Acoger la salvación, transformando la vida.
(Lc 3, 10-18)
Juan Bautista se siente urgido a un anuncio radical y urgente. Para él no se trata de tener fe en que Dios cambiará las cosas sino de empezar a cambiarlas. A través de un diálogo con la gente que acudía a escucharlo, Juan va concretando modos posibles para transformar la vida personal y desde ella también la colectiva. Solo así podrán acoger la Buena Noticia que Jesús encarna y de la que él solo se siente mensajero.
¿Entonces, qué debemos hacer?
El diálogo se entabla a través de una única pregunta que diferentes grupos le van formulando: “¿Qué tenemos que hacer?”. Juan responde a cada uno de ellos de forma concisa y concreta, proponiéndoles formas de actuar en los espacios cotidianos de sus vidas.
La primera pregunta brota a coro de la gente que había acudido a escucharlo y recibir el bautismo en el Jordán. A ellos y ellas Juan les propone compartir generosamente con quien no tiene. “Quien tenga dos túnicas, que comparta con quien no tiene; y quien tenga comida, haga lo mismo”
Una propuesta de fuertes resonancias proféticas y que sin duda sus oyentes podían identificar. Por ejemplo, Isaías y Ezequiel recordaban al pueblo desorientado y herido por las consecuencias del exilio a no esperar soluciones externas para reconstruir su vida y recuperar la esperanza. Ambos invitaban a la responsabilidad personal para alcanzar la justicia, a sanar heridas con generosidad y solidaridad, a recuperar los mandamientos desde el corazón abandonando la rigidez de las normas y el egoísmo de las excusas.
“Este es el ayuno que yo quiero, dice el Señor… que partas tu pan con el hambriento, y recibas en casa a los pobres sin hogar; que proporciones vestido al desnudo, y que no te desentiendas de tus semejantes. Entonces brillará tu luz como la aurora y tus heridas sanarán enseguida, tu recto proceder caminará ante ti…y el Señor te guiará siempre...” (Is 58)
“Quien no oprime a nadie, sino que devuelve al deudor su prenda; que no comete robo, sino que da su pan al hambriento y cubre al desnudo con ropa, …se comporta recta y honradamente…y caminará en la senda del Señor…” (Ez 18)
La invitación de Juan no es por tanto la consecución de un ideal de pobreza, sino de justicia. Una justicia que nace de la voluntad de Dios. Una voluntad que solo busca la vida plena para todo ser humano (Dt 15, 4).
La segunda pregunta la formulan los publicanos o cobradores de impuestos. Para ellos la respuesta se orienta a evitar los abusos en los cobros y conformarse con recaudar lo justo. En el Imperio Romano era frecuente que se subarrendara la recaudación de los impuestos en las ciudades a empresarios locales. Estas personas debían adelantar el dinero que se consideraba se tenía que recaudar y luego conseguir por todos los medios no solo recuperarlo sino obtener beneficios.
En la antigüedad la gente daba por supuesto que los bienes eran limitados y cuando alguna persona aumentaba sus riquezas era porque otra las había perdido. El buscar tener más bienes negociando con ellos era etiquetado de conducta negativa no solo por los medios usados para adquirirlos sino porque rompía el equilibrio social y económico que daba sentido a su mundo.
Juan propone a este grupo de publicanos un camino sencillo pero difícil: renunciar a las dinámicas de violencia y de evitar la codicia: “No exijáis más de lo que está ordenado”. La propuesta nos recuerda el encuentro de Jesús con Zaqueo que Lucas narra unos capítulos más adelante (Lc 19, 1-10). Un relato en el que vemos las consecuencias de un enriquecimiento injusto, pero también el proceso de conversión que el protagonista vive y que le lleva, no sólo a devolver lo ganado injustamente sino a hacerlo con gratuidad y sin esperar nada a cambio.
Sin duda la actuación de Zaqueo va mucho más allá de la que Juan propone, pero ambas coinciden en que la conversión a la Buena Noticia no trata de renuncias, ni de exigencias sino de habitar nuestra vida desde la gratuidad, la solidaridad y la lealtad porque es ahí donde el Reino de Dios se encarna.
La tercera pregunta llega desde un grupo al que nos sorprende ver junto al río Jordán escuchando al Bautista: Unos soldados que, aunque no se especifica, eran sin duda romanos. Encontrarse a estos hombres escuchando a Juan es por lo menos sorprendente y sin duda incomodo porque representaban al poder romano invasor. Juan, sin embargo, ni los rechaza ni les pide que dejen de ser lo que son. Les pide que “No maltratéis ni denunciéis a nadie y contentaos con vuestra paga”. (Lc 3,14).
Juan en la propuesta que les hace reconoce implícitamente que hay prácticas abusivas en el ejercicio que están dificultando mucho la vida de la gente y desde ahí les propone romper con sus malas prácticas. No les pide que abandonen su lugar social, sino que cambien su modo de ejercer el poder. Los acoge desde su deseo de construir su vida de otra manera, ofreciéndoles la posibilidad de acoger la Buena Noticia de la acción salvadora de Dios sin renunciar a su condición extranjera. Ellos encarnan así, la voluntad inclusiva de un Dios que no pone límites a su amor y que reconoce en cualquier ser humano, sea cual sea su condición, a un hijo.
Reordenar las pertenencias
A estos tres grupos de personas Juan les propone reorganizar su vida para que en ella brote la salvación. Les ofrece pautas concretas para cambiar sus horizontes desde la solidaridad y la justicia. No les pide renunciar a lo que tienen sino a poner límite a sus ambiciones condicionándolas a un bien mayor: acoger la Buena Noticia de Jesús.
No es a él a quien han de seguir sino a Jesús. Los cambios que les pide no son un punto de llegada sino un punto de partida para acoger el camino de vida que es Jesús. El será la respuesta a sus inquietudes, la luz para sus cegueras, la esperanza para sus corazones.
Carme Soto Varela
Fuente Fe Adulta
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