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Quiso ser familia de todos (29.12.24)

Domingo, 29 de diciembre de 2024

IMG_8833Del blog de Xabier Pikaza:

Publiqué ayer un nota de NN sobre el nacimiento de Jesús. Retomo hoy el motivo, adaptando las páginas finales de NN pues mañana, 29.12.24, celebra la iglesia católica la fiesta de la Sagrada Familia.
 

Es un tema que nos cuesta imaginar,  no digo “pensar”. Es muy importante, en este tiempo en que más que la IA (inteligencia artificial) nos   amenaza la FA (familia artificial).  No quiero ni puedo apuntar soluciones, pero quizá el relato de NN que he reformulado para esta página nos permita vislumbrar facetas nuevas. Buen día a todos

28.12.2024 | NN y Xabier Pikaza

(Sigue lo de ayer). Sentí un gozo infinito, en medio del asombro y la fascinación de saberme rodeada por los siete espíritus en la sinagoga, cuando se anunciaba el primer rayo de luz de la mañana. Mi padre me había repetido muchas veces que cuando se proclama la Palabra viene un Ángel, el mismo Gabriel, poderoso mensajero, proclamando la presencia de Dios en nuestra vida. No pude casi ni respirar. Él me decía:

Una espada te traspasará el corazón, para que sean revelados los pensamientos de muchos corazones… Porque el hijo que nacerá de ti será causa de enfrentamiento y caída para muchos hombres y pueblos  (Lc 2, 34-35).

Así lo escuché y lo entendí, en un instante de luz y sufrimiento. Era como si el mismo Dios me pidiera permiso para introducir su gozo y su dolor en mi pequeña vida de mujer. Y le di gracias a Dios y le pedí que me concediera fuerzas para cumplir lo que él quería, aunque mi hijo tuviera que morir incluso en cruz, por la violencia de miles y millones de violentos de este mundo. Supe así que Dios amor infinito es el dolor más grande de la tierra.

Y entonces vino Gabriel de nuevo y me pidió que siguiera sentara en el estrado de madera y me rodearon de pie, montando guardia, en círculo de vida, los siete arcángeles santos. Y quise ponerme yo también de pie, pero Gabriel me dijo otra vez: Sigue sentada, porque eres gebira de Dios, Señora y nosotros testigos de la gran Palabra.

Los siete arcángeles de Dios iluminaban con su inmensa luz matutina todo el espacio de la sinagoga convertida en cielo. Quise levantarme, pero otra vez me hiceron quedar sentada, en el centro de la sinagoga y supe que Dios era silencio y luz, una luz, siete luces, Palabra de Dios, dolor de vida.

Supe así que Dios viene a los hombres en su sinagoga, a través de los libros sagrados que traen su Palabra. Cerré por un segundo los ojos, como transpuesta y al abrirlos descubrí que luz no era ya de los arcángeles. Sino del mismo Dios, la luz del gran Poder (Mercaba) de la que nos hablaba el rabino explicando el libro de Ezequiel,  y esa luz del Poder se hizo Palabra:

 ‒ Alégrate, Myriam, el Señor Dios está contigo.

Yo me turbé al recibir aquel saludo. ¿Cómo podía venir Dios y visitarme? ¿Cómo podía hablarme en una sinagoga que parecía ocupada por soldados? No lo sé, pero supe con un conocimiento superior al de todos los conocimientos del mundo, que no eran soldados enemigos, como los del Monte Hermón cuando bajaron para violar a las mujeres, sino ángeles buenos para darnos vida. Me sentí inundada por la luz y el amor de Dios…. y el corazón empezó a latir como si quisiera romper mi pecho, y tuve inmenso miedo y paz inmensa. Y Dios siguió diciendo:

– No temas, has hallado gracia … Concebirás, y darás a luz un hijo…

Quedé primero muy callada… escuchando la Voz que estallaba como temporal de fuego en mis entrañas, como si no fuera yo, como si fuera Dios mismo en mi interior… Y le respondí sin saber bien lo que decía:

‒ ¿Cómo será, pues no conozco varón? ¿Cómo será, pues estoy en la sinagoga, con el paño del Nombre de Dios en la cabeza, rodeada de ángeles-soldados, sin saber cómo responderles?

