Gracias a tu ayer,
habrá para ellos
un mañana,
hermano.
Mi hoy, entre los dos,
ha de ser responsable
como un arco de Historia
en el puente del Reino.
¿Qué le dice el Tercer Mundo
al Primer Mundo?
– ¡Si no fuerais lo que sois,
podríamos ser
los que somos!
¿Por qué lo que es de todos
no es de nadie,
si todos somos todos?
Dos son los problemas,
dos:
los demás
y yo.
Vuestros tiempos perdidos
son mi tiempo de canto.
Me anticipo a gritaros que ya es hora.
(Quizás roncos de angustia,
por causa de la noche,
los gallos, los poetas, despertamos el día).
*
EUCARISTÍA
Para Arturo Paoli
Mis manos, esas manos y Tus manos
hacemos este Gesto, compartida
la mesa y el destino, como hermanos.
Las vidas en Tu muerte y en Tu vida.
Unidos en el pan los muchos granos,
iremos aprendiendo a ser la unida
Ciudad de Dios, Ciudad de los humanos.
Comiéndote sabremos ser comida.
El vino de sus venas nos provoca.
El pan que ellos no tienen nos convoca
a ser Contigo el pan de cada día.
Llamados por la luz de Tu memoria,
marchamos hacia el Reino haciendo Historia,
fraterna y subversiva Eucaristía.
*
Pedro Casaldáliga Todavía estas palabras, 1994
***
En aquel tiempo, la gente preguntaba a Juan:
-“¿Entonces, qué hacemos?“
Él contestó:
-“El que tenga dos túnicas, que se las reparta con el que no tiene; y el que tenga comida, haga lo mismo.”
Vinieron también a bautizarse unos publicanos y le preguntaron:
–“Maestro, ¿qué hacemos nosotros?”
Él les contestó:
-“No exijáis más de lo establecido.“
Unos militares le preguntaron:
–“¿Qué hacemos nosotros?”
Él les contestó:
-“No hagáis extorsión ni os aprovechéis de nadie, sino contentaos con la paga.”
El pueblo estaba en expectación, y todos se preguntaban si no sería Juan el Mesías; él tomó la palabra y dijo a todos:
– “Yo os bautizo con agua; pero viene el que puede más que yo, y no merezco desatarle la correa de sus sandalias. Él os bautizara con Espíritu Santo y fuego; tiene en la mano el bieldo para aventar su parva y reunir su trigo en el granero y quemar la paja en una hoguera que no se apaga.”
Añadiendo otras muchas cosas, exhortaba al pueblo y le anunciaba el Evangelio.
*
Lucas 3, 10-18
***
La alegría es oración. La alegría es fuerza. Es como una red de amor que coge a las almas. Dios ama al que da con alegría. El que da con alegría, da más. No hay mejor manera de manifestar nuestra gratitud a Dios y a los hombres que aceptar todo con alegría. Un corazón ardiente de amor es necesariamente un corazón alegre. No dejéis nunca que la tristeza se apodere de vosotros hasta el punto de olvidar la alegría de Cristo resucitado. Continuad dando Jesús a los demás, no con palabras sino con el ejemplo, por el amor que os une a él, irradiando su santidad y difundiendo su amor profundo, id por todas partes. Que vuestra fuerza no sea otra que la alegría de Jesús. Vivid felices y en paz. Aceptad todo lo que él da y dad todo lo que él toma con una gran sonrisa.
A pesar de toda la información que ofrecen los medios de comunicación se nos hace difícil tomar conciencia de que vivimos en una especie de «isla de la abundancia», en medio de un mundo en el que más de un tercio de la humanidad vive en la miseria. Sin embargo, basta volar unas horas en cualquier dirección para encontrarnos con el hambre y la destrucción.
Esta situación solo tiene un nombre: injusticia. Y solo admite una explicación: inconsciencia. ¿Cómo nos podemos sentir humanos cuando a pocos kilómetros de nosotros –¿qué son, en definitiva, seis mil kilómetros?– hay seres humanos que no tienen casa ni terreno alguno para vivir; hombres y mujeres que pasan el día buscando algo que comer; niños que no podrán ya superar la desnutrición?
Nuestra primera reacción suele ser casi siempre la misma: «Pero nosotros, ¿qué podemos hacer ante tanta miseria?». Mientras nos hacemos preguntas de este género nos sentimos más o menos tranquilos. Y vienen las justificaciones de siempre: no es fácil establecer un orden internacional más justo; hay que respetar la autonomía de cada país; es difícil asegurar cauces eficaces para distribuir alimentos; más aún movilizar a un país para que salga de la miseria.
Pero todo esto se viene abajo cuando escuchamos una respuesta directa, clara y práctica, como la que reciben del Bautista quienes le preguntan qué deben hacer para «preparar el camino al Señor». El profeta del desierto les responde con genial simplicidad: «El que tenga dos túnicas que dé una a quien no tiene ninguna; y el que tiene para comer que haga lo mismo».
Aquí se terminan todas nuestras teorías y justificaciones. ¿Qué podemos hacer? Sencillamente no acaparar más de lo que necesitamos mientras haya pueblos que lo necesitan para vivir. No seguir desarrollando sin límites nuestro bienestar olvidando a quienes mueren de hambre. El verdadero progreso no consiste en que una minoría alcance un bienestar material cada vez mayor, sino en que la humanidad entera viva con más dignidad y menos sufrimiento.
Hace unos años estaba yo por Navidad en Butare (Ruanda), dando un curso de cristología a misioneras españolas. Una mañana llegó una religiosa navarra diciendo que, al salir de su casa, había encontrado a un niño muriendo de hambre. Pudieron comprobar que no tenía ninguna enfermedad grave, solo desnutrición. Era uno más de tantos huérfanos ruandeses que luchan cada día por sobrevivir. Recuerdo que solo pensé una cosa. No se me olvidará nunca: ¿podemos los cristianos de Occidente acoger cantando al niño de Belén mientras cerramos nuestro corazón a estos niños del Tercer Mundo?
Sofonías 3, 14-18a: El Señor se alegra con júbilo en ti. Interleccional: Isaías 12, 2-3. 4bcd, 5-6: Gritad jubilosos: “Qué grande es en medio de ti el Santo de Israel.” Filipenses 4, 4-7: El Señor está cerca. Lucas 3, 10-18: ¿Qué hacemos nosotros?
El texto del profeta Sofonías nos habla de un tiempo poco antes del reinado de Josías. El país se hallaba sumido en la mayor miseria moral y hacía tiempo se dejaba sentir la amenaza de Asiria. Sofonías, testigo de los grandes pecados de Israel y del duro castigo con que Dios va a purificar a su pueblo, preanuncia la restauración y redención que Dios va a obrar. A los beneficiarios de ella los llama el “resto”. Con este “resto” creará Dios un pueblo nuevo.
Al final de su libro Sofonías vislumbra algunas luces de esperanza: el rey Josías se presenta como un gran reformador y Asiria parece aflojar por el momento su cerco. Es la ocasión para anunciar días mejores para Jerusalén e invitar a la alegría a través de una gran fiesta en la que todo serán danzas, alegría y regocijo.
Israel rebosa gozo porque el Señor ha cancelado todas sus deudas o el castigo de sus pecados (la cautividad). El Señor establece su trono en Sión. Con Rey tan poderoso y Padre tan misericordioso nada tiene que temer nunca más (v.14-15). Ahora ya no es Israel el que se goza en el Señor; es el mismo Señor quien se goza con su nuevo pueblo. Es como el “esposo” que se goza en la “esposa”. Muchas veces en los profetas la “Alianza” es presentada como “Desposorio”: “Yahvé, tu Dios, está en medio de ti; exulta de gozo por ti y se complace en ti; te ama y se alegra con júbilo; hace fiesta por ti” (v.16-17).
Los textos de la liturgia de hoy nos invitan a la alegría. Ese es el modo de esperar al Señor: la auténtica alegría del pueblo de Dios es Cristo, el Mesías largo tiempo esperado. A los filipenses Pablo les recomienda: “Alegraos siempre en el señor. Otra vez os digo, alegraos”.
