Comentarios desactivados en Navidad… hagamos Familia, vivamos “todas” las familias…
El Verbo se hizo hombre… se hizo clase…
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“En el vientre de María el Verbo se hizo hombre,
y en el taller de José, el Verbo se hizo clase...”
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Pedro Casaldáliga
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Los padres de Jesús lo encuentran en medio de los maestros
Los padres de Jesús solían ir cada año a Jerusalén por las fiestas de Pascua.
Cuando Jesús cumplió doce años, subieron a la fiesta según la costumbre y, cuando terminó, se volvieron; pero el niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin que lo supieran sus padres.
Éstos, creyendo que estaba en la caravana, hicieron una jornada y se pusieron a buscarlo entre los parientes y conocidos; al no encontrarlo, se volvieron a Jerusalén en su busca.
A los tres días, lo encontraron en el templo, sentado en medio de los maestros, escuchándolos y haciéndoles preguntas; todos los que le oían quedaban asombrados de su talento y de las respuestas que daba.
Al verlo, se quedaron atónitos, y le dijo su madre:
–“Hijo, ¿por qué nos has tratado así? Mira que tu padre y yo te buscábamos angustiados.”
Él les contesto:
– “¿Por qué me buscábais? ¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre?”
Pero ellos no comprendieron lo que quería decir.
Él bajó con ellos a Nazaret y siguió bajo su autoridad.
Su madre conservaba todo esto en su corazón.
Y Jesús iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y los hombres.
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Lucas 2, 41-52
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Esta página de Lucas es la única en todo el evangelio en la que contemplamos a los tres miembros de la Sagrada Familia actuando como personas responsables y libres. En los episodios que preceden, Jesús es un niño, que no tiene aún ninguna autonomía; en las que siguen, José ha vuelto a la sombra -probablemente la sombra de la muerte- y no aparece más.
Y bien, en esta narración los tres personajes aparecen como “buscadores de Dios”. Son apasionados y angustiados buscadores de Dios María y José, que pensaban buscar un niño perdido mientras iban tras uno en el que reside corporalmente la plenitud de la divinidad, como dice san Pablo (cf. Col 2,9); uno que, desde la eternidad, es el Verbo, que en el principio estaba ¡unto a Dios y era Dios (cf. Jn 1,1); uno que es el Señor del cielo y de la tierra (Mt 28,18).
Es un buscador del Padre Jesús que, fascinado por el templo, no sabe marcharse: se queda nada menos que tres días, encantado, interrogando y escuchando insaciablemente a los rabinos que hablaban del Dios de Israel.
Es una verdad difícil de comprender para los hombres, pero el significado más auténtico y profundo de sus casas es el de ser lugares donde, en la dulzura de afectos serenos e intensos, se debe ante todo buscar a Dios, al Dios que es la sede eterna y la fuente originaria de todo amor.
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G. Biffi, Homilía sobre la Sagrada Familia
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Todas las Familias
El niño iba creciendo, lleno de sabiduría
(Lc 2, 22-40)
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La familia la hacen las personas que la forman, su capacidad de quererse, de amarse, de perdonarse, de reconciliarse, de estar abiertas a compartir la vida con otros familias. La familia está cambiando. Es normal. Pueden cambiar las formas de establecerse los vínculos entre las personas. Puede cambiar el hecho de que todos vivan en la misma casa o que vivan separados. Pero al final, hay un vínculo clave en la familia: el amor. Ése es el vínculo que mantiene y mantendrá viva a la familia. Ése fue el vínculo que Jesús aprendió a valorar en su familia. Allí descubrió que es más fuerte incluso que los lazos de la sangre. Por eso, luego, más tarde, habló de Dios como el Padre, el Abbá que reúne a todos sus hijos en torno a la mesa común. Y para que entendiésemos la relación que nos une a Dios nos dijo que éramos sus hijos y él nuestro Padre.
Hoy nos toca a nosotros asumir la realidad concreta de nuestras familias, con sus luces y sus sombras, y seguir partiendo de ellas para construir el reino, la gran familia de Dios. Es nuestra responsabilidad fortalecer todo lo que podamos el vínculo del amor, que rompe las barreras de la sangre, de la raza, etc. y nos une a todos en una única familia. Hoy, como a Jesús, nos toca a nosotros encarnarnos en nuestra realidad concreta y construir la familia de Dios aquí y ahora.
Comentarios desactivados en “Dejar a Jesús entrar en nuestra casa”. Sagrada Familia – C (Lucas 2,41-52)
Necesitamos ante todo buscar, cuidar y desarrollar un proyecto sano, digno y dichoso de familia que pueda plasmarse en la vida concreta de cada hogar. Jesús, acogido con fe y convicción en nuestra familia, nos puede ayudar a corregir y mejorar nuestro modo de vivir y nos puede descubrir un camino nuevo más digno de seguidores de su Evangelio.
Dejar a Jesús entrar en nuestra casa significa arraigar la familia con más verdad, más pasión y más ilusión en su persona, su mensaje y su proyecto del reino de Dios. Muchas cosas habrá que hacer los próximos años para reavivar nuestras familias, pero nada más decisivo que poner a Jesús en el centro del hogar, confiando en su promesa: «Donde dos o tres se reúnen en mi nombre, allí estoy yo» (Mateo 18,20). No estáis solos. En el centro de vuestro hogar está Jesús. Él os reúne, os alienta y os sostiene. Con Jesús todo es posible.
Acoger a Jesús en el hogar es tarea de toda una vida. Lo primero es aprender a vivir en el hogar con un corazón nuevo y un espíritu renovador. Esto significa empezar a vivir una relación nueva con Jesús, una adhesión más viva. Una familia formada por cristianos que apenas conocen a Jesús, que solo lo confiesan de vez en cuando y de manera abstracta, que nunca leen el evangelio, que se relacionan con un Jesús mudo del que no escuchan nada especial, nada de interés para el hombre y la mujer de hoy, un Jesús apagado que no atrae ni seduce, que no toca los corazones…, es una familia que difícilmente podrá sentir su fuerza renovadora.
Si ignoramos a Jesús y desconocemos su mensaje, no podremos orientar nuestra vida de familia desde su Evangelio. Si no sabemos mirar el mundo, la vida, las personas, los hijos, los problemas… con los ojos con que Jesús miraba, diremos que contamos con la luz privilegiada de la revelación, pero seremos una familia ciega que no sabe mirar la vida como la miraba Jesús. Y si no escuchamos el sufrimiento de la gente con la atención, la sensibilidad y la compasión con que Jesús escuchaba a los que encontraba sufriendo en su camino, seremos familias sordas. Y si no sintonizamos con el estilo de vivir de Jesús, con su pasión por hacer un mundo más justo, con su ternura hacia los niños, con su perdón a los despreciados…, no sabremos transmitir lo mejor que Jesús transmitía, lo más valioso, lo más atractivo: su Buena Noticia.
Se trata de vivir en nuestras familias esta experiencia: caminar los próximos años hacia un nivel nuevo de convivencia familiar, más inspirada y motivada por Jesús, y hacia una dinámica y un estilo de vida mejor orientados a abrir caminos al reino de Dios, es decir, a ese mundo nuevo más humano y dichoso que quiere el Padre para todos, empezando por los últimos. Después de veinte siglos de cristianismo, las familias cristianas necesitan un «corazón nuevo» para vivir y comunicar la Buena Noticia del Dios revelado en Jesús en medio de la sociedad actual. Lo decisivo es no resignarnos a vivir hoy en familia sin Jesús
José Antonio Pagola, Dejar entrar en casa a Jesús PPC Madrid 2018, 86-88
Comentarios desactivados en “Los padres de Jesús lo encuentran en medio de los maestros”. Domingo 29 de diciembre de 2024. Sagrada Familia
Leído en Koinonia:
Eclesiástico 3, 2-6. 12-14: El que teme al Señor honra a sus padres. Salmo responsorial: 127, 1-2. 3. 4-5: Dichosos los que temen al Señor. Colosenses 3, 12-21: La vida de familia vivida en el Señor. Lucas 2, 41-52: Los padres de Jesús lo encuentran en medio de los maestros
Celebramos hoy la fiesta de la Sagrada Familia. Los textos de la liturgia hacen referencia a temas familiares. En la primera lectura, tomada del libro del Eclesiástico, escuchamos los consejos que un hombre, Ben Sirac, que vivió varios siglos antes de Jesucristo, da a sus hijos. El respeto y la veneración de éstos hacia sus padres es cosa agradable a los ojos de Dios, que éste no dejará sin recompensa. Los hijos que veneren a sus padres serán venerados a su vez por sus propios hijos. Todos estos consejos, aún conservando hoy plena validez, parecen insuficientes, puesto que están dados desde una mentalidad estrictamente rural, en donde otros aspectos de la vida familiar no son tenidos en cuenta. No sólo importa hablar hoy del respeto que los hijos deber a los padres, sino de la actitud de éstos con relación a los hijos. Esta insuficiencia resulta particularmente notable en momentos como los actuales, cuando la familia tiene planteados problemas de pérdida de sus funciones.
