“Nosotros somos el problema”, por Gabriel Mª Otalora
De su blog Punto de Encuentro:
| Gabriel Mª Otalora
Las dificultades ayudan al desarrollo humano. Preferiríamos que todo fuese más fácil, pero el esfuerzo de superación está contenido en el éxito. Aquellas no son “el problema”; tampoco lo son en la vida cristiana. El centro de nuestra crisis parece ser otro: hemos desenfocado la misión esencial cristiana de ser testigos luminosos de nuestra fe en Cristo. Ser luz para todos, Lumen Gentium en expresión feliz de uno de los documentos del Concilio Vaticano II que no ha perdido actualidad. Ser luz, buena noticia, es el objetivo fundamental de la evangelización.
Sin embargo, ocurre que la Iglesia se refuerza en lo institucional bastante más que en la vivencia del Mensaje. La consecuencia -o el origen- es un clericalismo que elude autocríticas y culpa de los males eclesiales a los demás, a los de afuera, es decir, a los predilectos del Evangelio. Qué paradoja. La sinodalidad llega en medio de una pasividad clamorosa, pero llega para quedarse como fermento que fructificará con el tiempo; es una apuesta a largo plazo, como los árboles más frondosos, que ha sido ninguneada porque exige un cambio de actitudes real. Es un proceso de conversión global para resetear nuestra actitud de humildad a la escucha del diferente caminando juntos en unidad, no en la uniformidad impuesta. Quienes están boicoteando esta iniciativa papal, solo viven el corto plazo. A Jesús le pasó algo parecido: él apuntaba a la luz divina, y no pocos de quienes le escuchaban se quedaron mirando a su dedo.
Los hechos no engañan sin que, repito, haya autocrítica alguna mientras se prima a la institucionalidad eclesial por encima de la Buena Noticia en un tiempo oscuro como el nuestro, qu es donde el Mensaje debiera calar mejor. Pero la institución eclesial parece cada vez más centrada sobre sí misma y sus problemas en lugar de ser un modelo de anuncio luminoso, tal y como propone el Adviento que ahora comienza. Desde luego que no ayuda la gestión de la pederastia por la CEE (con dos honrosas excepciones: las diócesis de Bizkaia y Madrid). Bajan las vocaciones en medio de la crisis de identidad sacerdotal y laical, YVde la desorientación pastoral en medio del desinterés general por vivir en cristiano, tal como refleja la deserción de fieles en las eucaristías y en las comunidades parroquiales.
Para colmo, algunos deciden encastillarse en las seguridades de la tradición con minúscula, tan superficial (siempre se ha hecho así) como sociológica (cumplimiento). El regalo de la experiencia de la fe, en este caso dilapidado a la manera de la parábola de los talentos. Admiro al Papa Francisco por el esfuerzo inmenso para enmarcar nuestro encuentro con Cristo en este tiempo tan difícil, porque las resistencias mayores que se encuentra cada día vienen de dentro.
Estamos en crisis de experiencia de Dios porque la institución eclesial es más importante que el Mensaje. Jesús no fundó la Iglesia, es la Iglesia la que se funda en Jesús. No nos dejó una estructura eclesial diseñada, sino una forma de vida (Cristina Inogés). Y sus seguidores somos el problema, cada vez que nos colocamos en uno de estos tres vértices: conformismo descomprometido, hiperactividad social desconectada de la vivencia transformadora como testigos de Alguien, no de algo. O clericalismo a ultranza, tal como lo ha definido y denunciado Francisco. Así es difícil que los que siembran adecuadamente, tengan relevancia suficiente.
Al final, los resultados no son una casualidad, sino el fruto de una enorme inconsecuencia. El Adviento como tiempo de espera, pero de espera activa, es la esperanza fundada en la siembra del amor servicial con la actitud que tanto impactó a Tertuliano en el siglo II al ver comportarse a los cristianos: “mirad como se aman”. Solo así el fruto llegará abundante.
Mientras tanto, nuestras pequeñas comunidades son el campo adecuado para germinar las semillas de la Buena Noticia a nuestro alrededor. Vivir el Adviento con esta determinación es caminar en la dirección adecuada. No es poca cosa.
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