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13 XII 2024. Vigilia de Juan de la Cruz. Más desterrado estoy yo, solo por acá, después que me tragó aquella ballena

Viernes, 13 de diciembre de 2024

IMG_9014Del blog de Xabier Pikaza:

Así escribe Juan de la Cruz a su amiga Catalina, que anda triste y sola, lejos de Madre Teresa:  “Consuélese conmigo, que más desterrado estoy yo, y solo por acá, pues después que me tragó aquella ballena y me vomitó en este extraño puerto;  nunca más merecí verla ni a los santos de por allá. Dios lo hizo bien; pues, en fin, es lima el desamparo, y para gran luz el padecer tinieblas…   Encomiéndeme a Dios. Yo no la quiero decir de por acá porque no tengo gana. De Baeza, y julio 6 de 1581. Su siervo en Cristo, Fray Juan de la Cruz. (Es para la Hermana Catalina de Jesús, carmelita descalza, donde estuviere)”.

Esta carta de Juan a su amiga Catalina se encuentra fácilmente en cualquier edición de Juan de la Cruz (Obras completas).

La reflexión y manifiesto de reforma de la Iglesia antigua y actual por amor, en la línea de Juan de la Cruz está tomada de Ejercicio de Amor,  San Juan de la Cruz, San Pablo, Madrid 2017. Las imágenes son de esa obra y de las ruinas de la Cárcel/convento de Toledo, donde Juan de la Cruz escribió sus poemas de reforma de la iglesia y de la humanidad por amor, para la vigilia de su fiesta, este Adviento 2025.

 Una noche de Octava de la Virgen de Agosto (entre el 16-18. VIII. 1578), tras casi nueve meses de dura prisión en una cárcel-convento de Toledo, donde le habían llevado y enterrado desde Ávila (tras haberle secuestrado del 2 al 3 del XII de 1577), Juan de Yepes (a quien llamaremos San Juan de la Cruz: SJC), logró descerrajar las llaves de su encierro, abrir el ventanal del alto muro y descolgarse con riesgo y audacia hasta una calle baja de Toledo, junto al Tajo.

IMG_9015Le habían juzgado y condenado por rebelde, corría mucho riesgo su vida, y sintió el deber de conservarla y proclamar la historia de amor que allí había experimentado y fijado en bellísimas canciones, en contra de aquellos que le tenían condenado por opuesto al mandato de un tipo de Iglesia.

      Salió a medio vestir, en la oscuridad ardiente de Toledo, y buscó el refugio delas carmelitas amigas, que primero le escondieron en la Iglesia, y luego hallaron la manera de ponerle a salvo, con amigos influyentes, de forma que pudo escapar de la ciudad donde le buscaba la policía toledana  y encontrar asilo, trasladándose después a Andalucía.

Saltó de la altura sin nada, enfermo grave, con un hábito raído, pero llevaba en su memoria y corazón (y en un cuadernillo que al fin pudo escribir) el mayor de sus tesoros: Unos poemas de prisión y libertad, entre los que despuntaban treinta canciones de amor, en las que había condensado su más honda experiencia de vida, su visión del evangelio y su proyecto de reforma, como protesta contra la prisión donde habían querido enterrar el evangelio, su Cántico Espiritual, el más hondo poema de la Iglesia moderna [1].

Desde la cárcel de Toledo 

  IMG_9016           Estrictamente, esas canciones no pueden tomarse como su autobiografía, pero condensaban, mejor que ningún posible texto de confesiones o memorias, el manantial de su experiencia y el proyecto de su nueva trayectoria en el “extraño puerto” de Andalucía donde le llevaron sus hermanos reformados. Así lo supieron las madres del convento de Toledo que le escucharon recitarlas (cantarlas) de forma emocionada, al acogerle con celoso secreto en su Iglesia, mientras reparaban sus vestidos y sus fuerzas, para que pudiera tomar el camino de Andalucía, bajo la protección de un amigo canónigo del Hospital de Toledo donde le llevaron primero para curarle a escondidas.

            No había sido fácil mantener el ánimo y la vida en aquel penal, donde le habían juzgado, condenado y sepultado en secreto, los hermanos calzados de su Orden, con la aprobación (al menos tácita) de la jerarquía de la Iglesia, empezando por el Nuncio de Roma. Le culpaban de insolencia y desacato, de oposición a la autoridad y desobediencia a la Iglesia, en tiempos de fuerte crisis, cuando la unidad era más necesaria que nunca y los riesgos de falsas reformas se extendían por doquier, siguiendo el ejemplo protestante.

            Sus adversarios no eran perversos ni injustos, tenían sus razones de orden y concordia en la sociedad cristiana, y así le instaron a volver a la “obediencia” religiosa, queriendo convencerle al principio con buenas razones, para que dejara la “reforma”, pues su ejemplo serviría para que también otros se reformaran (como sigue haciendo hoy falta, año 2025, con cárceles peores que aquellas) , de manera que se evitara el grave riesgo de escisión del Carmelo, con las consecuencias que ello podía implicar para la Iglesia. Ciertamente, estaba en juego un problema personal de Juan de Yepes, un “fraile” piadoso que desafiaba a sus pretendidos superiores con su libertad; pero en el fondo había también un problema eclesiástico y social, en un tiempo y país donde la Iglesia era un momento esencial del Estado.

            En esa situación, Juan de Yepes se mantuvo fiel a su conciencia, rechazando y condenando el orden superior de una Iglesia oficial, representada por sus acusadores. Ciertamente, las cosas no estaban claras, ni siquiera en lo referente a la Madre Teresa de Jesús, inspiradora y promotora de la Reforma del Carmelo, a la que Juan de Yepes se había sumado. Mientras esa Reforma intra-católica fuera cosa de “mujeres”, monjas encerradas en conventos recogidos, sin influjo directo en la marcha de la Iglesia, se pensaba que no había peligro. Pero el peligro surgió y se extendió desde el momento en que Teresa logró que algunos varones como Juan de Yepes (hombre de letras, que había querido ser cartujo y aislarse del mundo), con estudios y conocimiento, presbíteros de la Iglesia asumieron la Reforma.