Desde una perspectiva cristiana, la familia continúa teniendo una función insustituible: ser una comunidad de amor en donde los que la integran puedan abrirse a los demás con una total sinceridad y confianza. Dejando aparte los consejos que en último lugar da San Pablo, y que son puramente circunstanciales y muy ligados a las costumbres y mentalidad de la época, la exhortación a la mansedumbre, a la paciencia, al perdón y, sobre todo, al amor, es algo realmente básico para la familia de nuestro tiempo.
El evangelio de Lucas en el que se nos cuenta la pérdida del niño Jesús en el Templo, fue escrito probablemente unos cincuenta años después de este suceso. Doce años es, aproximadamente, la época en que los niños comienzan a sentirse independientes. Para Lucas, esta primera subida de Jesús a Jerusalén es el presagio de su subida pascual y por ello, estos acontecimientos hay que leerlos a la luz de la muerte y resurrección del Señor.
La sabiduría de Cristo ha consistido para Lc en entregarse desde su joven edad “a su Padre”, sin que esto quiera decir que supiera ya adónde le llevaría esa entrega. Pero en ella va incluida ciertamente la decisión de anteponer su cumplimiento a toda otra consideración. Sus padres no tienen aún esa sabiduría. María parece que llega a presentirla. Pero, de todas formas, respetan ya en su hijo una vocación que trasciende el medio familiar. Y esto es algo muy valioso para cada una de nuestras familias. La educación de los hijos tiene que comenzar por una actitud de sincero respeto. Si no, es imposible que surja la compresión y el amor.
Pablo da algunos consejos para la convivencia con otros. Se requiere humildad, acogida mutua, paciencia. Y si fuese necesario, perdonar. Así procede Dios con nosotros. Su actitud debe ser el modelo de la nuestra (v.12-13). Pero, “por encima de todo”, está el amor, de Él tenemos que revestirnos, dice Pablo empleando una metáfora frecuente en sus cartas (v.14). De este modo “la paz de Cristo” presidirá en nuestros corazones (v.15).
Si el amor es el vínculo que une a las personas, la paz se irá construyendo en un proceso, los desencuentros irán desapareciendo (los enfrentamientos también) y las relaciones se harán cada vez más trasparentes. En el marco de la familia humana, esos lazos son detallados en el texto del Eclesiástico (3,3-17).
Lucas nos presenta a la familia de Jesús cumpliendo sus deberes religiosos (vv. 41-42). El niño desconcierta a sus padres quedándose por su cuenta en la ciudad de Jerusalén. A los tres días, un lapso de tiempo cargado de significación simbólica, lo encuentran. Sigue un diálogo difícil, suena a desencuentro; comienza con un reproche: “¿Por qué nos has hecho esto?”. La pregunta surge de la angustia experimentada (v. 48). La respuesta sorprende: “¿Por qué me buscaban?” (v. 49), sorprende porque la razón parece obvia. Pero el segundo interrogante apunta lejos: “¿No sabían que yo debía estar en las cosas de mi Padre?”. María y José no comprendieron estas palabras de inmediato, estaban aprendiendo (v.50).
La fe, la confianza, suponen siempre un itinerario. En cuanto creyentes, María y José maduran su fe en medio de perplejidades, angustias y gozos. Las cosas se harán paulatinamente más claras. Lucas hace notar que María “conservaba todas las cosas en su corazón” (v. 51). La meditación de María le permite profundizar en el sentido de la misión de Jesús. Su particular cercanía a él no la exime del proceso, por momentos difícil, que lleva a la comprensión de los designios de Dios. Ella es como primera discípula, la primera evangelizada por Jesús.
No es fácil entender los planes de Dios. Ni siquiera María “entiende”. Pero hay tres exigencias fundamentales para entrar en comunión con Dios: 1) Buscarlo (José y María “se pusieron a buscarlo”); 2) Creer en Él (María es “la que ha creído”); y 3) Meditar la Palabra de Dios (“María conservaba esto en su corazón”). Leer más…
Comentarios desactivados en Sagrada Familia: Estirpe de Dios, juzgados (=salvados) por un crucificado
Del blog de Xabier Pikaza:
Este día de la Sagrada Familia (29.12.24) solemos evocar la pequeña casa de Jesús con José y María, en Belén o Nazaret. Pero hoy quiero recordar la gran familia de la humanidad, que Pablo definió en Atenas como estirpe de Dios, en quien vivimos, nos movemos y somos, siempre con riesgo de perdernos, pero juzgados (salvados en amor) por el (un) crucificado.
Citaré primero el texto y lo comentaré con brevedad, para exponerlo después con cierto detalle, indicando, al fin, la fuente de mi exposición.
| Xabier Pikaza
De uno solo creó Dios el género humano para que habitara la tierra entera, determinando fijamente los tiempos y las fronteras de los lugares que habían de habitar, 27con el fin de que lo buscasen a él, a ver si, al menos a tientas, lo encontraban; aunque no está lejos de ninguno de nosotros, pues en él vivimos, nos movemos y existimos; así lo han dicho incluso algunos de vuestros poetas: “Somos estirpe suya”.
29Por tanto, si somos estirpe (=genos, género)de Dios, no debemos pensar que la divinidad se parezca a imágenes de oro o de plata o de piedra, esculpidas por la destreza y la fantasía de un hombre. 30Así pues, pasando por alto los tiempos de ignorancia, Dios anuncia ahora en todas partes a todos los humanos que se conviertan. 31Porque tiene señalado un día en que juzgará (salvará) al universo con justicia, por medio del hombre a quien él ha designado; y ha dado a todos la garantía de esto, resucitándolo de entre los muertos». (Hechos 17, 26-31),
Ésta es la parte central de discurso de Pablo en el Areópago de Atenas (Hch 17). Para conectar con sus oyentes, Pablo empieza recordando que en Atenas había un altar particular (un bômon) dedicado al Dios desconocido. Sabe que los atenienses han sido y siguen siendo buscadores de Alguien al que ignoran, y así les dice: eso que veneráis sin conocerlo (touto, en neutro) es el Dios que yo os anuncio.
(a) Él nos ha hecho para habitar (katoikein) en la tierra, conforme a la palabra de Gen 1, 28: creced, multiplicaos, llenad la tierra, sin prioridad de un pueblo sobre otros, rechazando así en posible particularismo griego o judío, pues la tierra entera es de todos y para todos los hombres
(b) Nos ha hecho para buscarle (dsêtein), es decir, para encontrarnos a nosotros. Esta es la tarea humana: Habitar en el mundo y buscar a Dios, pues en élios vivimos, nos movemos y somos, siendo todos de su estirpe (como dice el poeta pagano Arato, Phaen. 5)
(d) Pues somos todos de su estirpe… Ése es uno de los pocos lugares donde la Escritura cristiana (Pablo) cita como autoridad a un poeta pagano, que “genos” (estirpe, familia) de Dios… Otros pueblos se distinguían por tribus, lengua y naciones, como dice sin cesar la Biblia.
Novedad cristiana: Dios del resucitado (=del crucificado: Hch 17, 30‒33).
Nos ha hecho Dios de su familia (genos) para buscarle, encontrarle y vivir en él, pero en general nos hemos perdido. No vivimos en Dios, sino en nuestros conflictos, en nuestro deseo de poder y de dinero.
‒ Pero Dios ha pasado por alto (hyperidôn) los tiempos de ignorancia (agnoia) de los hombres. No quiere que nos perdamos, no nos abandona, ni en Atenas, la ciudad de la gran sabiduría del mundo.
‒ Por eso, Dios anuncia y ofrece conversión, transformación (metanoia, nuevo nacimiento) a los hombres ignorantes, perdidos en un mundo de deseos, de poderes que nos esclavizan. Dios ha querido, quiere darnos, una oportunidad de nuevo nacimiento, para que vivamos, nos movamos y seamos.
Este fue el argumento del gran discurso de Pablo en Atenas, ante los “jueces” del Areópago. Dios quiere ofrecernos su salvación por un “crucificado”, a quien ha resucitado de los muertos, para resucitarnos a todos con él. La salvación de Dios (=la renovación de la vida humana) no viene por el poder, dinero e inteligencia de un mundo que se busca a sí mismo, sino por un crucificado, es decir, por los expulsados de la sociedad humana, por las víctimas, como Jesús crucificado, por los niños, como Jesús que nace en un pesebre de pastores, expulsado de Belén.
Éste es el tema de la introducción de un libro que estoy terminando con el título En él vivimos, nos movemos y somos. Un camino de vida por la Biblia. No lo he publicado, lo estoy terminando de escribir. Me gustaría que saliera a la luz el próximo año 2025. Para este día de la familia ofrezco a mis lectores las primeras páginas de la introducción de ese libro que titulará, Dios mediante, En él vivimos, nos movemos y somos.
