“Ven”, por Beto Vargas
De su blog Dios en minúscula:
El que nace es mi amigo
Toda creencia que condene es herejía.
A Jesús le conocí de niño. Particularmente en su versión de niño: una especie de compañerito invisible y milagroso que podía hacer cosas extraordinarias por mí si yo le rezaba y lo visitaba. Cuando era adolescente tuve lo que en la iglesia llamaríamos un “encuentro personal” y noté que no lo conocía tanto. Entonces Jesús se hizo más parecido a un líder desafiante y auténtico, que proponía una religión intensa y exigente, sobre todo para mantenerme alejado de problemas y de vicios.
Pero la vida y las ideas plantearon preguntas que aquella intensidad no resolvía, y empecé a buscar a Jesús en libros y en espiritualidades, y noté que no lo conocía tanto. Aquella figura tenía una historia y un pasado, era real de un modo fascinante y profundo, con más interés en lo que sostiene lo que somos que en lo que indica lo que hacemos, y proponía, mucho más que unos comportamientos, una forma de ver la vida y de entenderme en ella, que no concuerda con la propaganda del tele ni de la iglesia, es otra cosa.
Entonces salimos a buscarlo a la calle, a las veredas, los andenes, los cuartos oscuros de los viejos abandonados sin visita, a las historias de fantasía que los chicos sin familia se inventan para contar en el colegio y no ser vistos como raros sin papás, en las canciones ensayadas como recompensa que daban en alguna fundación luego de una visita. En belén. Noté que no lo conocía tanto. Jesús estaba más presente allí que en cualquier otro lugar que yo hubiera pisado, más que en los evangelios que estudié en griego, más que en todos los sagrarios ante los que pasé horas y horas mirando o escribiendo. Era otro. Era sed y deseo, era generosidad incomparable, era una valentía que envidiaré hasta que muera, eran recuerdos… recuerdos de cuando la vida se hizo estallido y cosas imborrables. Era supervivencia al horror, y también confianza en que nada que dañe puede destruirlo todo. Que la vida vence. Siempre vence.
Pero como siempre he sido un tipo de iglesia y rodeado de gente de iglesia y hablando de cosas de iglesia pues terminé metido en más vainas de iglesia. Y porque a veces las vueltas son raras tuve contacto con gente que era improbable llegar a tener contacto. Gente como uno, que ha ido por la vida buscando a Jesús y leyendo una cosa por aquí y con sus ritos y haciendo cosas de gente de iglesia. Y vi que somos distintos pero somos los mismos y que lo más impactante que tenemos en común es que no se va esa fascinación por aquel hombre de Galilea, y que la iglesia que se hace llamar suya nos ha hecho un montón de daño mientras prometía hacer bien. Y entonces noté que no lo conocía tanto. Los puntos que se unieron para llegar a entender muchas cosas eran horrorosamente perversos y tenían que ver con todas las cosas que se supone que no tendrían que pasar aquí. Codicia, discriminación, persecución, mentiras, incluso mentiras elevadas a la categoría de dogma y catecismo con el único propósito de manipular consciencias, mafia y omertá, y la piedad de los simples usada como modus operandi de algunos auténticos criminales. Jesús apareció en sus historias y sus ruinas como ese que fue deshecho cobardemente, por amenazar la anestesia que los religiosos ponen sobre los hijos de dios. Por gritar que toda creencia que condene es herejía. Por transgresor de las mismas rutinas que yo había hecho y promovido por años. Y por ponerse y exponerse como guardian de las víctimas ante esas turbas de religiosos oficiales que lanzaron sobre él ese odio y ese desprecio que siempre quieren lanzar sobre todos los que no les obedecen de pensamiento, palabra, obra y omisión.
A muchos de los míos y a mí, nos empezaron a llamar por lindos apodos eclesiales como apóstatas, herejes, modernistas, light, pro-gays, o por cosas que en mi país dan para aparecer muerto, como guerrillero, izquierdoso, comunista e infiltrado. Eso decía una carta que le enviaron a un obispo una vez. Porque en la iglesia está bien decir que dios tortura gente por la eternidad pero no está bien decir que curas han torturado niños por décadas.
Ahora conozco a Jesús siendo un señor. Con otras preguntas, otras escenas frente a los ojos, otras maneras de ser y hacer iglesia, otras cosas que nunca había vivido antes y que son un auténtico “ok, y ahora entonces qué”, otras comprensiones del mismo niño al que le rezaba de pequeño y que ahora veo venir a punto de la navidad.
El que viene, el que nace, es mi amigo, mi hermano, mi roca, mi sendero y mi destino, mi libertad. Y sé que no lo conozco tanto, porque yo, ahora, tampoco soy el mismo y sin embargo le espero.
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