San Juan, Evangelista
LECTIO
Primera lectura:
1 Juan 1,1-4
Queridos hermanos:
Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado y han tocado nuestras manos acerca de la palabra de la vida, pues la vida se manifestó y nosotros la hemos visto y damos testimonio, y os anunciamos la vida eterna que estaba junto al Padre y se nos manifestó
Lo que hemos visto y oído os lo anunciamos para que también vosotros estéis en comunión con nosotros. Nosotros estamos en comunión con el Padre y con su Hijo, Jesucristo.
Os escribimos estas cosas para que vuestro gozo sea completo.
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El breve prólogo de la carta de Juan, que expone los diversos criterios para entrar en comunión con Dios, nos presenta un itinerario de fe sobre los compromisos de la vida cristiana que emanan de la caridad y sobre las precauciones contra el pecado.
El evangelista fundamenta la fe cristiana sobre el argumento de su testimonio ocular que es la ‘palabra de la vida’ y sobre algunos episodios esenciales descritos de modo sintético y concreto. Juan, sin embargo, aquí pone el acento no tanto sobre la ‘Palabra’, como en el prólogo de su evangelio (cf. Jn 1,1-18), sino sobre la ‘vida’ que Jesús posee y dona. Todo tiene comienzo en la experiencia del apóstol vivida en contacto directo con Jesús, que Juan presenta con hechos históricos documentables: ‘Nosotros hemos oído… visto… tocado… contemplado la palabra de la vida’ (v. 1). Esta experiencia llega a ser más tarde en el Apóstol testimonio y ejemplo coherente (v. 2 a); este testimonio se hace anuncio valiente a los otros para que participen del mismo don (v. 2b); además, el anuncio genera la comunión entre los hermanos de la comunidad, comunión que, en realidad, es auténtica participación en la vida trinitaria con el Padre y el Hijo Jesús (v. 3). Por último, esta comunión hace brotar el fruto de la alegría que colma el corazón (v. 4). Pero un elemento importante, subrayado por Juan, es el reiterativo ‘nosotros’, que nos pone ante la tradición de la escuela de Juan: tradición que desarrolla el testimonio del discípulo amado, basado en la ‘vida divina’ hecha visible en Jesús y que el testigo nos ha hecho conocer.
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Evangelio:
Juan 20,2-8
El primer día de la semana va María Magdalena de madrugada al sepulcro cuando todavía estaba oscuro, y ve la piedra quitada del sepulcro. se volvió corriendo a la ciudad para contárselo a Simón Pedro y al otro discípulo a quien Jesús tanto quería. Les dijo:
-Se han llevado del sepulcro al Señor, y no sabemos dónde lo han puesto.
Pedro y el otro discípulo se fueron rápidamente al sepulcro.
Salieron corriendo los dos juntos, pero el otro discípulo adelantó a Pedro y llegó antes que él.
Al asomarse al interior vio que las vendas de lino estaban allí; pero no entró.
Siguiéndole los pasos llegó Simón Pedro que entró en el sepulcro, comprobó que las vendas de lino estaban allí. Estaba también el paño que habían colocado sobre la cabeza de Jesús, pero no estaba con las vendas, sino doblado y colocado aparte.
Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro. Vio y creyó.
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En estos pocos versículos se nos narran los hechos ocurridos la mañana de Pascua, que tienen como protagonista primera a María Magdalena y después a Pedro y Juan. La noche espiritual en la que los discípulos están hundidos cederá el puesto a la experiencia de la fe, que toma el relevo junto a la tumba vacía, signo de la presencia del Resucitado (v. 2). Ante la noticia de que la piedra ha sido retirada del sepulcro y de que el cuerpo de Jesús no estaba allí, Pedro y el discípulo amado corren al sepulcro (w. 3-4). Su carrera revela su amor y veneración y hace pensar en el ansia de la Iglesia que busca signos visibles del Seńor, especialmente cuando se encuentra en dificultades por su ausencia y no logra verlo. Los responsables de la Iglesia de los orígenes viven la experiencia de la búsqueda de los signos visibles del Señor. Juan llega antes que Pedro al sepulcro por su intuición de discípulo amado, pero Pedro entra primero por su función eclesial (w. 5-7). Observados el orden y la paz que reinaban en él, el discípulo amado se abre a la visión de la fe, creyendo en los signos visibles del Señor: ‘Vio y creyó’ (v. 8). No es aún la fe perfecta en la resurrección. Para esto será necesario que el espíritu del discípulo se abra a la inteligencia de la Escritura (cf. Le 24,45), que vea al Señor en persona y que reciba de él el don del Espíritu Santo.
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MEDITATIO
La figura de Juan es de fundamental importancia en la Iglesia primitiva, no sólo por su condición de discípulo amado por el Señor, sino sobre todo por habernos dado con su contemplación el Jesús más íntimo, el que se revela Hijo de Dios hecho carne, venido a desvelarnos el rostro del Padre y el camino que lleva a la comunión con él. Entre los varios títulos que la tradición antigua atribuye a Juan destaca el de teólogo, porque el objetivo de sus escritos es creer en Jesús, Mesías e Hijo de Dios (cf. Jn 20,31). El símbolo del evangelista es el águila, porque, como declara un dicho rabínico, es como el único pájaro que puede mirar el sol (que para Juan es Cristo) sin quedar deslumbrado. Y su presencia en la comunidad cristiana, que en todo tiempo debe estar a la búsqueda de los signos visibles del Señor, es la de la contemplación y la comprensión penetrante de la Palabra de vida.