El pasaje de Lucas nos habla del testimonio de Juan Bautista, el precursor. Su predicación impresiona al pueblo, la gente se acerca para preguntarle: “¿Qué debemos hacer?” (v.10), es una prueba de que han comprendido el mensaje, perciben que el bautismo de Juan exige un comportamiento. La respuesta llega enseguida: compartan lo que tengan: vestido, comida, etc. (vv. 10-11).
No se pregunta lo que hay que pensar, ni siquiera lo que hay que creer. El Evangelio pretende que el oyente de la Palabra de Dios se convierta, es decir, que su conducta y su comportamiento estén de acuerdo con la justicia que exige el Reino. La buena noticia entraña una exigencia nítida: los que tienen bienes o poder deben compartirlos con los que no tienen nada o son más débiles. Gracias a esta conversión, los pobres y menesterosos son iguales a los otros. En realidad, los pobres no preguntan, sino que están en “expectación”. El “¿qué debemos hacer?” lo deberían preguntar quienes tienen el dinero, la cultura, el poder… porque la exigencia básica, según la Biblia, es compartir.
La conversión es un cambio de conducta más que un cambio de ideas; es la transformación de una situación vieja en una situación nueva. Convertirse es actuar de manera evangélica. El evangelio nos invita a una “conversión al futuro” que se despliega en el Reino. No es mirar y volverse atrás. El futuro (que es Dios y su reinado) es la meta de la llamada a la conversión.
La tentación para no convertirse es quedarse en una búsqueda permanente o contentarse con preguntar sin escuchar respuestas verdaderas. Según el Bautista, la conversión exige “aventar la parva” (saber seleccionar o elegir), “reunir el trigo” (ir a lo más importante y no quedarse en las ramas) y “quemar la paja” (echar por la borda lo inservible o lo que nos inmoviliza); acoger la Buena Nueva de la venida del Señor requiere esa conversión. Con nuestros gestos discernimos lo que nos acerca de aquello que nos aleja de la llegada del Señor. Este día Dios discernirá entre el trigo y la paja que haya en nuestra conducta.
Este domingo se denominó tradicionalmente domingo “gaudete”, o de alegría. Por dos veces nos dice Pablo que estemos alegres, alegres por la venida del Señor, por la celebración próxima de la Navidad, por mantener la esperanza, por situarnos en proceso de conversión y por compartir con los hermanos la cena del Señor.
En la Biblia, la alegría acompaña todo cumplimiento de las promesas de Dios. Esta vez el gozo será particularmente profundo: “El Señor está cerca” (Flp 4,5). Toda petición a Dios debe estar apoyada en la acción de gracias (v. 6). La práctica de la justicia y la vivencia de la alegría nos llevarán a la paz auténtica, al Shalom (vida, integridad) de Dios.
¿Qué debemos hacer? Es la pregunta que muchos nos podemos formular hoy. La respuesta de Juan Bautista no es teoría vacía. Es a través de gestos y acciones concretas de justicia, respeto, solidaridad, y coherencia cristiana, como demostramos nuestra voluntad de paz, vamos construyendo un tejido social más digno de hijos de Dios, vamos conquistando los cambios radicales y profundos que nuestra vida y nuestra sociedad necesitan. Pero para eso, es necesario purificar el corazón, dejarnos invadir por el Espíritu de Dios, liberarnos de las ataduras del egoísmo y el acomodamiento, no temer al cambio y disponernos con alegría, con esperanza y entusiasmo a contribuir en la construcción de un futuro no remoto más humano, que sea verdadera expresión del Reino de Dios que Jesús nos trae, y así poder exclamar con alegría: ¡venga a nosotros tu Reino, Señor! Leer más…
En aquel tiempo, le preguntaban a Juan: “¿Entonces, qué hacemos?” Él contestó: “El que tenga dos túnicas, que se las reparta con el que no tiene; y el que tenga comida, haga lo mismo.”
Vinieron también a bautizarse unos publicanos y le preguntaron: “Maestro ¿Qué hacemos nosotros?” Él les contestó: “No exijáis más de lo establecido.” Unos militares le preguntaron: “¿Qué hacemos nosotros?”. Él les contestó: “No hagáis extorsión ni os aprovechéis de nadie, sino contentaos con la paga.”
| Xabier Pikaza
Introducción. Juan Bautista no es Jesús, pero está en el camino de Jesús:
El evangelio de Lucas está escrito en un contexto parecido al de Flavio Josefo, hacia el año 80/90 d.C. y así presenta a Juan Bautista como un profeta moralista), diciendo que fue asesinado porque su mensaje escatológico (y su forma de vivir) podía provocar un levantamiento popular:
Juan, de sobrenombre Bautista… era un hombre bueno que recomendaba a los judíos que practicaran las virtudes y se comportaran justamente en las relaciones entre ellos y piadosamente con Dios y que, cumplidas esas condicione, acudieran a bautizarse…, dando por sentado que su alma estaba ya purificada de antemano con la práctica de la justicia.
Y como el resto de las gentes se unieran a él (pues sentían un placer exultante al escuchar sus palabras), Herodes, por temor a que esa enorme capacidad de persuasión que el Bautista tenía sobre las personas le ocasionara algún levantamiento popular (puesto que las gentes daban la impresión de que harían cualquier cosa si él se lo pedía), optó por matarlo, anticipándose así a la posibilidad de que se produjera una rebelión… Entonces, Juan, tras ser trasladado a la fortaleza de Maqueronte, fue matado en ella» (Josefo, Ant XVIII, 116-119).
Josefo presenta así a Juan un moralista, parecido a los estoicos y cínicos de su entorno greco-romano, un predicador de la virtud (cumplir la ley y contentarse cada uno con lo suyo), como supone de manera convergente Lc 3, 10-14. Pero de esa forma no se explicaría bien la condena de Hyab, pues todo nos lleva a pensar que Herodes le mandó matar a Juan porque tuvo miedo de su protesta social y de su anuncio del Más Fuerte:
Yo os bautizo en agua para conversión. Detrás de mí llega uno Más Fuerte que yo… Tiene el hacha levantada sobre la raíz de los árboles; por tanto, todo árbol que no da buen fruto es cortado y echado al fuego. Él os bautizará en Espíritu Santo y Fuego. Lleva en su mano el bieldo y limpiará su era: y reunirá su trigo en el granero; pero quemará la paja en fuego que jamás se apaga (Mt 3, 9-12; cf. Lc 3, 3-9).
Con su gesto (bautismo) y su anuncio, Juan proclama su amenaza final, preparando la llegada del juicio, que es Hacha que corta los árboles sin fruto, Huracán que limpia la era y Fuego que quema la leña inútil y la paja. En esa línea, su bautismo evoca por un lado la muerte (¡todo será destruido!), y, por otro, abre una esperanza de salvación para aquellos que lo reciben, dejando que Juan les introduzca en el río, para renacer de esa forma a la vida que se acerca:
‒ Juan se opone al poder socio-religioso del Templo de Jerusalén, que ha tomado el monopolio de la religión judía. Por eso se distancia del templo y sus ritos, volviendo a la ribera oriental del Jordán, para anunciar e iniciar la nueva entrada en la tierra, en contra de un orden ritual que expulsa a publicanos y prostitutas, a quienes él acoge, como hará Jesús (cf. Mt 21, 31).
‒ Juan rechaza orden socio-económico simbolizada de un modo especial en las comidas, pero no en una línea de pureza ritual, pues la miel silvestre (no bien refinada) es impura, lo mismo que el pelo de camello, sino en el sentido económico-comercial. A su juicio es impura la comida del mercado, vinculada a la injusticia social que impide que todos coman[1].