– Soy el mismo Dios, y los que me acompañan son arcángeles. Concebirás y darás a luz un hijo, y le llamarás Jesús, pues nada hay imposible para Dios.

 – Y yo le respondí: Soy tu amiga, soy tu sierva, añadiendo las palabras que nos decía el Rabino que debía responderse: Yehí, Genoito, fiat, Hágase en mí según tu voluntad.

Myriam quedó en silencio y Magdalena oyó el ritmo de su respiración pausada, como latido del corazón de Dios, que se ensancha para abarcar todo el universo y se contrae  para habitar en aquellos que le acogen y responden. Tras un momento de adoración, Myriam siguió diciendo:

Fueron palabras abismales, que yo escuchaba con asentimiento, diciendo:

Soy tu sierva, soy la amiga, hágase en mí según tu voluntad.

Era yo quien decía esas palabras, pero al mismo tiempo, era Dios quien las decía, las más hondas, las únicas que vengo escuchando y respondiendo desde entonces, como si estuviera sucediendo todavía lo que sucedió para siempre aquella madrugada. Todo estaba hecho, todo era ya… Y yo misma era Todo y lo sigo siendo. No tuve ni tengo que hacer nada más. No tenía ni tengo desde entonces más oficio, pues ya solo en amar es mi ejercicio.

– Era Dios ¿Qué podías hacer tú?

Nada y todo, pues todo estaba hecho y debía seguir haciéndose hasta el fin de mi vida, el fin de los tiempos. Fue como si el mundo entero se hubiera detenido para hacer que mi seno fuera seno, vientre y matriz de Dios, aquella pascua de primavera, no en Jerusalén donde estaban celebrando los ricos, sino en la pobre Nazaret de Galilea.

No sé si pasó sólo un instante o si pasaron miles de siglos, pues el tiempo de Dios se había detenido en mi pequeño tiempo de mujer emocionada, dolorida, jubilosa. Supe así que mi vida era seno de la vida  que Dios, alfarero supremo, va amasando, de un modo intangible, en nuestra pequeña y pobre carne humana, que es de Dios, Dios mismo hecho carne (cf. Jn 1, 14).

Recordé entonces los textos del nacimiento de Dios en nuestra vida (cf. Sal 139, 13-18; Ecl 1,5; Job 10,9-10), fijándome de un modo especial en el discurso de la madre de los siete macabeos que invocaba a Dios y acompañaba a sus hijos torturados:

No sé cómo aparecisteis en mi entraña, ni fui yo quien os pude dar la vida. El mismo Dios que os modeló en mi entraña y os sacó a la luz del mundo, os la dará de todo, en plenitud, en la resurrección de la matriz de todos los tiempos (cf. 2 Mac 7, 20-23).

             Ése era mi gozo, en el centro de una sinagoga de ángeles de vida, pero rodeada, rodeados todos por un grupo de violentos que en la plaza exterior gritaban diciendo “matadlos, son soldados, matadla, es prostituta. Entonces comprendí algo más las huellas del nacimiento de Dios en un mundo de violencia y muerte, y levanté las manos, en el centro de la sinagoga, y quise dar gracias a los arcángeles-soldados, a los que Dios mismo había enviado, descubriendo que el gozo de Dios consiste en sufrir todo para que los hombres y mujeres podamos gozar todo …  Era  él quien que me había hablado… y me decía “mira bien”. Pero yo no le veía a él, sino a sus ángeles, como nos había enseñado el rabino de la sinagoga.

….

