“La sangre de los inocentes clama a mí”, por P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF
“La sangre de los inocentes clama a mí -Génesis 4, 10 y Apocalipsis 6, 10-“.
Con motivo de la Fiesta de los Santos Inocentes el 28 de diciembre.
Dios, interrogado por Job (este es el cuarto diálogo del libro), niega en primer lugar a los tres que creían apoyar las razones de Dios, y muestra que quiere tomar en serio todas las preguntas de Job, incluso aquellas que parecían demasiado pesadas y blasfemas, como: ¿por qué me trajiste al mundo? ¿solo para sufrir? Pensemos con qué frecuencia escuchamos este argumento: ¿qué hice mal para merecer todo esto? Era mejor ni siquiera venir al mundo, era mejor morir. Dios, repito, niega los tres y da la razón a Job porque reconoce que con razón se rebeló contra un dolor injusto, reconoce su derecho a clamar su inocencia, a quejarse, a protestar.
Y aquí hay una conexión muy importante con el Nuevo Testamento: el momento en el que el mismo Jesús clama a Dios: ¿por qué me has abandonado? Existe este momento, luego será superado, pero está ahí. Por tanto, si incluso el mismo Jesús supo gritarle esto a Dios, significa que, cuando nos encontramos ante personas que gritan su dolor, su sufrimiento, del que no se sienten culpables, no debemos silenciarlos, sino dejarles que se desahoguen, que transcurra en modo y tiempo este momento. Porque en esos momentos y en esas situaciones son inútiles todas las supuestas palabras de ánimo y consuelo.
Entonces Dios responde a la objeción de Job: ¿para qué vine al mundo si tengo que sufrir tanto? Pero es una respuesta muy diferente de lo que Job (¡y nosotros con él!) esperaría. De hecho, no le dice nada sobre el significado de su inocente sufrimiento, ni tampoco le dice nada sobre el significado de todo el mal que existe en el mundo.
¿Qué le dice en su lugar? ¿Qué hace Dios realmente? Cambiar el eje del discurso. Job le preguntó: ¿por qué el sufrimiento? Y Dios le dice: “¿Pero eres capaz de hacer todo lo que yo he hecho? Y en cierto momento, llega incluso a proponer invertir los papeles.En definitiva, Job, ¿quieres intentar ser Dios? Mientras tanto, primero, empieza a hacer un mundo, como lo hice yo. Y luego sigue adelante y ataca a todos los malvados de la tierra, ¿lo harías mejor que yo?
Observamos que este procedimiento es típico de las Escrituras. Dios deja hablar al hombre, porque lo respeta y lo creó libre, pero luego lo corrige, si es necesario, en sus preguntas. De hecho, el hombre a menudo hace preguntas equivocadas y Dios no puede responder a esas preguntas, porque la pregunta es incorrecta. Cuántas veces Jesús no responde en los evangelios, sino que desplaza la discusión, precisamente para dejar claro que la pregunta es errónea, que el verdadero problema no es el planteado, sino otro.
¿Y cuál es el debate principal aquí? Dios dice: tú Job tienes razón al clamar tu inocencia y esos tres estúpidos amigos tuyos, que estaban ocupados tratando de defenderme, se equivocaron. Tienes toda la razón. Pero a las preguntas que me hagas, responderé esto: piensa en tu condición, no eres Dios, no puedes crear un universo, no puedes reemplazarme porque eres una criatura. Yo te hice, te di vida, eres criatura y por eso tienes límites; tienes que reconocer tus límites. Y eso significa que nunca podrás explicarlo todo.
Este discurso, entiendo, también puede verse como una especie de estratagema, no sé si una solución del todo conveniente al problema según nuestras expectativas, pero es la respuesta de la Palabra de Dios, sobre el tema del sufrimiento inocente: es un gran misterio.
No existe una explicación racional para el misterio del mal y del sufrimiento; si repasamos todas las explicaciones dadas por la filosofía, nos damos cuenta de que ninguna es verdaderamente satisfactoria. En mi opinión, la explicación más convincente sigue siendo este misterio, porque los demás fracasan por todos lados. Ésta es la gran enseñanza que quiere dejarnos el autor bíblico del libro de Job, en esa parte escrita en poesía que se interpuso entre las dos prosas.
Sin embargo, intentemos abordar el tema en profundidad. Ciertamente el tema del dolor, y sobre todo el dolor inocente de los niños, constituye una de las cuestiones más dramáticas de la vida del hombre. ¡La historia de la humanidad está marcada por millones de muertes inocentes! Según estimaciones de la OMS de hace unos años, más de 500 millones de personas en todo el mundo viven con discapacidad. Más del 5% de los niños en el mundo nacen con una malformación congénita o hereditaria y de ellos aproximadamente más de 3 millones con trastornos muy graves, que provocan la muerte de los niños enfermos en los primeros tres años de vida. Pensando en una escala diaria, esto significa que cada día vienen al mundo más de 8.000 niños con discapacidades graves.
El teólogo belga Edward Schillebeeck escribía: “Tanto la teología como la filosofía se encuentran desorientadas y sin palabras ante este complejo conjunto de males y sufrimientos humanos causados por la naturaleza, las personas y las estructuras. Hay demasiado dolor inocente y absurdo como para racionalizarlo ética o teológicamente”.