Mensaje de Juan según el evangelio de Lucas. Juan Bautista y el dinero
Lucas ha reinterpretado el juicio escatológico de Juan en forma de enseñanza ética, convirtiéndole en un moralista. Ciertamente, Lc 3, 7-9 le presenta como intérprete del juicio profético (ya está cayendo el hacha contra la raíz del árbol…), en un contexto de gran importancia económica, comparable al Magníficat (Lc 1, 45-56). Pero más adelante, en Lc 3, 10-14, él ha traducido esa denuncia de juicio (fin de este mundo) en un mensaje de “organización ética de este mundo”, en la línea de una doctrina posterior de la Iglesia, que aparece en la glosa de Rom 17, 1-7, en 1 Pedro y en las Caras Pastorales de la tradición de Pablo . Este es un Juan cristianizado, en la línea tardía del tiempo de Lucas (90-100 d.C.), un moralista de la justicia y equilibrio universal:
‒ Economía universal, al servicio de la vida, no del capital. “La gente le preguntaba: – ¿Qué tenemos que hacer? Y les contestaba: El que tenga dos túnicas, que le dé una al que no tiene ninguna, y el que tenga comida que haga lo mismo” (Lc 3, 10-11). Comida y vestido no han ser objeto de compra-venta, no han de estar al servicio del capital, sino de comunicación interhumana y así deben compartirse, es decir, ponerse al servicio de todos, empezando por los pobres. Quien atesore dos túnicas (casas, comida, monedas…), mientras otros no tienen ninguna, destruye el principio central de la justicia. Ésta es la base de la moral, dirigida a todos, no sólo a sacerdotes o gobernantes. Los objetos básicos de la vida (vestido, comida) han de ponerse al servicio de todos, en línea de comunicación, no de compraventa. No se trata por ahora de creer en Jesús, ni de aceptar dogmas o caminos especiales… La única verdad moral consiste en compartir la vida, en contra de un sistema capitalista que amontona dinero (Mammón) mientras sigue habiendo gente sin comida o vestido.
‒ Economía de administradores (Publicanos servidores de hacienda, comerciantes…). “Vinieron también unos publicanos a bautizarse y le dijeron: Maestro ¿Qué tenemos que hacer? Él les respondió: No exijáis nada fuera de lo establecido” (diatetagmenon) (3, 12-13). Juan supone así que hay un orden (sistema) de economía, y de esa forma pide a los funcionarios que sólo exijan lo regulado, que no cobren más, ni utilicen su poder al servicio propio. Este Juan sabe que puede haber normas injustas, que deben cambiarse, pero debe mantenerse firme el principio anterior de compartir lo que se tiene. En contra del Apocalipsis, Juan Bautista piensa que en principio los gestores del dinero público los pueden cumplir un servicio (¡de manera que no los demoniza!), pero sabiendo que en la base de todo es el principio anterior de “dar aquello que nos sobra a los necesitados…”. “Reyes y publicanos” no son dueños, sino administradores de unos bienes que son para todos.
La economía está al servicio de los hombres, no los hombres al servicio de la economía. Eso significa que los bienes han de ponerse al servicio de todos… no a la inversa. Este Juan aparece así como reformador, dentro del sistema, no para destruirlo, sino para ponerlo al servicio del bien común (para compartir túnica y comida, es decir, humanidad).
‒ Una “economía” militar “También los soldados le preguntaban: – ¿Y nosotros qué debemos hacer? Juan les contestó: –No uséis la violencia, no hagáis extorsión a nadie, y contentaos con vuestra paga” (3, 14). Este Juan admite la función de los soldados del Imperio, a quienes concibe como policías (ministros del orden público) al servicio de la paz universal. Muchos judíos de entonces querían que se aboliera el imperio romano y no hubiera soldados, pues su función es intrínsecamente perversa (cf. Dan 2.7 y Ap 12-13).
Pero Lucas admite la existencia de soldados, y los presenta incluso como “pioneros” evangélicos, es decir, como garantes de la paz público, en un servicio social de anticipación del evangelio (cf. Hch 10-11, conversión de Cornelio). No es antimilitarista, no es anarquista, ni celota guerrillero. Admite a los soldados, pero cree y dice que ellos deben cambiar y por eso les pide tres cosas:
(a) No emplear violencia. Juan quiere soldados sin armas, sin cañones, sin carros de combate… Soldados como servidores de humanidad, para bien de la paz entre todos, un tipo de ángeles humanos para ayuda de los más débiles.Este Juan de Lucas supone que los soldados no son (no han de ser) ser portadores de violencia (no emplean la espada), sino ministros de un orden social que no puede imponerse matando, sino protegiendo a los demás, como pacifistas activos, arriesgándose al servicio de los débiles, para defenderles.
(b) No extorsionar a nadie. En esa línea, el Bautista utiliza una palabra plástica “me sykophantêsete”, no seáis psicofantes, no utilicéis vuestro poder para imponeros a los otros. En contra de los que utilizan las armas para matar y enriquecerse, para tomar el poder y mantenerse a la fuerza, Juan pide a los soldados quelas pongan las armas al servicio de los indefensos. Este Juan va en contra de los generales y generalitos de Roma que han acudido a diversos alzamientos militares para tomar el poder, para mantenerlo con sus pretorianos, para manejar los hilos de la política y de las armas al servicio de sí mismo.
(c) Contentarse con la paga”. Esta es la reflexión de fondo: Que el ejército no esté al servicio del dinero… no busque más o más dinero, que el Estado no se convierta en una Pluto-cracia al servio de las armas, de la guerra universal. Lo mismo puede y debe decirse de los funcionarios (publicanos y empleados de la administración): No han de buscar dinero, sino cumplir su función al servicio de todos, sabiendo que la norma fundamental es la ya establecida: Si tienes dos túnicas dale una a quien no tiene ninguna.
Adviento del Bautista. … Juan Bautista no es Cristo,
ni los comerciantes y soldados son Cristo, pero pueden ponerse al servicio de la humanidad, es decir, de Cristo.
Juan Bautista puede situarse con los comerciantes y soldados en un camino de Adviento. El proyecto y mensaje de Jesús se sitúa en ese contexto de gran crisis de Israel que estaba descubriendo y proclamando Juan Bautista. Pero, pasado un tiempo, Jesús dejó el Jordán y vino a Galilea para iniciar por sí mismo el gran cambio, pero no para implantar el orden tranquilo que Lc 3, 10-14 atribuye más tarde a Juan Bautista (un equilibrio de publicanos y soldados), sino para anunciar la gran transformación mesiánica y liberadora de los pobres, en la línea del canto de su madre (Magníficat).
En esa línea, Jesús vendrá a ser el profeta universal de la justicia mesiánica, secular y campesina, enraizado en las tradiciones proféticas de liberación de Israel, desde la esperanza de los pobres. La tradición posterior intentará vincular su movimiento con la tradición letrada de escribas y rabinos (y eso puede contener un elemento positivo), pero él fue ante todo representante y testigo de la esperanza de su pueblo, desde los marginados sociales con los que había convivido. Ciertamente, aceptó algunos rasgos del mensaje de Juan, pero más que el juicio de Dios le interesará la vida de los pobres, la transformación de los campesinos, enfermos y excluidos, insistiendo así en el aspecto social del mensaje.
Jesús fue profeta de vida, no de libro, promotor de libertad m de amor y comunión entre todos, de manera que más que la gloria de Israel (su pureza nacional) le importaba la suerte de los marginados, excluidos, hambrientos y oprimidos, como había proclamado su madre (Magníficat). No buscó el equilibrio ético de Juan (tal como lo interpreta Lc 3, 10-14), ni el compromiso imperial de Rom 13, 1-7, sino que quiso situarse ante la desmesura del Dios de los profetas en una línea de amor fuerte que culmina de algún modo en el Apocalipsis.
Desde ese fondo ha de entenderse el camino de vuelta de Jesús a Galilea, que deja a Juan Bautista y, sin haberle condenado, comienza su misión liberadora en Galilea, ayudando de manera positiva a los que en ese momento se hallaban más oprimidos por la fuerza de los prepotentes. No lo hace como sacerdote ni escriba, sino como líder profético campesino. Sólo desde ese fondo se entiende su evangelio.
[1] Juan condena toda comercialización de la comida: Es injusto comprar y vender comida en el mercado… al servicio del mercado. Al revés, el mercadeo ha de estar de los hombres. Por eso, los mercaderes han de ser “servidores” de la vida humana, no señores de ella.
