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“El Dios de la bendición”, por Joseba Kamiruaga Mieza CMF

Viernes, 3 de enero de 2025

image«Que el Señor te bendiga y te proteja». La primera observación es bastante obvia: si el Señor te bendice, es obvio que te protege. Por tanto, si hay Berakha lo hay todo. Así que nos preguntamos: ¿qué significa: «Que el Señor te bendiga»? Significa: que Él te dé felicidad, serenidad, prosperidad externa e interna; que Él te dé plenitud de alegría y felicidad y serenidad. En esta expresión hay también felicidad material, en el sentido de serenidad para una vida tranquila. Pero si existe todo esto, ¿qué significa «te proteja»? Algunos Maestros dicen: cuidado, porque ese estado de gracia inducido por la bendición -‘bendito seas’- podría llevar a la persona a considerarse autora de esa bendición, de esa felicidad, de ese éxito. Entonces también es necesario que el Señor «te proteja». ¿De qué? De tus malos instintos, de la mala tentación a la que todos estamos sometidos que nos insinúa: ‘tú eres el más grande, tú eres el mejor, tú eres el creador, tú eres el determinante…’. Si surge esta tentación y esta actitud, es evidente que esa Berahka inicial va disminuyendo y perdiendo fuerza. Es entonces cuando junto a la bendición, también es necesario un seguro contra el instinto del mal. Esta es sólo una pequeña reflexión que se puede hacer sobre esta primera parte de la Berahka de los sacerdotes.

«Ilumine el Señor su rostro y te dé la gracia». ¿Qué es la iluminación del rostro de Dios hacia el hombre? Es el «rostro» consentidor de Dios, el rostro que transmite felicidad (cuando miramos, sonriendo, a una persona ponemos a esa persona en el estado, en la condición de esperar algo bueno y positivo de nosotros). También se puede decir: ‘Que el Señor haga brillar su rostro hacia ti, transmitiendo parte de su luz a tu rostro’. Podríamos pensar, en este contexto de reflexión sobre la «luz» divina, haciendo obviamente las debidas diferencias, en la luz que resplandeció en el rostro de Moisés después de haber estado durante 40 días y 40 noches en presencia de la divinidad en el monte Sinaí: cuando bajó, su rostro resplandecía tanto que hubo que cubrirlo con un velo porque aquella luz resplandeciente no podía ser vista, contemplada y soportada. Por eso: que el Señor os haga, por así decirlo, partícipes de su luz.

«Y te conceda la gracia». ¿Qué significa esta expresión? En primer lugar, puede significar: hacerte agraciado, simpático, atractivo, digno de la atención afectuosa de los demás. Algo parecido a lo que le ocurrió a José, que, hiciera lo que hiciera, tuvo éxito y prosperó porque suscitaba aprobación y simpatía. Quizá también porque, a pesar de sus sufrimientos y angustias, algo de la luz de Dios brillaba en su rostro. Pero la expresión «que el Señor te conceda la gracia» también puede significar «que te haga descansar», en el sentido de que haga descender sobre ti la luz de su providencia. Providencia y luz están bien relacionadas.

«Que el Señor vuelva hacia ti su rostro y descanse sobre ti la paz». Asistimos a un crescendo: te bendice, te protege, dirige hacia ti su mirada de luz, te colma de gracia y de luz. Y finalmente, «que el Señor vuelva su rostro hacia ti y descanse sobre ti la paz». ¿Qué significa eso de que el Señor vuelva su rostro hacia ti? ¿Hay algún momento en que Dios no nos mire? Quizá sí, cuando cometemos faltas, nos portamos mal, actuando como si Dios no nos viera: es lo que algunos teólogos llaman ‘ocultar el rostro’. Aquí rogamos a Dios que vuelva su rostro en dirección a la criatura. Y quien está bajo la mirada de Dios, está en paz: «y que ponga paz sobre vosotros». La condición para experimentar la plenitud de la paz es estar bajo la mirada de Dios.