Los atenienses antiguos aceptaron la primera parte del discurso de Pablo: En Dios vivimos, nos movemos y somos… porque eso no les compromete a nada. Pero no pueden aceptar la segunda parte: La resurrección de los muertos, de los crucificados. En un sentido general… con Dios o sin Dios todo es lo mismo. Vivir en Dios puede ser una pura tautología: Vivir en la vida… La novedad de la familia cristiana (del Dios verdadero) es la resurrección de los muertos concretos, es decir, de los crucificados. Porque esto sí que nos hace familia:
–Los crucificados, los expulsados, las víctimas… nos hacen familia en Dios
–Creer que Dios resucita a los crucificados, a las víctimas, significa que Dios nos hace ser familia por medio de ellos y para ellos… Por amor de y amor para los “crucificados” nos hacemos familia.
En él vivimos, nos movemos y somos (de la introducción al libro
Un escritor llamado Lucas, escenificó el comienzo del cristianismo en un capítulo y discurso del libro de los Hechos de los Apóstoles (Hch 17, 16-34), un texto de gran densidad que aquí recojo como introducción y encuadre de este camino de espiritualidad cristiana:
El Dios que ha hecho el mundo y todo lo que hay en él no habita en templos hechos por manos de hombre, porque es el Señor del cielo y de la tierra. Tampoco puede ser servido por manos humanas como si tuviera necesidad de algo, ya que él da a todos la vida, el aliento y todas las cosas. El hizo salir de un solo principio a todo el género humano para que habite sobre toda la tierra, y señaló de antemano a cada pueblo sus épocas y sus fronteras, para que ellos busquen a Dios, aunque sea a tientas, y puedan encontrarlo. Porque en realidad, él no está lejos de cada uno de nosotros. En efecto, en él vivimos, nos movemos y existimos, como muy bien lo dijeron algunos poetas de ustedes: «Nosotros somos también de su raza.. (genos, género).
. Así pues, pasando por alto aquellos tiempos de ignorancia, Dios anuncia ahora en todas partes a todos los humanos que se conviertan. Porque tiene señalado un día en que juzgará el universo con justicia, por medio del hombre a quien él ha designado; y ha dado a todos la garantía de esto, resucitándolo de entre los muertos». 32Al oír «resurrección de entre los muertos», unos lo tomaban a broma, otros dijeron: «De esto te oiremos hablar en otra ocasión». 33Así salió Pablo de en medio de ellos. Pero algunos se le juntaron y creyeron, como Dionisio el areopagita y una mujer llamada Dámaris (Hech 17, 16- 34).
Pablo Había conversado con epicúreos, más centrados en los placeres, yestoicos, partidarios de un tipo de ética exigente, pero al servicio del orden establecido. Unos y otros le tomaron como espermologos: que siembra (vomita) palabras (como esperma seco). Pero sintieron curiosidad, pues enseñaba novedades, nuevos dioses (Jesús y Resurrección), y quisieron conocer su contenido, como suele pasar hoy día
Dios, la Realidad buscada (Hech 17, 24-27).Pablo había discutido con transeúntes o curiosos, pero algunos que se tomaban como sabios y formaban parte de dos escuelas filosóficas, estoicos y epicúreos, quisieron escuchar y discutir con calma el tema y le llevaron al Areo-pago, colina (Pagus) de Ares (Marte), tribunal, universidad y corte de Justicia de Atenas y del mundo.
Para captar la atención de los oyentes y situar el tema, Pablo empezó aludiendo a un altar particular (bômon) que los atenienses habían alzado al Dios desconocido, que identificaban con su ley (nomos).Parece que no había en Atenas un altar al Dios desconocido (agnosto Theô), pero se ha encontrado entre sus ruinas un inscripción dedicada a losdioses desconocidos (agnostois theois), indicando que no había sólo uno, sino muchos, en un mundo lleno de divinidades egoístas, de comida y dinero, placer, guerra, raza o Estado. Partiendo de ese dato organiza su discurso para decir que ese Dios desconocido de los griegos (touto) es aquel en quien vivimos, nos movemos y existimos y que se ha revelado en Jesucristo, por su muerte y su resurrección 17, 31). A partir de aquí organiza sus dos primeras tesis
Primera tesis. Ese Dios desconocido es elhacedor (poiesas) de todas las cosas. El ofrece vida/respiración(dsôê/pnoê) a todo lo que existe. En él somos, él es vida de nuestra vida, aliento de nuestro aliento, verdad original, Tao, Brahma, Allah, Gran Espíritu de cielo, estrellas y tierra, plantas y animales. Por eso, la verdadera religión/conocimiento consiste en acepar todo lo que hay (lo que viene de Dios, sin reprimir nada), pero sin alzar un altar al dios desconocido para así elevarnos nosotros, como los sabios del mundo.
Segunda tesis: Dios es vida (historia) de los hombres (Hech 17, 26-28). Pablo pasa así delcosmos griego a la historia judía, pero con un toque helenistas (somos genos, familia de Dios). De esa forma expone la fe bíblica, pero en términos universales. Un griego podría ofrecer ciertos reparos al origen común y único de la humanidad (ex henos, de unos) y no insistiría en la historia particular de Adán/Eva (Gen 2-3). Leer más…
Comentarios desactivados en Quiso ser familia de todos (29.12.24)
Del blog de Xabier Pikaza:
Publiqué ayer un nota de NN sobre el nacimiento de Jesús. Retomo hoy el motivo, adaptando las páginas finales de NN pues mañana, 29.12.24, celebra la iglesia católica la fiesta de la Sagrada Familia.
Es un tema que nos cuesta imaginar, no digo “pensar”. Es muy importante, en este tiempo en que más que la IA (inteligencia artificial) nos amenaza la FA (familia artificial). No quiero ni puedo apuntar soluciones, pero quizá el relato de NN que he reformulado para esta página nos permita vislumbrar facetas nuevas. Buen día a todos
28.12.2024 | NN y Xabier Pikaza
(Sigue lo de ayer). Sentí un gozo infinito, en medio del asombro y la fascinación de saberme rodeada por los siete espíritus en la sinagoga, cuando se anunciaba el primer rayo de luz de la mañana. Mi padre me había repetido muchas veces que cuando se proclama la Palabra viene un Ángel, el mismo Gabriel, poderoso mensajero, proclamando la presencia de Dios en nuestra vida. No pude casi ni respirar. Él me decía:
Una espada te traspasará el corazón, para que sean revelados los pensamientos de muchos corazones… Porque el hijo que nacerá de ti será causa de enfrentamiento y caída para muchos hombres y pueblos (Lc 2, 34-35).
Así lo escuché y lo entendí, en un instante de luz y sufrimiento. Era como si el mismo Dios me pidiera permiso para introducir su gozo y su dolor en mi pequeña vida de mujer. Y le di gracias a Dios y le pedí que me concediera fuerzas para cumplir lo que él quería, aunque mi hijo tuviera que morir incluso en cruz, por la violencia de miles y millones de violentos de este mundo. Supe así que Dios amor infinito es el dolor más grande de la tierra.
Y entonces vino Gabriel de nuevo y me pidió que siguiera sentara en el estrado de madera y me rodearon de pie, montando guardia, en círculo de vida, los siete arcángeles santos. Y quise ponerme yo también de pie, pero Gabriel me dijo otra vez: Sigue sentada, porque eres gebira de Dios, Señora y nosotros testigos de la gran Palabra.
Los siete arcángeles de Dios iluminaban con su inmensa luz matutina todo el espacio de la sinagoga convertida en cielo. Quise levantarme, pero otra vez me hiceron quedar sentada, en el centro de la sinagoga y supe que Dios era silencio y luz, una luz, siete luces, Palabra de Dios, dolor de vida.
Supe así que Dios viene a los hombres en su sinagoga, a través de los libros sagrados que traen su Palabra. Cerré por un segundo los ojos, como transpuesta y al abrirlos descubrí que luz no era ya de los arcángeles. Sino del mismo Dios, la luz del gran Poder (Mercaba) de la que nos hablaba el rabino explicando el libro de Ezequiel, y esa luz del Poder se hizo Palabra:
‒ Alégrate, Myriam, el Señor Dios está contigo.