(2) Juan condena toda militarización del ejército... Es injusto un ejército al servicio de su poder y de su guerra, como en tiempo de los alzamientos militares de Roma y del mundo moderno. Todo alzamiento militar que busca el poder militar, dirigido por “brujos psicofantes” es demoníaco. Los soldados sólo tienen sentido como servidores pacíficos de la libertad y fraternidad humana, como han puesto de relieve los últimos papas de la iglesia católica, Juan XXII y Benedicto XVI, en la línea de Juan Bautista. Con ellos seguimos haciendo camino de Adviento hacia Cristo.
Si el domingo pasado no hubiéramos celebrado la fiesta de la Inmaculada, los textos del domingo pasado dejaban claro el tono alegre del Adviento. Los de este domingo lo acentúan todavía más. “Regocíjate, hija de Sión, grita de júbilo, Israel; alégrate de todo corazón, Jerusalén”, comienza la 1ª lectura. Su eco lo recoge el Salmo: “Gritad jubilosos, habitantes de Sión: Qué grande es en medio de ti el Santo de Israel”. La carta a los Filipenses mantiene la misma tónica: “Hermanos: Estad siempre alegres en el Señor; os repito, estad siempre alegres.” Y el evangelio termina hablando de la Buena Noticia; y las buenas noticias siempre producen alegría.
Las lecturas ofrecen materia abundante (¡demasiada!). Quien vaya a comentarlas debe seleccionar lo más importante para su auditorio.
Alegría de Jerusalén y alegría de Dios (Sofonías 3,14-18)
Este breve texto, probablemente del siglo V a.C., aborda dos problemas políticos, con un final religioso. Jerusalén ha sufrido la deportación a Babilonia, el rey y la dinastía de David han desaparecido, los persas son los nuevos dominadores. No tiene libertad ni rey. El profeta anuncia un cambio total: el Señor expulsa a los enemigos y será el rey de Israel. Lo más sorprendente es el motivo de este gran cambio: el amor de Dios. Cuando se recuerda que los profetas consideran la historia del pueblo una historia de pecado, asombra que Dios pueda gozarse y complacerse en él. Las palabras finales se adaptan perfectamente al espíritu del Adviento. La Iglesia, y cada uno de nosotros, debe aplicárselas.
Regocíjate, hija de Sión, grita de júbilo, Israel; alégrate de todo corazón, Jerusalén. El Señor ha cancelado tu condena, ha expulsado a tus enemigos. El Señor será el rey de Israel, en medio de ti, y ya no temerás. Aquel día dirán de Jerusalén: «No temas, Sión, no desfallezcan tus manos. El Señor, tu Dios, en medio de ti, es un guerrero que salva. Él se goza y se complace en ti, te ama y se alegra con júbilo como en día de fiesta».
Alegría, mesura y oración (Filipenses 4,4-7)
Pablo escribe a su comunidad más querida. En la parte final de la carta, tres cosas le aconseja: alegría, mesura y oración.
Hermanos: Estad siempre alegres en el Señor; os repito, estad siempre alegres. Que vuestra mesura la conozca todo el mundo. El Señor está cerca. Nada os preocupe; sino que, en toda ocasión, en la oración y súplica con acción de gracias, vuestras peticiones sean presentadas a Dios. Y la paz de Dios, que sobre pasa todo juicio, custodiará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús.
Alegría, confiando en la pronta vuelta del Señor. Al principio de su actividad misionera, Pablo estaba convencido de que Cristo volvería pronto. Lo mismo esperaban la mayoría de los cristianos a mediados del siglo I. Aunque esto no se realizó, las palabras “El Señor está cerca” son verdad: no en sentido temporal, sino como realidad profunda en la Iglesia y en cada uno de nosotros.
Mesura. En el contexto navideño, cabe la tentación de interpretar la mesura como una advertencia contra el consumismo. Sin embargo, el adjetivo que usa Pablo (evpieike.j) tiene un sentido distinto. Se refiere a la bondad, amabilidad, mansedumbre en el trato humano, que debe ser semejante a la forma amable y bondadosa en que Dios nos trata.
Oración. En pocas palabras, Pablo traza un gran programa a los Filipenses. Una oración continua, “en toda ocasión”; una oración que es súplica pero también acción de gracias; una oración que no se avergüenza de pedir al Señor a propósito de todo lo que nos agobia o interesa.
Una «buena noticia» bastante extraña (Lucas 3,10-18)
En el texto del evangelio podemos distinguir tres partes: unos consejos prácticos; un anuncio, y un resumen final.
Consejos prácticos (10-14)
En aquel tiempo la gente preguntaba a Juan:
− ¿Entonces qué hacemos?
Él contestó:
− El que tenga dos túnicas, que se las reparta con el que no tiene; y el que tenga comida, haga lo mismo.
Vinieron también a bautizarse unos publicanos y le preguntaron:
− ¿Maestro, qué hacemos nosotros?
;Él les contestó:
− No exijáis más de lo establecido.
Unos militares le preguntaron:
− ¿Qué hacemos nosotros?
Él les contestó:
− No hagáis extorsión ni os aprovechéis de nadie, sino contentaos con la paga.
El domingo pasado vimos cómo Juan Bautista exigía la conversión. ¿En qué consiste? ¿Cómo manifiesta uno que se ha convertido? Lucas responde poniendo unas preguntas en boca de la multitud, de los recaudadores de impuestos (los publicanos) y de los soldados. La presencia de recaudadores no extraña, teniendo en cuenta que también se interesarán por la predicación de Jesús. Más extraña resulta la mención de los soldados, ya que este colectivo no se vuelve a mencionar en el NT; debe tratarse de judíos al servicio de Herodes Antipas.
La respuesta más exigente es la primera, dirigida a todos: compartir el vestido y la comida. Recuerda lo que pide Dios en el libro de Isaías: «partir tu pan con el hambriento, hospedar a los pobres sin techo, vestir al que ves desnudo, y no cerrarte a tu propia carne» (Is 58,7).
La respuesta a los recaudadores se queda en lo negativo: «No exijáis más de lo ordenado». La actividad de los publicanos abarcaba muchos aspectos de la vida diaria:derechos de importación y exportación, portazgos, peaje, impuestos urbanos, etc. «Y si el pacífico residente, el labrador, el comerciante o el fabricante se veía constantemente expuesto a sus exacciones, el viajero, el caravanero o el buhonero se encontraban con su vejatoria presencia en cada puente, por la carretera y a la entrada de las ciudades. Se tenía que descargar cada bulto, y todo su contenido era abierto y registrado; hasta las cartas eran abiertas; y debe haberse precisado de algo más que de la paciencia oriental para soportar la insolencia de los recaudadores y para someterse a sus ‘falsas acusaciones’ al fijar arbitrariamente la cuota por la tierra o los ingresos, o el valor de las mercancías” (A. Edersheim, Usos y costumbres de los judíos, Clie, Terrasa 2003, 76-78).
La respuesta a los soldados une lo negativo: «no maltratéis ni extorsionéis a nadie» y lo positivo: «contentaos con vuestra paga». «Tanto para los soldados como para los publicanos, Lucas se interesa por una ética de la justa adquisición de bienes y del buen uso del dinero» (Bovon, El evangelio según san Lucas I, 252).
Anuncio (15-17)
El pueblo estaba en expectación, y todos se preguntaban si no sería Juan el Mesías; él tomó la palabra y dijo a todos:
− Yo os bautizo con agua; pero viene uno que puede más que yo, y no merezco desatarle la correa de sus sandalias. Él os bautizará con el Espíritu Santo y fuego; tiene en la mano el bieldo para aventar su parva y reunir su trigo en el granero y quemar la paja en una hoguera que no se apaga.
La denuncia inicial (que deberíamos haber leído el domingo pasado) y los consejos prácticos no crean malestar en la gente, animan a preguntarse por la identidad de Juan. Este responde hablando de un personaje con más autoridad (no le da el título de Mesías), que llevará a cabo una misión doble: positiva (bautismo) y ambigua (bieldo).
Dos temas indica Juan a propósito del personaje futuro: la mayor importancia de su persona y el mayor valor de su bautismo. La mayor importancia de la persona la expresa aludiendo a su fuerza, porque del Mesías se espera que la tenga para derrocar a los enemigos, y a la indignidad de Juan respecto a él, ya que no puede cumplir ni siquiera el servicio de un esclavo.