Hoy como entonces, la reforma de la Iglesia, que ha de barrer un tipo de cárcel toledana o vaticana, tiene que empezar por monjas valerosas como las de Teresa, y por hombrecillos (“medio hombre” le llamó Teresa) como Juan de la Cruz, capaces de crear y cantar canciones de amor y libertad (gocémonos, amado: Cántico 36)

Ése es el riesgo que veía la iglesia oficial  toledana, dirigida por el nuncio vaticano,  venido para organizar las cosas a su forma desde Roma. No se trataba del riesgo protestante, que parecía quedar lejos de España, sino de algo incluso más funesto y peligroso en el catolicismo: La Reforma iniciada en el Camelo por Teresa de Jesús, y asumida de un modo radical  por Juan de Yepes, representaba una Protesta contra una Iglesia de grandes poderes y poco evangelio.

 San Juan de la Cruz no tenía más autoridad ni poder que la palabra, la oración en libertad, y la tarea de la  transformación personal. No tenía tercios, como los de Flandes o los del Milanesado y Nápoles, pero sus cantos de amor y libertad tenían más fuerza que todas las legiones de Roma.

Sin duda, Teresa de Jesús aprovechó sus influjos político-sociales, como mujer crecida en el seno de una burguesía influyente de “provincia”, pero con acceso a obispos y señores, e incluso al mismo rey Felipe II, y así pudo evitar la persecución directa, aunque debió pasar por tribulaciones y dificultades. Pero la situación era distinta para hombre menos influyentes en lo externo, como Juan de Yepes.

SJC provenía de una familia pobre (con parientes muertos literalmente de hambre: El hambre, la gran señora….), pero se hallaba dotado de inmensa sensibilidad e inteligencia. Había pasado muchas penurias, trabajando desde niño en hospitales y lugares de máxima miseria, pero, al mismo tiempo, había estudiado en los centros escolares más prestigiosos de su tiempo (jesuitas de Medina de Campo, Universidad de Salamanca). Profesó en la Orden del Carmelo y luego y, ordenado sacerdote, quiso entrar cartujo, para entregarse en soledad a la contemplación, fuera de los muros de opresión de un mundo que él había conocido bien, en el mercado de Medina (gran centro de comercio) y en la Universidad de Salamanca (centro de cultura universal).

Pero Teresa de Jesús le buscó en Medina, y le instó a dejar la idea de cartujo, asumiendo en vez de ello la Reforma que ella buscaba, para él y para otros, desde el mismo interior del Carmelo, en pobreza radical, en encuentro con Jesús, desde las márgenes del mundo. Eran y siguieron siendo muy distintos. Teresa era mujer de más mundo, y buscaba un Carmelo abierto a las corrientes sociales de su tiempo; SJC era en el fondo un ermitaño de amor, un hombre de pobreza interior y exterior, y así nunca dejó de ser un eremita.

Ciertamente, Teresa, que le necesitaba para su Carmelo, no quiso que él dirigiera oficialmente la Reforma, pues confiaba para ello en otras personas (en especial en el P. J. Gracián). Pero valoraba su experiencia de Dios y su sabiduría, y le juzgaba necesario para la Reforma, por el testimonio de su vida y sus dotes de educador. Y así fue como SJC vino a ser la figura más representativa del Carmelo Reformado (1968-1977), en la soledad de Duruelo y Mancera (entre Salamanca y Ávila) y, sobre todo, en la ciudad universitaria de Alcalá de Henares, donde siguió en contacto con la mejor cultura de su tiempo.

De un modo consecuente, en un momento clave, cuando a Teresa de Jesús le nombraron priora del gran convento “calzado” de la Encarnación de Ávila, donde había iniciado la vida religiosa y planeado su Reforma, ella misma quiso y logró que SJC fuera confesor y director espiritual de aquel convento, cosa que fue, desde 1572 hasta 1577, en que le llevaron preso. La Reforma no había logrado estabilizarse todavía, no se podía prever su resultado, si quedaría como un simple cambio espiritual en algunos conventos de mujeres, o si crearía un nuevo movimiento de vida en la Iglesia (es decir, en la sociedad).

El resultado dependía de Teresa de Jesús y de algunos reformados como SJC, pero también de sus opositores, entre ellos bastantes carmelitas calzados, que no aceptaban la “aventura” reformista, y otros eclesiásticos con poder e influjo social,  empezando por nuncios romanos poco propensos a los cambios. En ese contexto, a lo largo de cinco largos años, SJC vivió bastante cerca de Teresa, en la etapas que ella estuvo en la Encarnación, asumiendo la tarea de escuchar y despertar, convertir, moderar y animar a más de cien religiosas de todas las clases sociales (señoras, mujeres libres, criadas…) en aquel gran convento, que Teresa de Jesús quiso y no pudo ganar para su reforma [2].

Fue una gran labor, un contacto directo con la realidad, es decir, con la vida concreta de varias docenas de mujeres que eran monjas por vocación espiritual, pero también por presión social y por necesidad. Fue un experimento de aquello que pudo haber sido y no fue la reforma de conjunto de la Orden del Carmelo, sin la creación de una rama distinta de carmelitas, con lo que eso suponía de rechazo (y en el fondo de condena) de los carmelitas antiguos (=calzados). Podríamos decir que su obra de confesor y reformador de carmelitas de la Encarnación no triunfó en lo externo, pero aquellos años marcaron su vida y le hicieron hombre de experiencia de amor, compañero, amigo y director de mujeres que optaban por asumir y recorrer en libertad un camino de iniciación/purificación en el amor, en la línea de lo que dirán sus Canciones. Allí descubrió en principio en sentido y las implicaciones de una Reforma expresada como Ejercicio de Amor, concretado de un modo especial en mujeres.

