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Epifanía. – 6 enero 2025

Lunes, 6 de enero de 2025

epifania6-1024x785Comentario a la lectura evangélica (Mateo 2, 1-12). Epifanía. – 6 enero 2025 –

Nacido Jesús en Belén de Judea, en tiempos del rey Herodes, he aquí unos magos vinieron del oriente a Jerusalén” Es difícil decir quiénes eran estos Reyes Magos, normalmente identificados como personajes extranjeros o como símbolos de las distintas razas humanas; según el evangelio “vienen de oriente“, cuna y laboratorio de la sabiduría antigua, según la cual el sabio sabe por experiencia.

Los Reyes Magos son sabios en la experiencia de la fe.

Su historia comienza con la aparición de una estrella, el brillo de una luz en la noche: la vieron, le dieron sentido y partieron, en busca de ese Dios que hizo brillar una luz en la oscuridad.

La fe no vive del sentido del deber, sino del discreto resplandor de una luz, que no sabes de dónde viene ni adónde va, escuchas su voz, sientes que puedes confiar en ella y confiar tu camino hacia ello.

Las estrellas no se pueden ver durante el día. Hay, pues, una dimensión nocturna de la fe, donde no todo está claro. ¡Los Reyes Magos parten, juntos, aunque no lo entiendan todo! Probablemente habrán tanteado un poco ese camino, por momentos incluso se habrán perdido y habrá sido necesario el aporte de todos para no ceder al desánimo, a la nostalgia, a la decisión de volver atrás; sobre todo, todos habrán prestado atención a aquellas señales que podrían guiar sus pasos. Respecto a la fe, nadie está todavía en pleno mediodía, todos somos caminantes que hemos visto una pequeña luz, pero nadie la posee; ésta es la condición previa para una Iglesia verdaderamente acogedora, abierta y en diálogo con todos, escucha y dócil a los “signos de los tiempos“, para continuar el camino y no retroceder. Los signos de los tiempos no son cosas que merezcan atención a lo largo de la historia, son cosas de las que la Iglesia debe aprender, para comprender y vivir mejor el evangelio, para estar donde está Dios, encarnado en mujeres y hombres de todos los tiempos.

Con el resplandor de esa estrella, viviendo en la noche, los Reyes Magos llegan a Jerusalén.

Sabemos cómo van las cosas. Su visita al Rey de la Paz desata violencia y muerte: la masacre de los Inocentes es la cara negativa de la moneda, la oscuridad que envuelve la luz, la cizaña mezclada con el trigo. La fe no es un seguro del bien, de la salud, de la paz, de la vida, y no es automático que el bien responda al bien, que el compromiso, el esfuerzo, la dedicación, la amistad, el amor, tengan un resultado positivo, una reciprocidad. Incluso el Niño no se librará de esto: entre los regalos de los Magos está la mirra, utilizada para la sepultura de los cuerpos: Jesús sabrá inmediatamente la amenaza del poder del mal y, como ocurre hoy, también para él escapar será el único que puede escapar de la muerte.

Los Magos, sin embargo, llegan a Él, al sentido de su historia y de su camino, a la Luz que vino al mundo; se dejaron involucrar en una historia más grande, que abarca todo y a todos, y tal vez frente a esa mansedumbre y humildad comprendieron que él no había venido para ser adorado, sino para encontrarse con los hombres y llenar de amor la carne de su frágil humanidad. Ese Rey no los mantuvo a su servicio y ellos no se quedaron “para hacerle compañía”: regresan a su país, entre sus familiares, amigos, sus vecinos de siempre, pero regresan por otro camino. Algo ha cambiado, algo cambiará.

A la fe del mediodía no le gustan los cambios, piensa que Dios necesita de sus servicios, sólo escucha a escribas y sacerdotes… y pronto deja de caminar, paralizada por sus certezas.

Pero la verdadera esperanza está confiada al resplandor de una estrella en la oscuridad, una luz que Dios nunca faltará en las noches de la humanidad, porque estamos hechos para la luz y no para las tinieblas.

Aquellos hombres eran un pequeño grupo misterioso de eruditos paganos que, desde Oriente, siguiendo la estrella, se dirigen al encuentro del Niño, el “rey de los judíos”. Se postran en tierra ante aquel que vislumbran más grande que Salomón y ofrecen sus ricos presentes, felices de poder regresar a sus tierras para hablar de esa estrella brillante enviada a los hombres por Dios.

Pero se les invita a seguir “otro camino”.

Un camino diferente a seguir. Inmediatamente, desde el principio, el Evangelio nos introduce en un tema que será fundamental: hay un camino diferente a seguir.

El propio Jesús, poco después de su nacimiento, fue llevado a Egipto, tras la visión del ángel que se apareció a José. Tenía que cambiar de dirección, no la del palacio de Herodes ni la que conduce a los sacrificios y al incienso del templo de Jerusalén. Le tocó tomar el camino de los fugitivos, de los exiliados, de los perseguidos de todos los tiempos.

Es el itinerario de quien deja lo conocido, lo que hasta ayer era tranquilizador, familiar, para afrontar lo desconocido, lo incierto, lejos de todo lo que ha quedado sedimentado por las experiencias pasadas y el olor a casa.

Son los caminos insólitos del Evangelio.

Así son los caminos del Evangelio. Son caminos inusuales. No los de la “sabiduría de este mundo”, sino los que experimentan los humildes. En primer lugar las calles de Nazaret, las callejuelas oscuras y malolientes de tierra batida y piedras, habitadas por gente que no cuenta, invisible para los que están en el poder. Son las personas que se ganan la vida día a día, personas que, como la mayoría de la humanidad, no dejan rastro de sí mismas. Pero no escapa a los ojos de Dios.

Y aquí mismo, en este pueblo desconocido al borde del imperio, Jesús vivió durante treinta años, niño, adolescente, hombre, en todo parecido a los demás.

Y después, de Galilea a Samaria y a Judea, estará siempre en camino de “pueblo en pueblo”, incansable.

Muchos caminos, recorridos por hombres y mujeres de todos los tiempos. Está el camino donde Jesús se encuentra con los primeros discípulos llamándolos a estar con él, el camino hacia la fiesta de Caná. Luego está el camino de los niños y el de los lirios del campo, el camino de la samaritana y el de la mujer adúltera. Y luego nuevamente el camino de los leprosos, los ciegos y los cojos, el camino de los amigos de Betania y el de Jericó en la casa de Zaqueo, para finalmente llegar a Jerusalén para recorrer el camino del Calvario.

También está el camino de regreso de los dos de Emaús.

Jesús se sale de los caminos trillados, supera las barreras de los prejuicios, abre nuevos horizontes mientras viaja con quienes encuentra y se une a sus compañeros de Emaús. Con ellos comparte la palabra y el pan, haciéndolos pasar de la desilusión a la esperanza, del sinsentido a lo que da sentido a todo.

Ahora los dos peregrinos regresan, abandonan el camino anterior, emprenden un nuevo camino para compartir con los Once la alegría de haber encontrado al Resucitado.

Es el camino de quien se da cuenta de que lo que había hasta ahora es estéril, embalsamado, no tiene vida.

Entonces decide emprender, peregrino nómada, hacia un nuevo horizonte, cansado de refugios obsoletos, de nichos demasiado protegidos, de lugares asfixiados, por “otro camino”, libre, para encontrarse con el Señor y permanecer con Él.

Joseba Kamiruaga Mieza CMF

(Remitido por el autor)

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