados.
No amados despertando culpas, manipulando, chantajeando, como estamos acostumbrados a hacer.
El amor reducido a sentimiento impulsivo, a satisfacer nuestra necesidad de ser el centro de atención.
Bien amados. Con una libertad que nos hace libres.
Como sólo Dios sabe amar. Porque, en Cristo, nos sabemos amados.
Y nos descubrimos capaces de amar con la sobreabundancia del amor recibido.
Cristiano, conviértete en lo que eres
Hoy estamos llamados a recordar el momento en que fuimos injertados en Cristo. Una elección casi siempre inconsciente y sufrida. Pero que podemos hacer nuestra, hoy, día tras día.
Convertirnos en hijos en el Hijo.
Portadores del Espíritu.
Alimentados por la Palabra, en la oración, en la compasión.
No somos el Mesías, pero podemos ser habitados por él, inflamados por él.
Vivir en la consolación. Y convertirnos en consolación.
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Joseba Kamiruaga Mieza CMF
(Remitido por el autor)
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