– Di gracias a los ángeles, pero Gabriel, varón de Dios me dijo que no les diera gracias, que eran ellos debían  dármelas a mí. Y así lo hicieron por última vez, antes de irse, pues debían salir ya, si yo se lo permitía. Les dije que hicieran lo que debían hacer … y así me despidieron, precisamente en el momento en que yo empezaba a comprender lo que había pasado

Arreglé mis vestidos, recogí mi trenzas, puse el paño sagrado de la Ley, con el Nombre del Señor, sobre el gran rollo. Quise ordenar los bancos, la mesa central, pero todo estaba en orden… Lo habían hecho ellos, los arcángeles, que salían ya con el estandarte escrito: “Una doncella ha concebido y dará a luz y le pondrán por nombre Emmanuel”.

 Y así, cuando salí, rodeada por Gabriel y los otros seis arcángeles, que hacían guardia de honor a mis lados, vestida, peinada, refulgente, sentí que me observaron los hombres y mujeres del pueblo con espanto, sin atreverse a tocarme por pensar que podía estar manchada por contacto impuro y derramamiento de sangre.

Pero mi madre me abrazó y me dijo que estaría siempre a mi lado. También vino mi padre, con José, como ya he dicho, y los dos me abrazaron, y José me besó, temblando de inmensa alegría, ante toda la gente de la plaza como nunca lo había hecho. Y yo entonces me atrevía decir en voz alta, de forma que todos pudieran oír:

– ¡Dios nos ha bendecido, bendito sea!

No me preguntaron más, pero tampoco se atrevieron a entrar en la sinagoga, por temor a encontrarla manchada de sangre, hasta que viniera el rabino del pueblo y el sacerdote de Séforis para las purificaciones. Cuando el sacerdote llegó con el rabino,  y entró, viendo que todo estaba limpio y en orden, salió a la puerta y dijo:

 Podéis pasar. Los utensilios y objetos de la sinagoga estaban limpios y ordenados, con el armario de los libros santos, la mesa de los rollos, los bancos donde se sentaban hombres y mujeres… y el suelo de madera. También la pequeña habitación contigua, con los platos de comida, el fregadero y los paños de limpieza, todo en orden, de manera que el sacerdote se limitó a decir a las mujeres: Purificad si queréis los platos con los paños y los jarrones de agua, pues dcís que los ángeles/soldados   podían tener alguna impureza ante  Dios.

Cuando los hombres y mujeres acabaron la limpieza y salieron, cumpliendo lo prescrito por el sacerdote y el rabino, sus opiniones quedaron divididas.

Unos juraron que yo tenía que haber sido violada, pues los soldados hacían eso siempre a las mujeres, especialmente a las doncellas casadera, como habían hecho los siete arcángeles perversos del Hermón.

Otros afirmaron que no había ningún signo de violación,   de manera que los siete soldados no podían ser demonios, sino arcángeles de Dios, que habían venido a visitarnos a todos, como los tres ángeles divinos que reposaron a la sombra de la tienda de Abraham en Mambré-na y comieron con él y   dijeron  a Sara que a los nueve meses daría a kyz un hijo (Gen 18)

Desde entonces, hay algunos que están enfrentados por el tema, hasta hoy, y dicen que tuvo que haber violación y que Jesús es un bastardo. Pero el sacerdote de Séforis y el rabino del pueblo eran sensatos y mandaron que no se removiera más el tema, que me dejaran en paz, que no se podía dudar de una mujer israelita.   Y a su tiempo nació Jesús, y él ha reconocido siempre su origen, siendo hijo de Dios y, al mismo tiempo, hijo mío, adoptado por José.

Muchas veces he pensado que todo lo que Jesús dice y hace es una explicación de aquello que pasó y que pasa cada día, cuando él habla, cuando cura, cuando anima a los demás, como hace contigo.

Por eso, cuando empiezo a decirle “por qué no me explicas…”, él se limita a responderme: “los verdaderos creyentes no nacen de la carne y sangre de este mundo, ni del deseo y poder del varón, sino de la carne de Dios” (Jn 1, 12-14). Así quiso decirme   que todo nacimiento de un hombre o mujer en la tierra es divino.