Habría muchas cosas que decir sobre el tema de la paz. En primer lugar, la paz es ciertamente un don que viene de lo Alto, pero también es un instrumento nuestro para poder acelerar, aumentar, acrecentar el descenso del Espíritu de Dios. Hay una expresión que dice así: «Quien trabaja para hacerse puro recibe ayuda del Cielo. Quien trabaja para hacerse impuro también recibe ayuda del Cielo». En la perspectiva de Shalom, la iniciativa que tomamos es importante. No podemos permanecer en una posición estática, esperando simplemente la gracia del Cielo. No conocemos con exactitud y precisión los misteriosos caminos de la bendición y la paz. Sin embargo, sabemos dos cosas importantes sobre ellos: que nos vienen de Dios, pero que también nosotros, a pesar de nuestras limitaciones como criaturas humanas, tenemos una parte -una parte importante- en el descenso de la bendición y la paz sobre nosotros.

El concepto de paz es un concepto complejo, articulado, difícil. A este respecto, quisiera señalar que la Berahka de los sacerdotes se debía recitar en hebreo: «así bendigan a los hijos de Israel», es decir: en esta formulación precisa. A diferencia de otras oraciones, no podía pronunciarse en otra lengua que no fuera el hebreo. La Berahka de los sacerdotes era algo especial cuyo contenido no podía ser reproducido en su autenticidad sagrada en ninguna otra lengua. Prueba de ello es el hecho de que mientras el texto de la Torá va acompañado, en algunas ediciones importantes, de la traducción al arameo (la lengua aprendida por los padres en Babilonia) en el punto de la bendición no aparecía. ¿Y por qué no aparecía? En primer lugar, para subrayar que no es necesario, ya que la bendición debe pronunciarse ritualmente en hebreo. Pero luego también por una razón profunda, que es ésta: puesto que al final de la Bendición se invoca Shalom, la paz, y la dimensión de Shalom es ilimitada -en el sentido de que ninguno de nosotros puede captar su infinito potencial-, el término Shalom no puede traducirse a ninguna otra lengua, sino pronunciarse y oírse en su lengua original. Esto también nos ayuda a introducir otra consideración.

La Berakha de los sacerdotes comienza con la bendición «que el Señor te bendiga…» y termina con el Shalom «y que Él ponga la paz sobre ti». Esto pone de relieve que Dios no encuentra mejor vehículo para transmitir la bendición de Shalom, la paz. Esto significa que si queremos esperar abundante medida de bendición de lo alto, necesitamos proveernos de un recipiente que es el Shalom. Si no hay Shalom, no puede venir ninguna bendición. Una posición dinámica y no estática, por tanto, dejando a la Berakha de Dios todo su valor como don, su independencia e inescrutabilidad. Ciertamente, en la formación y el advenimiento del Shalom sentimos que tenemos un papel muy importante que desempeñar. Si no construimos el Shalom en nuestro interior y en medio de nosotros, es difícil esperar la Berakha. La Berakha necesita el Shalom. Sin Shalom, la Berakha corre el riesgo de perderse en el camino y, por tanto, de no llegar hasta nosotros.

Hay una oración muy breve, pero también muy intensa, recitada por Salomón el día de la inauguración del Templo de Jerusalén: ‘Que el Señor, nuestro Dios, esté con nosotros, como estuvo con nuestros padres. Nunca nos abandone ni nos desampare’. Una oración para recitarla en la mente y en el corazón, porque es una invocación de bendición perpetua para todos nosotros.

Hay una oración muy sencilla escrita por un gran maestro del judaísmo de finales del siglo XVIII, el rabino Najman de Breslav, que en su vida cotidiana se preocupó por transmitir valores que exaltaban la síntesis entre ética y religión. No se puede ser religioso sólo en sentido vertical o sólo en sentido horizontal. Este es el mensaje de la religión: estar disponible y abierto con los demás como condición necesaria para poder entrar en conexión vertical con Dios.

«Te ruego, Señor Dios nuestro y Dios de nuestros padres, Señor de la paz, Rey a quien pertenece la paz, que pongas paz en tu pueblo Israel. Y que la paz se multiplique hasta penetrar en todos los que vienen al mundo. Y que no haya más envidias, ni rivalidades, ni victorias, ni motivos de discordia entre los hombres, sino sólo amor y paz entre todos. Y que cada uno conozca el amor de su prójimo como su prójimo, busque su bien, desee su amor, anhele su éxito constante para poder encontrarse con él y unirse a él para hablar juntos y decirse la verdad en este mundo. Un mundo que pasa como un abrir y cerrar de ojos, como una sombra, pero no como la sombra de una palmera o de un muro, sino como la sombra de un pájaro que vuela».

Joseba Kamiruaga Mieza CMF

(Remitido por el autor)

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