Reforma incierta, juicio obscuro

 Quizá no era mucho lo que SJC pudo hacer externamente, pero tuvo una gran repercusión y significó un peligro para los que no aceptaban ese tipo de reforma del Carmelo. Por eso, los adversarios de la Reforma decidieron apartarle del camino, con un golpe de efecto, raptándole en secreto y llevándole preso (también en secreto, y conforme al Derecho “cristiano” y de la Vida Religiosa de aquel tiempo) a la cárcel conventual de Toledo donde quisieron que renunciara a la Reforma y aceptara la autoridad establecida del Carmelo Calzado, primero con argumentos de ley, después con halagos y finalmente con amenazas.

No era fácil optar sin más, desde la Ley oficial de la Iglesia (y desde la política religiosa de Felipe II en España), por la Reforma del Carmelo. Había muchos cabos sueltos, de manera que no podemos condenar sin más a los que encarcelaron a Juan de la Cruz.

En conjunto, ellos tenían sus razones, pero la forma de imponerlas nos parece hoy (2017) no sólo excesiva, cruel, nada cristiana y contraproducente, sino poco sensata, pues no sabían con quien se habían enfrentado, Juan de Yepes, ¡un hombre débil, pero capaz de mantenerse firme en medios de la persecución, precisamente por conciencia, porque sabía ya que el amor está por encima de toda ley, como iré poniendo de relieve en el comentario a las sus canciones de amor. Éste era el contexto:

 En la Orden del Carmen se habían agravado las tensiones jurisdiccionales entre carmelitas calzados (la Orden antigua, oficial) y descalzos (los de Santa Teresa). Los primeros, decididos a evitar la separación de un grupo cada vez más nutrido de frailes, fueron impulsados por la curia romana y el papa; los segundos, seguidores de la regla primitiva no mitigada y ávidos de rigor, fueron apoyados por Felipe II, promotor de una reforma «a la hispana», rápida y radical. En 1575, el capítulo general de los carmelitas, reunido en Piacenza, determinó enviar un visitador de la orden para calzados y descalzos, el P. Jerónimo Tostado, con el objetivo de suprimir los conventos fundados sin licencia del General de la Orden [3].

 No era fácil decidir en aquellas circunstancias, ni justificar sin más una reforma que parecía oponerse al orden establecido, y así eran muchos (quizá mayoría) los que empezaron respaldando a la autoridad oficial de la Orden, representada por los Calzados del gran convento de Toledo, a pesar de lo que diga con su habitual retórica la Madre Teresa en una carta en la que escribe al mismo rey Felipe II, intercediendo por Juan de la Cruz, y añadiendo que preferiría que hubiera caído en manos de moros más que de religiosos calzados [4].

Los que encarcelaron a SJC tenían sus razones que, posiblemente, en sentido jurídico, eran tan válidas como las razones de los reformados, al menos en eso momento, en el año 1577-1578. ¿Quién era aquel frágil y aún joven religioso, de 37 años, con aires de espiritual, para oponerse a la autoridad de la Iglesia establecida? ¿Qué sentido tenía buscar una Reforma, centrada especialmente en mujeres a las que él educaba para que desplegaran su vida en libertad interior y autonomía de amor, con riesgo de romper el orden establecido?

Parecía claro que debía mantenerse la tradición y la autoridad de las instituciones, al servicio de la Iglesia, con monjas sumisas a la jerarquía. La opción de SJC (con la Madre Teresa) aparecía ante muchos como una aventura poco realista, quizá como un oportunismo, un riesgo en contra de la verdadera libertad que se mantiene en el orden de la Iglesia, en un momento de autoridades cruzadas (la de Felipe II y la de Roma).

En principio, los que optaron por el Carmen Calzado, con su autoridad sobre la Reforma, venían con la autoridad de un Capítulo General (celebrado en Piacenza (1975) y con el apoyo de F. Sega, Nuncio del Papa en España (1577-1581). Por eso, los que juzgaron a SJC estaban en “derecho” para hacerlo.

Ellos, los jueces de SJC en Toledo (empezando por el P. Jerónimo Tostado, que fue el Visitador enviado por el Capítulo de Piacenza, para calzados y descalzos) no pueden tomarse como “terroristas”, sino al contrario, eran hombres de ley. Ciertamente, utilizaron métodos de nocturnidad y ocultamiento, con prisión conventual, que hoy nos parecen contrarios a Derecho; pero eran los que entonces se empleaban en la Iglesia, y mucho más en los tribunales de la Inquisición.

No estamos, pues, ante una historia de buenos y malos, como si los descalzos (y en especial SJC) fueran buenos y los calzados malos. No se trata de bondad o maldad moral, de personas concretas, sino de estructuras de Iglesia, y, en esa línea, la forma de actuar de los calzados en Toledo fue la que entonces se empleaba, en la sociedad civil y en la Iglesia. No estamos, según eso, ante el conflicto de unos jueces perversos (calzados de Toledo), contra un pobre indefenso (SJC), sino ante un juicio normal de autoridad de la Iglesia.

Es evidente que entre los ochenta carmelitas calzados del Carmen de Toledo había muchos moralmente intachables y santos en sentido legal, fieles a su conciencia, cumplidores de órdenes. Ellos tenían sin duda sus razones (aunque muchos pudieran sentirse molestos ante la forma de tratar a SJC, entre ellos el “carcelero” final que tácitamente le ayudó a fugarse). Lógicamente, sus raptores se juzgaban moral y religiosamente justificados para actuar como hicieron, en defensa de la Orden, de la paz social y la Iglesia.

