Y acampó entre nosotros.
Volvemos a leer el texto “navideño” que leímos el día de Navidad, el prólogo del evangelio de Juan. Al leerlo a los ocho días, en su octava, se quiere decir que la solemnidad de la Navidad, por ser nuclear en la fe, merece una celebración prolongada.
Subrayamos una frase que conocemos muy bien por el ángelus, pero que merece una reflexión: LA PALABRA ACAMPÓ ENTRE NOSOTROS. En ese breve enunciado se dice algo singular: Dios ha abandonado su cielo y ha venido a poner su tienda en nuestra historia con intención de no quitarla nunca más. Es una tienda montada para siempre, no con la brevedad de una acampada. A partir de ahora, quien quiera encontrar a Dios no tendrá salir en su búsqueda hacia un cielo exterior, sin que habrá que ahondar en la vida porque en su fondo Dios ha puesto su morada.
Toda esta espiritualidad no la hemos tomado realmente en serio. Nosotros seguimos pensando, en nuestro imaginario religioso, que Dios está en su cielo y nosotros aquí en la tierra. No mezclemos las cosas. Hacer a Dios compañero de nuestra historia, participante de lo nuestro es algo que todavía no nos entra en la cabeza y en el corazón.
Si intuimos aquí una dimensión nueva de la fe, podemos pensar:
· Dios es vecino de nuestro barrio: se mueve por nuestras calles, apoya nuestras problemáticas vecinales. Solemos decir “cada uno en su casa y Dios en la de todos” para remarcar un cierto individualismo. Pero la segunda parte es interesante: “Dios en la de todos” ¿Es así o está lejos de la casa de todos? ¿Por qué nos cuadra más un Dios lejos? ¿Nos molesta un Dios cercano?
· Dios es caminante de nuestras sendas: sean acertadas o equivocadas. Decimos, a veces, cuando nos inunda el desamparo: “Estamos dejados de la mano de Dios”. Nunca nos deja él de su mano y, menos todavía, cuando lo necesitamos más.
· Dios es de nuestra misma condición: decimos popularmente que “Dos que duermen en un colchón se hacen de la misma condición”. Dios “duerme” en nuestro colchón, se hace de nuestra misma condición. Eso es lo que queremos decir cuando hablamos de la encarnación del Señor.
Alegrémonos de que Dios haya tomado nuestra historia para construir en ella su morada. Él es distinto de nosotros, pero no está más lejos que nosotros. No temamos humanizar a Dios porque, cuanto más hondamente humano, más divino para nosotros.
Puede que todo esto nos diga poco. Pero, si lo entendiéramos bien, habríamos de salir animados de las celebraciones de Navidad. Para acercarse esto se necesita un poco se silencio. No estaría mal que, en el jolgorio de la Navidad, encontráramos un momento de silencio para meditar en estos planteamientos. Tal vez entonces la Navidad cobraría otro color.
Fidel Aizpurúa Donazar
5 de enero de 2025
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