La mayor importancia del bautismo queda clara por la diferencia entre el agua, en uno, y el Espíritu Santo y el fuego, en el otro. Bautizar significar «lavar», «purificar». Y si se quiere mejorar la conducta del pueblo, nada mejor que el Espíritu de Dios: «Os infundiré mi espíritu y haré que caminéis según mis preceptos y que cumpláis mis mandamientos» (Ez 36,27). Además, el fuego purifica más que el agua.
Basándose en el Salmo 2, algunos textos concebían al Mesías con un cetro en la mano para triturar a los pueblos rebeldes y desmenuzarlos como cacharros de loza. Juan no lo presenta con un cetro, utiliza una imagen más campesina: lleva un bieldo, con el que separará el trigo de la paja, para quemar ésta en una hoguera inextinguible.
Al comienzo de su intervención, Juan hizo referencia al hacha dispuesta a talar los árboles inútiles; al final, al bieldo que echa la paja en la hoguera. Dos imágenes potentes para animar a la conversión.
Sumario (18)
Añadiendo otras muchas cosas, exhortaba al pueblo y le anunciaba la Buena Noticia.
Este versículo resume la actividad de Juan fijándose en su predicación y sin mencionar el bautismo. Las palabras de Juan pueden parecer muy duras, pero constituyen una buena noticia para quien está dispuesto a convertirse.
El tercer domingo de adviento siempre nos repite lo mismo, como Pablo en la carta a los Filipenses: ¡Alegraos!
La primera lectura de la Eucaristía nos regala una de las imágenes más bellas de Dios. El profeta Sofonías nos muestra a un Dios radiante de alegría, en algunas traducciones dice que saltando y danzando en medio de su pueblo como en los días de fiesta.
Y un Dios así de contento ¿qué nos dice? ¡Que nos alegremos! Algo así como: «vosotros, cada uno de vosotros, sois mi alegría y yo puedo ser la vuestra, ¡Alegraos conmigo!»
Por eso la invitación del adviento es la alegría. Dios ha decidido venir a habitar en medio de nosotros, porque es aquí, entre nosotras, siendo uno de los nuestros como quiere danzar y saltar de alegría.
Sin embargo, a simple vista, el evangelio que nos presenta la Iglesia en este domingo no parece que hable de alegría… Nos encontramos de nuevo con Juan Bautista. A él acuden distintos tipos de gentes y todos con la misma pregunta: «¿qué hacemos?» Y Juan tiene una respuesta para cada uno.
Con otras palabras les va invitando a compartir, a obrar con justicia, a no abusar de la autoridad, ni dejarse llevar por la codicia. Todo esto, ¿para qué? Precisamente para poder ser felices, para poder vivir con alegría la Buena Noticia.
Juan Bautista anuncia la venida del Mesías, del ungido de Dios, de Dios mismo y a Dios se le encuentra en el compartir, en la justicia, en la sencillez. No con estas palabras pero Juan les está diciendo: ¡alegraos!, y para que puedan alegrarse de verdad les dice lo que tienen que hacer.
Muy bien, y nosotros, ¿qué hacemos? Es una buena pregunta. ¿Qué podemos hacer para vivir con alegría? ¿Te atreves a preguntarle a Dios qué debes hacer para ser feliz?
Oración
¡Alegraos! es la invitación, aceptarla y cómo aceptarla depende de cada uno.
¡Alegraos! tanto como Dios se alegra con nosotros.
La primera palabra de la liturgia de este domingo es una invitación a la alegría. Esa alegría, en el AT, está basada siempre en la salvación que va a llegar. Hoy estamos en condiciones de dar un paso más y descubrir que la salvación ha llegado ya porque Dios no tiene que venir de ninguna parte y con su presencia en cada uno de nosotros, nos ha comunicado lo que Él mismo es. No tenemos que estar contentos ‘porque Dios está cerca’, sino porque Dios está ya en nosotros.
La alegría es como el agua de una fuente, la vemos solo cuando aparece en la superficie, pero antes, ha recorrido un largo camino que nadie puede conocer, a través de las entrañas de la tierra. La alegría no es un objetivo a conseguir directamente sino la consecuencia de un estado de ánimo que se alcanza después de un proceso. Ese proceso empieza por la toma de conciencia de mi verdadero ser. Si descubro que Dios forma parte de mí, encontraré la absoluta felicidad.
¿Qué tenemos que hacer? La respuesta manifiesta la igualdad y la diferencia entre el mensaje de Jesús y de Juan. El Bautista se creía que la salvación que esperaban de Dios iba a depender de su conducta. Esta era también la actitud de los fariseos. Jesús sabe que la salvación de Dios es gratuita e incondicional. Es curioso que los seguidores de Jesús, todos judíos, se encontraran más a gusto con la predicación de Juan que con la del mismo Jesús. Esto queda muy claro en los evangelios.
Por esa misma razón los primeros cristianos, que seguían siendo judíos, cayeron en seguida en una visión del evangelio moralizante. Jesús no predicó ninguna norma moral. Es más, se atrevió a relativizar la Ley de una manera insólita. El hecho de que permanezcan en el evangelio la frase como “las prostitutas os llevan la delantera en el Reino” indica claramente que para Jesús había algo más importante que el cumplimiento de la Ley. S. Agustín en una de sus genialidades lo expresó con rotundidad: “ama y haz lo que quieras”. No hay un resumen mejor del evangelio.
Todas las respuestas que da Juan van encaminadas a mejorar las relaciones con los demás. Se percibe una preocupación por hacer más humanas esas relaciones, superando todo egoísmo. Está claro que el objetivo no es escapar a la ira de Dios sino imitarle en la actitud de entrega a los demás. El evangelio nos dice una y otra vez, que la aceptación por parte de Dios es el punto de partida, no la meta. Seguir esperando la salvación de Dios, es la mejor prueba de que no la hemos descubierto dentro. La pena es que seguimos esperando que venga a nosotros lo que ya tenemos.
El pueblo estaba en expectación. Una manera de indicar la ansiedad de que alguien les saque de su situación angustiosa. Todos esperaban al Mesías y la pregunta que se hacen tiene pleno sentido. ¿No será Juan el Mesías? Muchos así lo creyeron, no solo cuando predicaba, sino también mucho después de su muerte. La necesidad que tiene de explicar que él no es el Mesías no es más que el reflejo de la preocupación de los evangelistas por poner al Bautista en su sitio; es decir, detrás de Jesús. Para ellos no hay discusión. Jesús es el Mesías. Juan es solo el precursor.
La presencia de Dios en mí no depende de mis acciones u omisiones. Es anterior a mi propia existencia y ni siquiera depende de Él pues no puede no darse. No tener esto claro nos hunde en la angustia y terminamos creyendo que solo puede ser feliz el perfecto, porque solo él tiene asegurado el amor de Dios. Con esta actitud estamos haciendo un dios a nuestra imagen y semejanza; estamos proyectando sobre Dios nuestra manera de proceder y nos alejamos del evangelio que nos dice lo contrario.
Pero ¡ojo! Dios no forma parte de mi ser para ponerse al servicio de mi contingencia, sino para arrastrar todo lo que soy a la trascendencia. La vida espiritual no puede consistir en poner el poder de Dios a favor de nuestro falso ser, sino en dejarnos invadir por el ser de Dios y que él nos arrastre a lo absoluto. La dinámica de nuestra religiosidad es absurda. Estamos dispuestos a hacer “sacrificios” y “renuncias” que un falso dios nos exige, con tal de que después cumpla él los deseos de nuestro falso yo.
No hemos aceptado la encarnación ni en Jesús ni en nosotros. No nos interesa para nada el “Emmanuel” (Dios-con-nosotros), sino que Jesús sea Dios y que él, con su poder, potencie nuestro ego. Lo que nos dice la encarnación es que no hay nada que cambiar, Dios está ya en mí y esa realidad es lo más grande que podría esperar. Ésta tendría que ser la causa de nuestra alegría. Lo tengo ya todo. No tengo que alcanzar nada. No tengo que cambiar nada de mi verdadero ser. Tengo que descubrirlo y vivirlo. Mi falso ser se iría desvaneciendo y mi manera de actuar cambiaría.