Por eso empezaron proponiendo a SJC que se retractara, que hiciera lo justo, volviendo al Carmelo establecido. Es normal que le ofrecieran una recompensa si lo hacía: Tendría lugar y ocasión para ser santo en el viejo Carmelo, siguiendo sus estudios, ocupando cargos de importancia y manteniendo la obediencia debida, dentro de la Iglesia, sin escándalos ni divisiones.

 SJC se opuso, siendo por eso condenado a la cárcel conventual, como era costumbre en aquel tiempo (se hacía en las grandes órdenes, sin escándalo de las mayorías). Pero él rechazó la propuesta de sus “jueces”, que actuaban como sus superiores “ordinarios” (no había división de funciones), negando de esa forma la autoridad de sus opositores, y lo hizo por fidelidad a su conciencia y, sobre todo, por coherencia personal y libertad interna, en una causa que no estaba (en aquel momento) jurídicamente clara. Su oposición significaba un gesto clave de libertad, que podía considerarse incluso como desacato culpable, pudiendo ser castigado con la excomunión.

No se rebeló, según eso, contra unos “bandoleros”, al margen de la Iglesia y del orden cristiano, sino contra un sistema social y eclesial que le impedía vivir en libertad, con su proyecto de amor, en la línea de la Reforma de Teresa y de la descalcez, tal como él mismo la estaba interpretando. Su juicio fue, por tanto, un gesto clave de interpretación del cristianismo y de la vida de la Iglesia. Ciertamente, sus jueces creían obrar en nombre de Dios y de la buena Iglesia, dentro de un contexto de conflictos de los que estaba llena la vida de las iglesias de ese tiempo (1577-1578), y en esa línea podemos afirmar que aquellos carmelitas calzados de Toledo no eran mejores ni peores que los religiosos de otras órdenes (e incluso de los mismos Carmelitas Descalzos que aceptarán más tarde la estructura de poder de la Iglesia, en un contexto lleno de disputas, entre las que volvió a sufrir SJC en los últimos años de su vida) [5].

No eran mejores ni peores, ésa es la cuestión. Eran signo y reflejo de una Iglesia establecida, que se creía justificada para actuar en casos de conflicto de una manera represiva, para bien de la cristiandad. Pues bien, en ese contexto, SJC se mantuvo fiel a su conciencia y a su proyecto de Iglesia, como Jesús ante el tribunal del Sanedrín judío el año 30 d.C. Jesús fue condenado a muerte y crucificado. SJC pudo haber muerto también, pero se mantuvo fiel, por sus canciones de amor, y logró fugarse de la cárcel (con la ayuda tácita de uno de sus carceleros).

Unas canciones que salvaron su vida

SJC fue juzgado y condenado, por contumaz y rebelde, y recluido en una angosta celda (de unos 2,70 m. de largo por 1,60 de ancho), sin ventana, y allí permaneció más de ocho meses, bajo el frío y el calor inclemente de Toledo, escaso de comida, amenazado por enfermedades de alma y cuerpo, pudiendo dudar de su misma opción cristiana, y del sentido de una Reforma como la que Teresa de Jesús había iniciado, en una situación de enfrentamiento entre cristianos y hermanos religiosos.

Fue aquí, precisamente aquí donde surgieron sus canciones, como protesta de libertad, como proyecto de amor, en un momento en que parecía que no podía hacer proyectos. En ellas proclamó SJC su inocencia, la razón de su protesta creadora; ellas fueron las que salvaron su vida [6].

De esa forma elaboró y mantuvo, mientras avanzaban los durísimos meses de verano de 1578, encerrado en un hueco de pared (letrina de convento), una de las más hondas resistencias de la historia cristiana. No respondió a sus carceleros con un discurso jurídico mejor, ni se opuso con leyes a las leyes con las que le encerraban, sino que hizo algo mucho más hondo y efectivo: Creó y memorizó un poema, unas treinta canciones (en forma de liras) en las que contaba y cantaba el sentido de su opción, es decir, de su verdad cristiana, desde la perspectiva del amor a (en) Cristo.

        No eran canciones para carceleros y jueces (que no las juzgarían concluyentes), ni siquiera para autoridades oficiales de la Iglesia, sino para sí mismo, unas canciones que entenderían y suscribirían muchas monjas de la Encarnación de Ávila, y otras personas que habían empezado a recibir su enseñanza y compartir su itinerario de amor a (en) Cristo, ciertamente dentro de la Iglesia, pero al margen de un tipo de autoridades oficiales (al menos en un sentido interior, de conciencia).

Esas canciones fueron su verdad y su argumento personal, ellas le mantuvieron no sólo en su razón interna (sin caer en la locura, sin aceptar la razón de sus cautivadores), sino en su vida externa, de forma que no quebró ni murió en los ocho meses y medio de cárcel que, jurídicamente, podía estar justificada dentro de aquella Iglesia.

Hay datos para afirmar que a lo largo de meses, SJC se halló no sólo al borde de la ruptura psíquica, sino también de la muerte física, bajo el efecto de aquella tortura de terror, en un “zulo” de Convento. Bien podía haber quebrado, pero se mantuvo. Bien podía haber dicho una mañana a su carcelero “me rindo, acepto vuestras razones, renuncio a la reforma del Carmelo”, recibiendo así gloria y honores, pero no lo hizo.

Bien pudo haber muerto, derrumbado por la presión interior y exterior y por las sobredosis de castigo de su cautiverio, pero ser mantuvo, y a ello contribuyeron las treinta canciones que trataban del ejercicio de amor entre el alma (que era él) y Cristo, su Dios amigo.