Yo me turbé al recibir aquel saludo. ¿Cómo podía venir Dios y visitarme? ¿Cómo podía hablarme en una sinagoga que parecía ocupada por soldados? No lo sé, pero supe con un conocimiento superior al de todos los conocimientos del mundo, que no eran soldados enemigos, como los del Monte Hermón cuando bajaron para violar a las mujeres, sino ángeles buenos para darnos vida. Me sentí inundada por la luz y el amor de Dios…. y el corazón empezó a latir como si quisiera romper mi pecho, y tuve inmenso miedo y paz inmensa. Y Dios siguió diciendo:
– No temas, has hallado gracia … Concebirás, y darás a luz un hijo…
Quedé primero muy callada… escuchando la Voz que estallaba como temporal de fuego en mis entrañas, como si no fuera yo, como si fuera Dios mismo en mi interior… Y le respondí sin saber bien lo que decía:
‒ ¿Cómo será, pues no conozco varón? ¿Cómo será, pues estoy en la sinagoga, con el paño del Nombre de Dios en la cabeza, rodeada de ángeles-soldados, sin saber cómo responderles?
– Soy el mismo Dios, y los que me acompañan son arcángeles. Concebirás y darás a luz un hijo, y le llamarás Jesús, pues nada hay imposible para Dios.
– Y yo le respondí: Soy tu amiga, soy tu sierva, añadiendo las palabras que nos decía el Rabino que debía responderse: Yehí, Genoito, fiat, Hágase en mí según tu voluntad.
Myriam quedó en silencio y Magdalena oyó el ritmo de su respiración pausada, como latido del corazón de Dios, que se ensancha para abarcar todo el universo y se contrae para habitar en aquellos que le acogen y responden. Tras un momento de adoración, Myriam siguió diciendo:
Fueron palabras abismales, que yo escuchaba con asentimiento, diciendo:
Soy tu sierva, soy la amiga, hágase en mí según tu voluntad.
Era yo quien decía esas palabras, pero al mismo tiempo, era Dios quien las decía, las más hondas, las únicas que vengo escuchando y respondiendo desde entonces, como si estuviera sucediendo todavía lo que sucedió para siempre aquella madrugada. Todo estaba hecho, todo era ya… Y yo misma era Todo y lo sigo siendo. No tuve ni tengo que hacer nada más. No tenía ni tengo desde entonces más oficio, pues ya solo en amar es mi ejercicio.
– Era Dios ¿Qué podías hacer tú?
Nada y todo, pues todo estaba hecho y debía seguir haciéndose hasta el fin de mi vida, el fin de los tiempos. Fue como si el mundo entero se hubiera detenido para hacer que mi seno fuera seno, vientre y matriz de Dios, aquella pascua de primavera, no en Jerusalén donde estaban celebrando los ricos, sino en la pobre Nazaret de Galilea.
No sé si pasó sólo un instante o si pasaron miles de siglos, pues el tiempo de Dios se había detenido en mi pequeño tiempo de mujer emocionada, dolorida, jubilosa. Supe así que mi vida era seno de la vida que Dios, alfarero supremo, va amasando, de un modo intangible, en nuestra pequeña y pobre carne humana, que es de Dios, Dios mismo hecho carne (cf. Jn 1, 14).
Suele decirse que la familia está en crisis. Los matrimonios por la Iglesia, y también los civiles, disminuyen de forma notable; los divorcios y las separaciones crecen. En la fiesta de la Sagrada Familia esperamos que las lecturas nos animen a vivir nuestra vida familiar. Y así ocurre con las dos primeras, mientras que el evangelio nos depara una sorpresa.
Lectura del libro del Eclesiástico 3, 2-6. 12-14
El libro del Eclesiástico insiste en el respeto que debe tener el hijo a su padre y a su madre; en una época en la que no existía la Seguridad Social, “honrar padre y madre”implicaba también la ayuda económica a los progenitores. Pero no se trata sólo de eso; hay también que soportar sus fallos con cariño, “aunque chocheen”.
Dios hace al padre más respetable que a los hijos y afirma la autoridad de la madre sobre su prole. El que honra a su padre expía sus pecados, el que respeta a su madre acumula tesoros; el que honra a su padre se alegrará de sus hijos y, cuando rece, será escuchado; el que respeta a su padre tendrá larga vida, al que honra a su madre el Señor lo escucha. Hijo mío, sé constante en honrar a tu padre, no lo abandones mientras vivas; aunque chochee, ten indulgencia, no lo abochornes mientras vivas. La limosna del padre no se olvidará, será tenida en cuenta para pagar tus pecados.
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Colosenses 3, 12-21
La sección final de la carta a los Colosenses exhorta a vivir como cristianos, insistiendo en la bondad, el perdón, la paz, el agradecimiento a Dios. Después de estos consejos, añade una serie de advertencias dirigidas a las esposas, los maridos, los hijos, los padres, los esclavos y los señores. Las cuatro primeras han sido elegidas para esta fiesta de la Sagrada Familia. Pueden resultar extrañas por su carácter exigente, como si las relaciones familiares en Colosas dejaran bastante que desear. Pero estos consejos forman parte de la cultura de la época, muy influida por la filosofía estoica. Con una notable diferencia en nuestro caso: mientras los estoicos enfocaban estas virtudes desde un punto de vista humano, la carta adopta un enfoque cristiano. Hay que obrar de este modo “como conviene en el Señor” y “porque eso le gusta al Señor”. Cristo es el punto de referencia para el comportamiento en la familia cristiana. Precisamente este enfoque permite adaptar la advertencia dirigida a la mujer a nuevas circunstancias. Hoy día no se le puede pedir que viva bajo la autoridad del marido “como conviene en el Señor”. Pero todos los miembros de la familia deben plantearse cuál es la forma de vida que “conviene en el Señor” y la que más le agrada.
Hermanos: Como elegidos de Dios, santos y amados, vestíos de la misericordia entrañable, bondad, humildad, dulzura, comprensión. Sobrellevaos mutuamente y perdonaos, cuando alguno tenga quejas contra otro. El Señor os ha perdonado: haced vosotros lo mismo. Y por encima de todo esto, el amor, que es el ceñidor de la unidad consumada. Que la paz de Cristo actúe de árbitro en vuestro corazón; a ella habéis sido convocados, en un solo cuerpo. Y sed agradecidos. La palabra de Cristo habite entre vosotros en toda su riqueza; enseñaos unos a otros con toda sabiduría; corregíos mutuamente. Cantad a Dios, dadle gracias de corazón, con salmos, himnos y cánticos inspirados. Y, todo lo que de palabra o de obra realicéis, sea todo en nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de él.
Mujeres, vivid bajo la autoridad de vuestros maridos, como conviene en el Señor.
Maridos, amad a vuestras mujeres, y no seáis ásperos con ellas.
Hijos, obedeced a vuestros padres en todo, que eso le gusta al Señor.
Padres, no exasperéis a vuestros hijos, no sea que pierdan los ánimos.
¿Un evangelio impropio?
Después de los consejos anteriores, que animan a obedecer y respetar a los padres, lo que menos podíamos esperar es un evangelio en el que Jesús parece ofrecer un pésimo ejemplo de falta de respeto.
Los padres de Jesús solían ir cada año a Jerusalén por las fiestas de Pascua. Cuando Jesús cumplió doce años, subieron a la fiesta según la costumbre y, cuando terminó, se volvieron; pero el niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin que lo supieran sus padres. Éstos, creyendo que estaba en la caravana, hicieron una jornada y se pusieron a buscarlo entre los parientes y conocidos; al no encontrarlo, se volvieron a Jerusalén en su busca. A los tres días, lo encontraron en el templo, sentado en medio de los maestros, escuchándolos y haciéndoles preguntas; todos los que le oían quedaban asombrados de su talento y de las respuestas que daba. Al verlo, se quedaron atónitos, y le dijo su madre:
− Hijo, ¿por qué nos has tratado así? Mira que tu padre y yo te buscábamos angustiados.
Él les contestó:
− ¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre?
Pero ellos no comprendieron lo que quería decir. Él bajó con ellos a Nazaret y siguió bajo su autoridad. Su madre conservaba todo esto en su corazón. Y Jesús iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y los hombres.
¿Qué quiere decirnos Lucas con este extraño episodio que solo cuenta él?
Lo que quiere decir a María y de María
En el relato inmediatamente anterior se ha contado que Simeón, al tener a Jesús niño en sus brazos, además de hablar de su futuro anunció a María que una espada le atravesaría el alma. Jesús no iba a ser para ella puro motivo de alegría, sino también de angustia y preocupación. Saltando por alto doce años, la visita al templo le sirve a Lucas para ejemplificar esa espada que atravesaría a María durante toda su vida: sufrimiento y desconcierto (porque, aunque Jesús se explique, “ellos no comprendieron lo que quería decir”). Cuando hablamos de los sufrimientos de María, de sus “dolores”, pensamos casi siempre en la pasión y muerte de Jesús. Sin embargo, Jesús hizo sufrir a María toda su vida, no solo al final. La hizo sufrir con su actividad y sus palabras, que suscitaban la oposición y el rechazo de mucha gente y que terminarían provocando su muerte.