Un día en que Jesús estaba especialmente cariñoso añadió: No todos lo saben, no todos lo ven como tú, pero lo que pasó en mi concepción y nacimiento sucede en todo nacimiento humano,  pues los ángeles de Dios descienden en cada concepción y suben con cada ser nacido, varóno mujer, al alto de los cielos (cf. Jn 1, 51). Eso es lo que tú viste y sentiste, lo que tienes que decir a todos con tu vida.

 Myriam calló y Magdalena respetó su silencio. Pasado algún tiempo, le preguntó:

-¿Cómo te arreglaste con José

‒ Me recibió en su casa y nos casamos esa misma semana (cf. Mt 1, 18-25). Él ha sido el más bueno de todos, bienaventurado creyente. En su amor he seguido recibiendo el amor de Dios, en su amor han  recibido a Dios todos aquellos que han tenido la dicha de estar a su lado. Ha trabajado y ha muerto para que nosotros pudiéramos vivir, dando a Jesús su dignidad de hijo de Dios.

– Pero muchos os han acusado diciendo que sois samaritanos, no judíos…

– Muchos, pero José   ha defendido siempre a Jesús  defendiéndome a mí. Y Jesús nos ha defendido a su padre y a mí, diciendo que todos los niños del mundo provienen y nacen del amor de Dios.

– Eso me dijo a mí –añadió Magdalena-. Me amó cuando me violaron, me cuidó en el prostíbulo de Cesárea, me resucitó cuando me moría…

– Parece de otro mundo, como un ángel. Quiere a todos y se preocupa en especial de aquellos que no tienen padres, ni familia… pero discute con sus parientes, especialmente con Jacob, por cuestiones de Ley.

– Por cuestiones de ley discuten, como tú me dice, no por ser parientes.

– Cada uno es un regalo, como si fuera el mismo Dios. Pero el mejor y más extraño es Jesús y su forma de portarse me produce escalofríos. Para él, cada niño y cada niña, cada hombre o mujer, es hijo de Dios, Dios en persona. Así me lo dijo, en el año de la gran hambruna. Había muerto Herodes el grande, y su hijo, Antipas estaba imponiendo miedo y hambre en las aldeas, con su obsesión de aumentar los impuestos para construir nuevas ciudades.

Los soldados habían destruido Séforis, y la muerte crecía, faltaba comida. José estaba agotado y sin trabajo;  yo también estaba enferma… Habían pasado por la calle los soldados, los de Antipas, no las legiones de Siria. Entonces, cuando Ester, la  niña de la casa,   murió, me atreví a decir: «Está mejor en el cielo». Pero Jesús me respondió de forma seca, casi con violencia:

Ahora estaba mejor con nosotros. Dios quería que viviera y ella deseaba vivir, y también nosotros queríamos tenerla a nuestro lado. Ha muerto por culpa de los que vienen y van por el mundo matando, y no dejan que haya paz, por culpa del rey y sus ciudades, por el egoísmo de los que tienen y no comparten, por hambre. Todos estamos  hambre por darle de comer, pero ella ha muerto. Su muerte va en contra de la justicia de Dios…

No supe qué responder, nadie sabíamos qué hacer, no había imaginado que Jesús, siendo todavía un niño, pudiera pensar de esa manera. Pero estoy convencida de que empezó a preparar desde entonces su proyecto: Que los niños supieran que Dios es padre y tuvieran comida suficiente, con amor para crecer y compartir vida con todos Por eso vive como vive, porque quiere ser familia de todos.

–  Esa ha sido ha sido mi experiencia –terminó diciendo Magdalena- . A su lado he podido reconciliarme con la vida, perdonar a los demás e incluso quererme. Cuando está conmigo, sé que es Dios quien está conmigo, pacificando todo mi ser, mi pensamiento, mis entrañas. Ya lo sé, parece estar siempre en otro mundo, como si no fuera de aquí … Y sin embargo es lo más cercano que tengo en el mundo

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