Despertar la alegría
Domingo IV de Adviento
22 diciembre 2024
Lc 1, 39-45
La alegría es signo de vida liberada y entregada. Cuando la planta está bien nutrida y no encuentra obstáculos en su crecimiento, da sus flores de manera natural, desapropiada y gratuitamente. De la misma manera, la persona que vive anclada en la comprensión de lo que somos vive y contagia alegría.
Probablemente, pocas cosas resulten tan gratificantes como vivir junto a una persona alegre, y pocas actitudes tan valiosas como aquella de despertar la alegría en los demás.
Cuando es genuina, la alegría es inseparable de la humildad, por lo que se hace tanto más presente cuanto más el ego se quita de en medio. La “alegría” del ego es -valga la redundancia- egocentrada. Lleva la marca de la impermanencia y de la inestabilidad, ya que fluctúa en razón de que se cumplan o no las propias expectativas egoicas. Y lleva igualmente la marca de la separatividad: lo que importa es “mi” alegría.
La alegría genuina, por el contrario, permanece como un fondo sereno que permanece aun en medio de “oleajes” de distintos tipos. No hay apropiación, porque no se ve como una cualidad que tuviera el yo, sino que se percibe como un estado de ser que lo sostiene. Eso explica igualmente que la alegría vaya de la mano de la humildad.
No es difícil observar que las personas que despiertan y contagian alegría no se mueven por la voluntad de conseguir esos resultados. Sencillamente, viven sostenidas por la alegría y la humildad. Es precisamente ese modo de vivir el que se transparenta y se contagia.
Enrique Martínez Lozano
Fuente Boletín Semanal
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