Lo que quiere decir de Jesús
¿Qué pensaba Jesús de sí mismo? ¿Era simplemente un buen israelita que, un día, acudió a que Juan lo bautizara y después tuvo la experiencia de que Dios le hablaba y le encomendaba una misión, como parece sugerir el comienzo del evangelio de Marcos? Lucas quiere corregir esta imagen. La estrechísima relación de Jesús con Dios no empieza en el bautismo, se da desde siempre.
Este episodio se comprende mucho mejor si se recuerda la historia del profeta Samuel. Consagrado por su madre al templo, ha pasado toda su vida junto al sacerdote Elí. Hasta que, a los doce años (según Flavio Josefo), una noche Dios lo llama: “Samuel, Samuel”. Naturalmente, no puede imaginar que Dios lo llame y va corriendo junto al sacerdote Elí. Este le dice que no lo ha llamado, que vuelva a acostarse. Pero la escena se repite al pie de la letra, y el narrador se siente obligado a comentar: “Samuel no conocía todavía a Yahvé”. Lleva doce años en el templo, viviendo con el sumo sacerdote, asistiendo al culto, pero “no conocía todavía a Yahvé”. Jesús, en cambio, a los doce años, sabe perfectamente cuál es su relación con él: “¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre?” Dios es su Padre, y ese conocimiento se lo ha comunicado ya a José y María con anterioridad. Estas palabras contrastan no solo con la ignorancia de Samuel sino también con lo que le ha dicho María: “Mira que tu padre y yo te buscábamos angustiados.” Para Jesús, su único Padre es Dios. Y su misión la ha recibido mucho antes del bautismo.
Lucas, tan buen conocedor de la Escrituras, cuando dice que Jesús asombraba a todos los maestros con su sabiduría, es posible que esté aludiendo al Salmo 119: “Soy más docto que todos mis maestros porque medito tus preceptos. Soy más sagaz que los ancianos porque observo tus decretos” (vv.99-100). Aunque Jesús no pondrá nunca el acento en la letra de los preceptos y decretos, sino en la entrega plena a la voluntad de su Padre.
María y nosotros
Lucas tiene especial interés en presentar a María como modelo del cristiano. Con pocas palabras (“He aquí la esclava del Señor”), con el silencio (como en el caso de los pastores y de Simeón) y, sobre todo, con su actitud de reflexionar y meditar todo lo que se relaciona con Jesús. María no es tan lista como los teólogos, y mucho menos que los obispos y papas. Ella no entiende muchas cosas. Jesús la desconcierta. Pero conoce el gran remedio para el desconcierto: la oración. Cuando estamos a punto de recomenzar el contacto con la actividad de Jesús, es muy bueno acordarnos de ella e intentar imitarla.
María, como madre y como mujer de fe se nos pone hoy de ejemplo. Tras haber perdido a Jesús en Jerusalén, tras días de gran angustia familiar, no comprendiendo los comentarios de su hijo, se nos presenta a María orante, contemplativa, serena, posando lo que vive, lo que duda, sus alegrías y sus miedos, en el corazón. No es tanto el “espacio” de las emociones como lo profundo de la persona.
María irá comprendiendo con el paso de los años que su hijo no será como ella pensaba (ningún hijo ni hija lo somos). Es una parte del Evangelio que da lugar a volar con la imaginación a la vida oculta de Cristo, a esas conversaciones con sus padres, momentos en los que la rutina lo invadía todo…
En este tiempo en que vivimos nos resulta extraño este “conservar las cosas en lo íntimo del corazón”. Podemos preguntarnos: ¿y no lo compartía? Hoy que subimos fotos a facebook o las compartimos por whatsapp… Nuestra gente cercana sabe enseguida dónde hemos cenado, qué nos hemos comprado o a dónde hemos viajado… ¿Compartimos con la misma facilidad nuestros deseos, nuestros anhelos, cómo Dios va actuando en lo cotidiano de nuestra vida? Creo que no, que hay cosas que necesitamos guardar en lo profundo de nosotras mismas, allí donde no tenemos una imagen que mantener, donde somos realmente libres.
María nos enseña a vivir en Dios. Por cierto, en cada Eucaristía lo decimos: “por Cristo, con Él y en Él”. Se nos invita a abandonar ese vivir hacia fuera, pensando en qué van a opinar las demás personas sobre nosotras… Solo tras dejar en lo más íntimo de nuestro ser lo que nos va ocurriendo, podremos ser hombres y mujeres entregadas al servicio de la humanidad.
Oración
Trinidad Santa, ayúdanos a vivir en ti, y a guardar lo que vamos viviendo en lo íntimo de nuestro ser.
Comentarios desactivados en El Evangelio no sacraliza ningún tipo de familia.
LA FAMILIA DE NAZARET (C)
Lc 2,41-52
Solo si conocemos lo que era la familia en tiempo de Jesús, estaremos en condiciones de comprender lo que nos dice el evangelio. En aquel tiempo no existía la familia nuclear, formada por el padre la madre y los hijos. En su lugar encontramos el clan o familia patriarcal. El control absoluto pertenecía al varón más anciano. Todos los demás miembros: hijos, hermanos, tíos, primos, esclavos formaban una unidad sociológica. Este modelo ha persistido en toda el área mediterránea durante milenios. La esposa entraba a formar parte de la familia del varón, olvidándose de la suya propia.
Todos los miembros de la familia formaban una unidad de producción y de consumo. Pero la riqueza básica del clan era el honor. Sus miembros estaban obligados a mantenerlo por encima de todo. No era solo una cuestión social sino también económica. Las relaciones económicas eran inconcebibles al margen de la honorabilidad y el prestigio. Era vital para el clan que ningún miembro se desmandara y malograra el bienestar de toda la familia. Esto no quiere decir que no tuvieran los esposos relaciones especiales entre ellos y con los hijos. Incluso podían tener su casa propia, pero nunca gozaban de independencia.
Esta perspectiva nos permite comprender mejor algunos episodios de los evangelios. El que acabamos de leer es un ejemplo. Desde la idea de una familia formada por José, María y Jesús, es incomprensible que se volvieran de Jerusalén sin darse cuenta de que faltaba Jesús. Si todo el clan (treinta – cincuenta personas) sube a Jerusalén como familia, los varones irían juntos, las mujeres también y los jóvenes andarían por su lado, sin preocuparse demasiado los unos de los otros, porque la seguridad la daba el grupo.
Otros pasajes que se explican mejor desde esta perspectiva: (Mc 3, 20-21) “Al enterarse ‘los suyos’ se pusieron en camino para echarle mano, pues decían que había perdido el juicio”. Lo que pretendía su familia era evitar una catástrofe para él y para todo el clan. El tiempo les dio la razón. Más adelante (Mc 3, 31-34): “Una mujer dice a Jesús: tu madre y tus hermanos están fuera. Él contestó: Y ¿quiénes son mi madre y mis hermanos? Se nos está diciendo que para llevar a cabo su obra, Jesús tuvo que romper con su clan, lo cual no supone que rompiera con sus padres. Este episodio lo recoge también Mateo y Lucas.
Hay otro aspecto que también se explica mejor desde este contexto. La costumbre de casarse muy jóvenes (las mujeres a los 12 -13 años y los hombres a los 13-14). Era vital adelantar la boda, porque la media de edad era unos treinta y tantos años y a los cuarenta eran ya ancianos. En el ambiente que tenían que vivir, no era tan grave la inexperiencia de los recién casados, porque seguían bajo la tutela que daba el clan. También la responsabilidad de criar y educar a los hijos era tarea colectiva, sobre todo de las mujeres.
Jesús no se sometió a ese control porque le hubiera impedido desarrollar su misión. Fijaros el ridículo que hacemos cuando, en nombre de Jesús, predicamos una obediencia ciega, es decir irracional, a personas o instituciones. Cuando creemos que el signo de una gran espiritualidad es someter la voluntad a otra persona, dejamos de ser nosotros mismos. La explicación que acabo de dar pretende armonizar la responsabilidad de Jesús con su misión y el cariño entrañable que tuvo que sentir, sobre todo por su madre.
El relato evangélico que acabamos de leer está escrito ochenta años después de los hechos; por lo tanto no tiene garantías de historicidad. Sin embargo es muy rico en enseñanzas teológicas. No hay nada de sobrenatural ni de extraordinario en lo narrado. Se trata de un episodio que revela un Jesús que empieza a tomar contacto con la realidad desde su propia perspectiva. Justo a los doce años se empezaban a considerar personas, a tomar sus propias decisiones y a ser responsables de sus propios actos.
Sentado en medio de los doctores. Los doctores no tienen ningún inconveniente en admitirle en el “foro de debate”. Tiene ya su propio criterio y lo manifiesta. Lucas prepara lo que va a significar la vida pública, adelantando una postura que no es de niño. Sus padres no lo comprendían. La verdad es que fue, para todos los que le conocieron incomprensible. Siguió bajo su autoridad, pero ya ha dejado claro que su misión va más allá de los intereses del clan. La última referencia es un fuerte aldabonazo. Dice el texto: Jesús crecía en estatura en sabiduría y en gracia ante Dios y los hombres.