        De esa forma se adiestró en amor, elaborando su poema, canción tras canción, palabra tras palabra, rehaciendo y puliendo sus versos como joyas, con música de resistencia, en uno de los juicios más significativos de la modernidad cristiana, sin casi luz, sin ventilación, sin esperanza de vida externa. Allí creó y cantó por dentro sus canciones de amor y libertad, desde la cárcel. Certeramente, él empezaba preguntando ¿adónde te escondiste, Amado? como primera palabra de un encarcelado.

Pero luego, al mismo tiempo (¡con la fuerza que le daban sus canciones!), empezó a programar, desde su asfixiante soledad de emparedado, un proyecto y camino arriesgado, gratuito y exigente de libertad con su Amado Cristo, no sólo en un plano interior, sino también externo, para escaparse de la cárcel donde “según ley” le habían encerrado las autoridades oficiales de su Orden (con el beneplácito de la jerarquía). En ese contexto decidió fugarse, no sólo para mantener su vida, sino para ratificar su protesta de amor al servicio de la libertad cristiana, que es lo que él buscaba y quería dentro de la Iglesia, en el centro de una sociedad dividida como aquella.

            No pedía ni quería más, no necesitaba nada: Ni honores de honrada vida religiosa, ni joyas doradas, prebendas de Iglesia o dinero (como le proponían sus jueces jerarcas). Simplemente quería vivir en libertad de amor, en la línea del proyecto de Reforma que había iniciado y le había ofrecido su “madre” Teresa de Jesús. Así se pudo mantenerse y crecer en humanidad, en belleza y amor, sin depresión ni locura de muerte, preparando con audacia y valentía la fuga, aunque ello pudiera costarle la vida, despeñándose por el muro al callejón cercano al Tajo, o siendo apresado de nuevo y castigado todavía con más fuerza por los calzados.

            Esa decisión de fuga tuvo para él un profundo contenido teológico. Ciertamente, pudo pensar que el primer “mandamiento” de Dios es salvar la propia vida, y así lo quiso hacer por un comprensible y honrado impulso vital. Pudo pensar también que era absurdo morir en aquellas circunstancias, que no sería bueno, ni para la Reforma, ni para los mismos Calzados… Pero su gesto de evasión significaba un rechazo de la autoridad de los Calzados, una oposición directa a un tipo de justicia de la Iglesia, un gesto que parecía ir en contra de su Amado Jesús, que en una situación semejante no quiso evadirse.

            Todo el Nuevo Testamento supone que Jesús aceptó la muerte, afirmando que ella tenía un sentido, dentro de su opción mesiánica. Por el contrario, SJC, en su circunstancia parecida, no quiso morir, no una condena que a su juicio era injusta (¡también la de Jesús lo era!).

No soy capaz de precisar las razones finales de su fuga, en contra de la ley establecida del Carmelo Calzado, pero puedo imaginarlas a partir de las Canciones (del Cántico espiritual) y del poema de la Noche (¡en una oscura, con ansias, en amores inflamada…!). En esa línea pienso que se trata una fuga de amor, no sólo al servicio de la conservación de su vida, sino de la extensión de su ejercicio de amor.

Logró salir de la ballena que le había tragado (Carta a Catalina de Jesús, 6.7.1581) porque quería realizar una tarea de amor, en la línea de sus canciones. Salió para dar testimonio de su experiencia, que de otra forma se perdería, salió para realizar su tarea, en ejercicio de amor, sin acusar (que yo sepa) a sus hermanos del Carmen Calzado, sin resentimiento, sin venganza. Saltó al vacío en la noche escondida, sin llevar consigo nada, dejando colgados en el muro los girones de las sábanas y mantas con las que pudo descolgarse, llevando en su memoria (y en un cuadernillo) unas canciones que contenían proyecto de amor, que formaban todo su tesoro, y que serían el principio de su tarea posterior de director de “almas” y escritor en Andalucía (1578-1588), para esconderse con ellas en la noche de Toledo.

Por eso, lo primero que hizo antes que llegara el amanecer fue buscar a las Carmelitas Reformadas que le recibieron y escondieron alborozadas en su iglesia, donde les contó y cantó sus canciones de liberado de la cárcel, para que pudieran acompañarle en su búsqueda de amor y asegurarle así que no estaba loco, que no era un puro rebelde contrario a la Iglesia, sino un seguidor de Jesús, en libertad, dentro de Iglesia.

      Con esas canciones había saltado por el muro de la cárcel-convento, y sin pedir ayuda al Gran Cardenal de Toledo (que era Gaspar de Quiroga, de Madrigal de las Altas Torres, muy cera de Fontiveros, pueblo de SJC), siguió su camino, tras reponerse en secreto, en un hospital, siendo después enviado con mucha precaución y sigilo por un canónigo amigo, hacia Andalucía, donde se hallaría a salvo de sus perseguidores, reiniciando su tarea de reformador, para iniciar su nuevo proyecto de animador de religiosas (y también de otros cristianos, como Ana de Peñalosa, a la que dedicó Llama), en los caminos de oración de amor.

Y así llegó a su nueva tierra, llevando en el corazón la nostalgia de sus gentes de Castilla (Ávila, Alcalá…), con las canciones de amor de la cárcel ardiéndole por dentro, y así las fue desarrollando y comentando en los siete años siguientes (1578-1585), dirigiendo en oración a religiosas y educando a religiosos por casi toda Andalucía. Y así formó con ellas un libro, que ha terminado llamándose Cántico espiritual [7].

