Con la apertura del Jubileo se nos invita también a meditar sobre el tema de la esperanza. La necesitamos, en este contexto actual, tan desgarrado de jirones, tan desgarrado de dolores, en el que nos esforzamos por recomponer el hoy, sofocando en las urgencias del presente un atisbo de un posible buen futuro. Y es bueno, aun en la inflación que todo tema decisivo conlleva cuando se coloca en el primer plano, tener la oportunidad de preguntarnos qué esperanza cultivamos, como personas, como comunidad, incluso como mundo.
Al siglo XX de utopías que atraían y luego reducían los movimientos de la esperanza, atándola a sí misma en su desaparición, el siglo XXI no ha sabido oponer todavía más que pequeñas metas, horizontes estrechos, administración o gestión de lo ordinario. Urge la esperanza, con su carga de tensión hacia el mañana, su porte profético, su llamada a la responsabilidad por el hoy y, para los que tienen fe, en su intersección con lo eterno de Dios, en el despliegue del tiempo más allá del tiempo.
Para los creyentes, la esperanza es la hermana de la fe, aunque, como señaló Charles Peguy en espléndidos versos, es la hermana olvidada: «La pequeña esperanza avanza entre las dos hermanas mayores y nadie la mira», y sin embargo es ella «la que hace caminar a las otras dos». Para el autor de la Carta a los Hebreos, la esperanza descansa y se apoya en la fe: «La fe es el fundamento de lo que se espera»: verso que Miguel de Unamuno parafraseó con finura: «La fe es, pues, fe en la esperanza: creemos lo que esperamos». Nosotros, hombres y mujeres de camino, creemos lo que esperamos, damos fe a lo que tendemos y a lo que deseamos que sea posible, dando así raíz a la existencia: “La esperanza es nuestro interior, el soporte de la vida; la esperanza es lo que vive; sólo quien espera recibe la vida”.
Son de nuevo palabras de Miguel de Unamuno, tan profundas en su entrelazamiento, indisoluble, de vida y esperanza: «la esperanza es lo que vive», pues «sólo quien espera recibe la vida», donde por vida se entiende ese enraizarse en el aquí y ahora con la mirada puesta en el más allá, con posturas activas, con hambre de futuro, con responsabilidad por el momento presente, por uno mismo y por los demás: porque la esperanza, si es verdadera, nunca es evasión, sino que -como recordaba Ernst Bloch en “Principio de esperanza”- abre el yo, en su anhelo universal, en su sueño, en su deseo que todos habitan, hacia una condición que ya es para hoy mejor.
Para quien cree, significa no dejarse vencer por una tentación siempre viva, a saber, la de posponer la ética de la esperanza al Reino venidero, a la parusía, con la conciencia de que la escatología no rechaza el presente, sino que lo ilumina y orienta, según la lección de Jürgen Moltmann y su “Teología de la esperanza”: si consideramos fiable la promesa del retorno de Cristo, no podemos rechazar su encarnación en la historia, esa historia hacia la que podemos sentirnos responsables y hacia la que podemos esperar una humanidad mejor. Que todo esto en la concreción de nuestra vida cotidiana exige la necesidad de aprender la esperanza («lo importante es aprender a esperar» decía Ernst Bloch), no concediendo espacio al mal que está ahí, para que no se haga dueño del futuro.
La esperanza es educación de la mirada, del sentimiento, de la vida, superando la pequeña frontera de nuestras seguridades o de nuestros pesimismos. A veces nos contentamos con tener en el puño, fuertemente apretados, algunos granos de trigo, y no queremos realmente ver florecer campos sin límites, prometedores de esperanza. La actitud es la del sembrador, la de quien siembra la semilla confiándola (y confiándose) al futuro, que para el cristiano no excluye, sino que abraza la dimensión de lo eterno, puesto que «no sólo actúa en el tiempo, sino que espera los frutos de la eternidad cuya semilla siembra en el tiempo. Y ésta es nuestra esperanza.
Por tanto, los peregrinos de la esperanza que somos los cristianos tratamos de sembrar en el tiempo para un fruto de eternidad, siempre, sin embargo, sin rendirnos y sin abdicar del presente y, de este modo, dando sentido a nuestros días, ya que la esperanza nos abre al deseo y, por tanto, a la alegría: «La vida activa es conducida aquí abajo, por la fe, en la peregrinación sobre esta tierra, donde la beatitud sólo está en la esperanza» (Meister Eckhart).
Joseba Kamiruaga Mieza CMF
(Remitido por el autor)
Posdata: Tal vez sea bueno volver a leer a Charles Peguy y “El pórtico del misterio de la segunda virtud”. Una lectura, entre otras, que nos puede acompañar también durante el Jubileo de la Esperanza.
Espiritualidad
"Teología de la esperanza", Charles Péguy, Cristianismo, Ernst Bloch, Esperanza, Jubileo de la esperanza, Jurgen Moltmann, Meister Eckhart, Miguel de Unamuno, Principio de esperanza, “El pórtico del misterio de la segunda virtud“
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