Como María, también nosotros llevamos algo precioso dentro de nosotros
La reflexión de hoy es del colaborador invitado Miguel Ochoa (él), músico, actor, educador, defensor de los derechos LGBTQ+ y ministro pastoral de música que fue despedido de su trabajo en el ministerio de música en una parroquia de Texas. Miguel y su esposo José forman parte de la Iniciativa Colaborativa de Justicia Social Marianista LGBTQ+.
Las lecturas litúrgicas de hoy del Cuarto Domingo de Adviento están disponibles aquí.
En las lecturas litúrgicas de hoy encontramos momentos de profunda revelación divina y la afirmación silenciosa pero poderosa de aquellos que a menudo han sido ignorados o marginados. Estos pasajes nos invitan a reflexionar sobre verdades que hablan directamente a quienes hemos vivido al margen de la sociedad, especialmente a quienes pertenecen a la comunidad LGBTQ+. Nos recuerdan que la grandeza, la paz y la alegría pueden surgir no de lugares de privilegio o poder, sino de los rincones tranquilos y humildes de la vida donde aún florecen el amor y la esperanza.
En la primera lectura de hoy, el profeta Miqueas habla de Belén-Efrata, una ciudad pequeña y aparentemente insignificante, elegida como la cuna de un gobernante que traerá la paz. Hay algo profundamente conmovedor en la idea de que algo tan significativo, tan transformador para el mundo, pueda surgir de un lugar tan a menudo descartado como poco importante.
Como hombre gay, veo el paralelo en mi propia vida y en la vida de tantas personas LGBTQ+. Durante años, a muchos de nosotros nos dijeron que éramos demasiado pequeños, demasiado diferentes, demasiado fuera de lugar para importar. Pero la obra de Dios no comienza con lo que el mundo considera poderoso o importante. Comienza en el silencio, en lo olvidado, en los lugares y las personas que la sociedad no siempre ve. Hay una promesa silenciosa en esta profecía: un recordatorio de que incluso en nuestras luchas, incluso en nuestros momentos en que nos sentimos invisibles, tenemos un propósito divino. Somos parte de una historia mucho más grande de amor, justicia y paz. Esta no es solo una promesa para el futuro, sino un llamado a que nos mantengamos firmes y reclamemos nuestro lugar en esa historia ahora.
De manera similar, en el evangelio, la historia de María visitando a Isabel es una de profunda conexión y afirmación mutua. Es un momento que trasciende el mero saludo: es un reconocimiento sagrado de la divinidad dentro de la otra. Isabel, llena del Espíritu Santo, clama: “Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre”. En ese momento, no hay juicio ni vacilación, solo la forma más pura de amor y aceptación. Isabel no cuestiona el llamado de María. Ella lo afirma, lo celebra y reconoce el propósito divino dentro de ella. Esto también habla directamente de la experiencia LGBTQ+.
Muy a menudo, como individuos queer, se nos enseña a ocultar partes de nosotros mismos, a mantener nuestro amor, nuestros deseos, nuestras identidades en las sombras. ¡Pero la respuesta de Isabel a la llegada de María nos invita a salir a la luz! Es un recordatorio de que nosotros también somos dignos de afirmación, de celebración, de reconocimiento. ¡Nuestro amor no solo es válido, es sagrado! Como María, nosotros también llevamos algo precioso dentro de nosotros: un llamado divino a vivir auténticamente, a abrazar la alegría de quienes somos y a compartir ese amor con el mundo.
La forma en que el bebé en el vientre de Isabel saltó de alegría al oír el saludo de María muestra que la presencia misma de la verdad y el amor provoca una reacción profunda y visceral. Para mí, esta imagen es poderosa. Hay momentos en la vida, especialmente en el contexto de nuestra sexualidad, en los que sentimos que finalmente estamos viviendo en sintonía con nuestro verdadero yo, cuando somos amados y aceptados plenamente por quienes somos. En esos momentos, hay un innegable salto de alegría dentro de nosotros, una afirmación de nuestro valor, un reconocimiento de que somos exactamente como estábamos destinados a ser. Esa alegría, esa chispa de vida, no se trata solo de la autoaceptación: se trata de saber que el amor de Dios está presente en esa autenticidad, en esa verdad.
Hay algo también profundamente humilde en estas historias: la forma en que tanto María como Isabel, dos mujeres que vivían en un mundo en el que eran fácilmente ignoradas, se encontraron siendo parte de algo mucho más grande que ellas mismas. Se unieron no para competir, sino para celebrar el viaje de cada una. En la comunidad LGBTQ+, sabemos la importancia de este tipo de apoyo. He prosperado con otras personas que se apoyan mutuamente, donde nuestras historias se comparten y se celebran, donde nos reciben con comprensión en lugar de juicio. Estas mujeres, a pesar de las adversidades que tenían en su contra, sabían que su conexión era sagrada. Era una conexión arraigada en el respeto mutuo, la alegría y la afirmación del valor de cada una.
Ambas lecturas de las Escrituras me recuerdan que la presencia de Dios no solo se encuentra en lo grandioso, lo poderoso o lo visible. La presencia de Dios se encuentra en los lugares tranquilos, en las relaciones donde se nutre y se afirma el amor, en los espacios donde podemos mantenernos firmes en nuestra verdad. Para la comunidad LGBTQ+, estos pasajes sirven como un hermoso recordatorio de que nuestro amor, nuestras vidas, nuestras historias son sagradas. No solo son vistas por Dios, sino que son parte de la narrativa divina de paz y alegría que Dios está desplegando en el mundo.
—Miguel Ochoa, 22 de diciembre de 2024
Miguel Ochoa es colaborador de la última publicación de New Ways Ministry, Cornerstones: Sacred Stories of LGBTQ+ Employees in Catholic Institutions.
El libro es una antología de 12 historias de fe, sacrificio, alegría y dolor escritas por personas LGBTQ+ que han trabajado en parroquias y escuelas católicas.
Para obtener más información, haga clic aquí.
Fuente New Ways Ministry
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