Debemos buscar la ejemplaridad de la familia de Nazaret donde realmente está, huyendo de toda idealización que lo único que consigue es meternos en un ambiente irreal que no conduce a ninguna parte. Lo importante no es la clase de institución familiar en que vivimos, sino los valores humanos que desarrollamos. Jesús predicó lo que vivió. Si predicó la entrega, el servicio, la solicitud por el otro, quiere decir que primero lo vivió. El marco familiar es el primer campo de entrenamiento para los seres humanos. El ser humano nace como proyecto que tiene que desarrollarse con la ayuda de los demás.
No debemos sacralizar ninguna institución. Las instituciones tienen que estar siempre al servicio de la persona humana. Ella es el valor supremo. Las instituciones ni son santas ni sagradas. Con frecuencia se abusa de las instituciones para conseguir fines ajenos al bien del hombre. Entonces tenemos la obligación de defendernos. No son las instituciones las culpables sino algunos seres humanos que se aprovechan de ellas para defender sus propios intereses. No se trata de echar por la borda una institución por el hecho de que me exija esfuerzo. Todo lo que me ayude a crecer me exigirá esfuerzo. Pero nunca puedo permitir que la institución me exija nada que me deteriore como ser humano.
La familia sigue siendo hoy el marco privilegiado para el desarrollo de la persona humana, pero no solo durante los años de la niñez o juventud, sino durante todas las etapas de nuestra vida. El ser humano solo puede crecer en humanidad a través de sus relaciones con los demás. La familia es el marco ideal para esas relaciones profundamente humanas. Sea como hijo, como hermano, como pareja, como padre o madre, como abuelo. En cada una de esas situaciones, la calidad de la relación nos irá acercando a la plenitud humana. Los lazos de sangre o de amor natural debían ser puntos de apoyo para aprender a salir de nosotros mismos e ir a los demás con nuestra capacidad de entrega y servicio.
En ninguna parte del NT se propone un modelo de familia, sencillamente porque no se cuestiona el existente en aquel tiempo. Proponer un único modelo de familia como cristiano es pura ideología. Si dos hermanos viven con uno de los padres forman una familia, cuando muere el padre, ¿dejan de ser una familia? Y si son dos personas que se quieren y deciden vivir juntas, ¿no son una familia? Jesús no defendió instituciones, sino a las personas que la forman. En cualquier modelo de familia lo importante es el amor, que Jesús predicó y que debemos desarrollar en cualquier circunstancia que la vida.
Meditación-Contemplación
Piensa: ¿Qué sería yo sin los demás?
Nada, absolutamente nada, ni siquiera mi existencia sería posible.
Si los que te rodean han hecho posible que tú seas,
¿es mucho pedir, que tú ayudes a los demás a ser?
Deja que todos encuentren en ti un apoyo para seguir viviendo;
es la única manera de vivir tú humanamente.
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Lc. 2, 41-52
En pleno ambiente navideño nos encontramos este domingo, dedicado a la Sagrada Familia, con un texto evangélico nada fácil. Nada fácil por el texto en sí mismo y por ese ambiente que tiñe o sesga nuestra lectura.
Son los últimos versículos de estos dos primeros capítulos de Lucas que conocemos como los evangelios de la infancia de Jesús. En el versículo siguiente ya se nos presenta otro escenario y a Juan Bautista y Jesús en plena vida pública.
Intentemos dejar a un lado el “evangelio del niño perdido” y acerquémonos al texto, elaborado como una parábola que quiere mostrar o dar testimonio de Jesús, el Hijo de Dios, propósito que vertebra todo el evangelio de Lucas. Y desde esta perspectiva os invito a pararnos en tres aspectos:
– Jesús, Hijo de Dios, un adulto que toma la Palabra en el Templo
Recordamos que en Israel, en tiempos de Jesús, un niño pasaba a ser considerado adulto a los doce años, con una serie de ritos y obligaciones, entre ellas la subida al Templo de Jerusalén en la Pascua. Por lo tanto el relato no trata de un niño, sino de un hijo adulto, que va descubriendo, y esta es la intención del evangelista, que su vida tiene su razón de ser en cumplir la voluntad de Dios, su Padre. Y nos lo presenta en un ambiente concreto, el Templo, rodeado de maestros de Israel, a los que trata como a iguales, les hace preguntas y les responde. Es decir, el evangelio nos presenta a Jesús como “maestro”, y maestro que asombra y deslumbra.
Y correlativa a la imagen de Jesús maestro, está la de discípulo. En este caso una imagen rompedora de discípula, porque es una mujer, María, su madre, la que conservará todo esto en su corazón. Verdadera actitud de discípulo, llevar en el corazón las palabras y gestos de su Señor.
– Jesús que nos pregunta a nosotros como a María y José ¿Por qué me buscabais?
No es cualquier pregunta al paso, en el texto de hoy aparece cuatro veces la idea de “buscar” (vv. 44, 45, 48 y 49). Es más, el evangelio está lleno de expresiones sobre los que “buscan a Jesús” sin encontrarle unas veces (Lc 2, 44-45 y 24, 3, 23-24) y encontrándole otras (Lc 2, 46; cf. Lc 24, 7, 21, 46).
Porque esta búsqueda, nos dice Lucas, requiere unas actitudes, o responde a unos “por qués”. Lo vemos en los pastores, pobres y marginados, y los Magos, estudiosos y extranjeros, (Mt 2,11) que fiándose de las señales, escuchando atentamente lo que saben interpretar como voz de Dios, expresada en ángeles o en la estrella, le reconocen y le encuentran en ese niño pobre pequeño, recostado en un pesebre, tan distinto a lo que esperaban. Actitud tan distinta a la búsqueda de los maestros de la Ley que, a pesar de leer las escrituras o precisamente por ello, no lo encuentran. No lo encuentran porque solo buscan lo que confirme sus teorías, sus planes, sus leyes… ¿Por qué buscamos nosotros a Jesús? ¿Cómo le buscamos? ¿Estamos abiertos/as a las pobrezas, a los pesebres, a los llantos de un niño como expresión de la cercanía y la ternura de nuestro Dios? ¿O intentamos marcarle los caminos, los nuestros, que nunca son los suyos?
– Jesús que interpela a María y José y a cada uno de nosotros: “¿No sabíais que yo…?”
Otra expresión que recorre el evangelio de Lucas, de estos primeros capítulos al último. Hoy escuchamos cómo reprocha a sus padres, inquietos y preocupados, lo mismo que a los discípulos de Emaús, decepcionados y tristes: “¿Es que no sabíais…? Y en ambos el texto añade: “Pero ellos no comprendieron” no comprendieron los hechos ni las palabras de Jesús.
¿Cuántas veces no nos pasa a nosotros lo mismo? No comprendemos los silencios de Dios, no entendemos lo que hace o sus planes entre nosotros… En esos momentos el evangelio nos invita a dar el salto de la fe, a “guardar en nuestro corazón” eso que no entendemos y, a pesar de ello, como María la discípula fiel, abandonarnos a su voluntad para seguirle, para ser también sus discípulos.
Que este domingo, al acoger el evangelio nos dejemos interpelar por Jesús. Que después de escuchar de sus labios de tantas formas ese ¿Por qué me buscáis? ¿No sabéis que yo?… comprendamos que Él sigue bajando con nosotros al Nazaret de nuestra vida, allí donde cada uno estamos, donde se va desarrollando lo ordinario y lo excepcional, donde nos encontramos con los demás y vamos creciendo, donde las relaciones de familia y amistad se afianzan, donde gratuitamente recibimos las gracias que nos hacen mejores, más felices… Porque al final de nuestras búsquedas descubrimos que es Él el que ha decidido estar para siempre a nuestro lado y animar desde dentro nuestras vidas, si le dejamos. Que esta sea la continua Navidad que vivamos día tras día.
Domingo I de Navidad: Fiesta de la Sagrada Familia
29 diciembre 2024
Lc 2, 41-52
Sin duda, Lucas elaboró este relato con el fin de presentar a Jesús como hijo fiel que vive desde y para el Padre. No puede ser casual que, en este evangelio, el término “Padre” sea el primero que aparezca en boca de Jesús y sea igualmente el último: “Padre, a tus manos confío mi espíritu” (Lc 23,46).
¿Qué significa “estar en la casa del Padre”? Desde un nivel mítico de consciencia, el Padre es alguien separado que marca el destino del mundo y del ser humano. El acierto consiste, por tanto, en vivir cumpliendo su voluntad, entendida de manera heterónoma, y anhelando el encuentro con él, acabando con la separación sentida como fractura.