La salvación no está en satisfacer los deseos de nuestro falso ser. Satisfacer las exigencias de los sentidos, los apetitos, las pasiones, nos proporcionará placer, pero eso nada tiene que ver con la felicidad. En cuanto deje de dar al cuerpo lo que me pide, responderá con dolor y nos hundirá en la miseria. Hacemos lo imposible para que Dios tenga que darnos la salvación que esperamos. Incluso hemos puesto precio a esa salvación: si haces esto y dejas de hacer lo otro, tienes asegurada la salvación.
Este conocimiento no es racional ni discursivo, sino vivencial. Es la mayor dificultad que encontramos en nuestro camino hacia la plenitud. Nuestra estructura mental cartesiana nos impide valorar otro modo de conocer. Estamos aprisionados en la racionalidad que se ha alzado con el santo y la limosna, y nos impide llegar al verdadero conocimiento de nosotros mismos. Permanecemos engañados creyendo que somos lo que no somos. Pidiendo a Dios que potencie ese falso ser.
La alegría de la que habla la liturgia de hoy no tiene nada que ver con la ausencia de problemas o con el placer que me puede dar la satisfacción de los sentidos. La alegría no es lo contrario al dolor o a nuestras limitaciones que nos molestan. Las bienaventuranzas lo dejan muy claro. Si fundamento mi alegría en que todo me salga a pedir de boca, estoy entrando en un callejón sin salida. Mi parte caduca y contingente termina fallando siempre. Si me apoyo en esa parte de mi ser, fracasaré.
La respuesta que debo dar a la pregunta: ¿qué debemos hacer?, es simple: Compartir. ¿Qué? ¿Cómo? ¿Cuándo? ¿Dónde? Tengo que adivinarlo yo. Ni siquiera la respuesta de Juan nos puede tranquilizar, pues la realización de las obras puede ser programación. No se trata de hacer o dejar de hacer sino de fortalecer una actitud que me lleve en cada momento a responder a la necesidad concreta del otro.
«Pero viene uno más poderoso que yo que os bautizará en Espíritu Santo y fuego»
La Navidad es una de las dos cumbres del calendario litúrgico y viene precedida de un tiempo de preparación para celebrarla mejor; el Adviento. Pero una celebración será importante para mí en la medida en que lo sea el hecho que se celebra, y cuanto más lo sea, más me afanaré en prepararla bien. Por tanto, me importará preparar bien la Navidad si lo que ocurre en ella es importante; y si no, no.
Pero ¿qué ocurre en Navidad?…
En Navidad celebramos el nacimiento de Jesús, su aniversario; podríamos decir que celebramos su cumpleaños, pero Jesús murió hace mucho tiempo y nadie celebra el cumpleaños de los muertos. Si lo seguimos celebrando es porque no está muerto, sino tan vivo en nosotros que lo consideramos parte de nuestra vida; porque la llegada de Jesús es algo que sucedió y que sigue sucediendo. Pero, ¿qué importancia tiene Jesús en mi vida? …
Jesús es importante para mí porque es el que da sentido a mi vida. Porque en Jesús he descubierto que Dios no es un arcano inaccesible, sino que es Abbá, la madre que me acompaña en esta vida y me espera al otro lado de la muerte. En Jesús hemos sabido que la mejor forma de vivir es perdonando, compartiendo, compadeciendo, ayudando, sirviendo, trabajando por la paz y la justicia… y de Jesús hemos recibido una misión: ser sal, ser luz, ser semilla, ser levadura… para que el mundo tenga sabor, para que no camine en tinieblas, para que dé buena cosecha; para que de buenos frutos.
Jesús es para nosotros, los cristianos, presencia de Dios salvador en el mundo, y al encontrarnos con él, nos estamos encontrando con Dios mismo. Y desde esta perspectiva, la Navidad cobra toda su importancia. Estamos celebrando que Dios ha apostado por nosotros, es decir, que la aventura humana —la mía en particular y la de del conjunto de la humanidad en general— tiene sentido, que nuestra vida es mucho más de lo que ven los ojos, que está pensada por Dios y que nuestro destino no es morir, sino Vivir.
Como decía Ruiz de Galarreta: «La venida histórica de Jesús marcó una encrucijada para el pueblo de Israel, y también es una encrucijada para nosotros. Hay que elegir entre conformarse con esta vida, con sus valores y sus satisfacciones, y resignarse a morir… o no conformarse, fiarse de la Palabra de Jesús y aspirar a más, a más vida, a otros valores que el orín no puede corroer». Por eso, nosotros, la Iglesia, aprovechamos todos los años la Navidad para que Jesús vuelva a nacer con más fuerza en cada uno, para que conociéndole mejor, aceptándole más, creyendo más en él, nuestra vida se vaya trasformando todos los días a mejor.
El Adviento es por tanto tiempo de despertar si nos habíamos dormido, de avivar nuestra fe. ¡Viene el Señor! ¡Qué alegría! Dios está con nosotros, es nuestro aliado y nunca nos abandona.
Miguel Ángel Munárriz Casajús
Para leer un artículo de José E. Galarreta sobre un tema similar, pinche aquí
Juan Bautista se siente urgido a un anuncio radical y urgente. Para él no se trata de tener fe en que Dios cambiará las cosas sino de empezar a cambiarlas. A través de un diálogo con la gente que acudía a escucharlo, Juan va concretando modos posibles para transformar la vida personal y desde ella también la colectiva. Solo así podrán acoger la Buena Noticia que Jesús encarna y de la que él solo se siente mensajero.
¿Entonces, qué debemos hacer?
El diálogo se entabla a través de una única pregunta que diferentes grupos le van formulando: “¿Qué tenemos que hacer?”. Juan responde a cada uno de ellos de forma concisa y concreta, proponiéndoles formas de actuar en los espacios cotidianos de sus vidas.
La primera pregunta brota a coro de la gente que había acudido a escucharlo y recibir el bautismo en el Jordán. A ellos y ellas Juan les propone compartir generosamente con quien no tiene. “Quien tenga dos túnicas, que comparta con quien no tiene; y quien tenga comida, haga lo mismo”
Una propuesta de fuertes resonancias proféticas y que sin duda sus oyentes podían identificar. Por ejemplo, Isaías y Ezequiel recordaban al pueblo desorientado y herido por las consecuencias del exilio a no esperar soluciones externas para reconstruir su vida y recuperar la esperanza. Ambos invitaban a la responsabilidad personal para alcanzar la justicia, a sanar heridas con generosidad y solidaridad, a recuperar los mandamientos desde el corazón abandonando la rigidez de las normas y el egoísmo de las excusas.
“Este es el ayuno que yo quiero, dice el Señor… que partas tu pan con el hambriento, y recibas en casa a los pobres sin hogar; que proporciones vestido al desnudo, y que no te desentiendas de tus semejantes. Entonces brillará tu luz como la aurora y tus heridas sanarán enseguida, tu recto proceder caminará ante ti…y el Señor te guiará siempre...” (Is 58)
“Quien no oprime a nadie, sino que devuelve al deudor su prenda; que no comete robo, sino que da su pan al hambriento y cubre al desnudo con ropa, …se comporta recta y honradamente…y caminará en la senda del Señor…” (Ez 18)
La invitación de Juan no es por tanto la consecución de un ideal de pobreza, sino de justicia. Una justicia que nace de la voluntad de Dios. Una voluntad que solo busca la vida plena para todo ser humano (Dt 15, 4).
La segunda pregunta la formulan los publicanos o cobradores de impuestos. Para ellos la respuesta se orienta a evitar los abusos en los cobros y conformarse con recaudar lo justo. En el Imperio Romano era frecuente que se subarrendara la recaudación de los impuestos en las ciudades a empresarios locales. Estas personas debían adelantar el dinero que se consideraba se tenía que recaudar y luego conseguir por todos los medios no solo recuperarlo sino obtener beneficios.
En la antigüedad la gente daba por supuesto que los bienes eran limitados y cuando alguna persona aumentaba sus riquezas era porque otra las había perdido. El buscar tener más bienes negociando con ellos era etiquetado de conducta negativa no solo por los medios usados para adquirirlos sino porque rompía el equilibrio social y económico que daba sentido a su mundo.