SJC no empezó escribiendo un tratado de vida ascética o mística, sino unas canciones que él mismo fue luego “declarando”, hasta formar con ellas un libro, en dos versiones muy parecidas, que tituló como he dicho Declaración de las canciones… Ciertamente, vivió con cierta paz y realizó un inmenso trabajo de animación cristiana y creación literaria en los años que siguieron a su fuga de la cárcel, de 1578 a 1585, como Prior o Rector de los conventos del Calvario (junto a Beas, Jaén), Baeza y Granada. Resulta muy significativa en este contexto la carta ya citada que escribió más tarde a Catalina de Jesús, una de sus “discípulas queridas”:

Jesús sea en su alma, mi hija Catalina. Aunque no sé dónde está, la quiero escribir estos renglones, confiando se los enviará a nuestra Madre (=Teresa de Jesús), si no anda con ella; y, si es así que no anda, consuélese conmigo, que más desterrado estoy yo, y solo por acá; que después que me tragó aquella ballena y me vomitó en este extraño puerto, nunca más merecí verla ni a los santos de por allá. Dios lo hizo bien; pues, en fin, es lima el desamparo, y para gran luz el padecer tinieblas. ¡Oh, qué de cosas quisiera decir! Mas escribo muy a oscuras, no pensando la ha de recibir; y por eso, ceso sin acabar. Encomiéndeme a Dios. Yo no la quiero decir de por acá porque no tengo gana. De Baeza, y julio 6 de 1581. Su siervo en Cristo, Fray Juan de la Cruz. (Es para la Hermana Catalina de Jesús, carmelita descalza, donde estuviere).

             Esta carta alude a la ballena que le tragó primero (en la cárcel de Toledo, junto al río), para vomitarle luego en Andalucía donde, pasados tres años, se siente aún desamparado y en tinieblas, sin ganas de contar lo que por allí está sucediendo. Se compara así con Jonás a quien devoró el gran pez, cuando quería escaparse de Joppe a Tarsis, y en su vientre, según la tradición, cantó su gran lamento (Jon 2; cf. Sal 23). También SJC escribió/cantó en el vientre de su ballena/cárcel las canciones, que él fue enseñando y comentando luego, especialmente a las monjas, en el círculo de la Reforma del Carmelo. En ese contexto, él se compara con Jonás, una figura conocida en la tradición del Carmelo [8].

            Ciertamente, cuando escribe la carta no se encuentra ya en vientre del cetáceo, pero se siente desamparado, “lejos de los santos de por allá”, esto es, de Teresa de Jesús y de sus amigas y amigos. Pues bien, a pesar de ello, en esa situación, desde el relativo destierro de Andalucía, en medio de una inmensa actividad de reformador, pudo ir enseñando y declarando las canciones de su experiencia de libertad y amor; y para eso saltó “en el vacío de la noche”, desde los altos muros del Carmelo de Toledo, para alumbrar en el amor a muchas religiosas y personas sedientas de amor, en una iglesia donde quería imponerse el orden disciplinar de la autoridad de Toledo.

            En este contexto se deben ya distinguir las Canciones, a las que SJC concede un valor casi sagrado, como si fueran “escritura de Dios”, que se le revela en la cárcel, en el hueco de la ballena, y la Declaración o comentarios, que él fue desarrollando de un modo magistral, aunque con cambios y adaptaciones, según las circunstancias (algo que, a su juicio, podrán y deberán hacer también otros que quieran comentarlas, como él mismo lo dice:

Por cuanto estas canciones, religiosa Madre, parecen ser escritas con algún fervor de amor de Dios, cuya sabiduría y amor es tan inmenso que, como se dice en el libro de la Sabiduría, toca de un fin hasta otro fin (Sab 8, 1)…, no pienso yo ahora declarar toda la anchura y copia que el espíritu fecundo del amor en ellas lleva… (CB prólogo).

             Así escribe a la M. Ana de Jesús, priora de las Carmelitas Descalzas de Granada, distinguiendo por tanto dos niveles, importantes para entender bien su obra. (a) Las canciones son como Sagrada Escritura, una nueva versión del Cantar de los Cantares de la Biblia, recreado por SJC en la cárcel de Toledo, sin acusar en ningún momento a los que le juzgaron y encerraron, con riesgo de muerte. (b) Por el contrario, la declaración, es decir, el texto en prosa (tanto en CA como en CB), quiere ser una explicación de esas canciones, pero de menos autoridad que ellas, con un mensaje de valor limitado, que puede cambiar según las circunstancias:

 ‒ Las Canciones son reflejo y signo de fervor religioso, de manera que aparecen de algún modo como Sagrada Escritura, esto es, como palabra de Dios, una adaptación (actualización) castellana del Cantar de los Cantares, cuya inspiración y temática asumen. De esa manera aparecen como un resumen de toda la Biblia, en su Antiguo y Nuevo Testamento, y así las presenta SJC, que se siente depositario y testigo de la Revelación de Dios.

La Declaración es un comentario de esa “Biblia en canciones”, tomada Cantar y traducida poéticamente por el mismo SJC. Él sabe bien que, según el concilio de Trento, la Biblia no se puede traducir y presentar al pueblo en lengua llana, por las equivocaciones que ello podría implicar (en un contexto de gran miedo a la Reforma protestante). Pues bien. SJC ha soslayado esa dificultad resumiendo toda la Biblia en poema, para explicarlo después en sus comentarios.

Un libro personal, una experiencia propia

 SJC escribe básicamente para religiosas, dentro de la Reforma del Carmelo, en una línea que fue iniciada por Teresa de Jesús, pero que él retoma y desarrolla con absoluta libertad, siguiendo su propia inspiración, de reformado del Carmelo, pero de un modo soberanamente libre, fijando de esa forma su experiencia de apertura al misterio interior, en dos redacciones que nos permiten descubrir las variantes posibles de su mismo método. Saben los escaladores que el acceso a las grandes montañas puede hacerse por diversas vías, y así lo ha sabido y descrito el mismo SJC desde la cárcel de Toledo (1578) hasta sus dos versiones (CA y CB) de los poemas y los comentarios 1584-1785 [9].