Son muchos los carismas en la Iglesia, todos preciosos y necesarios, como, por ejemplo, el carisma de la institución de Pedro o el de la profecía de Juan. Sólo el respeto recíproco y la búsqueda común en el compartir sincero y atento a los dones del Espíritu, permite adentrarse en el misterio. El ejemplo de la búsqueda común y de la ayuda entre hermanos de la misma fe, de que claramente nos habla el discípulo amado, lleva necesariamente a reencontrarse juntos, reunidos en el reconocimiento de los signos del Resucitado.
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ORATIO
Señor Jesús, que revelaste los misteriosos secretos de la Palabra al discípulo amado, Juan, da también hoy a tu Iglesia una nueva inteligencia espiritual de las Escrituras.
El Espíritu Santo, a través de las palabras del concilio, nos ha recordado que ‘la Iglesia ha venerado siempre las Sagradas Escrituras como el Cuerpo mismo de Cristo’ y que la Palabra de Dios es ‘fuente pura y perenne de la vida espiritual’ (DV 21). Por esto nosotros queremos iluminar cada vez más nuestra vida espiritual con tu Palabra, para aprender ‘la sublime ciencia de Jesucristo ť (Flp 3,8). Sentimos cada vez más verdadera, sin embargo, la afirmación conciliar según la cual la Escritura ‘debe ser leída e interpretada con la ayuda del mismo Espíritu con que ha sido inspirada’ (DV 12).
Da, Señor, a tu Iglesia pastores sabios y santos que sepan captar el sentido espiritual y profundo de tus Escrituras e introducir al pueblo entero de Dios en tu intimidad para conocer mejor tu pensamiento, las profundidades del Espíritu y como guías a tu Iglesia. Pero haznos comprender también que tantas crisis de nuestras comunidades religiosas se superan sólo con la frecuente lectura y meditación de tu Palabra ‘acompañadas por la oración, para que pueda brotar el coloquio entre Dios y el hombre’ (DV 25), lugar donde se opera en nosotros la conversión del corazón nuevo y la apertura a la fraternidad universal.
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CONTEMPLATIO
Seńor Jesús, quien escoge amarte no queda defraudado porque nada se puede amar mejor y más provechosamente que a ti, y esta esperanza nunca decae. No hay miedo de excederse en la medida, porque en amarte a ti no está prescrita ninguna medida. No hay que temer a la muerte, que pone fin a las amistades del mundo, porque la vida no puede morir. En el amarte a ti no hay que temer ofensa alguna, porque no puede haberlas, si no se desea otra cosa que el amor. No se insinúa sospecha alguna, porque tu juzgas según el testimonio de la conciencia que ama. Ésta es la suavidad que excluye el temor.
¡Verbo devorador, ardiente de justicia, Verbo de amor, Verbo de toda perfección, Verbo de ternura. Verbo devorador a quien nada puede escapar! Verbo que compendias en ti toda la ley y los profetas. Del que tiene tal amor, dice abiertamente la Verdad estas palabras: ‘El que acepta mis mandatos y los cumple, este me ama’ (Jn 14,21). Se debe saber también que el amor de Dios no se mide por sentimientos momentáneos, sino por la perseverancia de la voluntad. El hombre debe unir su voluntad a la de Dios, de modo que la voluntad humana consienta todo lo que dispone la voluntad divina, sin querer esto o aquello si no es porque sabe que lo quiere Dios.
Esto significa amar a Dios de modo absoluto. En efecto, la misma voluntad no es otra cosa que amor (Elredo de Rievaulx, Discurso sobre el amor de Dios).
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ACTIO
Repite a menudo y vive hoy la Palabra: ‘La Palabra se hizo carne, y nosotros hemos visto su gloria’ (Jn 1,14).
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PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
Sentirse amado es el origen y la plenitud de la vida del Espíritu. Digo esto porque, apenas comprendemos un destello de esta verdad, nos ponemos a la búsqueda de su plenitud y no descansamos hasta haber logrado encontrarla. Desde el momento en que reivindicamos la verdad de sentirnos amados, afrontamos la llamada a llegar a ser lo que somos. Llegar a sentirnos los amados: he aquí el itinerario espiritual que debemos hacer. Las palabras de san Agustín: ‘Mi alma está inquieta hasta reposar en ti, Dios mío’, definen bien este itinerario.
Sé que el hecho de estar a la constante búsqueda de Dios, en continua tensión por descubrir la plenitud del amor, con el deseo vehemente de llegar a la completa verdad, me dice que he saboreado ya algo de Dios, del amor y de la verdad. Puedo buscar sólo algo que, de algún modo, he encontrado ya.
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H. J. M. Nouwen,
Tú eres mi amado: la vida espiritual en un mundo secular,
Madrid s.f.
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