Es significativo que el teólogo Romano Guardini dijera, poco antes de su muerte: “En el día del juicio responderé a las preguntas que Dios me haga; pero yo mismo le haré preguntas como ésta, que ningún libro, ni siquiera las Escrituras mismas, puede responder: “¿Por qué, oh Dios, existen caminos de salvación tan retorcidos y tan terribles? ¿Por qué el dolor, el dolor de los inocentes?”. Incluso el protagonista de la película “Cien clavos” de Ermanno Olmi le dice al sacerdote que le recuerda el juicio universal: “¡Es Dios quien en el día del juicio tendrá que responder por todos los sufrimientos del mundo!“
Es cierto que en esta tierra no hay una respuesta satisfactoria a esta pregunta. Ante el sufrimiento de los inocentes, como ante todas las grandes experiencias de la vida, hay quienes rechazan el dolor, se rebelan y no logran aceptarlo. Hay quien culpa a Dios y en consecuencia pierde la fe. Llegué a conocer una persona discapacitada que todos los días maldecía a su madre y a Dios por su situación. También en el libro “Cartas desde Stalingrado”, en la terrible situación de la guerra, vemos una rebelión sorda y enojada por parte de algunos soldados. En este sentido, quedan famosas algunas frases de la literatura de Fyodor Dostoievski, después de un episodio terrible en el que un niño sufre un castigo terrible. Cuando es cruelmente mutilado por una jauría de perros, Iván dice: “No quiero una armonía de este tipo, no la quiero por amor a el mundo, así que me apresuro a devolver mi billete de invitación. No es que no quiera que haya un Dios, pero con mucho respeto le doy mi boleto de regreso a ese mundo“.
En “La peste” de Albert Camus, el doctor De Rieux dice: “Tendré otra idea del amor y me negaré hasta morir a amar esta creación, donde tanto se atormenta a los niños”. E incluso en la Biblia existe una reacción negativa ante el mal. Menciono el libro de Eclesiastés que clama –todo es vanidad– y que expresa una forma de profunda rebelión. Debemos tener un gran respeto por el dolor de las personas que reaccionan con ira; a veces simplemente no hay palabras para decir; es mejor el silencio y, en todo caso, la caridad amorosa activa.
Del libro de Job se desprende que Dios mismo permite a Job desahogar todo su dolor. Pero, siempre ante el sufrimiento, hay quien, por el contrario, precisamente en el dolor, descubre o redescubre la fe, se encuentra con Dios mismo, como fue el caso de Job. Y en efecto Job lo comprende: “Entiendo que Tú todo lo puedes; nada es imposible para vosotros… He expuesto sin discernimiento cosas demasiado superiores a mí, que no comprendo [por eso reconoce su orgullo]. Escúchame y hablaré, te interrogaré y tú me instruirás. Te conocía de oídas, pero ahora mis ojos te ven. Por eso cambio de opinión y siento arrepentimiento por encima del polvo y la ceniza”.
Hermoso, porque primero dice que será enseñado por Dios, y luego: ahora mis ojos te ven de verdad, antes te conocía “de oídas”, es decir, superficialmente. Te tenía veneración, seguía tus mandamientos, también fui piadoso y devoto; pero “ahora mis ojos te ven”, es decir: ¡sólo ahora te conozco realmente, te he conocido, te he experimentado!
En la Escritura el sufrimiento no se explica, sino que se ve como una oportunidad -la mayor oportunidad que tenemos- de LIBERTAD, es decir, de no dejarnos aplastar por el sufrimiento mismo, es la oportunidad de conocer mejor a nosotros mismos y Dios, es una oportunidad para vivir menos superficialmente, más profundamente. Asimismo en el citado libro de ‘Cartas de Stalingrado’, si hay soldados que se rebelan contra Dios, otros en cambio, precisamente en el drama de la guerra, lo redescubren. Hay situaciones de sufrimiento tan terribles que no hacen falta consoladores humanos. Ninguna palabra puede atravesar la oscuridad, el manto plúmbeo de ciertas tragedias. Quien puede entrar en tales tinieblas es sólo el Espíritu consolador de Dios, aquel Dios que se hizo “cercano” (del latín “proximus” = lo más cercano que pudo) a cada uno de nosotros en su Hijo Jesucristo.
Paul Claudel había dicho: “Dios en Cristo no vino a explicar el sufrimiento, sino que vino a llenarlo con su presencia”. El amor de Dios no nos protege de todo sufrimiento, sino en todo sufrimiento. Y entonces también puede ocurrir este “milagro“.
Kirk Kilgour, estadounidense, campeón mundial de voleibol, irremediablemente discapacitado tras una dramática lesión sufrida en Roma el 8 de enero de 1976, se convirtió en un gran e incomparable campeón de la vida y de la fe, como se desprende de uno de sus célebres poemas, de los cuales cito algunos versos: “Pedí a Dios que fuera fuerte para realizar proyectos grandiosos y Él me hizo débil para mantenerme en la humildad. Le pedí a Dios que me diera salud para realizar grandes empresas y me dio dolor para entenderlo mejor… Le pedí a Dios todo para disfrutar la vida y me dejó la vida para que pudiera ser feliz con todo. Señor, nada recibí de lo que te pedí, pero tú me diste todo lo que necesitaba y casi en contra de mi voluntad. Las oraciones que no hice fueron contestadas. ¡Alabado seas, mi Señor: entre todos los hombres, ninguno tiene más que lo que yo tengo! ”
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF
(Remitido por el autor)
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