Desde la comprensión no-dual, la “casa del Padre” es la única y misma “casa” de todo. No se trata, por tanto, de un lugar ni de un ser separado, sino que se refiere a ese Fondo último que constituye el núcleo y la identidad última de todo lo que es: el Fondo que constituye y sostiene a todas las formas.
Vivir en la casa del Padre es vivir en conexión con eso que somos, ese no-lugar -dado que no puede ser pensado-, que es Plenitud. Se halla siempre disponible, si bien, para acceder al mismo, se requiere entrenarse en acallar la mente. Es justamente el silencio de la mente (silencio del yo) el que nos permite ver más allá de las formas y conectar, descansar, permanecer, vivir y actuar desde el Fondo. De hecho, a poco que agudicemos el oído interno, si no lo tenemos muy desacostumbrado o incluso atrofiado, no tardaremos en oír la voz interior del Anhelo que clama: “Ven a casa”.
Comentarios desactivados en Sagrada Familia sí, pero difícil también
Del Blog de Tomás Muro La Verdad es libre:
01.- Jesús en el Templo: Un hecho teológico.
El relato de Jesús en el Templo bien pudo acontecer y bien está que conservemos estas “crónicas” y tradiciones de Navidad: los relatos evangélicos, villancicos, “belenes”. Pero no parece que sea una narración histórica.
Hemos de pensar que es un relato compuesto por San Lucas para hablar a aquellas comunidades y a nosotros de quién es Jesús.
La cuestión es que, a partir de una “romería”, se arma un diálogo para sordos:
Es lógico que: “Tu padre y yo te buscábamos angustiados”. Pero también es evidente que María no está hablando de Dios Padre, sino de su marido, José.
María y José ¿encontrarían a Jesús discutiendo con los “doctores del Templo o con los teólogos del concilio de Trento, por ejemplo? ¿Jesús era un niño prodigio que se lo sabía todo? No parece que sea ese el significado de este relato evangélico.
La cuestión es que Jesús responde un tanto “extrañamente”:
“¿No sabíais que yo tengo que ocuparme de las cosas de mi Padre?”
Jesús les recuerda a María y José que no tiene ninguna obligación hacia su familia. Él, -Jesús-, no ha venido para seguir el camino de los padres, sino del Padre.
Lo recordarán siempre, pero sin entenderlo. No entendieron aquellas palabras que les decía, (Lc 2,50).
02.- La cuestión de fondo es ¿quién es JesuCristo
Cristología ascendente y descendente.
Quizás las palabras “ascendente y descendente” son un poco raras y difíciles. Vamos a ver si nos acercamos a intuir y comprender un poco -solamente un poco- el asunto Jesús.
Cristología descendente
La mayor parte de los creyentes tenemos la mentalidad de una cristología “descendente”. Jesús era una especie de “extraterrestre”, un niño prodigio, que vivía en los espacios siderales, quién sabe dónde, y que -un buen día- a Dios se le ocurrió enviarlo a la tierra. Por eso se encarnó de manera muy extraña, pero ya desde niño “se lo sabía todo” de “este mundo y del otro”. Pasó unos treinta años esperando a su crucifixión, pero sin que tampoco tuviera demasiada importancia, pues Jesús ya sabía que iba a resucitar.
Con esta mentalidad Jesús “desciende” del cielo a la tierra, pero la tierra y lo terrenal, lo corpóreo no tienen excesiva importancia ni interés.
Cristología ascendente.
Es otra manera de ver y acercarse a. Jesús.
El hijo de María, es la Palabra, lo que Dios nos quería decir, nos lo va a decir por medio de un Jesús que nace entre nosotros, vive en una familia, iría al colegio-ikastola (sinagoga) de Nazaret. Siendo niño-adolescente subió algunas veces con sus padres a Jerusalén, al templo (de adulto subiría muchas más). Así, poco a poco, Jesús iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y los hombres.
Jesús no fue un “niño prodigio”, sino que fue creciendo, madurando.
Jesús fue la expresión de Dios. Lo que Dios nos quería decir se llama Jesús. La última y definitiva Palabra salvífica de Dios es Jesús.
Jesús vivía desde su fe profunda y desde su continua unión con el Padre: Yo y el Padre somos uno, (Jn 10,30), predicaba, curaba enfermos, discutía con el legalismo y las injusticias de los fariseos, saduceos, sacerdotes del Templo, etc.
Es la cristología ascendente. Podríamos pensar que el relato de Jesús en el Templo no es el final de la infancia de Jesús, sino el “comienzo” de Jesús como creyente adulto.
El Jesús que vuelve a Nazaret no es el mismo que el de antes de subir a Jerusalén, al Templo. “Las cosas” del Padre le queman por dentro: un fuego que ha llegado para incendiar la tierra, (Lc 12,49). Le entristece no logra transmitir esta llama a sus padres, del mismo modo que tampoco lo ha logrado con los maestros del Templo.
Algo ha cambiado en Jesús. Jesús crecía.
03.- María conservaba estas cosas en su corazón.
María, la madre de Jesús, como José y como toda la familia no entendían y estaban desconcertados ante el comportamiento y actitudes de Jesús. Incluso pensaban que Jesús estaba “fuera de sí”, (Mc 3,20-21).
La actitud de Jesús en la vida Jesús era extraña: discutía en el Templo con los sabios, Jesús que vuelca las mesas y las “ventanillas” del Templo, Jesús se salta la ley por menos de nada: cura en sábado, toca la lepra, la muerte, se deja tocar por la hemorroísa, etc., Jesús al que le siguen zelotas y prostitutas…
María estaba desconcertada. María pensaría muchas veces ¿Quién es este hijo mío?
Por eso María conservaba y meditaba todas estas cosas en su corazón. Seguramente que María y José le dieron más de cuatro vueltas en la cabeza a la cuestión.
El anuncio del ángel Gabriel llega a María después que ella ha llegado a la fe en su hijo Jesús. María es madre, pero sobre todo, es creyente en Jesús.
04.- La de Jesús: ¿una familia romántica?
La familia de Nazaret será santa y sagrada, pero en calma, no.
La Sagrada familia fue sin duda santa, pero ciertamente no fue tranquila. Es obligado distanciarse de la imagen consabida imagen tradicional de la familia de Nazaret: La Virgen vestida de manto celeste que hila lana, “San José” todo seráfico que trabaja la madera y “Jesús niño” rubio como un sueco, ojos azules, de color sonrosado, con un vestido más blanco imposible, siempre en una pose de bendición como preparándose para la futura misión … algún angelito disperso por el cuadro, algún pajarillo y florecillas. ¿Todo muy idílico? Nada de nada.
La agitación, como en tantas familias, es causada por el Hijo.
No le entienden. Y él, Jesús, no hace nada por facilitar las cosas.
Los tres, Jesús, José y María son santos pero inquietos.
Inquieto José porque no ve respetada su autoridad y ve que Jesús rompe con la tradición (religión) de su pueblo. Inquieta María, que no entiende a este Hijo. Inquieto Jesús, porque soporta mal las pretensiones de sus padres.
Lo más probable es que hubiera una grave tensión y más de cuatro discusiones entre Jesús y su familia
05.- Meditemos y conservemos.
Nunca está de más echar una “pensada” a la vida, a los problemas y conflictos. Es la actitud de María.
Bueno será que pensemos las cosas personalmente y en la familia, en la sociedad y en la Iglesia.
Comentarios desactivados en “ Jesús y su fidelidad a los “asuntos” de su Padre”, por Consuelo Vélez
De su blog Fe y Vida:
Comentario al domingo de la Sagrada Familia 29-12-2024
El mensaje más importante de este texto es la figura de Jesús y su relación de fidelidad a “los asuntos” de su Padre
La discusión con los maestros de la Ley está mostrando la necesidad de discernir cuál es la voluntad de Dios, cuál es el significado de la ley, cómo ha de vivirse
El texto nos muestra al Jesús humano que crece en su seno familiar, realiza las tradiciones culturales y religiosas de su tiempo, creciendo en “sabiduría, en estatura y en gracia” delante de Dios y de los hombres
Para la fiesta de Pascua iban sus padres todos los años a Jerusalén. Cuando cumplió doce años, subieron a la fiesta según costumbre. Al terminar ésta, mientras ellos se volvían, el niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin que sus padres lo supieran. Pensando que iba en la caravana, hicieron un día de camino y se pusieron a buscarlo entre los parientes y los conocidos. Al no encontrarlo, regresaron a buscarlo a Jerusalén.
Luego de tres días lo encontraron en el templo, sentado en medio de los doctores de la ley, escuchándolos y haciéndoles preguntas. Y todos los que lo oían estaban maravillados ante su inteligencia y sus respuestas. Al verlo, se quedaron desconcertados, y su madre le dijo:
–Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? Mira que tu padre y yo te buscábamos angustiados.
Él replicó:
–¿Por qué me buscaban? ¿No sabían que yo debo estar en los asuntos de mi Padre?