 Lo sorprendente no es haya dos (o tres) versiones (CA, CA’ y CB), que SJC ha ido madurando en siete años de inmenso trabajo, desde la huída por amor de la cárcel, hasta la fijación concreta de esas canciones con su declaración, sino en el hecho de que ellas sean muy parecidas, con la pequeña variante de la introducción de CB 11 y el cambio de orden de algunas estrofas. Sigue estando en el fondo la experiencia fuerte de la cárcel de Toledo y la “necesidad interior” de explicarla y compartirla con otros compañeros, y en especial con las religiosas del Carmelo Reformado, que serán quien de verdad entienden y siguen su argumento.

Ese proceso de fijación y declaración de sus canciones de amor, en forma ya concreta de proyecto y ejercicio de amor lo fue realizando SJC por sí mismo (en cierto sentido a solas), ciertamente con su bagaje anterior de poeta y pensador, con la experiencia de su vida de trabajador y de estudiante, de fraile del Carmelo Primitivo y del Carmelo Reformado, con la referencia de fondo de Teresa de Jesús, pero sin verla apenas directamente, sin hablar con ella de los temas profundos de su pensamiento.

En esos años de codificación, ampliación y comentario de las Canciones (1578-1584) no parece que SJC haya intentado conectar con la Madre Teresa para comentar con ella los motivos de su itinerario y su labor como escritor, mientras ella sigue estando viva (morirá el 1882). Es claro que ella conoce las Canciones de SJC, que circulaban por los conventos de la reforma, pero no parece que se interesara por ella, ni que SJC le tenga al corriente del comienzo de sus comentarios. Por otra parte, ellos apenas se ven en ese tiempo, pues aunque SJC “suba” expresamente desde Andalucía para tratar con ella de la fundación de Granada donde debía llevarla, de manera que ellos se ven y tratan de cuestiones de la Reforma en Ávila (el 28 del XI de 1981,) ella no acepta su encargo, ni baja con él (opta más bien por ir a la fundación de Burgos, del año siguiente 1582), y apenas tienen tiempo para dialogar sobre sus caminos espirituales.

Por otra parte, SJC había “subido” a Castilla unos meses antes para el Capítulo de Alcalá de Henares (3-16 de marzo del 1581), donde se aprueba y confirma la separación y autonomía de los Carmelitas Descalzos, superándose así el gran riesgo de la “ballena” que le tuvo preso en Toledo cuatro año atrás (1577-1578), pero no se encuentra con la Madre Teresa, ni comenta con ella sus canciones, ni se las dedica, como hará más tarde a la M. Ana de Jesús, priora de las Descalzas de Granada (así aparece tanto en CA como en CB).

Eso parece indicar que SJC madura su experiencia y pensamiento a solas, relacionándose de un modo especial con las religiosas descalzas de Andalucía, en especial con las de Beas y Granada, de manera que son ellas sus interlocutoras principales, con otras personas, como Ana de Peñalosa, con la que intimará de un modo especial, y a la que dedicará después Llama (año 1984). Evidentemente, SJC debió mucho a la Madre Teresa, a la que llama “nuestra Madre”, lamentando su lejanía (Cata a la M. Catalina de Jesús, 6.7.1581). Es más, él parece haberle escrito, pidiéndole que interceda para que le permitan volver a Castilla (dejando Andalucía), pero ella no parece haberse interesado mucho por ello.

NOTAS

[1] Para situar esa experiencia, cf. O. Steggink,  Fray Juan de la Cruz en prisiones: bodas místicas en la cárcel, en Id. (ed.) San Juan de la Cruz, espíritu de llama,  Carmelitanum,  Roma 1991  292-317; Observancia y descalcez carmelitana: reforma romano-tridentina y “reforma (española) del Rey”; un conflicto y su primera víctima»,  Ibid.  264-292.

[2] L.E. Rodríguez-Sanpedro interpreta así la estancia de SJC en Ávila: “Otra etapa con claroscuros en los aspectos formativos e intelectuales. Un largo período, desde junio de 1572 a diciembre de 1577; un espacio temporal de más de cinco años, como vicario y confesor de las monjas de la Encarnación. Pienso que debieran estudiarse con mayor detenimiento interpretativo estos años abulenses, demasiado polarizados por las habilidades hagiográficas del fray Juan exorcista. Debe tratarse de un espacio de sedimentación, reflexiones, confrontación y creatividad expresiva; aunque con algunos sobresaltos y quiebras. Ofrece la posibilidad de una síntesis dialéctica y de posicionamiento: después de la tesis intelectual y académica (Salamanca, Alcalá), y de la antítesis ascética y rigorista (Duruelo, Pastrana).

         Una etapa, por otro lado, de confrontación personal con Teresa de Jesús, y de acumulación de experiencias en una dirección espiritual diversificada y poco menos que masiva. Todo ello junto a la monotonía de tiempos muertos, de vacíos, barbechos para posterior fecundidad. Tiempos libres, con la cercanía y posibilidad de trato personal y ámbitos intelectuales y religiosos en una pequeña ciudad: el colegio universitario dominico de santo Tomás, con enseñanzas de filosofía y teología; el colegio de san Gil de los jesuitas; el cabildo catedral; o la biblioteca de los carmelitas calzados… Y, por supuesto, las lecturas y escritos, los cartapacios ignorados, las curiosidades de ascética y de espiritualidad, los esfuerzos personales de clarificación y sistema.