Juan propone a este grupo de publicanos un camino sencillo pero difícil: renunciar a las dinámicas de violencia y de evitar la codicia: “No exijáis más de lo que está ordenado”. La propuesta nos recuerda el encuentro de Jesús con Zaqueo que Lucas narra unos capítulos más adelante (Lc 19, 1-10). Un relato en el que vemos las consecuencias de un enriquecimiento injusto, pero también el proceso de conversión que el protagonista vive y que le lleva, no sólo a devolver lo ganado injustamente sino a hacerlo con gratuidad y sin esperar nada a cambio.
Sin duda la actuación de Zaqueo va mucho más allá de la que Juan propone, pero ambas coinciden en que la conversión a la Buena Noticia no trata de renuncias, ni de exigencias sino de habitar nuestra vida desde la gratuidad, la solidaridad y la lealtad porque es ahí donde el Reino de Dios se encarna.
La tercera pregunta llega desde un grupo al que nos sorprende ver junto al río Jordán escuchando al Bautista: Unos soldados que, aunque no se especifica, eran sin duda romanos. Encontrarse a estos hombres escuchando a Juan es por lo menos sorprendente y sin duda incomodo porque representaban al poder romano invasor. Juan, sin embargo, ni los rechaza ni les pide que dejen de ser lo que son. Les pide que “No maltratéis ni denunciéis a nadie y contentaos con vuestra paga”. (Lc 3,14).
Juan en la propuesta que les hace reconoce implícitamente que hay prácticas abusivas en el ejercicio que están dificultando mucho la vida de la gente y desde ahí les propone romper con sus malas prácticas. No les pide que abandonen su lugar social, sino que cambien su modo de ejercer el poder. Los acoge desde su deseo de construir su vida de otra manera, ofreciéndoles la posibilidad de acoger la Buena Noticia de la acción salvadora de Dios sin renunciar a su condición extranjera. Ellos encarnan así, la voluntad inclusiva de un Dios que no pone límites a su amor y que reconoce en cualquier ser humano, sea cual sea su condición, a un hijo.
Reordenar las pertenencias
A estos tres grupos de personas Juan les propone reorganizar su vida para que en ella brote la salvación. Les ofrece pautas concretas para cambiar sus horizontes desde la solidaridad y la justicia. No les pide renunciar a lo que tienen sino a poner límite a sus ambiciones condicionándolas a un bien mayor: acoger la Buena Noticia de Jesús.
No es a él a quien han de seguir sino a Jesús. Los cambios que les pide no son un punto de llegada sino un punto de partida para acoger el camino de vida que es Jesús. El será la respuesta a sus inquietudes, la luz para sus cegueras, la esperanza para sus corazones.
Con frecuencia, los seres humanos nos perdemos en el ¿qué hacer? Bien porque, de manera infantil, nos alienamos a los otros por tratar de obtener su aprobación, bien porque la acción nace de los miedos y necesidades inmediatas del ego.
Más allá de trampas infantiles y narcisistas, parece claro que la acción adecuada lleva siempre el sello de la desapropiación y la gratuidad. Ahora bien, tales características no pueden ser asumidas por el yo, que necesariamente gira de un modo egocentrado. Es decir, no pueden nacer de una consciencia de separatividad; únicamente pueden darse en la consciencia de unidad.
Vivir en la consciencia de unidad significa comprender que todos somos Uno, por lo que cualquier otro es no-otro de mí -así se entiende la propuesta que hace el Bautista a quienes le preguntan qué hacer-, y que nuestra forma particular (yo o persona) es solo un cauce por el que la acción fluye.
En la medida en que puede tomar distancia del propio yo, la persona se comprende como Vida y, en su acción, deja que la Vida fluya a través de ella. Llega un punto, incluso, en que no tiene nada que decidir: se halla tan alineada con la Vida, que solo dice sí a lo que la Vida le va trayendo en cada momento. Esto es vivir y actuar con sabiduría.
En la liturgia anterior al concilio Vaticano II a este tercer domingo de Adviento se denominaba “domingo Gaudete”, algo así como domingo de la alegría (Domingo gaudete: gaudium: gozo, alegría). Era como una pequeña tregua en el esfuerzo (penitencia) del Adviento.
La Palabra de hoy es como una llamada a la alegría, a la serenidad: Alégrate, hija de Sión; y San Pablo nos insta a vivir siempre alegres en el Señor; os lo repito, vivid en paz de Dios… San Lucas en el evangelio nos anuncia por medio de Juan Bautista que Jesús nos bautizará espíritu, en el aliento vital, en las ganas de vivir…
02.- Evangelio y alegría.
El cristianismo no es una religión para cumplir con una normativa jurídico-moral-litúrgica. Sería -es- enojoso, es penoso un cristianismo.
Jesús no es un maestro religioso, un jurista que se sabe hasta la “letra pequeña” de la ley, de la liturgia, del dogma y la impone, quieras que no…
Jesús fue más bien distante de la ley y cercano a la vida, a la salud, al alimento; nos llama a la bienaventuranza, la alegría, la esperanza.
El ángel anuncia a los pastores: os anuncio una gran alegría: hoy os ha nacido un salvador (Lc 2,10)
Los magos se llenan de alegría al ver la estrella que les anuncia la luz de la verdad. (Mt 2,10) Cuando vieron la estrella, se regocijaron sobremanera con gran alegría.
El programa cristiano es de bienaventuranza, de felicidad, no de pesadumbre y agobio religioso. Jesús nos invita a que seamos bienaventurados y vivamos alegres (Mt 5).
La Palabra, el mensaje cristiano es de profunda alegría, como quien encuentra un tesoro, (Mt 13,44).
Dios mismo se alegra por todo pecador que cambia su trayectoria de vida. (Lc 15,32).
Jesús supone un gozo infinito, imperecedero, que nadie nos puede quitar, (Jn 15,11; 16,22).
La fuente principal de alegría está en la Resurrección del Señor. Los discípulos se llenan de alegría al encontrarse con el resucitado. (Lc 24,41; Jn 20,20).
¿No ardía nuestro corazón? Se dicen los dos de Emaús, (Lc 24)
03.- No siempre se puede estar contento, pero sí en paz interior.
La vida va como va y hay momentos en los que por mil circunstancias brota la preocupación, el miedo, la incertidumbre.
No siempre podemos estar contentos, pero sí que podemos vivir en la quietud, en el sosiego de nuestro interior, descansando en el Señor y vivir en serenidad, en calma: no perdáis la calma. No temas pequeño rebaño mío, (Lc 12,32)
04.- El Espíritu del Señor es serenidad y alegría en nuestra vida.
Los discípulos, que estaban asustados, encerrados se llenan de alegría al ver al Señor, cuando éste se les hace presente.
Pronto celebraremos la Navidad, la presencia de la alegría y de la bondad de Dios en medio de nosotros.
La Palabra del Señor, se dirigió a Juan, hijo de Zacarías, en el desierto. Juan recorrió toda la región del río Jordán, predicando un bautismo de arrepentimiento para perdón de los pecados. La gente le preguntaba:
-Pues ¿qué debemos hacer?
Y él les respondía:
– El que tenga dos túnicas que las reparta con el que no tiene; el que tenga para comer, que haga lo mismo.
Vinieron también publicanos a bautizarse y le dijeron:
– Maestro, ¿qué debemos hacer?
Él les dijo:
– No exijan más de lo que les está fijado.
Le preguntaron también unos soldados:
– Y nosotros ¿qué debemos hacer?
Él les dijo:
– No hagan extorsión a nadie, no hagan denuncias falsas y conténtense con su pago.
Como el pueblo estaba a la espera, andaban todos pensando en sus corazones acerca de Juan, si no sería él el Cristo; respondió Juan a todos, diciendo:
– Yo les bautizo con agua, pero viene él que es más fuerte que yo, y no soy digno de desatarle la correa de sus sandalias. El los bautizará en Espíritu Santo y fuego. En su mano tiene el bieldo para limpiar su era y recoger el trigo en su granero; pero la paja la quemará con fuego que no se apaga.
