“Sagradas Familias”, por Joseba Kamiruaga Mieza CMF
Comentario a la lectura evangélica (Lucas 2, 41-52) de la Misa del Domingo de la Sagrada Familia – 29 diciembre 2024 –
Sagradas Familias
Fiesta de la familia, recita la liturgia.
Fiesta de mi familia, añado yo.
De la familia concreta, objetiva, real, de la que provengo o que he formado o deseo formar. Y, en los tiempos que corren, esta fiesta resulta chocante y provocativa, casi una provocación que sobrevuela nuestras disputas políticas y sociales, que infunde vigor y energía a nuestra vida cotidiana.
Nos guste o no, la familia es y sigue siendo el corazón de nuestro itinerario vital, de nuestra educación, a menudo fuente de muchos sufrimientos, de algunas decepciones y, gracias a Dios, de inmensas alegrías.
Nos hace sonreír que Dios haya querido vivir la familia.
Es sorprendente que haya elegido una familia tan anómala y complicada para hacerlo.
Asombra que la Iglesia persista en proponer esta familia como modelo, donde la pareja vive en la precariedad de lo cotidiano, el niño es la presencia de la Palabra de Dios, y la pareja se encuentra huyendo por la repentina notoriedad del recién nacido…
Pero no es en la diversidad en lo que queremos seguir a María y José, sino en su concreción como pareja que ve su vida trastocada por la acción de Dios y por el delirio de los hombres, en su capacidad de apartarse, seriamente, sin chantajes, sin angustias, para formar parte de un proyecto mayor, el que Dios tiene sobre el mundo.
Si la Navidad nos obliga a preguntarnos si realmente queremos a un Dios tan indefenso, la meditación sobre esta familia y los treinta años que vivieron en Nazaret, si cabe, nos proporcionan intuiciones aún más incisivas…
Dios crece, pues.
Crece en la vida cotidiana de una familia de pobres, llena de fe y entregada al Misterio. Una familia que tiene algo que decir a mi familia.
Cotidianeidad
La primera reflexión procede de la cotidianidad que viven María y José.
Estamos acostumbrados a considerar el tiempo dividido en días laborables y festivos. Otro es el paso repetitivo y aburrido de los días, otro es el acontecimiento que preparamos con intensa alegría; otro la fatiga del trabajo, otro la embriaguez de las vacaciones de verano. Así en la fe: los domingos, si podemos, sacamos cuarenta cinco… minutos para la Misa y luego, durante la semana, nos vemos desbordados por los compromisos.
Nazaret nos enseña que Dios viene a habitar en el hogar, que en lo cotidiano y en la repetitividad de los gestos podemos realizar el Reino, tener una experiencia mística, crecer en el conocimiento de Dios.
Podemos (¡en serio!) elaborar una teología del pañal, un tratado místico de los deberes de los niños, una espiritualidad de la hipoteca que hay que pagar.
La extraordinaria novedad del cristianismo es -¡precisamente! – su absoluta ordinariez.
Parejas que tenéis un primogénito: vuestras fatigas y noches de insomnio, la agotadora relación entre vosotros a causa del cansancio y las preocupaciones, son lo mismo que María y José.
Amigos que tenéis problemas en el trabajo: José también tuvo noches de desasosiego antes de solicitar una hipoteca para poder ampliar su taller de carpintería.
Dios decidió habitar lo mundano, tender un puente sobre el paso de los días.
El Padre
La segunda reflexión surge de la respuesta aparentemente dura y poco amable de Jesús a sus padres (¡como buen adolescente!) sobre su permanencia en Jerusalén después del Bar Miztvah: debe atender las cosas del Padre. Jesús recuerda a sus propios padres (¡!) la primacía de Dios en la vida de una familia. Estamos juntos para ayudarnos a encontrar la felicidad, el sentido de la vida, estamos juntos para caminar hacia la plenitud. Dios no es un apéndice superfluo de nuestras opciones, que quizá haya que sacar a relucir cuando hay vacaciones o algún problema. Si nos convertimos en buscadores de Dios, nos damos cuenta plenamente de la finalidad de nuestro estar juntos.
El misterio en casa
Me he preguntado cientos de veces cuánta fe tuvieron que tener estos padres para decirse a sí mismos que este niño, idéntico a todos los niños, era realmente el Hijo de Dios. José miraba a menudo a su virginal esposa al final del día, avergonzado por la inmensidad de su fe, sintiéndose un poco inadecuado por tan maravillosa tenacidad.
María, cuando llevaba café a media mañana a José con su pelo rizado lleno de virutas, bendecía al Señor en su corazón por haberle dado un compañero tan sencillo y verdadero.
La Sagrada Familia nos invita a mirar a los demás miembros de la familia con una mirada de fe y de luz, descubriendo el Misterio escondido en personas que consideramos estáticas e inmutables.
Confiemos a Dios nuestras familias concretas, las que tenemos o hubiéramos querido tener, con todas las fatigas y alegrías, contradicciones y pobrezas, emociones y bondades que sabemos dar.
Dios habita en ellas.
Feliz Navidad.
Joseba Kamiruaga Mieza CMF
(Remitido por el autor)
Comentarios recientes