En Ávila fue donde, probablemente, fray Juan de la Cruz leyó los primeros manuscritos teresianos, los de la VidayCamino de Perfección, y quizá también algunas Cuentas de conciencia y las Meditaciones sobre los Cantares. Allí las confrontaría con experiencias acumuladas, escritos y apuntes propios de incierto itinerario. Y, por otro lado, ¿dejaría Teresa de comentar con Juan algunas páginas del manuscrito de las Moradas, que terminó de redactar entre agosto y noviembre de 1577? Tiempos de Ávila, encrucijada dialéctica y fecunda, rica seguramente en escritos, en experiencias poéticas y artísticas, en desbordamientos. Etapa difuminada y oscurecida tras la cárcel de Toledo, pero de la que se han conservado algunos de los restos del naufragio. Entre ellos el dibujo del Cristo crucificado, y, probablemente, los poemas «Vivo sin vivir en mí», y «Éntreme donde no supe». La noche oscura toledana de 1578 debió servir para recordar, fermentar y transfigurar materiales y experiencias acumuladas en el crisol de Ávila.

[3] Texto tomado de http://cvc.cervantes.es/obref/sanjuan/introduccion/perfil.htm. Texto tomado básicamente de O. Steggink, La reforma del Carmelo español. La visita canónica del general Rubeo y su encuentro con Santa Teresa (1566-1567), Carmelitanum, Roma 1965;   Dos corrientes de reforma en el Carmelo español del siglo XVI: la observancia y la descalcez  frente a la “reforma del Rey”, en Aspectos históricos de San Juan de la Cruz, Diputación Provincial, Ávila 1990, 117-142; Observancia y descalcez carmelitana: reforma romano-tridentina y “reforma (española) del Rey”; un conflicto y su primera víctima, en Id. (ed.),  San Juan de la Cruz, espíritu de llama, 264-292. Éste es un tema  que ha sido cuidadosamente estudiado y valorado por los diversos historiadores, desde el P. Crisógono hasta J. Vidente R., que citamos en bibliografía.

[4] Cf. M. Galiano, ¿Qué escribe Santa Teresa de San Juan de la Cruz?, en Santa Teresa y el mundo teresiano del Barroco, San Lorenzo del Escorial 2015, 197-212. Para una valoración de las diversas perspectivas, véanse las obras de los diversos historiadores, desde O. Steggink a  J. Vicente Rodríguez, teniendo en cuenta la visión y razones de los Calzados. Aquí no puedo entrar en la controversia jurídica de fondo, con las razones magisteriales de los “enemigos” de la Reforma y la posible “desobediencia” material de SJC al juicio de los superiores eclesiásticos, incluido el Nuncio de Roma, pues en este momento él pertenecía jurídicamente a la orden del Carmelo Calzado.

[5] Sobre el tema de la cárcel de Toledo y su “legalidad” y sentido en aquel momento se han escrito muchas y buenas cosas. Cf. de un modo especial las obras de Efrén de la M. de Dios, O. Steggink, J. V. Rodríguez, L. Rodríguez-San Pedro, citadas en bibliografía. Cf. también La prisión de San Juan de la Cruz. El convento del Carmen de Toledo en 1577-1578, en Actas del congreso  II, Historia,  427-436.

[6] Cf. http://cvc.cervantes.es/obref/sanjuan/introduccion/perfil.htm; R. Rossi,   Juan de la Cruz. Silencio y creatividad, Trotta, Madrid 1996, 84. He desarrollado el tema de la “violencia religiosa” en Violencia y religión en la historia de occidente,  Tirant lo Blanch, Valencia 2005.

[7] Las treinta canciones, que contienen el “corazón” de su historia, recreada en los meses de cárcel, y así las mantuvo, pero las fue aumentando (primero cinco más, luego cuatro, al fin una), hasta formar un cuerpo de treinta y nueve o cuarenta, para comentarlas después, aplicando y expandiendo su sentido, en clave personal, con doctrinas y consideraciones teológicas, en el libro al que llamarán después (desde 1630), como seguiré indicando.

[8] Así lo ha puesto de relieve Thompson, Canciones,  80-81. Con este motivo de fondo ha escrito su novela E. Alonso, El preso de la ballena. Fray Juan de la Cruz, “pájaro solitario”,  Atrio Llibres, Valencia 2013,  recargando quizá en exceso los elementos ascéticos de la vida y enseñanza de SJC.

[9] La primera redacción (CA) tendía a llevarnos de repente a la cumbre del amor, de manera que tras el encuentro inicial (CA 12) y la transformación del mundo en el Amado (CA 13-15), venía el canto al lecho (CA 15), con la descripción del encuentro total (CA 16-24), aunque después tuvieran que retomarse los temores y problemas del camino (CA 25-26). Ciertamente, en un sentido, esa redacción responde mejor a la lógica de un amor que estalla de improviso, llevando a la Amante de la cárcel al tálamo florido, en la naturaleza ya transfiguradas, de manera que no hay tres momentos de amor, sino dos: preparación (CA 1-12) y amor cumplido o matrimonio (CA 13-39), sin el intermedio del proceso de la iluminación.

Pero también la segunda redacción, que aquí seguimos (CB), que ha cambiado el orden de algunas canciones, destacando tras un gozo primero los grandes sobresaltos del noviazgo, tiene un buen  sentido, en línea de experiencia humana y de pedagogía religiosa, destacando así los tres momentos tradicionales de la vida espiritual, entendida por SJC como proceso de amor: CB 1-12 (preparación/purgación), CB 13-21 (noviazgo/iluminación) y CB 22-33 (unión/matrimonio), con el apéndice posterior de cielo (CB 34-40). Eso significa que los problemas del camino (raposas, cierzos, ninfas…) forman parte del proceso de iluminación, no de la simple preparación purgativa del amor.

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