Y con otras muchas exhortaciones, anunciaba al pueblo la Buena Nueva
(Lc 3, 2b-3.10-18)
Continuamos en las lecturas de estos domingos de adviento con el evangelio de Lucas y con la figura de Juan el Bautista. El domingo pasado nos lo habían presentado predicando en el desierto. Hoy está entablando un diálogo con tres grupos de personas distintas las cuales se sienten interpeladas por su predicación y le preguntan ¿qué debemos hacer? Juan Bautista responde a cada grupo de manera distinta. A los primeros, un grupo de personas sin más especificación, les dice que si tienen dos túnicas han de dar una y si tienen para comer han de compartir con los que tienen. En otras palabras, el cambio de vida en este caso, viene por la solidaridad, el compartir, el ayudar a todo necesitado que se encuentre en el camino. En el segundo caso, quienes le pregunta qué han de hacer son los publicanos. Estos tenían el oficio de recoger los impuestos para el Imperio, pero tal vez podían cobrar más para quedarse con la diferencia. Juan Bautista les dice que no deben cobrar más de lo que está fijado. Finalmente, un grupo de soldados también le hacen la misma pregunta y Juan les contesta que no extorsionen a nadie, ni los acusen mentirosamente y se contenten con su salario. Como podemos ver, a cada grupo les responde según sus circunstancias.
Nosotros también, como preparación en este tiempo de adviento, podríamos hacerle la misma pregunta ¿qué debemos hacer para estar dispuestos a recibir al Niño que viene? La repuesta hemos de encontrarla cada uno en aquello que hacemos diariamente, en nuestras circunstancias concretas donde siempre podemos optar por el mayor bien, la verdad profunda y la bondad para con todos.
En la segunda parte del relato vemos que la gente, ante el actuar de Juan el Bautista se pregunta si él es el Mesías o han de esperar a otro. Juan les responde a partir del bautismo que él realiza -con agua- y el que realizará el Mesías –en espíritu santo y fuego-. Y les especifica algo de ese bautismo en el espíritu: viene a separar el trigo de la paja, quemará todo lo que no sirve. Es decir, si Juan predica la conversión, con Jesús saldrá a la luz la verdad de cada uno y todo aquello que no responda a ese llamado será rechazado.
Termina el evangelio diciendo que Juan exhortaba de muchas maneras, anunciando al pueblo la Buena Noticia que llega. Nosotros ya próximos a navidad hemos de seguir está misma dinámica del anuncio gozoso del Niño que viene, pero al mismo tiempo, poniendo en práctica lo que implica acogerlo, recibirlo, reconocerlo en la historia que vivimos.
(Foto tomada de: https://emausayudanosayudar.com/ayuda-social-a-los-mas-necesitados/)
Comentario a la lectura evangélica (Lucas 3,10-18) del III Domingo de Adviento
Dios es feliz.
Esto es lo que el profeta Sofonías dice al pueblo en el exilio. No es feliz porque el pueblo sufra, sino porque sabe que lo conducirá de vuelta a Jerusalén.
Dios es feliz. Crear, amar, existir, salvar, ser.
Dios es feliz porque ha decidido intervenir, forzar su mano a pesar de que se había comprometido a permanecer oculto, fuera de la vista, porque el Amor sólo puede dejarnos libres.
Dios es feliz porque viene, porque nace, porque libera, porque motiva. Es un Dios feliz el que esperamos. Un Dios que trae la felicidad cuando menos lo esperamos.
Dios es feliz y nosotros con Él.
En la Biblia se utilizan más de veinticinco términos para describir la felicidad. Así, para recordarnos a los cristianos, a menudo deprimidos y apesadumbrados, que la fe tiene que ver con la alegría.
Pablo escribe a los cristianos de Filipos: es verdad, hay fatigas, bajamos los brazos viendo las muchas contradicciones que experimentamos, estamos constantemente abrumados por mil noticias que nos desaniman. Pero si Dios está cerca, escribe Pablo, nada puede realmente apagarnos, angustiarnos, alejarnos. De Él.
Y este Adviento, marcado todavía por el miedo, por la incertidumbre del futuro, por la impaciencia social, por la crisis galopante en nuestras comunidades cristianas, por…, tiene precisamente este propósito: hacer que nuestro corazón habite en Dios, levantar la mirada, sumergirnos en las profundidades del océano, abandonando la superficie sacudida por la tempestad.
El Adviento es esto: volver a creer que Dios es feliz y que nos hace felices.
Peregrinos.
¡Qué bueno es poder escribir estas cosas! ¡Qué hermoso contemplar este secreto compartido, más allá de las muchas contradicciones! Estamos tan desesperadamente necesitados de buenas noticias, de consuelo, de horizontes diferentes de la sombría experiencia que tenemos cada día.
Dispuestos a recorrer kilómetros para encontrar a alguien que nos dé esperanza.
Como las multitudes de Jerusalén que bajan al Mar Muerto para encontrarse con el profeta Juan.
Tienen el templo, y los sacerdotes, y el culto, pero sus corazones no están llenos.
Rituales, no verdad.
Costumbre cansada, no palabras que sacuden y resucitan.
Acuden a Juan, piden ayuda, piden camino, etapas, indicaciones, propuestas.
¿Qué debemos hacer?
Para ser felices. Para vivir, por fin. Para florecer.
Y es algo extraordinario, inesperado, esencial.
¿Qué debemos hacer?
Somos nosotros los que tenemos que hacer. Nadie lo hace por nosotros, nadie nos da la felicidad y la plenitud. Sólo yo puedo tomar las riendas de mi vida, dejándome iluminar por la plenitud de Dios. Yo soy el capitán de mi barco.
Y Juan señala.
Haced.
Dad una de las dos túnicas que tenéis, él que vive desnudo.
Dad de comer, él que ayuna.
No exijáis, el que nada pide.
No robéis, el que nada posee.
Le escuchan porque vive lo que dice. Entonces los buscadores llegan hasta él. Incluso los publicanos, incluso los soldados. Él no los rechaza, altivo en su fama de santidad.
Todos pueden ir. Y a todos les ofrece un camino.
Sencillo, accesible, posible.
¿Es una indicación para nuestra Iglesia en su camino pos-sinodal?
Una suma de pequeñas cosas.
Las respuestas del profeta son desconcertantes: consejos banales, sencillos, no propone ninguna opción radical imposible, ningún sueño excesivo: comparte, no robes, no seas violento…
Al pueblo (¡creyente y devoto!) Juan le pide que comparta, que no deje que la fe se quede sólo en oración o pertenencia vaga, sino que haga vibrar esta fe en nuestra vida, que la deje contagiar nuestra vida y nuestras opciones concretas, para no hacer esquizofrénica nuestra religiosidad.
A los publicanos, a los recaudadores de impuestos y a los ladrones, nos pide que seamos honestos, que no exijamos demasiado escondiéndonos detrás de un dedo. Como cuando, los profesionales, exigimos demasiado dinero por nuestra experiencia apelando a los honorarios y olvidando los momentos difíciles que vive la gente.
A los soldados, acostumbrados a la violencia, Juan les pide moderación y justicia, no que se enseñoreen de los demás.
Juan tiene razón: de las pequeñas cosas nace la aceptación.
Juan tiene razón, haz bien lo que estás llamado a hacer, hazlo con alegría, hazlo con sencillez y se convierte en profecía, en el camino preparado para acoger al Mesías.
Era normal que los publicanos robaran, normal que los soldados fueran prepotentes, normal que la gente acaparara lo poco que ganaba. Entonces como ahora.
Juan muestra una «otra» historia: sé honesto, no seas prepotente, comparte.
Esta «otra» historia es nuestra civilización, la que hay que defender con la razón y la profecía.
Esto podemos hacer, hoy, para contrarrestar toda violencia, todo abuso, todo desaliento. Para acoger al Dios que viene.
Se hace heroico, también hoy, ser honrado en la honestidad del trabajo, profético ser manso en un mundo de tiburones, desconcertante hacer gestos de gratuidad.
Dios se hace pequeño. En pequeñas actitudes trazamos su estela luminosa.
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