Ellos no entendieron lo que les dijo. Regresó con ellos, fue a Nazaret y siguió bajo su autoridad. Su madre guardaba todas estas cosas en su corazón. Jesús crecía en saber, en estatura y en gracia delante de Dios y de los hombres.
(Lc 2, 41-52)
Este texto de Lucas que hoy se nos pone a consideración, se sitúa entre el llamado evangelio de la infancia, buscando hacer un recuento sucinto de lo que debió ser la vida de Jesús antes de comenzar su predicación o vida pública. Lucas nos presenta a Jesús en el seno de su familia y cumpliendo las prácticas de todo buen judío: subir en la Pascua a Jerusalén. Jesús ya, con 12 años, comienza a ser adulto para aquella sociedad, cumpliendo sus deberes religiosos.
No podemos tomar al pie de la letra el texto ni creer que nos está hablando de la familia “ideal” como tantas veces se predica, porque no es el objetivo de este texto. Posiblemente lo que podemos aprender es la necesidad de todo ser humano de un grupo familiar que le transmite y le ayuda a cultivar los valores. Pero no hay que olvidar que, ayer como hoy, la familia supera el modelo papá, mamá, hijos, ya que en la época de Jesús la familia era ampliada a todos los familiares cercanos y, en la actualidad, hay muchas familias monoparentales y también familias ampliadas, sea por necesidades económicas, sea por relaciones filiales. Convendría tener siempre una imagen más amplia de familia para construir mucho más esos lazos de amor tan necesarios para todo ser humano pero que, supera tantas veces, los estrechos lazos de padres e hijos. Lo que quiero decir es que la familia no es el tema central de este texto y menos que algunos predicadores excluyan de la iglesia a los casados por segunda vez o que viven sin casarse. Como lo ha dicho el papa Francisco recientemente, todos tienen cabida en la Iglesia.
El mensaje más importante es la figura de Jesús y su relación de fidelidad a “los asuntos” de su Padre. La discusión con los maestros de la Ley o las preguntas y respuestas que el texto manifiesta están mostrando la necesidad de discernir cuál es la voluntad de Dios, cuál es el significado de la ley, cómo ha de vivirse. Es interesante que el texto dice que todos los que lo escuchaban quedaban maravillados por su inteligencia y sus respuestas e incluso quedaban desconcertados. Lo que podremos ver por el final de la historia de Jesús es que de ese maravillarse y desconcertarse se pasa a la persecución y a la muerte. Así es el mensaje del reino: se comienza a acoger y cuando se percibe su radicalidad, es más fácil repudiarlo o domesticarlo.
Muy interesante es el hecho de ver a María dirigiéndose a Jesús para preguntarle por lo que ha hecho. Lo normal hubiera sido que fuera José el que lo reprendiera. De alguna manera se muestra esa subversión de valores que se va engendrando alrededor del mensaje del reino. María sigue tomando la palabra como lo hemos visto en otros relatos del evangelio, visibilizando su protagonismo como mujer, protagonismo acallado por siglos.
Ante tantas especulaciones de las películas o de relatos apócrifos de que Jesús se fue esos treinta años de vida oculta a estudiar técnicas de meditación o a entrenarse en poderes extraordinarios, este texto nos muestra al Jesús humano que crece en su seno familiar, realiza las tradiciones culturales y religiosas de su tiempo, creciendo en “sabiduría, en estatura y en gracia” delante de Dios y de los hombres. No son cosas extraordinarias lo que Jesús va a anunciar en su vida pública, sino que se convertirá en profeta y testigo de esa experiencia de Dios que asimiló, discernió, discutió, entendió en su juventud. Nadie da lo que no tiene y Jesús comunicó su experiencia con el Dios del reino y su fidelidad indiscutible a su voluntad y mensaje.
(foto tomada de: https://www.literaturabautista.com/el-nino-jesus-y-los-doctores-de-la-ley-bosquejo/)
Comentarios desactivados en “Sagradas Familias”, por Joseba Kamiruaga Mieza CMF
Comentario a la lectura evangélica (Lucas 2, 41-52) de la Misa del Domingo de la Sagrada Familia – 29 diciembre 2024 –
Sagradas Familias
Fiesta de la familia, recita la liturgia.
Fiesta de mi familia, añado yo.
De la familia concreta, objetiva, real, de la que provengo o que he formado o deseo formar. Y, en los tiempos que corren, esta fiesta resulta chocante y provocativa, casi una provocación que sobrevuela nuestras disputas políticas y sociales, que infunde vigor y energía a nuestra vida cotidiana.
Nos guste o no, la familia es y sigue siendo el corazón de nuestro itinerario vital, de nuestra educación, a menudo fuente de muchos sufrimientos, de algunas decepciones y, gracias a Dios, de inmensas alegrías.
Nos hace sonreír que Dios haya querido vivir la familia.
Es sorprendente que haya elegido una familia tan anómala y complicada para hacerlo.
Asombra que la Iglesia persista en proponer esta familia como modelo, donde la pareja vive en la precariedad de lo cotidiano, el niño es la presencia de la Palabra de Dios, y la pareja se encuentra huyendo por la repentina notoriedad del recién nacido…
Pero no es en la diversidad en lo que queremos seguir a María y José, sino en su concreción como pareja que ve su vida trastocada por la acción de Dios y por el delirio de los hombres, en su capacidad de apartarse, seriamente, sin chantajes, sin angustias, para formar parte de un proyecto mayor, el que Dios tiene sobre el mundo.
Si la Navidad nos obliga a preguntarnos si realmente queremos a un Dios tan indefenso, la meditación sobre esta familia y los treinta años que vivieron en Nazaret, si cabe, nos proporcionan intuiciones aún más incisivas…
Dios crece, pues.
Crece en la vida cotidiana de una familia de pobres, llena de fe y entregada al Misterio. Una familia que tiene algo que decir a mi familia.
Cotidianeidad
La primera reflexión procede de la cotidianidad que viven María y José.
Estamos acostumbrados a considerar el tiempo dividido en días laborables y festivos. Otro es el paso repetitivo y aburrido de los días, otro es el acontecimiento que preparamos con intensa alegría; otro la fatiga del trabajo, otro la embriaguez de las vacaciones de verano. Así en la fe: los domingos, si podemos, sacamos cuarenta cinco… minutos para la Misa y luego, durante la semana, nos vemos desbordados por los compromisos.
Nazaret nos enseña que Dios viene a habitar en el hogar, que en lo cotidiano y en la repetitividad de los gestos podemos realizar el Reino, tener una experiencia mística, crecer en el conocimiento de Dios.
Podemos (¡en serio!) elaborar una teología del pañal, un tratado místico de los deberes de los niños, una espiritualidad de la hipoteca que hay que pagar.
La extraordinaria novedad del cristianismo es -¡precisamente! – su absoluta ordinariez.
Parejas que tenéis un primogénito: vuestras fatigas y noches de insomnio, la agotadora relación entre vosotros a causa del cansancio y las preocupaciones, son lo mismo que María y José.
Amigos que tenéis problemas en el trabajo: José también tuvo noches de desasosiego antes de solicitar una hipoteca para poder ampliar su taller de carpintería.
Dios decidió habitar lo mundano, tender un puente sobre el paso de los días.
El Padre
La segunda reflexión surge de la respuesta aparentemente dura y poco amable de Jesús a sus padres (¡como buen adolescente!) sobre su permanencia en Jerusalén después del Bar Miztvah: debe atender las cosas del Padre. Jesús recuerda a sus propios padres (¡!) la primacía de Dios en la vida de una familia. Estamos juntos para ayudarnos a encontrar la felicidad, el sentido de la vida, estamos juntos para caminar hacia la plenitud. Dios no es un apéndice superfluo de nuestras opciones, que quizá haya que sacar a relucir cuando hay vacaciones o algún problema. Si nos convertimos en buscadores de Dios, nos damos cuenta plenamente de la finalidad de nuestro estar juntos.
El misterio en casa
Me he preguntado cientos de veces cuánta fe tuvieron que tener estos padres para decirse a sí mismos que este niño, idéntico a todos los niños, era realmente el Hijo de Dios. José miraba a menudo a su virginal esposa al final del día, avergonzado por la inmensidad de su fe, sintiéndose un poco inadecuado por tan maravillosa tenacidad.
María, cuando llevaba café a media mañana a José con su pelo rizado lleno de virutas, bendecía al Señor en su corazón por haberle dado un compañero tan sencillo y verdadero.
La Sagrada Familia nos invita a mirar a los demás miembros de la familia con una mirada de fe y de luz, descubriendo el Misterio escondido en personas que consideramos estáticas e inmutables.
Confiemos a Dios nuestras familias concretas, las que tenemos o hubiéramos querido tener, con todas las fatigas y alegrías, contradicciones y pobrezas, emociones y bondades que sabemos dar.
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